No se cual es realmente el tema adecuado. Talvez debería únicamente apegarme a los hechos. Esta semana me tocaba trabajar de 10 pm a 6 am, por cuestiones de atención a clientes justo del otro lado de la esfera. Al final corrieron ese horario para la otra semana pero, decidí quedarme velando de lunes a martes en mi oficina, pues debo familiarizarme más con un par de funcionalidades de nuestro programa. El lunes en la noche llamé a mis peques para saludar y ver como había principiado su semana, mi chica mayor me contó que el martes sus dos hermanitos participaban en una coreografía por grados y que se aceptaba que llegaran los papás. Me quedé el martes hasta las 7:00 AM en mi trabajo y luego fuí al colegio a verlos bailar. Por venir con el tiempo contado ni siquiera pasé por mi cámara a mi lugar. Me fuí directo al colegio y llegué justo a tiempo para ver el acto de mi chico más pequeño y luego el de mi segunda hija. Me quedé un rato con ellos y les dí un poco de dinero suelto, que casi no acostumbro. Cuando me iba a retirar mi chico más pequeño tuvo un connato de llanto, pues me dijo que creía que los papás podían retirarse con sus hijos y que además, le tocaba matemáticas y le estaba costando resolver unas divisiones. Me quedé un rato en el patio de la escuela explicándole que no podía retirarlo porque no tenía llaves de su casa y que tenía que terminar su jornada en el colegio luego, más tranquilo, volvió a su salón. Yo me vine a dormir lo que pudiera y traía los ojos humedecidos.
Hoy le tocaba el turno a mi hija mayor, como anoche si dormí en mi lugar hoy llegué con un poco más de tiempo al cole y armado de mi cámara. El acto de hoy estuvo un poco más corto que el del día anterior y compartí un poco de tiempo cono mi chica mayor, también le dejé un poco más de dinero suelto. Luego fuí al salón de mi hija segunda y me despedí de ella, dándole otro poco de dinero. Luego fuí en busca de mi hijo, quien para esa hora ya estaba en su hora de receso. Lo fuí a buscar al patio y su maestra me indicó en donde se encontraba: En las gradas de la cancha de Basketbol, junto con todos sus compañeros estaban resolviendo algunas operaciones que no habían podido terminar en su hoarrio de clases. Mi chico estaba bastante frustrado tratando de resolver una división de un número de cinco cifras dentro de otro de dos. Se había quedado con la tercera cifra. Revisé la situación y le fuí explicando paso a paso como debía realizarla, lográndolo sin mucha dificultad. Sus compañeros observaban mientras comprobaba el resultado de la operación. Le propuse que continuaramos con la siguiente pero sonó la campana anunciando el final del recreo. Le prometí a mi chico que este domingo practicaríamos más.
Luego del colegio me dirigí a la biblioteca de la Universidad. En el camino me recordé de mi propio caso con la división. Tendría nueve años quizá -mi chico acaba de cumplir 8- cuando una tía llegó a vivir una temporada a mi casa. Varios hermanos de mi papá estuvieron viviendo en varias temporadas en mi casa mientras ibamos creciendo con mis hermanos. Esta tía en cuestión era maestra, aunque nunca había ejercido su profesión hasta ese momento. Sin embargo, tenía toda mi admiración, pues para mí un maestro lo sabía todo. Además, en otra ocasión -post posterior con este cuento- me había demostrado una comprensión que en esa época me sonó a chino. Me recuerdo a mí mismo una noche, sentado en el patio de mi casa luchando con una división que no se dejaba resolver. Mi tía andaba por allí ocupándose de sus quehaceres y yo iba y venía consultándole mis dudas al tratar de resolver la división. Al final -al igual que en el caso de hoy- estaba escribiendo en el resultado una cifra que era múltiplo del dividendo, pero no su máximo divisor. Mi tía me mostró el error y yo finalicé con éxito la operación. Al igual que mi chico hoy.
Me sentí bastante responsable hoy de los resultados de mis hijos, siendo yo ingeniero creo que me ha faltado inculcarles más el amor por los números. Algo he de poder hacer.
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