martes, 5 de febrero de 2019

Versión 4.6 (four more and is the half of a century around here)

El domingo pasado llegué a los 46.  Mi hija mayor tiene 20, la segunda 18 y el pequeño 16 (cumple 17 el próximo mes).  Crecí en un puerto, cerca de otro puerto.  De muy pequeño no me gustaba usar zapatos.  También recuerdo a mi papá y mi abuelo construyendo con sus manos nuestra primera casa.  A los 17 -casi 18- emigré a la ciudad para asistir a la universidad.  Ya nunca retorné.

En la casa de mis padres vive mi hermano mayor (dos años mayor).  Mis padres cambiaron de costa hace unos 15 años.  Primero mi papá y luego le siguió mi mamá.  Desde hace unos seis o siete años voy a verlos un par de veces al año.  Creo que pronto tendré que moverlos (o a uno de ellos) a vivir a mi lado.  Ya no me inquieta ese tipo de pensamientos.

Cuando terminé la universidad me fuí a vivir a un departamento aledaño para tomar mi primer trabajo como profesional.  También empecé a convivir con la que sería la madre de mis hijos.  Retornamos a la ciudad para completar mi graduación, para la ceremonia mi hija mayor tenía casi dos años y la segunda estaba en camino.

Dos o tres trabajos después, mi hijo menor ya de tres años viajé al imperio del norte para mejorar mis oportunidades laborales -o eso creí- ofreciendo un mejor nivel de inglés.  Fueron cinco meses pero fue un parteaguas en mi vida.  Ni mejoró mi estabilidad laboral y las brechas que siempre existieron en mi unión se abrieron completamente.  Viajé nueamente por nueve meses y luego de un tercer viaje de otros ocho meses me instalé definitivamente ne mi realidad de padre soltero.

Siempre me hice cargo económicamente -y también, en lo posible, presencialmente- de mis hijos.  Mi hija mayor se graduó de nivel medio, cumplió la mayoría de edad y se pasó a vivir conmigo.  Nos aguantamos un año.  La ví ayer, por segunda vez luego de nuestra separación definitiva.  La vez anterior fue para su cumpleaños, casi un año después de que empezara a vivir sola.  A sus 20 años se comporta como una adolescente, despilfarra el dinero que gana -es su derecho- y continúa -creo que ha incrementado- su autolesión en los antebrazos.  Creo que también fuma y se ha hecho algún tatuaje... en fín, es mayor de edad y tiene todo el derecho -como cualquier ciudadano- de hacer de su vida lo que le plazca.

Pasamos 10 años con mis tres hijos conviviendo un día a la semana.  Inicialmente sábado y luego por conveniencias de su madre los domingos.  Al inicio nos costó -me costó-, incluso un día no pude reprimir el llanto pues no podía lograr que nos pusieramos de acuerdo en algún asunto.  Traté de acercarme emocionalmente a los tres pero creo que ha sido -como el profesional- otro gran fracaso en mi vida.

Traté, con todas las limitaciones de tiempo, de darles estructura.  Usualmente visitábamos alguna exposición, pasamos mucho tiempo en la biblioteca de la universidad, vimos alguna serie -traté de limitar el tiempo de consumo de audiovisuales-, les enseñé a armar el cubo de Rubik, les enseñé a subtitular videos en inglés, leímos un montón, jugamos Scrabble, Life, Ajedrez, Dominó, entre otros.  Les enseñé un poco de Python, un poco de C#, un poco de HTML.

Mi hija mayor abandonó la universidad cuando dejó de vivir conmigo, el año pasado estuvo -creo- en algunos cursos de una universidad pública, este año iba a empezar a estudiar periodismo pero tuvo complicaciones para inscribirse.  Mi hija segunda se volcó a los estudios desde el nivel básico, para el nivel medio consiguió una beca en uno de los colegios más caros de la ciudad, luego consiguió otra beca para estudiar en un college en un país situado dos países al sur del nuestro.  

Mi hijo menor entró muy joven a estudiar.  Su madre quería 'hacer algo más', avanzó muy bien -o al menos aceptablemente- hasta la mitad de su ciclo básico.  Luego perdió un año.  Hubo -como cada asunto que me tocó que tratar con su madre- un gran conflicto para la continuación de su nivel básico y luego del bachillerato.  Este año debería de graduarse y quién sabe qué elegirá estudiar el otro año que le toca entrar a la universidad.

Traté de no influir en mis hijos -o de presionarlos más bien- al elegir una carrera universitaria.  Mi hija intentó un año estudiar en la facultad de la cual me gradué.  Al final lo rechazó y ahora se decanta por una carrera en letras.  Mi hija segunda, hasta hace un par de años estaba convencida de estudiar una carrera técnica/científica.  Ahora anda aplicando a varias universidades estadounidenses para estudiar artes.  Mi hijo dice que quiere estudiar algo de tecnología pero temo que, al igual que su hermana mayor, lo haga porque yo no valoro las carreras humanísticas.

Mi hermano menor (por cuatro años) vive ahora en uno de los departamento más fríos del país.  Hace un par de años fuí a verlo -luego de una ausencia de más de doce años-.  Tiene tres hijos y posee un taller de soldadura (como mi hermano mayor).  Mi hermano mayor se mantiene soltero, se dedica a su trabajo y a su iglesia y está convencido de que no hay mujer que lo aguante, ha adoptado la soledad.  Creo que tampoco va muy descaminado en su concepción, como que hay algo en nuestro ADN que nos predispone a la introspección y poca paciencia con otras personas.

Mi padre murió un mes antes de que yo naciera -muchas veces uso esto como excusa para mi fracaso como padre, pareja, profesional, amigo-. A lo lejos -estaría por cumplir dos años- recuerdo cuando mi papá -lo quiero como a mi padre biológico- empezaba a llegar a la casa donde vivíamos con mi abuelo, mi madre y mi hermano mayor.  Mi abuelo murió cuando estaba en tercero primaria.  Es -creo- por la unica persona fallecida que he llorado.  Creo que me afectó más ver el sufrimiento de mi mamá y mis tías que su muerte.  No creo que vuelva a llorar por la muerte de alguien más.

Cuando aún no me había unido a la madre de mis hijos, aunque ya salíamos, traté de ayudar a que mi hermana menor (por seis años) estudiara en la Universidad.  No nos soportamos, luego de unos meses se largó a la casa de sus abuelos paternos. Luego retornó a la casa de mis papás.  Fue durante muchos años maestra de inglés, tuvo un hijo con un alumno y ahora viven -el joven tendrá ya 12 años- en un departamento entre mis padres y mi hermano menor.

En mi época universitaria viví unos meses con la familia de un primo de mi mamá, unos meses con la familia de una hermana de mi papá -no nos llevábamos con mis primos y ahora nos tratamos como hermanos- y finalicé el año con otro hermano de mi papá.  Los siguientes cuatro años los viví solo en una pequeña habitación.  Los últimos dos años los trabajé como profesor de Computación.

He tenido más de diez trabajos, en manufactura, calidad, servicios, bancos y últimamente en tecnología.  Nunca había durado más de cuatro años en un mismo lugar, hasta ahora. En mi actual empleo llevo casi cinco años y medio.  Todo un record para mí mismo.  A partir de mi estadía en el imperio del norte empecé a valorar el trabajo voluntario.  Allí asistí a grupos de intercambio de idiomas en la biblioteca y a una non profit que reciclaba tecnología.  Aquí estuve -hasta que me echaron- visitando asiduamente hospitales, asilos y orfanatos con el grupo más grande de risoterapia del país.

Como todo lo que inicia termina sin remedio ahora he estado casi un año buscando dónde más puedo hacer trabajo voluntario.  El año pasado ayudé a un amigo a armar paquetes de útiles escolares para niños de comunidades rurales -me llevé a mi hijo en una ocasión-, en diciembre fui con otra amiga a celebrar la navidad con los niños de un orfanato -también me llevé a mi hijo- y con Rb (acabamos de cumplir también cinco años de relación) fuimos un par de veces a visitar el Hogar Ronald McDonalds con otro grupo más pequeño de risoterapia.  Hacer semanalmente trabajo voluntario me dió perspectiva durante más de ocho años.

Desde joven he tenido dificultades relacionándome con las personas, cuando estaba en el imperio del norte me enteré del Síndrome de Asperger y resonó bastante.  Tengo un amigo -nos hablamos cada varios años- de la niñez, un par de compañeros -nos hablamos cada varios meses- de la universidad y ninguno -casi- de los trabajos que he tenido.  En la primaria me ilusioné con una compañera pecosa a la que nunca me atreví a declararle mis sentimientos, eramos compañeros de clase y nuestra relación fue nomás escolar.  Creo que me hubiera podido acusar de stalker también.

En la universidad me dediqué a estudiar -y trabajar-, también asistí algún tiempo a la iglesia con la familia de mi tía.  En mi segundo o tercer año conocí a la madre de mis hijos, lógicamente no nos llevamos bien, la volvía encontrar cuando ya había terminado mi asistencia a clases y estaba en mi primer trabajo como profesional, y bueno, pasó lo que tenía que pasar.  Convivimos casi 12 años, creo.  Y ahora llevamos más de 10 años separados, jamás logramos comunicarnos abiertamente.  Pero era una relación intensa, recuerdo vívidamente una mañana -ya cerca del final- cuando antes de ir a trabajar empezamos a discutir y terminamos teniendo relaciones.

Nací  y crecí en un hogar protestante, aunque mi familia paterna era católica y me bautizaron.  Curiosamente a mí me tocó el nombre de mi papá, y no a mi hermano mayor.  Lo cual odiaba pues mis abuelos tenían en un altar –figurativamente- a mi papá pues había sido su hijo mayor y había muerto tan joven –creo que tenía 26-.  De niño me daban la lata con lo de ‘tu papá era así’, ‘a tu papá todo el mundo lo quería’, ‘para su funeral vino tanta gente que no cabía en el amplio patio de la casa’.  En fin.

Un poco antes de la ruptura familiar empecé a cuestionarme la existencia de Dios.  Sí, sé que ser ateo no es signo de inteligencia –o ser creyente es signo de idiotez-, de hecho me siento más agnóstico, o sea, no sé si hay o no hay y no creo que deba convencer a alguien de uno otro hecho.  Cuando estaba en el imperio del norte visité alguna iglesia bautista negra –los coros son muy buenos, también una iglesia menonita y una sinagoga.  Mis mejores amigos de allí son judíos.  

Los últimos seis o siete meses allí asistí a un templo Zen.  Budismo Zen Soto.  Parte del nombre de este blog.  El abad y su esposa eran norteamericanos.  Él había escrito un libro sobre la americanización del budismo Zen, ella había creado un programa para una especie de escuela dominical budista.  Asistí a un par de entrevistas privadas con ambos.  Asistí a un par de retiros de fin de semana.  Por la vuelta a mi país no pude tomar los preceptos, lo que me hubiera convertido en un practicante.  

Hace cinco o seis años me enteré –por Facebook, por supuesto- de la muerte del abad.  Hace unas dos o tres semanas me enteré que la abadesa se retiraría y ocupará el lugar de abad un residente que empezaba a dar las primeras conferencias cuando yo asistí al templo.  Me llama la atención que el Zen no tiene mucha cosmología, me gustan también los rituales de sus servicios.

Hace ocho años o así obtuve el primer lugar de la primera edición de un certamen de relatos breves –menos de 100 palabras- en la ciudad.  Hace tres o cuatro años empecé a ayudarle a Rb a revisar los libros que estaba escribiendo para una editorial cristiana.  Luego la ayudé en la redacción de varios libros y al final escribí un par –sobre matemáticas, por supuesto- para los últimos años de educación primaria.

Ha sido un viaje. Y seguro vamos ya en cuenta regresiva.  A ver hasta cuando aguanta el cuerpo.