viernes, 21 de noviembre de 2025

Ejercicios... working out... faire du sport...

Hasta mis cincuenta años -o algo así- nunca hice deportes de forma rutinaria; o sea, en la escuela primaria jugaba partidos de futbol -incluso algunos formales-; igual en básico y bachillerato.

Y en la facultad me tocó que tomar un curso obligatorio de deportes durante el primer semestre: nomás correr y correr; incluso estuve intentando salir a correr durante el segundo año, pero me reencontré con un problema: hiperventilo bastante rápido.

O sea, corro algunas cuadras y empiezo a respirar demasiado rápido; lo mismo -o casi- ocurre cuando hago algún esfuerzo extra -como cuando he ayudado a empujar un auto para arrancarlo en segunda velocidad-.

Creo que desde mi adolescencia sospeché que tenía alguna relación con la causa de muerte de mi padre -un mes antes de que naciera-; sospecho -no sé si se puede confirmar- que hay algo de malo con mi sistema respiratorio -o todo el sistema, por lo que también me cuesta escuchar algunos tonos-. 

Cuando estaba en mi primer trabajo despues de la universidad consideré asistir a un gimnasio; alguien con quien compartí casa unos meses era fanático de la salud física; pero nomas fui un día.

Y entonces -treinta años después- Rb empezó a hacer ejercicios porque uno de sus doctores le sugirió que la podía ayudar a controlar sus accesos de ansiedad; con ella habíamos hecho algunas tarde de yoga cuando empezábamos la relación.

Pero, esta vez, sí nos dedicamos con seriedad al asunto: primero fueron dos días a la semana de ejercicios aeróbicos por treinta minutos; luego le agregamos pesas, luego le agregamos otros diez minutos, luego le agregamos resistencia, luego le agregamos otros diez minutos.

Al final terminamos con una rutina de tres veces a la semana, a primera hora, de cincuenta minutos con una mezcla de ejercicios aeróbicos, de fuerza y de resistencia; hasta esta semana: Rb se sometió a una histerectomía y debe guardar reposo por casi tres meses.

En estos tres años yo me he ausentado por uno o dos días -o incluso por ocho- pero Rb ha continuado ella sola la rutina; yo le indiqué que no lo haría -seguir en solitario-; así que, por el momento, el periodo más prolongado de ejercicios ha terminado.

Y a ver cómo sigue eso... 

El lunes empezó normal la semana: meditación a las seis y veinte, luego la rutina de ejercicios de los lunes; después entré a la reunion, y luego la ducha matutina; el resto de la mañana estuvo bastante tranquilo.

Almorzamos unas piernas cocidas en aceite y ensalada; habiamos sacado a caminar a los perros antes del almuerzo por lo que, luego de este, nomás esperé un poco antes de lavar los trastos y preparar el té y el café.

Al terminar la jornada laboral -a las cinco de la tarde- nos dirigimos a los supermercados en dirección norte; Rb quería comprar un pocillo de porcelana, para preparar té; tambien compramos, en la tienda verde de descuentos, un par de recipientes herméticos, y yo compré un litro de vinagre.

El martes empezó la saga de la cirugía de Rb: me levanté a meditar a las cuatro y veinte; había escuchado que Rb ya estaba despierta y, cuando salí de la habitación, la encontre tomando un atol -se lo habían prescrito-.

A las cinco de la mañana abordamos el automóvil y nos dirigimos al hospital del centro histórico; por lo temprano el tránsito estaba bastante fluido: llegamos veinte minutos antes de las cinco y estacioné el auto frente al lugar.

Un poco después de las seis empezó a llegar el personal médico; esperamos un momento y luego entramos a recepción; tuve que comprar una mascarilla para entrar -y mover un poco el auto pues me había estacionado en el lugar de las ambulancias-; la recepcionista del hospital le entregó a Rb tres formularios.

Nos acomodaron en una de las habitaciones y Rb llenó los tres formularios -eran autorizaciones y descargo de responsabilidad para el hospital-; la acomañé hasta las siete menos veinte y luego nos despedimos.

Saliendo del lugar saludé a una anciana que -un poco después- sospeché que era la hermana de Rb -se había ofrecido a acompañarla durante el día-; el viaje de vuelta estuvo bastante tranquilo y a las siete y veinte estaba entrando en casa.

Intenté dormir un poco más pero no pude conciliar el sueño; de todos modos me estuve en cama hasta las ocho menos cinco; a esa hora me levanté a encender la computadora para entrar a la reunión diaria.

No hubo muchas novedades en la reunión; después de la misma -a las nueve menos cuarto- les dí de comer a los perros -Rb me confeccionó un documento con las horas y los detalles para alimentarlos, y aplicarle gotas en los ojos a la más anciana-.

Después de alimentar a los perros me volví a meter a la cama e intenté -nuevamente- dormir un poco; pero no lo logré, por lo que me levanté a desayunar, después de las gotas de las diez para la perra más anciana.

El trabajo estuvo tranquilo; intenté dormir otro poco durante la mañana, pero nomás me estuve un rato en la cama de Rb; al medio día recibí una llamada de la analista que está en el Imperio del Norte: estaba teniendo dificultades en seguir un documento que tengo asignado desde hace varios meses.

Un poco después me llamó mi supervisor para cuestionar por qué el documento estaba incompleto; la verdad es que no le había puesto mucha atención, por lo que me ofrecí a revisarlo; lo que estuve haciendo hasta mitad de la tarde.

De hecho, por estar trabajando en la actualización del documento almorcé tarde, y me tocó que sacar a caminar a los dos perros grandes al mismo tiempo -usualmente, cuando estoy solo, los saco uno por uno, por precaución-.

Después de sacar a caminar a los perros les dí el almuerzo; por la tarde terminé de leer el libro de la línea de español -decidí terminarlo en el intermedio del libro de no ficción-; a las cinco cerré la computadora del trabajo y me llevé la personal a la cama de Rb.

Terminé de ver la última película de Leonardo de Caprio; también ví el tercer capítulo de Pluribus; el resto de la noche, después de darles la cena a los perros, me estuve viendo videos de Youtube; hasta las diez: como no quería dormirme muy tarde decidí meditar antes de las once; luego los saqué, por última vez al patio.

El miércoles me levanté a las tres pues Rb le ha dado -por los últimos cuatro años- una comida extra (de pollo) a su perra más anciana a esa hora; le dí el pollo, la saqué al patio y le apliqué unas gotas en los ojos.

Después traté de dormir un poco: planeaba levantarme a las cuatro y veinte pues tenia que cocer un huevo -hervido- para complementar los alimentos del día de Rb; no pude dormirme pero me quedé entre las sábanas hasta las cuatro y cuarto.

A esa hora me levanté, medité y luego salí a hervir un par de huevos -el día anterior había consumido uno de esa forma para el almuerzo-; después saqué de la refrigeradora la bolssa que Rb había dejado preparada para su primer día de recuperación hospitalaria.

A las cinco y cinco abordé el automóvil y me dirigí al hospital en el que Rb fue intervenida el día anterior -histerectomía-; el tránsito estaba tranquilo, aunque en el centro histórico -aún a esa hora- se complica un poco.

De todos modos llegué a mi destino a las seis menos veinte; me parqueé frente al espacio designado para ambulancias y me puse a jugar algunas partidas de ajedrez; a las seis y cinco, cuando ví que ya habían abierto, entré al lugar; la recepcionista me indicó que podía entrar hasta el área de encamamiento.

Entré y todo estaba cerrado, y vacío; pero el día anterior habíamos conversado con Rb y quedado en que llamaría a su hermana para que saliera a encontrarme -la señora (dieciséis años mayor que Rb) la acompañó desde el día anterior-; lo cual hice.

Encontré a Rb saliendo de la ducha -o sea, ya estaba en la cama pero acababa de salir del baño-; le entregué la bolsa con el desayuno y me estuve en el lugar hasta las seis menos veinte; conversando un poco -Rb me presentó a la enfermera, y contó la forma en la que nos conocimos-.

A las seis menos veinte salí a encender el auto e iniciar el camino de retorno a casa; el tránsito de vuelta estaba bastante tranquilo con lo que, a las siete y veinte, estaba estacionando el auto frente a la casa de Rb; puse la alarma para las ocho menos cinco e intenté dormir, pero no lo logré.

Cuando la alarma sonó me levanté a encender la computadora del trabajo; como estaba solo le quité el headset y estuve en la reunión con los altavoces de la computadora; en el ínterin serví las porciones del desayuno de los perros.

El resto del día continué con la rutina del cuidado de los perros; la cual es bastante pesada: a la perra mas anciana hay que aplicarle tres tipos diferentes de gotas para los ojos en tres momentos diferentes; hay que darles de comer tres veces al día -cuatro a la más anciana-; sacarlos a caminar y algunas otras actividades adicionales.

Al final de la tarde -como a las cuatro- mi hija mediana me escribió para que pagara por la construcción de la división en el espacio de la sala del departamento -ahora será su habitación-; desde la mañana me había indicado que estaban trabajando en eso por lo que le pedí un par de fotos del trabajo, luego transferí los trescientos setenta dólares a la cuenta que me indicó.

Cuando terminé de trabajar -o al menos el horario- me dirigí a los supermercados en dirección sur; aunque nomás caminé al más cercano; compré un par de racimos de bananos -verdes- y tres pequeños paquetes de frijoles volteados; terminé el día alimentando a los perros a las nueve menos cuarto y sacandolos por última vez al patio a las once de la noche. 

El jueves empecé la rutina -que me debía mantener por casi dos semanas- a las tres de la mañana, alimentando a la perra más anciana, luego aplicándole unas gotas en los ojos y, por último sacándola al patio; luego retorné a la cama; lo bueno del día fue que no tenía que reiniciar a las cuatro.

Originalmente Rb me había pedido que ese día le llevara también alimentos para el día -había dejado preparado un paquete en la refrigeradora- pero, como le habían dicho que ese día le tocaba salir, y ademas no había consumido todos los alimentos que le llevé el miércoles, me pidió que nomás llegara por ella al mediodía.

Con lo que me levanté a las siete y media -me costó un poco volver a dormirme luego de las tres, pero sentí que descansé bastante-, medité y después entré a la reunión del equipo; en la que nos indicaron que debíamos realizar unas pruebas en una nueva versión en uno de los servidores.

Durante la mañana, además de hacerme cargo de los perros, estuve conversando con Rb para darle seguimiento a su salida del hospital; a media mañana me pidió que le transfiriera mil dólares a su cuenta -había mantenido en mi cuenta casi tres mil dólares desde varios años atras- y, a las once y media, me pidió que fuera por ella.

Me alisté, le avisé al analista que mejor me cae que iba a estar ausente -aduje problemas de conexión- y salí a tomar el auto; además llevaba una bolsa con seis onzas de flores de loroco, que la hermana de Rb le había pedido -y yo había cosechado después de la reunión del equipo-.

Cuando iba a un par de cuadras, ya en el boulevard, iba a poner un audio de portugues, pero me percaté que había tomado el celular que Rb ya no utiliza -se parece bastante al que estoy usando actualmente-; iba a retornar pero decidí continuar en el camino -lo cual fue un gran riesgo, pues iba completamente incomunicado-.

El tránsito estuvo un poco pesado en un par de puntos del camino; pero no excesivamente; de hecho me tomó casi el mismo tiempo que los viajes realizados a las cinco de la madrugada; eso sí, traté de ir con un poco más de precaución.

Por la hora también decidí entrar por el lado contrario del centro histórico; lo que me complicó un poco el final del trayecto; pero no mucho; un poco antes de las doce y media estaba parqueándome en la calle del hospital -no me pude parquear enfrente porque había una buena cantidad de vehículos-.

Creí que me iba a tocar que pagarle a algún indigente por 'cuidar' el vehículo -práctica que siempre me ha frustrado- pero, por haberme parqueado a casi media calle, la persona 'a cargo' de la acera no estaba pendiente de esa área.

Como andaba escapado de mi trabajo no puse mucho cuidado en parquearme correctamente -deje el auto bastante separado de la acera-, corrí a la recepción del hospital y la señora me indicó que podía entrar directamente a la habitación.

Pero la puerta del áre de encamamiento estaba cerrada y nomás se podía abrir desde el interior; había otra persona allí esperando -con uniforme médico- pero tampoco sabía como entrar; me percaté de un timbre en una de las paredes y lo presioné -aunque creo que no con la suficiente fuerza-.

Un poco después la persona se retiró y yo volví a presionar el timbre, el cual ahora si sonó en el interior; una señora salió a abrir y le indiqué que iba por una paciente; me dirigí a la habitación de Rb, toqué -luego de dudar de que fuera la correcta- y me respondieron afirmativamente.

Saludé a Rb y a su hermana y empezamos a preparar la salida; pero ellas fueron a despedirse de todo el personal; tomé el par de mochilas que Rb habia llevado y me dirigí al automóvil, lo moví para el frente del hospital y esperé muy poco a que salieran del lugar; a Rb la sacaron en silla de ruedas pero le tocó que caminar pues el auto estaba al otro lado de la calle.

Nos despedimos de la hermana de Rb -ella se fue a abordar el autobús en una calle aledaña y nosotros iniciamos el camino de vuelta; al final me ausente menos de dos horas -el final del camino lo conduje bastante despacio pues Rb se quejó de los túmulos-.

Cuando vine saqué a caminar a los perros; luego le serví parte de los alimentos que Rb trajo de vuelta -y me preparé las cuatro tortillas de maiz que he estado consumiendo desde el marte-; también confirmé con uno de los analistas si se habían reunido.

Pero no, no hubo ninguna reunión en mi ausencia; lo que si hubo -no ví el correo hasta mas tarde- fue un mensaje de mi supervisor pidiendo el detalle de las pruebas que -supuestamente- había hecho sobre una funcionalidad; temí la implicación del mismo -el correo incluí a mi supervisora local como destinatario- por lo que intenté preparar una buena respuesta.

La cual, realmente, no existía: la verdad es que no me he esforzado en realizar correctamente mi trabajo desde hace varios meses -años?-; de todos modos recabé la información, prepare un cuadro -aceptable, según yo- y respondí al correo.

La tarde continuó igual que la anterior -y, me imagino que las siguientes-; con la diferencia de que Rb me agradeció varias veces por hacerme cargo de todo; y yo quejándome de que mi trabajo ya no me satisface; pero bueno.

Al final de la tarde iba a ir al supermercado a comprar bananos; pero, haciendo cuentas, aún nos quedaban para terminar el día y empezar el siguiente, por lo que nomás fui a la panadería por el pan para los desayunos de viernes, sábado y domingo -hasta más tarde me dí cuenta que sí debía haber ido al supermercado pues nomás me quedaban tres tortillas de maíz-.

Por la noche ví la segunda parte de una película española en la que actúa el protagonista de las dos películas antiguas de Hellboy; también hice Duolingo, le dí de comer a los perros de Rb y, un poco antes de las once, los saqué por ultima vez al patio.

Y a ver cómo sigue eso... 

domingo, 16 de noviembre de 2025

Inversiones (casi escribo "malas")... Investments (I almost wrote "bad")... Investissements (j’ai presque écrit “mauvaises”)...

El miercoles por la tarde me escribio mi hijo menor por whatsapp: me envió un screenshot del depósito que le habían hecho por la recompra de acciones que habían realizado en su trabajo.

Lo primero que noté fue que la cantidad que recibió era la mitad de lo que había visto en el sitio de la empresa que gestiona esta información -quienes administran las acciones-: en la página decía que las acciones tenian un valor de tres mil dólares; el depósito que ví fue de mil quinientos.

Lo cuestioné sobre la cantidad y me envió un screenshot del documento de liquidación; el valor de cada acción era como la mitad de lo que decía la página de stocks; me molestó un poco el hecho; o sea, en vez de ganar un diez por ciento con las inversiones había perdido el cincuenta por ciento.

Y me puse a rumiar pensamientos: qué estafa; siempre se aprovechan de los pequeños inversores; las empresas siempre fastidian a sus empleados; y así; pero nole dí mas importancia; tampoco le comenté nada a mi hijo.

Pero también me dije que no volvería a invertir; o al menos a hacerlo de la forma en la que me metí en esta aventura: o sea, con una completa ignorancia de cómo funcionan los procesos; básicamente aceptando mi desconocimiento.

Pero el jueves recibí otro mensaje de mi hijo: le había escrito -a los tres, realmente-: había depositado en la cuenta del edificio donde viven los cincuenta dólares que habían pedido como aporte extraordinario, por la compra de una bomba de agua.

Mi hijo me comentó que no había revisado su correo durante los últimos dos días -había estado fuera-; y que se acababa de percatar que las acciones habían sido adquiridas a mitad de precio porque una parte del valor se había trasladado a acciones de la empresa matriz.

Y, con el valor de mercado de las mismas, entonces quedamos casi en la misma posición: o sea, sin pérdidas; pero aún deberémos averiguar cuáles son las condiciones en las que serán administradas; o sea, se supone que esas sí pagan dividendos anuales; aunque me preocupan los cargos de administración.

Y a ver cómo va eso... 

El miércoles me levanté a las seis y veinte; me levanté algo raro porque me recordé que, durante la noche, había estado teniendo sensaciones raros en las piernas: me había despertado y sentía las sentía ingrávidas.

La noche anterior había confirmado si aún no me tocaba aumentar en un minuto la duración de mis periodos de meditación; pero no, al parecer aún tenía que esperar hasta el viernes para el cambio.

Medité veintiún minutos y luego salí a despertar a Rb, para realizar la rutina de ejercicios de mitad de la semana; y, aunque los perros no estuvieron interrumpiendo, igual decidí volver a tomar la ducha hasta después de que terminara la reunión diaria.

La reunión continuó en la misma forma: apenas revisamos algunos nuevos reportes de fallos que un par de analistas habían reportado; y la indicación de que se realizaría la actualización durante el día.

Después de hacer Duolingo estaba considerando retornar a la cama -el baño me había relajado-; pero noté que era el día en el que me reuno con mi supervisora local a las nueve y media -reunión bimensual 1:1-.

A la hora convenida entré a la reunión con mi supervisora; ella entró como cinco mintuos más tarde, aduciendo problemas con la herramienta que utilizamos; y la reunión estuvo bastante tranquila: no se habló del incidente de la semana pasada -mi irresponsabilida-.

El único tema que yo tenía en mente era el convivio de fin de año del equipo: el año pasado lo realizamos en el parque temático a donde acudimos con mis hijos; pero este años aún no se ha confirmado nada -ni siquiera un convivio de toda la empresa-.

Antes de tocar el punto laboral estuvimos conversando un poco de temas personales; yo tenía la idea de que mi supervisora era católica -le pregunté si pertenecía al Opus Dei- pero, sorprendentemente, me comentó que era evangélica.

Al mediodía recalentamos la segunda porción de tortilla española de la semana; acompañada de una gran ensalada -y refresco de Rosa de Jamaica-; como habíamos sacado a caminar a los perros antes del almuerzo, nomás esperé un rato antes de lavar los trastos del almuerzo -aunque el lavatrastos estaba más lleno que de costumbre-.

Mientras Rb le daba de comer a sus perros yo puse un poco de manzanilla en la olla y le preparé un té; también preparé un café para mí; como había quedado en reunirme con mi amigo poeta a las cinco y media -y el tránsito es muy variable por acá-, salí de mi trabajo a las cuatro y media.

A esa hora tome mi mochila, encendí el automóvil e inicié el viaje de ida; sorprendentemente el tránsito estaba bastante ligero: no me tocó que parar en ningún tramo del boulevard; y en el resto del camino nomás en un sector se ralentizó.

Con lo que llegué al lugar de costumbre a las cinco y diez; había considerado que me iba a tocar esperarlo; pero justo entrando al restaurante recibí un mensaje de que se atrasaría al menos quince minutos; al final fueron como veinticinco minutos.

De acuerdo a lo que había previsto había ordenado un pastel tres leches y un té frío; cuando mi amigo llegó pudimos ordenar un par de cenas típicas -las empiezan a servir a las seis y faltaban como cinco minutos para esa hora-; luego nos estuvimos en el lugar por casi dos horas, entre cena y conversación.

Además, casi al final de la reunión, le dí los seis billetes de veinte dólares que no me había aceptado el banco; a las ocho menos veinte nos despedimos; abordé el automóvil y le envié un mensaje a Rb para comentarle que empezaba mi retorno.

El tránsito de vuelta tampoco estuvo muy fuerte; me vine por varias calzadas principales y no hubo embotellamiento en ningún lugar; al final vine un poco después de las ocho y cuarto; acompañé a Rb en su cama mientras veía alguna de sus series; también vimos la segunda parte del primer episodio de una competencia de pasteles -la noche anterior habíamos visto la primera-.

El jueves me levanté a las seis y media; medité y luego retorné a la cama: era mi primer jueves de vacaciones -de los dos que me obligan a tomar al mes- y puse la alarma del celulara para las ocho y media.

A esa hora me levanté a preparar el desayuno, y a esperar a que Rb alimentar a a sus perros; un poco antes de las diez nos dirigimos al mercado en el Centro Histórico; Rb debía ir a consultar al internista en donde se someterá a la cirugia, y me había pedido que la acompañara al mercado, para traer de vuelta las moras que compra en el lugar.

El tránsito estaba bastante normal; un poco de embotellamiento antes de salir a la ruta intermunicipal; el busito se estaciona un rato en ese lugar y vimos cómo lo abordaba uno de los voluntarios con quien visitábamos hace diez años -también lo había visto en una sucursal de la telefónica hace unos años-.

Estuvimos conversando un rato con el joven, mientras el busito reiniciaba la marcha; nos despedimos en el comercial en donde la ruta finaliza; en el mismo lugar hay otra sucursal de la telefónica, a donde se dirigía a trabajar nuestro amigo.

De allí tomamos un transmetro hasta el centro; a medio trayecto el joven que iba sentado a la par de Rb se levantó; yo me percaté que había una tarjeta de pago del transporte entre los asientos y le pedí a Rb que verificara si tenía la de ella; entonces se la dimos al joven.

Lo raro es que justo cuando vi el piso de la unidad, había otra tarjeta; y, como de esa, era mucho más difícil saber a quien pertenecía, nomás la guardé en la bolsa del mercado de Rb; la usé en el viaje de vuelta, tenía apenas tres pasajes.

En el mercado Rb compró tres libras de moras y un ciento de bolsas transparentes; estas últimas las quiere utilizar para separar porciones de comida de sus perros grandes, para facilitarme un poco la vida, cuando me toque hacerme cargo de estos, mientras ella se recupera de la operación. 

Luego de las compras me despedí de Rb, ella se dirigió a la estación desde donde toma el transmetro hacia el hospital; yo me dirigí a otra estación cercana, para empezar el viaje de retorno; la estación no estaba muy llena; al parecer el partido de futbol de la selección -contra el país que creó el Imperio del Norte para ahorrarse un mes de viaje de sus barcos- bajó la afluencia de personas en las calles ese día.

Me apeé del transmetro en el comercial en donde se estacionan los busitos; entré al supermercado del lugar y compré un poco de bananos y una red de aguacates; luego pasé al banco a retirar los últimos novecientos dólares que tenía en mi cuenta bancaria.

Luego salí del comercial, a abordar el busito; el cual no tardó mucho en iniciar el recorrido -a pesar que nomás veníamos dos o tres pasajeros-; creí que venía con bastante tiempo antes del almuerzo, pero de hecho ya era la una de la tarde.

Le envié un par de fotografías a Rb -había olvidado la lista de preguntas para la consulta con el internista y el dermatólogo- y luego me preparé el almuerzo: la última porción de tortilla española; acompañada de ensalada -antes de salir había preparado las ensaladas, así Rb podía llevarse la suya al hospital-.

Almorcé y luego saqué a caminar a los perros; quería ver cuánto tiempo me tomaba el procedimiento -para visualizar cómo estarán mis dos semanas siguientes- pues me toca sacar a cada perro grande por separado.

Al final entre la caminata de los dos perros grandes -incluyendo recoger sus desechos- y sacar a la pequeña -y más vieja- al patio pasaron treinta minutos; lo que no está tan mal: o sea, puedo tomar treinta minutos para almorzar y otros treinta para las caminatas.

Rb se pasó toda la tarde en el hospital: había llevado su almuerzo pues debía acudir a dos citas médicas; la primera con el internista, para evaluar sus condiciones para una intervención quirúrgica (histerectomía, me parece); la segunda con el dermatólogo, pues había observado que un piquete en el pie se le había desarrollado de una forma rara; incluso creía que era tiña.

Pero no, no era tiña; el dermatólogo la revisó y le indicó que la forma en la que había evolucionado se debía a la edad; creo que le recetó una crema antiséptica; ahora, con el internista hubo un poco de confusión porque el exámen de sangre indicaba un grado de diabetes; de hecho le indicó que debía volver a realizarlo, para descartar un error en la medición.

Y además, le dió la luz verde para la intervención quirúrgica; o sea, le indicó que el martes siguiente debía entrar al quirófano; Rb me llamó en cuanto salió de las consultas, para contarme todo eso; luego empezó el camino de retorno y llegó a casa cuando ya había oscurecido.

El viernes fue -en general- un día bastante tranquilo; o sea, la noche anterior empezamos a afinar los detalles para los tres días que Rb estará ausente por su cirugía -y que yo me tendré que hacer cargo, desde las tres AM hasta las once PM de sus perros-; me desperté a las seis y media y, después de meditar, levanté a Rb para realizar la rutina de ejercicios.

Al igual que los días anteriores, me duché hasta después de la reunión de equipo diaria; luego me metí a la cocina y me preparé el desayuno de los viernes; estoy utilizando por estos días dieciseis o diecisiete gramos de embutidos y treinta gramos de repollo, con la torta de huevo que preparo para mis panes.

Durante la mañana estuve avanzando un poco en las tareas del trabajo; pero muy poco; por ser viernes preparamos el penúltimo de los pescados que traje de la última visita a mis padres; y por la tarde me dediqué a leer.

Después del horario laboral nos dirigimos a la tienda verde de descuentos: Rb quería comprar un paquete de pañales para adultos, le pidieron una docena para la cirugía; yo aproveché para comprar dos paquetes de dulces para repartirlos en caso haya convivio de fin de año.

En la noche empecé a ver la última película de Leonardo de Caprio: One battle after another; está super larga -más de dos horas y media- por lo que decidí dosificarla en cinco partes, de treinta y dos minutos cada una.

El sábado me levanté a las siete y media, medité y volví un rato a la cama; puse la alarma del celular para después de las ocho, pero me levanté cuando escuché que Rb empezaba sus actividades diarias -creo que sacó a los perros al patio-.

Preparé mi desayuno de los sábados y luego retorné a la cama a hacer Duolingo, y a leer un poco: he estado leyendo un poco más en Español; me ha costado iniciar con el siguiente libro en la línea de No Ficción: Proust and the Squid.

A media mañana nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; nos metimos al mas lejano pues yo quería sacar cien dólares del cajero automático que se encuntra en el lugar: como no iba a poder ver a mi hija el siguiente sábado -un día antes de su cumpleaños- había planeado entregarle ese mismo día su regalo de cumpleaños.

Pero el cajero no servía; de todos modos aproveché para comprar una bolsa de tortillas de maiz y una bolsa de soya texturizada; planeo utilizarlos dos o tres días durante el período de convalecencia de Rb; también compré un hermético con cuatro cubiletes, para mi visita del día siguiente al voluntario que me rescató cuando la batería del auto se descargó el mes pasado.

En el otro supermercado ibamos a comoprar bananos, pero no encontramos ningún racimo en buenas condiciones -de hecho casi no habían bananos en el lugar de costumbre-; retornamos a casa y, a las once, saqué a caminar a la perra más pesada de Rb.

Luego me metí a la ducha; salí de casa después del mediodía pero el tránsito -sorprendentemente- estaba bastante ligero; llegué a la casa de mis hijos a la una menos cuarto; nomás llevaba mi mochila negra con los cubos de Rubik y el Scrabble.

Le escribí a mi hijo para notificarle que ya había llegado; nomás le dió un (Y) a mi mensaje; y me estuve en el área de la sala -que pronto se convertirá en la habitación de mi hija mediana- haciendo algunas lecciones de Duolingo.

Mi hija mayor salió un rato después -con cara de almohada- y estuvimos conversando un momento; mi hijo salió después de la una y cuarto; le propuse que nos dirigiéramos al parque temático e iniciamos la caminata hacia el lugar.

En el camino le pregunté sobre alguna preferencia para almorzar; me comentó que había desayunado pollo como a media mañana y que, realmente, no tenía apetito; con lo que nos quedamos sin almorzar.

El parque estaba un poco más concurrido que de costumbre -me imagino que debido a que mucha gente ya anda de vacaciones, especialmente los que se relacionan con la educación-; el lugar donde usualmente almorzamos estaba reservado por un convivio.

Nos dirigimos a una banca en una de las sendas del lugar y allí nos estuvimos un poco más de una hora, conversando y armando los siete u ocho cubos de Rubik que llevaba; después nos subimos a la rueda de Chicago de costumbre.

Para terminar la visita del lugar entramos a ver la nueva obra de teatro que montaron con temática navideña; entramos al lugar a la última función - a las cuatro de la tarde-; la obra está pasable: mucho baile y casi nada de argumento.

La duración de la misma es de un poco menos de media hora; luego de lo cual empezamos el camino de regreso al departamento; le pedí a mi hijo que me acompañara a un cajero automático, pues quería retirar el efectivo que planeaba obsequiarle a mi hija mayor.

En el camino hay dos comerciales en donde hay varios cajeros automáticos; pero ninguno de los tres aceptó la transacción móvil que había realizado más temprano; en la panadería del primer lugar compré un par de zapelines.

Cuando regresamos al departamento le envié un mensaje a mi hija mayor invitándola a un té -de jazmín-, pero no me respondió; le ofrecí a mi hijo un café instantáneo; pero me dí cuenta que no llevaba paquetes de café; él tomó un poco de agua y yo preparé un té de jazmín; compartimos uno de los zepelines.

Un poco después de las cinco y media me despedí de mi hijo, bajé al sótano e inicié el camino de regreso a casa de Rb; el tránsito estuvo un poco pesado en una parte de la calzada colindante a la casa de mis hijos, pero no mucho, no tuve muchas dificultades para alcanzar mi destino.

El domingo me levanté a las siete y media y, al igual que el día anterior, luego de meditar veintidos minutos retorné un rato a la cama; me levanté cuando escuché que Rb sacaba a sus perros de la habitación.

Me iba a preparar mi desayuno de los domingos: una torta de huevo, tortilla de harina y frijoles; pero no encontré ninún paquete de frijoles volteados -no me dí cuenta que me había quedado sin provisiones de este alimento-; por lo que nomás fue la torta de huevo con tortillad de harina.

Después del desayuno estuve haciendo un poco de Duolingo y leyendo un poco de Proust and the Squid -es muy bueno: sobre la historia y elementos de la lectura-; a las diez de la mañana nos dirigimos al supermercado en donde compramos artículos a granel.

En el camino pasamos a otro supermercado para comprar bananos -ya no teníamos para acabar el día-; luego seguimos al que nos dirigíamos; allí Rb compró un frasco de semillas de marañón y un saco de comida para perros; yo compré una bandeja de alitas de pollo.

También compré un frappuccino y un pastel tres leches; pero me cuidé de no consumir lo primero -ni lo segundo, realmente- en el camino: en una de las penúltimas visitas al supermercado me había dado un brain-freez bien feo; y venía manejando, por lo que nos puse en un riesgo muy alto sin ninguna necesidad.

Retornamos a casa con las compras; y yo dí buena cuenta del frappuccino y de la mitad del pastel de tres leches; un poco más tarde Rb empezó a preparar las alitas de pollo dominicales y sacamos a caminar a los perros; yo preparé un par de ensaladas y completamos el almuerzo.

Después del almuerzo lavé los trastes que había en el lavatrastos y luego me estuve viendo algunos videos de Youtube; a las dos y media metí mi computadora y mi tablet -y el tablero de ajedrez- en la mochila y, a las tres menos cuarto, me dirigí a la casa del voluntario que visito mensualmente.

Llegué al lugar justo a las tres de la tarde, estacioné el auto un poco atrás pues alguien se había parqueado justo frente a la casa de mi amigo; toqué el portón y, esperé a que mi amigo bajara.

Volví a agradecerle por la ayuda brindada el mes anterior cuando la batería del auto se había descargado; y nos pasamos el siguiente par de horas entre conversación, café y cubiletes -ahora sí llevaba paquetes- y enseñándole a obtener libros de la página en la cual me  surto de los mismos.

Al final bajamos cinco libros de Agatha Christie -en español y en formato pdf- y uno de Julio Verne; a las cinco de la tarde me despedí de mi amigo e inicié el camino de retorno; el tránsito estuvo bastante ligero por lo que menos de veinte minutos más tarde ya estaba estacionando el auto frente a la cassa de Rb.

Por la noche estuve viendo algunos videos de Youtube, el primer capítulo de Pluribus, y la tercera parte -de cinco- de One battle after another; también hice algunas lecciones de Duolingo; aunque las partidas de ajedrez en esto último no han estado funcionando tan bien.

Y a ver cómo sigue eso..

miércoles, 12 de noviembre de 2025

La salud, la vida, y esas cosas... Health, life and those things... La santé, la vie et ces choses...

La situación doméstica ha estado mera rara durante los últimos días -o semanas? o meses? o años?-; o sea, siempre he mostrado respeto por las vulnerabilidades de Rb en esta área: acepté tomar antibióticos -lo cual odio- cuando ella se trató por Helicobacter Pylori. 

Y para la pandemia, incluso, me retiré de su casa durante un par de meses porque ella se sentía muy insegura por mis salidas semanales para ver a mi hijo menor -luego retorné y me establecí en su casa, cuando las medidas de aislamiento se recrudecieron-.

Cuido a sus perros -les doy de comer, básicamente- cuando tiene que acudir a alguna cita médica o realización de exámenes de laboratorio -o cuando tiene que salir por cualquier razón-; lo cual, generalmente, no ha representado una gran carga.

Pero lo que se viene -me temo- está un poco más serio: la siguiente semana tendrá que ir a realizarse una serie de exámenes al hospital al que acaba de acudir; y luego, casi seguramente, tendrá que estar hospitalizada por un par de días -no sé si más- por una cirugía.

Y allí es donde entro yo -y fue parte del drama por el cual no terminamos (por primera vez) la rutina de ejercicios del viernes-: a Rb le preocupa -o se siente culpable- de la sobrecarga de trabajo que representará hacerme cargo de sus perros.

Porque además de que los alimenta religiosamente -en la cama, y a la más anciana la obliga a comer- tres veces al día, también se levanta todos los días a las tres de la mañana para darle algunos trozos de pollo a la susodicha: teme que dejarla sin comer durante más de ocho horas le dañe más el páncreas -o algún otro órgano, no estoy seguro.

O sea, la perra tiene más de quince años de vivir con ella; y, según estimaciones del veterinario, ya tenía tres años cuando ella la adoptó -alguien la había rescatado de un grupo que llegaba a alimentarse a un contenedor de basura; y tiene más de una década comiendo una comida exclusiva por su pancreatitis. 

Hace cuatro o cinco años estuvo a punto de ponerla a dormir: la perra estuvo muy mal, con vómitos  constantes y temió que ya no iba a poder alimentarla; y desde esa fecha la obliga -en la mayoría de las ocasiones- a ingerir las pequeñas croquetas con las que la alimenta.

Y, también, desde esa fecha se levanta todos los días a las tres de la mañana, a asegurarse que siempre tiene algo en el estómago; hace unas semanas -o meses- la ví bastante desmejorada: le estaba costando levantarse -duerme más de veinte horas al día- y se notaba rigidez en las extremidades.

Le indiqué a Rb que lo mejor es que se preparara; luego vió que los ojos habían empezado a irritársele (le hecha gotas varias veces al día porque ya no produce lágrimas); entonces decidió llevarla a la clínica en donde operaron a su otro perro.

En esa ocasión le dieron varios medicamentos para la rigidez; y le aumentaron las dosis de las gotas en los ojos -creo que también le prescribieron otro tipo de gotas-; de todos modos le dijeron que debía prepararse; pero la medicina le cayó muy bien a la perra; la rigidez desapareció y ha retornado a su rutina de los últimos años.

Yo había estimado que podía levantarme un par de días a las tres y alimentar a la perra -y alimentar también a los otros dos durante el día-; pero este día Rb se puso mas seria: durante su recuperación (1 semana? dos semanas?) no podrá realizar esfuerzos, por lo que se preocupa de la carga que me está imponiendo.

Por supuesto que me he estado mostrando estóico; tratando de tranquilizarla e indicándole que cruzaremos cada puerta conforme vaya presentándose; pero insiste en el control: hoy quería 'enseñarme' cómo le aplica gotas en los ojos a su perra; mi respuesta, como siempre: no, nomás dame un horario detallado de lo que hay que hacer cada día, yo me encargo.

Y a ver cómo va eso. 

El sábado me levanté a las seis y media; había dejado la alarma de la tablet, además de la del celular pues temía que no iba a depertarme a tiempo; después de meditar me metí a la ducha; quería salir de casa antes de las siete y media.

Después de la ducha aún leí un capítulo de Expediente Hermes; después, un poco antes de las siete empecé a caminar hacia el punto en donde abordamos los buses intermunicipales; y fue una buena decisión porque a medio camino el tránsito estaba bastante pesado.

Cuando llegué a la ruta intermunicipal el bus estaba arrancando; me llamó la atención que el ayudante me cobró medio dolar cuando usualmente me cobran un poco más en las ocasiones en las que voy hasta el periférico.

Cuando llegamos a esa ruta el bus iba algo rápido por lo que me bajé un par de calles antes del lugar en el que debía tomar el Transmetro; de hecho cuando me bajé del bus ví que había una unidad en la estación; por lo que tuve que esperar un buen tiempo para la siguiente.

Al final llegué al centro histórico un poco antes de las ocho y media; consideré -como la última vez- pasar un poco de tiempo por la calle principal; pero luego decidí caminar despacio hasta la calle donde vive mi ahijada.

Llegué justo un par de minutos antes de las nueve a la calle; la llamé y le comenté que estaba esperandola frente a su casa; en donde me tocó que ver una escena bien rara: un tipo -justo en la casa de enfrente- sacó a una mujer -con un bebé- de su casa y le tiró una bolsa.

La señora se recompuso un poco y luego empezó a somatar la puerta; el señor volvió a salir con otra bolsa y se la entregó; en el ínterin se dió cuenta que estaba observando la escena y empezó a gritarme, amenazándome; yo nomás caminé un paso más cerca de la puerta de la casa de mi amiga.

Un poco después ésta salió y le comenté lo que había visto; de hecho vimos a la señora en el otro extremo de la calle, empezando a cruzar la misma; mi amiga me comentó que el día anterior -o el anterior- alguien había denunciado a este señor y la policía había llegado al lugar, haciendo bastante relajo.

Empezamos a caminar hacia el lugar a donde habíamos previsto desayunar: un comedor con el nombre de una tira cómica que -hace más de cuarenta años- era publicada en el periódico más popular del país.

Yo había sugerido el lugar unas semanas antes: luego de intercambiar algunos mensajes por whatsapp había estado buscando en Internet lugares económicos cercanos en donde tomar  un desayuno en paz.

Llegamos al lugar sin mucha dificultad y se veía bastante bien: en la puerta se encontraba una señorita -aparentemente esperando a alguien- y adentro había tres o cuatro mesas ocupadas -un poco después entraron un par de policías a tomar sus alimentos-.

El desayuno estubo bien -super típico-; empezando por café y avena -o arroz con leche, no estoy seguro-; luego el mesero -que al principio había notado bastante serio- se acercó a presentarnos el menú; mi ahijada ordenó huevos con tomate y cebolla y yo huevos con chorizo.

Cada desayuno incluía frijoles -bastante aguados- y una pequeña porción de plátanos cocidos; estuvimos en el lugar por un poco más de una hora, entre desayuno y conversación; al final  pagué la cuenta -ocho dólares-; aunque le pregunté si tenía medio dólar, para dejarle al mesero -sí tenía-.

Un poco después de las diez y media le pregunté si retornaría a su casa o iría -como es su costumbre- a la calle más popular en el centro; confirmando lo segundo; como yo tenía que tomar el transmetro cerca del lugar caminamos hasta su destino.

Nos despedimos al inicio de la calle y yo me dirigí -a un par de avenidas- a la estación del transmetro; desde allí me conecté a Internet y le avisé a Rb que empezaba mi viaje de retorno -eran las once y dos minutos-; como había visto a una unidad pasar un poco antes temí que tendría que esperar -como la última vez- mucho tiempo.

Pero no, la siguiente pasó sin tanta demora; en el camino me vine armando el cubo de rubik de 4x4x4 y el de 5x5x5; incluso un joven hizo el intento de conversar sobre el mismo; pero el ruido del vehículo estaba muy alto.

No había mucho tránsito en el periférico por lo que poco después llegué a la penúltima estación; desde allí caminé hasta el comercial en donde se estacionan los busitos que tomamos para retornar a casa; afortunadamente el mismo casi estaba por empezar su recorrido; con lo que vine a casa a las doce y cuatro minutos.

Encontré a Rb terminando de preparar sus porciones de pan y  galletas; un poco después sacamos a caminar a los perros; luego preparamos el almuezo: pollo dorado y ensaladas de lechuga, zanahoria, aguacate y manzana -roja en esta ocasión-.

Después del almuerzo estuvimos en el patio, bajando un par de güisquiles y casi tres cuartos de libra de flores de loroco; eso no tardó mucho; por lo que antes de salir a los supermercados me entretuve en mi habitación viendo la primera parte de una película de ciencia ficción de Dave Bautista.

A las cinco nos alistamos y caminamos hasta la altura del supermercado más alejado en dirección sur; pero no entramos, nomás dimos media vuelta y, en el de la mitad del camino, compramos un poco de bananos.

Luego, en la tienda de costumbre, compramos manzanas, tomates y un cartón de huevos; también pasamos a la panadería pues yo debía comprar pan para el desayuno que había previsto para el día siguiente con mi hija mediana.

Por la noche estuve viendo algunos videos de Youtube, leyendo otro poco de Expediente Hermes y acompañando a Rb en su habitación; también pagué la cuenta mensual de Internet -por error había transferido los treinta dólares a una cuenta que no he usado en varios años, afortunadamente el banco receptor anuló la transacción-. 

El domingo lo había previsto casi en la misma forma que el día anterior: debía encontrar a mi hija mediana en el departamento a las ocho y media; ella ha estado trabajando por la noche, incluyendo sábados y domingos, descansando los miércoles y jueves -creo-.

O sea, por cuestiones monetarias prefirió trabajar todo el fin de semana y descansar entre semana; y a mí llegar -o salir de acá- entre semana se me hace bastante difícl; o sea, el mes pasado nos reunimos un jueves; y me llevó casi media hora nomás salir a la calzada principal luego de que nos despedimos; pero la idea no fue buena.

Me levanté -al igual que el día anterior- a las seis y media, medité y luego me metí a la cocina a preparar un par de mis panes especiales -envueltos en papel de aluminio-; metí los dos panes, con el litro de Incaparina y los bananos que había comprado durante la semana, en la mochila con aislante térmico.

A las siete y media me metí a la ducha; luego estuve leyendo un poco antes de cargar las cosas en el automóvil -había comprado consumibles para el departamento la semana anterior-; un poco antes de las ocho Rb salió de la habitación, me despedí de ella y me dirigí al departamento de mis chicos.

El tránsito estaba muy muy ligero; tanto que llegué antes de las ocho y media al edificio -también tomé una ruta que usualmente evito, cerca de la Universidad-; hice dos viajes entre el auto y el departamento para subir los consumibles -dos paquetes de papel higiénico, otro de toallas plásticas, un gran recipiente de detergente de ropa y un paquete de dos recipientes de desinfectante para pisos-.

En el segundo viaje encontré a mi hija mediana en la sala; y no se veía muy bien, me comentó que nomás había dormido como cuatro horas -sale a media noche del trabajo- y que debía volver al trabajo al mediodía; cuando le dí la opción de quedarnos en el departamento, en vez de ir al parque temático, la tomó de inmediato.

Y al principio ni siquiera tenía apetito; una hora o así más tarde -estuvimos conversando en la sala durante ese tiempo- iba a tomar agua, le ofrecí Incaparina -fue raro porque, al parecer, el sello de aluminio del tetrabrick estaba abierto-; y luego consumimos los panes que había llevado.

Luego del desayuno continuamos en el lugar y, un poco más tarde, jugamos una buena partida de Scrabble; yo le había indicado a mi hija que podía pasar a dejarla a su trabajo, pero al final prefirió que me retirara a las once, pues quería descansar un poco antes de prepararse para salir a tomar el autobús.

Por lo que a esa hora me despedí de mi hija, bajé al parqueo, e inicié el trayecto de vuelta a la casa de Rb; el tránsito seguía bastante confortable; vine como a las once y media y estuve haciendo algunas lecciones de Duolingo antes de ayudar con el almuerzo: alitas de pollo y ensaladas.

Después sacamos a caminar a los perros; no había muchos trastos pero los lavé antes de preparar un té de manzanilla y una taza de café; el resto de la tarde me la pasé viendo videos de Youtube y leyendo un poco del libro en Portugués: Agilidade Emocional; la verdad la autora no me cae muy bien: es una psicóloga -blanca- de Sudáfrica; que aún se benefició -como el hombre más rico del mundo- del Appartheid.

Al final de la tarde preparamos la tortilla española para tres almuerzos de la semana: Rb sofrió champiñones y frío una torta de pollo; yo pelé y cubiqué tres libras de papas y las puse a hervir durante diez minutos; luego preparé la tortilla, con media docena de huevos.

A diferencia de la última vez, utilicé un sartén para darle vuelta a la misma -la última vez lo había realizado con una tapadera de aluminio pero no quedó bien- con lo que el resultado fue mucho mejor; luego de veinte minutos de cocción -diez de cada lado- la dejé enfriándo antes de dividirla en seis porciones.

Por la noche intenté continuar con la película de Bautista, pero, al final, decidí que no la completaría; un poco antes de las nueve me dí cuenta que no había completado los retos del día en Duolingo; y no pude terminarlos antes de las nueve; con lo que, además de quedar en primer lugar en la liga semanal, entré en la de la semana siguiente.

La semana ha estado bastante lenta: el lunes realizamos la rutina de ejercicios a las seis de la mañana; pero los perros estuvieron interrumpiendola para salir al patio; por lo que decidí que no me bañaría antes de la reunión -sino después-.

La reunión estuvo tranquila -aunque la atendí un poco sudado (igual la temperatura está bastante baja, por lo que el sudor no era mucho)- después de la misma sí, me metí a la ducha, luego salí a prepararme el desayuno.

En la reunión habían indicado que realizarían una actualización de la aplicación durante el día; y eso me estuve haciendo todo el día: esperando el release; el cuál no sucedió; al mediodía almorzamos una de las porciones de tortilla española, y ensalada.

Al final de la tarde Rb me pidió que la acompañara a la farmacia: necesitaba una de las medicinas que le administra a los perros -y a ella misma- para proteger el sistema digestivo cuando ingieren alguno de los medicamentos de sus tratamientos.

El martes me levanté a las cuatro y media: Rb había planificado realizarse los exámenes necesarios antes de someterse a la cirugía para la extirpación del útero -y un ovario, me parece- y me había pedido que la llevar al hospital.

La vez anterior que habíamos acudido al hospital habían sido bastante puntuales en su horario de apertura: las seis de la mañana; y, como el tránsito para entrar a la ciudad se pone pesado luego de las cinco, acordamos salir a esa hora.

Medité los veintiún minutos y luego salí de la habitación; a las cinco de la mañana abordamos el auto y empezamos el trayecto; el cual estuvo bastante tranquilo; llegamos al lugar diez o quince minutos antes de la hora de apertura.

Pero en esta ocasión no fueron tan puntuales; llegaron las seis y cinco y aún no se veía nada; además, una indigente se había acercado al auto -creo que con la intención de cobrar por parquearnos en el lugar-; por fin llegaron un par de personas, esperé a que Rb ingresara al lugar e inicié el viaje de regreso.

El tránsito de vuelta no estuvo tan mal como la vez anterior -según Rb se debe a que ya no hay clases en la mayoría de los colegios- y cinco minutos antes de las siete estaba parqueando el auto frente a la casa de Rb.

Como faltaba una hora para la primera reunión del día pensé que aún podía tomar una siesta; pero los perros estuvieron entrando y saliendo; por lo que nomás estuve dormitando durante menos de media hora.

Cuando la alarma sonó me levanté y entré a la reunión de equipo; la cual estuvo, como el día anterior, bastante ligera; según el desarrollador principal iban a liberar en el transcurso del día; pero, igual que el día anterior, no volvió a suceder.

Almorzamos una sopa de hígados de pollo que Rb había preparado el domingo -yo había preparado media taza de arroz a las nueve de la mañana-; el resto de la tarde transcurrió igual: caminata de perros, té, café, y un poco de Expediente Hermes.

A las cinco nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; caminamos hasta el más alejado y luego retornamos al mercado que queda a mitad del camino; allí compramos un poco de bananos; yo también compré una bolsa de marshmellows y Rb compró un panqué de Bimbo, para obsequiármelo.

Y a ver cómo sigue eso... 

viernes, 7 de noviembre de 2025

Lluvia de Noviembre y Noviembre sin tí... November rain and November without you... La pluie de Novembre et Novembre sans toi...

El penúltimo mes del año empezó el sábado pasado; trágico porque, de acuerdo a nuestra legislación laboral, es un día de asueto; pero no es flotante, o sea que si cae en un fin de semana está 'perdido'; menos -claro- para los burócratas, ellos sí tuvieron libre el lunes.

Y este mes está algo raro: o quizá más normal que otros años; unas semanas antes anunciaron una serie de dieciseis frentes fríos -la verdad, no tengo muy claro qué significa eso- y el lunes tres de noviembre amaneció un ambiente bastante gris.

O sea, el cielo completamente encapotado y durante casi todo el día estuvo soplando un viento bastante más fuerte que el normal; al parecer estos dos últimos meses del año se parecerán más a los de la antigüedad: fríos y ventosos.

Ayer estaba pensando en las dos partes del título de este texto: para mi generación el tema de Guns N' Roses fue icónico, o sea, los adolescentes de la generación X nos emocionábamos cuando veíamos en la TV -o escuchábamos en la radio- el mismo.

Esa es la primera parte, la segunda es una canción más o menos con el mismo sentido, pero de una banda mexicana; creo que surgió una situación chistosa cuando muchos empezaron a -irónicamente- confundir -o mezclar- ambos temas.

When I look into your eyes
I can see a love restrained
But darlin' when I hold you
Don't you know I feel the same?

Nothin' lasts forever
And we both know hearts can change
And it's hard to hold a candle
In the cold November rain

Porque te extraño desde aquel noviembre
Cuando soñamos juntos a querernos siempre
Me duele, este frío noviembre
Cuando las hojas caen a morir por siempre

Noviembre sin ti es sentir que la lluvia
Me dice llorando que todo acabó
Noviembre sin ti es pedirle a la luna
Que brille en la noche de mi corazón, otra vez

Y a ver cómo va eso... 

El martes -después de la debacle del día anterior- me levanté con el firme propósito de mejorar en mi desempeño laboral; la noche anterior había cambiado las alarmas diarias para levantarme -así como todos los martes y jueves siguientes- a las siete y media.

Como venía de ocho meses -desde marzo- de levantarme una hora antes me desperté temprano; pero seguí en la cama hasta que la alarma sonó; entonces me levanté a meditar, y, luego, a entrar a la reunión de las ocho.

La reunión estuvo normal; pero después, y por primera vez en muchos muchos meses, me pasé las siguientes cuatro horas trabajando de forma ininterrumpida; o sea, desayuné trabajando, poniéndome al día con lo que no había estado haciendo durante la última semana.

Ni siquiera paré para las lecciones matutinas de Duolingo: las hice cuando fuí al baño a media mañana; tampoco estuve dormitando en la cama, ni leí nada fuera de cuestiones laborales; creo que la mañana fue bastante productiva.

Al mediodía almorzamos lo mismo que el día anterior: pollo guisado, arroz y aguacate; acompañado con refresco de rosa de Jamaica; habíamos sacado a los perros antes del almuerzo; luego tomé media hora -por mi hora de almuerzo- para avanzar un poco en Expediente Hermes.

Por la tarde le bajé un poco al ritmo laboral; pero, aún así, contacté al programador que más ha ayudado al equipo local, para revisar un fallo que estaba teniendo en la aplicación; al final de la tarde actualicé el tracking de las tareas -lo que había dejado descuidado durante los días anteriores-.

A las cinco -por el nuevo horario laboral- nos dirigimos con Rb a los supermercados en dirección norte; ella necesitaba unos aros nuevos -compramos anteojos baratos para utilizar los aros con nuestros lentes prescritos-; también compramos un poco de bananos en el otro supermercado.

Cuando retornamos vi que tenía un mensaje en whatsapp de la amiga con la que me reuní el mes pasado -luego de visitar a mi amigo voluntario-: quería que le ayudara con un formulario de Excel; el archivo estaba protegido y no le permitía imprimir correctamente cierta información.

Había hecho esto en mi trabajo anterior por lo que realicé la búsqueda en Internet y le envié el archivo desprotegido; luego tomé la cena que he estado consumiendo últimamente: un banano, un poco de papaya y una galleta con frijoles; después me metí a la habitación a empezar el libro de la línea que antes leía entre cada línea -ahora es francés y portugués-: How to think about money.

El miércoles le bajé un poco al ritmo de trabajo que había mostrado la mañana del día anterior; antes de la reunión diaria hicimos la rutina de los miércoles, luego, la ducha; Rb realizó su visita semanal al supermercado ese día: al siguiente quería ir al hospital en donde había pagado ya una consulta con la ginecóloga.

Por la tarde fuimos convocados a una reunión con el supervisor del Imperio del Norte; hizo una reunión express antes de presentarle resultados a su jefe -o algo así entendí-; lo bueno es que yo había revisado, con el analista que mejor me cae, la inviabilidad de un par de mis tareas.

La reunión no estuvo tan mal; o sea, al inicio insitió en seguirme cuestionando sobre las tareas que había marcado como bloqueadas; pero, cuando le expliqué que no quería apagar servidores de forma remota, nomás las marcó como N/A. 

Al final de la tarde, después del horario laboral, nos dirigimos a los supermercados en dirección sur;  como ya habíamos realizado la rutina de ejercicios en la mañana no planeábamos llegar hasta el más lejano; pero al final sí, allí compramos sal de cocina y yo compré un litro de Incaparina; que pienso utilizar en el desayuno del Domingo con mi hija mediana.

Y esta semana tuve dos incidentes en mi práctica diaria de meditación; el miércoles fue por la noche: me había retirado a mi habitación a leer un poco de Expediente Hermes -el libro de ciencia ficción en Español que había empezado a leer-; luego inicié los veintiún minutos de meditación; pero estos fuero interrumpidos por un quejido de la perra más anciana de Rb.

La perra ha dormido en la sala desde hace muchos meses -durmió en la habitación de Rb por mucho tiempo- y, a veces, se comporta de forma rara; escuché a Rb salir de su habitació y sacarla al patio; luego, un poco más tarde, escuché otro par de quejidos de la perra.

Aunque estaba meditando me dije que seguramente iba a ser interrumpido; y, efectivamente, un poco después Rb abrió la puerta para comentarme lo sucedido; y que no sabía porqué se había quejado la perra en el patio.

En alguna otra ocasión mi meditació había sido interrumpida -quizá en tres o cuatro veces en el último año- y simplemente reiniciaba el contador de tiempo del celular; en esta ocasión no lo hice: creo que ya llevaba más de diecinueve minutos; nomás lo día por terminado.

El jueves tenía la alarma del celular para las siete y media; por el cambio de horario la primera reunión es -durante los próximos cuatro meses- a las ocho de la mañana; pero me desperté a las siete: a esa hora Rb entró a la habitación a avisarme que salía hacia el hospital en el centro histórico.

Me quedé dormitando en la cama y me levanté, a meditar, a las siete y media; luego entré a la reunión; en la misma anunciaron que durante el día  se estaría liberando una nueva versión de la aplicación que debemos probar.

Como el día anterior habíamos ya presentado los avances finales de la ronda anterior -el supervisor incluso terminó con un 'Good Job'- la ejecución de tareas fue casi nula en todo el día; Rb m escribió un poco antes del mediodía para contarme sobre su consulta.

Y lo más notable de la misma fue la confirmación de que tendrá que someterse a una cirugía para la extirpación de una masa en el útero -y un par de miomas que surgieron cuando empezó a tomar pastillas anticonceptivas-; vino a casa un par de horas más tarde.

Al final de la tarde fuimos a los supermercados en dirección norte; en el más alejado -en donde tomamos los buses intermunicipales- compramos un poco de pan; luego, en una panadería del camino, compré el pan para mis desayunos. 

El viernes fue el  segundo incidente de mi práctica de meditación: al parecer Rb le agregó un ingrediente extra a los almuerzos de esta semana -comino, me parece- y eso me provocó algunas molestias estomacales desde el lunes.

Pero no habían estado tan serias; era más como una incomodidad abdominal; y, me parece, estuve yendo al baño en dos -o hasta tres- ocasiones en el día -usualmente es nomás una vez-; el viernes fue diferente.

Me desperté un poco antes de que sonara la alarma -la hora para levantarme estos días es a las seis y veinte- con un brazo completamente dormido; logré conciliar el sueño nuevamente y me levanté cuando sonó el celular.

Empecé a meditar pero me empecé a sentir realmente mal del estómago; aún intenté hacerme el valiente y continuar con la meditación, pero no pude: tuve que levantarme y acudir al baño; luego -de una pausa de cinco o seis minutos- retorné a meditar los últimos siete minutos, para completar el ciclo.

Después desperté a Rb y preparé las computadoras: enciendo la del trabajo para estar listo para entrar a la reunión tan pronto como salgo de la ducha, enciendo la personal para poner audios en portugués -y me calzo los audifonos blue tooth- y enciendo la de Rb pues allí es donde ponemos los videos con las rutinas de ejercicios.

Rb se levantó algo nostálgica porque se empezó a dar cuenta de las dificultades logísticas que conllevará su operación; incluso antes de empezar la rutina me empezó a cuestionar sobre mi compromiso para ayudarla mientras se recupera; mi respuesta: hablemos en otro momento.

Pero después de la segunda pausa de la rutina -faltando el último grupo de ejercicios de kickboxing y los de estiramiento (o sea, unos doce minutos)- se metió al baño -a llorar, creo-; la esperé un momento, pero luego nomás cerré el reproductor de videos.

Cuando salió del baño entré a la ducha y, después, a la reunión diaria del equipo; la cual estuvo igual de tranquila que el día anterior: el nuevo release no había sido instalado como estaba previso, y el desarrollador principal indicó que tampoco ocurriría en el día, que tendríamos que esperar hasta el lunes.

O sea, me tocó que pasar, otra vez, todo el día sin ninguna actividad laboral; al mediodía preparamos el almuerzo tradicional del último día laboral: pescado frito y ensalada de lechuga, zanahoria, manzana verde y aguacate; como habíamos sacado a los perros antes del almuerzo nomás esperé un poco antes de lavar los trastes del día.

Un poco antes de las tres preparé un café instantáneo para mí y un té de manzanilla para Rb; la tarde laboral terminó sin ningún contratiempo; hice la limpieza a las cuatro y media y, a las cinco, sRb me pidió que la acompañara a comprar uvas -en una tienda en dirección norte-; aproveché para comprar un par de pliegos de papel de regalo.

Por la noche estuve viendo el final de una película de Sylvester Stallone que había empezado a ver al principio de la semana: A bullet to the head; después acompañé a Rb mientras veía algunas de sus series.

Y a ver cómo sigue eso...

martes, 4 de noviembre de 2025

La última decisión... The last decision... La dernière décision...

Nunca me cayó bien Kahneman; o sea, un -judío- súbdito británico -nacido en Palestina, cuando aún era un protectorado de ese imperio- que se convirtió en un académico de la psicología y ganó el premio Nobel de economía -igual, no confío mucho en esos galardones-.

Empecé a leer Thinking, Fast and Slow hace unos años; pero no pasé de los primeros capítulos; no recuerdo el motivo por el que no lo completé; hay autores que me generan animadversión y me cuesta separar al autor de su obra.

Pero uno de estos días en la lista de artículos que Google me presenta en el navegador de mi celular apareció -nuevamente- algo relacionado con este personaje;  el título estaba en tiempo presente, pero recordé vagamente que había leído algo sobre su muerte no mucho tiempo atrás.

Entonces entré a Wikipedia y confirmé que, de hecho, murió a principios del año pasado; pero, también, encontré que a principios de este año había vuelto a ser noticia pues se había divulgado que había muerto por suicidio asistido.

Resulta que la persona con la que escribió ese libro que dejé a medias había publicado un artículo en el WSJ: este periodista rememoraba los últimos días de Daniel, quien estaba en una relación con la viuda de la persona con la que desarrolló la mayor parte de sus teorías.

Cuenta que fueron a París, tuvieron días de gozo y luego se dirigieron a Suiza, en donde el suicidio asistido es completamente legal; el señor acababa de cumplir noventa años y temía que los riñones ya no le funcionarían mucho y que la memoria empezaba a fallarle.

Y entonces, tomó la última decisión. 

El viernes retorné al trabajo -después del segundo día de vacaciones del mes-; el dia anterior había visto algunos mensajes y la situación no se veía nada esperanzadora: habían estado teniendo problemas con la última actualización, e incluso con alguno de los equipos.

EL día empezó con la rutina de ejercicios de los viernes, luego ducha, y después la reunión diaria; después de la misma me hice el firme propósito de avanzar en las tareas que tenía pendientes; pero no, aún tuvimos que esperar hasta el mediodía para que la versión se estabilizara.

Yo envié un correo al inicio del día informando de las dificultades que tenía con el equipo al que no podía acceder; incluí a mi supervisora local, al que está en el Imperio del Norte y al PM; pero no sirvió de mucho; en todo caso, un poco después del mediodia se veía un poco mejor la situación.

Con Rb cocinamos el pescado de los viernes -ya hacía algunas semanas que no consumíamos pescado en este día de la semana- y, después del almuerzo, sacamos a caminar a los perros; después lavé los trastos y preparé un té -de manzanilla- y un café.

Después de las dos de la tarde -almuerzo- ya no avancé casi nada, consolándome con la intención de hacer algo el fin de semana; por la noche empecé con la última parte -de dos únicamente- del libro en español: Yo siempre seré yo, a pesar de tí.

El sábado me levanté a las seis y media, medite y luego me metí a la ducha; salí con el tiempo justo para llegar a la hora esperada a la cafetería en la que usualmente invito a desayunar a mis amigos y conocidos; en esta ocasión se trataba de mi único amigo de la facultad.

Llegue un poco antes de las siete y media al lugar; el cual estaba bastante vacío; el tiempo estaba bastante gris; aunque aun no estaba lloviendo se sentía la humedad en el ambiente; mi amigo llegó un poco más tarde, con ropa de lluvia, pues anda en moto.

Le entregué una bolsa de ziplock con diez bolsitas de té de jazmín y compramos un par de desayunos; lue nos estuvimos una hora y media entre desayuno y conversación; al parecer está por empezar a trabajar con su sobrino -como residente de obras, entendí-.

Sigue en conflictos con su hija mediana -que se gradúa este año-, con su hija mayor -quién volvió a casa luego de un matrimonio de un par de años- y con su esposa, por -creo- aliarse con sus hijas en los conflictos filiales.

Con el único que se consuela es con su hijo mediano: está en el segundo año en la facultad y, al parecer, es un estudiante exitoso de la ingeniería en informática; además, es el único con el que puede comunicarse de buena forma.

A las nueve y veinte -había puesto la alarma de mi celular- le indiqué a mi amigo que me retiraría y salimos del lugar; en el parqueo aún me preguntó sobre el sello del ticket del parqueo, pero a mí nunca me habían dado de eso.

Vine a la casa de Rb a las nueve y media y nos dirigimos a PriceSmart; mis hijos mayor y menor me habían enviado un listado de algunos consumibles para el departamento; también quería comprar galletas dulces y saladas.

El viaje al supermercado se realizó sin contratiempos; pero, cuando apague el automóvil temí que no arrancaría nuevamente -como la semana anterior-, pues ví que el indicador de millas recorridas no se apagaba -al parecer es lo normal-.

Incluso consideramos, con Rb, comprar un dispositivo para arrancar el automóvil cuando la bateria está descargada -lo vimos en el lugar, y costaba como cien dólares-; al final llenamos la carreta -esta vez sí teníamos una lista algo cargada-, pagamos y retornamos al auto; mientras yo iba a dejar la carreta Rb encendió el auto.

Pero cuando regresé, lo apagué; afortunadamente arrancó sin ninguna dificultad, o sea, fue una falsa alarma; retornamos a casa y almacené las compras que llevaré a mis hijos a mediados de mes; también realicé los depósitos a Rb y el mantenimiento del departamento.

Por la tarde terminé de leer el libro en Español; y me pasé casi toda la tarde viendo videos de Youtube; al inicio de la noche empecé a ver una serie que Rb me había recomendado unos meses atrás: The Assassin; creo que la recomendación fue porque uno de los protagonistas actuaba en la serie del doctor autista.

El domingo me levanté a las seis y media y realicé la misma rutina que el dia anterior; y llegué a la misma cafetería del día anterior a la misma hora; y un poco antes de la hora acordada mi doctora me escribió: apenas estaba saliendo de su casa.

Como vive en el centro histórico me imaginé que tendría que esperarla quince o veinte minutos; pero fue más: un poco más tarde me envió una fotografía del estado del periférico; estaba completamente detenido.

Ví Waze y noté un accidente en la ruta; pero más tarde -llegó con más de media hora de atraso- me comentó que, al parecer, habían cerrado una parte del periférico por un evento de ciclismo; cuando llegó ordenamos dos desayunos típicos.

Y nos estuvimos un poco menos de una hora entre conversación y desayuno -también me regaló un llavero y un magnético para el refrigerador, de su viaje el mes anterior a España-; yo había visto en sus estados de Whatsapp -y me había comentado un par de meses antes- su asistencia a un congreso de medicina laboral en la capital de la madre patria.

También comentamos la finalización de su maestría -con una universidad Chilena- sobre ese mismo tema; se tardó más de dos años en presentar la tesis, pero todo fue concluido casi al mismo tiempo que el viaje a Europa.

Y luego se quedó con un sentimiento de pérdida de rumbo: a sus treinta y siete años no sabe qué otro objetivo plantearse, para continuar avanzando en la vida; nomás tiene claro que quiere dejar la casa materna.

Cuando la alarma del celular sonó -la había programado para las nueve y diez- le indiqué que debía retirarme -Rb me había llamado un poco antes para pedirme que pasara a la ferretería donde usualmente nos proveemos, a comprar una unidad filtrante-; además a ambos nos dieron un ticket en el parqueo, que debíamos sellar para salir del parqueo.

Eso último estuvo raro y sospecho que hay gente que se aprovecha del espacio de parqueo para dejar su automóvil sin consumir en el negocio; o sea, el ticket decía que después de hora y media cobrarían dos dólares por cada hora; y fue la primera vez que me enteraba.

Al final nos sellaron el ticket y no hubo ningun problema para abandonar el lugar; pasé a la ferretería a comprar la unidad filtrante -treinta dólares- y luego retorné a casa de Rb; quien me estaba esperando para acudir a los supermercados en dirección sur.

Y es que debíamos de proveernos de pollo para preparar los almuerzos para la semana: pollo guisado; tomamos la mochila con aislante térmico y caminamos hasta el supermercado más alejado; allí compramos varias libras de pollo.

En el otro supermercado compramos lechugas -acompañaremos el pollo con ensaladas- y un poco de bananos; en el supermercado Rb saludó a una anciana que vive en la esquina de la otra calle y, cuando caminábamos de regreso, me comentó que había crecido con los hijos de la misma.

Lo interesante fue que volvimos a encontrar a la misma señora en la tienda de la esquina; ellas se pusieron a conversar un rato -hablando sobre la vida actual de las personas con las que Rb pasó parte de su adolescencia- y yo nomás esperé a que terminaran.

El día anterior Rb había preparado empanadas de pollo utilizando una masa de plátanos verdes en lugar de masa de maíz; y había preparado unas tortillas para el almuerzo del domingo: las cuales doró en aceite de oliva y las acompañamos con guacamol y el mismo relleno de las empanadas.

Por la tarde estuve leyendo un poco del libro de francés -L'anomalie- y viendo muchos videos de Youtube; a las cuatro de la tarde pelé y corté en cubos las papas que habíamos comprado por la mañana.

También corté en cuadros el chile pimiento, majé cuatro dientes de ajo y piqué en trozos muy finos un par de ramos de culantro; le entregué todo lo preparado a Rb y ella preparó las piezas de pollo y lo puso todo a hervir en una olla.

Al inicio de la noche me dí cuenta que era el segundo día del mes y no había realizado lo que acostumbro el día anterior: cambiar la ropa de cama; quité el cubrecolchón, la sabana, el edredón y la funda de la almohada y saqué un juego nuevo del armario.

Además, como se cumplía ya un año desde que habíamos comprado la unidad filtrante anterior, después de tomar una cena ligera, empecé a preparar el cambio de la misma; lo que no recordaba era que se debe realizar una lavada completa del ecofiltro.
 
Por lo que Rb salió de su habitación -faltaba una hora para su clase de teología- y procedimos con la operación que realizamos cada seis meses: vaciar el filtro, reservar agua para el lavado, y desarmarlo; entonces Rb lavó toda la parte exterior y yo lavé el nuevo; luego lo dejamos secando.
 
Mientras todo se secaba intenté avanzar un poco en una tarea de mi trabajo, me conecté a un par de máquinas en el Imperio del Norte; pero, al parecer, el procedimiento que debía probar no estaba operativo; por lo que nomás tomé un par de capturas de pantalla evidenciando el fallo.
 
A las siete y media Rb entró a su clase de teología; la misma tarde un par de horas y, en el ínterin, terminé de documentar el fallo, envié el correo a mi supervisor -copiando a mis tres compañeritos, mi supervisora local y el PM- y después, ví un poco de The Assassin.
 
El lunes me levanté a las cinco y veinte; no me dí cuenta que era el primer día después del cambio de horario en el Imperio del Norte; o sea, hubiera podido dormir una hora más: fue hasta las siete, que entré a la aplicación en la que nos reunimos que ví que había sido reprogramada para las ocho.
 
Así que, con el cabello aún mojado -por la ducha post ejercicios- me volví a meter a la cama y me quedé allí por otros cuarenta y cinco minutos; estuve realmente dormitando, pero sentí que me cayó bien.
 
Después de las reunión -y durante casi todo el día- volví a la cama; o sea, el supervisor había contestado a mi correo con la indicación que reportara un fallo e indicándole al analista que trabaja con él que preparara otro par de equipos y me ayudara con las tareas, pero no ví ninguna respuesta de este último.
 
Entonces, me pasé casi toda la mañana en cama; entre Duolingo, lectura y dormitar; al mediodía almorzamos la primera -de cuatro- de las porciones de pollo guisado que preparamos el día anterior.
 
Por la tarde continué sin avanzar en el trabajo; me llamó la atención que no hubo reunión al mediodía, pero no me preocupé del hecho; me imaginé que mi supervisor andaba en tareas más serias.
 
Después de preparar té y café retorné a la cama, a leer la primera parte del siguiente libro en Español: Expediente Hermes; un relato de ciencia ficció que se ganó algún premio en Europa; mientras estaba en cama escuché un par de notificaciones de la computadora pero no les dí importancia.
 
Y realmente la tenían: la primera era de mi supervisor, pidiéndome acceder a una llamada, también me había escrito uno de los analistas y mi supervisora; al final se habían reunido los tres y un tema principal -creo- era por qué yo no había seguido las indicaciones recibidas más temprano.
 
Total que entré con quince minutos de retraso a la reunión -el analista incluso me había escrito al whatsapp-; después de la reunón mi supervisora me escribió para indagar más sobre mi mal proceder; le indiqué que lo que había reportado se había resuelto; pero que entendía que debía haber notificado del hecho.
 
Nomás me dijo que lo tomara como una lección aprendida; y entonces me pasé el siguiente par de horas -o tres horas- tratando de ponerme al día con el trabajo; estuve en eso hasta la noche.
 
Y es que, la verdad, me fastidia sentir que no rindo en mi trabajo; o sea, es bien frustrante probar las mismas cosas y encontrar los mismos errores; pero, al final, es el trabajo que he estado haciendo; o la misma naturaleza de mis funciones, durante más de una década; y, generalmente, no me ha pesado.
 
Y a ver cómo sigue eso...  
 
 
 

 

viernes, 31 de octubre de 2025

Inversiones... Investments... Investissements...

El mes pasado -a diferencia de los dieciocho meses anteriores- mi hijo no me envió su recibo de pago con la evidencia del descuento de cien dólares para adquisición de acciones de la empresa en la que trabaja; me temí lo peor: creí que lo habían despedido -o había renunciado-.

Pero esperé tres semanas -hasta el sábado de nuestro almuerzo mensual- para preguntarle si seguía trabajando donde mismo; me respondió afirmativamente y entonces lo cuestioné sobre la compra de acciones.

Y se disculpó por no haberme informado antes: al parecer la división en la que trabaja -es como la rama internacional de la empresa canadiense- está siendo absorbida por la matriz, quien recomprará las acciones.

O sea que hasta allí llegó nuestra aventura en invertir; o al menos en esta empresa y de esta forma; le pedí que me enviara más información y, a media semana le pedí las credenciales para entrar a la página en la que se gestionan las acciones.

Un par de días después me envió los datos y pude entrar al sitio; y resulta que -si leí bien la información- no nos fue tan mal: o sea, después de dieciocho meses la suma invertida ha crecido en un diez por ciento -una ganancia de trescientos dólares-; lo que no es ningun breaking point, pero al menos, creo, le queda la experiencia a mi hijo.

Y a ver cómo va eso. 

El sábado me levanté a meditar a las seis y media; después salí a la calle a abrir la llave de paso del agua; también abrí las llaves que están al lado de la casa, las que van hacia -y desde, creo- el depósito de agua que está en el techo; al parecer el cambio de metal a pvc en el lavatrastos funcionó. 

Después me preparé el desayuno de los fines de semana; como un par de días antes Rb se había enterado de una campaña municipal de vacunación de mascotas, a las nueve y media le pusimos los arneses a los perros y los subimos al auto, también llevamos a la vecina -y su pequeña perra-.

La campaña se realizaría en un enorme comedor -en donde solíamos almorzar algunas veces antes de la pandemia, y las algergias de Rb- y hacia allí nos dirigimos; pero el tránsito estaba super pesado, de hecho me crucé el arriate central doscientos o trescientos metros antes de la vuelta en U (y el auto iba tan cargado que pasó raspandose en las separaciones de concreto).

Llegamos al lugar pero estaba cerrado; la vecina se bajó a averiguar sobre el evento de vacunación pero nadie le dió razón; Rb también se bajó y el guardia de la colonia aledaña le comentó que era hasta la una de la tarde; entonces decidimos regresar a casa.

Rb estuvo escribiéndole a la persona de la municipalidad que le había comunicado los detalles el día anterior; y, al parecer, sí era la hora correcta pero el lugar no: al parecer se iba a realizar dentro de esa colonia -y por alguna razón el guardia prefirió no darnos acceso-.

Como el mismo jueves habíamos pasado viendo un afiche, que anunciaba un evento similar, en una colonia que nos queda en el camino hacia los supermercados, Rb me comentó que iba a ir a confirmar la información; me ofrecí a acompañarla.

Y es que, a mitad del camino hacia este lugar, está la chicharronera en la que compro carnitas para el almuerzo con mi hija mayor -una de las opciones según Atkins-; entonces nos dirigimos al lugar, Rb confirmó en garita que al día siguiente estarían vacunando mascotas y retornamos a casa.

En el camino pasé a comprar una libra de carnitas -diez dólares-; cuando retornamos a casa preparé un par de ensaladas -antes de salir había dejado desinfectando unas hojas de lechuga-; la ensalada consistió de eso, aguacate, zanahoria y pepino.

También empaqué seis hojas de lechuga para acompañar las carnitas; puse los tres herméticos en la mochila con aislante térmico; junto con un par de bolsitas de aderezo, los platos y cubiertos para el almuerzo, y un par de coquitas de plástico.

A las once y cuarto saqué a caminar a la perra más pesada de Rb; ella me acompañó con el otro perro grande; luego me metí a la ducha; como el tránsito había estado terrible durante toda la mañana decidí salir a las doce menos cuarto; pero, al igual que la semana pasada, no tuve muchas dificultades y llegué antes de las doce y media al edificio donde viven mis hijos.

Estacioné el auto y subí caminando los siete niveles; como ya cuento con copia de las llaves de acceso entré al área común del departamento; mi hija mediana estaba allí y aproveché para comentarle sobre el presupuesto para construir una pared en la sala -y que ella lo use como habitación-.

Un poco más tarde salió mi hija mayor y nos dirigimos al parque temático; el día estaba un poco gris pero no se veían más signos de lluvia; nos dirigimos al área social en la que usualmente almorzamos; pero, otra vez, estaba reservada.

Entonces nos caminamos a la otra área techada -no nos gusta pues usualmente ponen música a alto volúmen-, en donde habíamos almorzado con mi hijo menor la semana anterior; allí sí encontramos mesas y procedimos a almorzar.

Después del almuerzo mi hija estuvo resolviendo todos los cubos que llevaba en la mochila -como ocho-; luego jugamos una extensa partida de Scrabble; como había quedado de reunirme con mi amigo, el Testigo de Jehova, y nuestro ex compañero de trabajo que ahora vive en Nicaragua; le pedí a mi hija que retornáramos al departamento antes de las cinco de la tarde.

El plan era que tomáramos una bebida caliente entre cinco y cinco y media y que a esa hora yo me retiraría del lugar; había quedado con mis amigos de reunirnos a las seis de la tarde en uno de los centros comerciales más lujosos de la ciudad.

Desde la última vez que habíamos desayunado con mi amigo -el Testigo-, habíamos previsto reunirnos con el otro en su próximo viaje al país -viene cada tres o cuatro meses-; y el primero me había escrito por la mañana, comentándome que la reunión podía ser realizada en la tarde.

En el desayuno de hace unos meses yo había ofrecido invitarlos a ambos a un café; y, el día sábado, me había ofrecido incluso a retornarlo a su casa -vive en un municipio de nuestro departamento vecino en dirección norte-; luego había tenido inquietud por manejar tarde hasta el lugar -son casi veinte kilómetros-.

De todos modos, antes de salir de la casa de Rb, le había comentado que seguramente retornaría tarde, pues había acordado la reunión con mis dos amigos; un poco después de las cinco de la tarde nos retiramos del parque temático.

La última actividad en el mismo fue subirnos a la rueda de Chicago; pero, para hacer esto tuve que adquirir un boleto con doce juegos -usualmente adquiero uno cada cierto número de meses-: el anterior ya solo tenía uno disponible; para comprar este boleto utilicé uno de los veinte dólares que mi hija segunda me había entregado el mes anterior -y que el banco no me había aceptado-.

Yo planeaba adquirir el boleto (son como nueve dólares) con moneda nacional; pero temí que lo que cargaba en la billetera no me alcanzaría para invitar a mis amigos más tarde: le había devuelto dos billetes de cien a mi hija mediana pues se había confundido cuando me pagó la mensualidad para habitar el departamento.

Total que cuando llegamos al lugar en donde venden boletos mi hija mayor me comentó que aceptaban dólares; le pasé uno de los billetes al cajero y, al igual que en el banco, me indicó que no podía recibírmelo -por una mancha de un par de milímetros en un borde-. 

Me pregunto si tenía otros y le mostré los otros seis: también en las mismas condiciones, y a un par les falta un pequeño trozo -también, un par de milímetros- en una esquina; al final aceptó que le había presentado primero.

Me vendió el boleto, me dió el cambio en moneda nacional y nos dirigimos a la rueda de Chicago con mi hija mayor; después nos retiramos del lugar; en el camino pasé a comprar un zepelin y luego nos dirigimos al departamento.

Encontramos a mi hija segunda en la sala y le ofrecí una bebida caliente; pero ella prefiere prepararse su propio café; preparé un té de jazmín para mi hija mayor y yo me preparé un café instantáneo -le escribí a mi hijo menor pero no recibí una respusta-.

Estuvimos en la sala conversando y a las cinco y media me despedí de mis dos hijas; mi hija mayor -como de costumbre- se ofreció a acompañarme al auto; nos despedimos y subió; yo entré al auto e intenté encenderlo, pero fallé.

Me parece que -otra vez- saqué mal la llave del encendido y dejé el auto conectado, con lo que la batería se descargó; le escribí a mi amigo el Testigo, comentándole que no iba a poder llegar, debido a la falla; luego subí al departamento a pedirle a mi hija que escribiera en el chat del edificio, pidiendo favor de conexión para cargar la batería del auto.

Pero nadie respondió en el chat; le escribí al amigo ex voluntario que vive a un par de cuadras del lugar; pero ví en sus estados de Whatsapp que andaba en una fiesta de su escuela de escultura; también le escribí a Rb para ponerla al tanto.

Ella me sugirió que le escribiera a mi amigo voluntario al que visito cada mes; y, de hecho, lo llamé; le pedí que llegara al lugar para pasarme corriente y él fue muy amable de aceptar mi petición; le envié mi ubicación y me dispuse a esperarlo; y llegó, en efecto, una media hora más tarde.

Durante ese tiempo mi hija mayor me estuvo explicando algunos conceptos básicos del poker; pero después nomás nos dedicamos a observar la calzada, para otear la llegada de mi amigo; ví pasar su camioneta y un minuto después me llamó para comentarme que estaba frente al edificio.

Bajamos con mi hija mayor, abrimos la cortina del parqueo y mi amigo se parqueó al lado del automóvil; conecté con cuidado -siempre me pone nervioso- la batería del auto de mi amigo con la del auto de Rb, esperamos unos minutos y luego lo arranqué.

Costó un poco pero arrancó; dejamos ambos automóviles funcionando durante un rato y luego los desconecté; guardé los cables de carga y me despedí de mi hija mayor; salí antes del parqueo pero, en la misma calle, llamé a mi amigo para indicarle que iría por delante y me despediría en su casa.

El tránsito estaba bastante tranquilo por lo que en muy poco tiempo llegamos a su casa; pero justo frente a su portón había un camión estacionado; pregunté en la tienda si era de ellos pero me indicaron que no.

Temí que alguien lo hubiera dejado y se hubiera ido a atender otros menesteres -en la calle hay varios puestos de comida-; pero no, me acerqué a la puerta del piloto -todo estaba polarizado- y ví que alguien adentro estaba usando un celular; dí varios pequeños golpes al vidrio y, cuando lo bajó un poco, le indiqué que necesitábamos entrar al parqueo.

Mi amigo estacionó su auto, cerró el portón y, entonces sí, nos despedimos; luego continué mi retorno a la casa de Rb; cuando entré le escribí a mis amigos lamentándome por no poderlos ver ese día, pero indicando que esperaba que pudiéramos hacerlo en el futuro próximo.

Rb salió al patio a recibirme -con sus dos perros grandes-; y comentamos sobre los hechos del día; luego cené y, un poco más tarde, la acompañé un par de horas en su habitación; ella viendo sus series y yo haciendo lecciones de Duolingo.

El domingo me levanté a meditar a las seis y media; luego pasé al baño y volví a meterme a las sábanas; no tenía ningún ánimo de empezar el día; como teníamos que salir a las nueve y media, para las vacunas de los perros, pusé la alarma para las ocho y media.

Rb entró a mi habitación cinco minutos antes de que sonara la alarma: me quería contar que había salido a arrancar el automóvil y todo se veía bien; le pregunté si lo había dejando funcionando y me comentó que no, que lo había apagado.

Me levanté a prepararme el desayuno de los domingos; después esperé a que Rb preparara a los perros para llevarlos a sus vacunas; habíamos acordado con la vecina que nos acompañaría, pero ella había salido un poco antes pues decidió irse caminando.

A las nueve y media subimos a los tres perros de Rb al auto y nos dirigimos al parque de la colonia en la que habían programado la jornada de vacunación; el tránsito estaba bastante ligero por lo que llegamos en un par de minutos; creí que debía mostrar mi licencia en la garita de la colonia, pero el guardia me indicó que podía entrar así nomás.

Cuando estacioné el auto frente al parque vimos que una pareja estaba entrando con un perro; bajamos a los tres de Rb del auto y esperamos a que lo vacunaran para acercarnos a las tres personas que estaban adminstrando la vacuna antirrábica.

El proceso fue bastante express: Rb llevaba los controles de vacunación de cada uno y luego de menos de diez minutos retornamos al automóvil; entonces le comenté a Rb que aún le daba tiempo de ir a la iglesia -el día anterior había decidido que no realizaría su visita mensual, debido a la vacunación-.

Retornamos a casa, metimos a los perros a casa, Rb tomó unos güisquiles que habíamos cosechado durante la semana -y que pensaba regalar a los ancianos que la acompañaron la semana anterior a la clínica ginecológica- y volvimos a abordar el automóvil.

EL tránsito seguía bastante tranquilo por lo que no tuvimos muchas dificultades en llegar a la iglesia; me parqueé frente a la iglesia, nos despedimos con Rb y empecé el retorno a casa; pero en el camino se me ocurrió que podía -por fin- cambiar las llantas traseras del auto.

Continué conduciendo hasta el pinchazo al que había llevado el automóvil, la última vez que intenté reparar la llanta trasera del lado del piloto; estaba atendiendo el mismo jove y, al consultarlo, me indicó que me cobraría ocho dólares por el cambio de ambas llantas, entonces le pedí que cambiara solo una.

La operación no llevo mucho tiempo; aunque sí se necesita mucha fuerza; la llanta que le coloqué -que me regaló mi único amigo de la facultad- se veía más vieja que la que le estaba quitando; pero espero que esta no deje escapar el aire como la anterior.

Después que la llanta estuvo reinstalada le pagué los cuatro dólares al joven y me dirigí, por fin, a casita; estuve buscando alguna manguera con aireador para el lavatrastos pero no encontré una buena oferta; también partí la papaya que Rb había dejado preparada para el efecto.

Al mediodía Rb me escribió para que fuera por ella a la iglesia; el tránsito se mantuvo bastante tranquilo y cuando llegué ella había cruzado la calle para facilitar el abordaje al auto; el retorno tampoco nos presentó dificultades.

Pero, como habíamos acordado más temprano, conduje hasta el supermercado más lejano en dirección sur; allí compramos varios muslos de pollo -importado- para los almuerzos de la semana.

Cuando retornamos a casa preparamos el almuerzo -alitas de pollo y ensalada- y, después de sacar a los perros, esperé un rato para lavar los trastos de la comida; luego preparé un café y un té de jazmín; el resto de la tarde lo pasé viendo videos de Youtube.

El lunes fue un dia bastante típico: meditación a primera hora, reunión diaria; luego casi nada: al parecer los problemas de conexión seguían bloqueando el trabajo del equipo local; aunque, a media mañana el supervisor me asignó una tarea; la cual me llevó casi todo el día.

Al final del día laboral nos dirigimos al supermercado más cercano en dirección sur; como ya habíamos hecho la rutina de ejercicios por la mañana, no caminamos hasta el extremo; compramos allí un poco de bananos y retornamos a casa.

El martes también se veía tranquilo; me levanté a las seis y media -una hora y diez minutos más tarde que el día anterior-  medité y luego entré a la reunión diaria; al parecer el trabajo que realizamos el día anterior no tuvo ningún efecto.

En la reunión mencionaron que iba a liberarse una nueva versión de la app; la cual estuvimos esperando durante todo el día; pero, al final, no se concretó; a media mañana el supervisor me llamó para preguntarme por el analista que menos bien me cae; al parecer estaba tratando de localizarlo y no lo lograba.

Le escribí al susodicho y nomás me contestó unos minutos después, comentándome que ya había hablado con el supervisor; durante la llamada del primero ocurrió algo que me desestabilizó: el supervisor me preguntó si estaría dispuesto a viajar al Imperio del Norte.

Le dí mi respuesta standard: si se necesitaba que viajara, estaba dispuesto; me preguntó sobre la visa y le comenté que no tenía; que tendría que ir a la embajada a verla; pero, la verdad, ni él ni yo nos mostarmos muy entusiasmados: a mí no me llama la atención -y hacce como seis años me negaron la visa- y él, al parecer, requiere que alguien vaya de forma express.

Le comenté sobre esto al analista que mejor me cae -es muy brillante- y, coincidentemente, acaba de tramitar su visa -supuestamente quería ir con sus amigos a algunos partidos del mundial el otro año-; espero que pueda viajar, creo que es una muy buena oportunidad en su carrera.

Yo, por otro lado, le comenté a Rb que, a menos que fuera completamente necesario, me sentía bastante agusto sin salir del país; pero quién sabe si siempre tendré la opción de mantener la comodidad; pues tanto este como un eventual nuevo trabajo pueden requerirlo.

Otra situación que me llamó la atención fue el retorno a la empresa de un ex compañero -proveniente de la Suiza centroamericana- con quien había hablado el año pasado: luego de acá se fue a una empresa Argentina que terceriza servicios; el año pasado estaba en uno de los proveedores de servicios de nuestra empresa.

El señor es bastante pretencioso: contaba que se había hecho cargo de un casino durante algún tiempo; que ganaba veinte o treinta mil dólares por mes -o algo así- y que estaba constantemente recibiendo llamadas para resolver conflictos internos.

Pues trabajamos juntos en algunos proyectos hace cuatro o cinco años; luego se retiró; trabajando un tiempo -con los argentinos- en alguna rama de Alphabet; y me escribió ayer, comentándome que había retornado.

Lo interesante fue que me comentó que lo despidieron del último trabajo por 'confiar' en un programador que debía supervisar: supuestamente este mantuvo un 'progreso teórico' en un proyecto y al final no entregaron; y mi ex compañero aceptó la responsabilidad y salió.

Dice que hace un mes lo llamaron de acá -había re aplicado hace un año o así- para ofrecerle una gran posición dirigiendo un proyecto en el cual tiene libertad de acción; aunque, me comenta, siente que 'las cosas ya no son las mismas'.

Estuvimos conversando un poco más de quince minutos y luego continué con mi rutina diaria; pero, ambos hechos -la 'propuesta' de mi supervisor y el retorno del ex compañero- me dejaron con una nostalgia un poco rara.

Por la tarde -y la noche- estuve leyendo los primeros capítulos del libro actual de Francés (l'anomalie), el último capítulo de Harry Potter e a camara secreta y los casi últimos capítulos de ACT with love; también superé -otra vez- el nivel ELO de mil cuatrocientos. 

El miércoles me levanté a las cinco y veinte a meditar; a partir de este día empece a integrar en esta actividad frases de afirmación para mejorar en algunas áreas de mi vida -financiera, interna e interpersonal-; después levante a Rb e hicimos la rutina de ejercicios de la mitad de semana.

El trabajo continua raro: el supervisor involucró a nuestra manager local en la reunión diaria e hizo hincapié en la importancia de completar nuestras asignaciones en el período indicado; pero la aplicación no ha estado colaborando.

Al final de la tarde Rb salió a comprar algunas verduras al señor que viene -frecuentemente- dos veces por semana a la calle; se suponía que el viernes no vendria pues debe someterse a una operación en una pierna, debido a una vena -o arteria, no lo tengo muy claro-.

El jueves era el segundo dia de vacaciones del mes; me levanté a meditar a las seis y media pero luego volví a la cama; no volví a levantarme hasta un poco antes de las nueve; me preparé el desayuno y luego me vestí para acompañar a Rb al supermercado.

Salimos a las diez y el busito no tardó mucho en pasar por el boulevard; el tránsito no estaba muy pesado y un poco después llegamos al comercial en donde termina el viaje; caminamos hasta el comercial de la siguiente cuadra, pues allí hay un almacén de telas y Rb necesitaba adquirir un poco.

Yo me había estado sintiendo mal del estómago y no recordaba -al principio- si había comido algo diferente en la semana; luego recordé que sí: dos o tres días antes la señora que vive en la tercera casa -a quien frecuentemente regalamos güisquiles- vino a regalarle unas empanadas a Rb.

Como están hechas de maiz y ella no puede consumir este grano me las transfirió: ese día me comí dos o tres, y luego una en cada día siguiente; las mismas habían sido rebosadas en aceite y -creo- esto  alteró completamente mi ciclo estomacal.

Por ese motivo no compré un café -y dona- en el comercial; luego nos pasamos al supermercado donde Rb se provee semanalmente de aguacates; también compramos un poco de pollo -y Rb compró un par de zepelines en la panadería del lugar-.

Luego de completar las compras retornamos a la estación de los busitos y volvimos a casa; el tránsito seguía bastante tranquilo; yo me seguí sintiendo mal del estómago e incluso consideré no salir a la reunión que había programado con mi ahijado profesional, pero al final decidí que sí.

Almorzamos lo mismo de los cuatro días anteriores: piernas de pollo doradas y sopa de espinaca, con aguacate y arroz; luego lavé los trastes y, después, estuve leyendo un poco del libro de Francés.

Rb se retiró un momento a descansar a su habitación y, a las tres de la tarde, preparé un té de jazmín y un café instantáneo; a las cuatro de la tarde me despedí y empecé a caminar hasta la ruta intermunicipal.

Allí tomé el autobús hasta el periférico; pero no iba muy bien, o sea, iba armando el cubo de Rubik pero también iba sumido en otros pensamientos; tanto que no me apeé en la estación de costumbre; esperé hasta que el autobús llegara al punto más cercano de la calzada a la que iba -aún a dos o tres kilómetros de distancia- y allí me bajé.

Consideré tomar el Tranmetro pero era super temprano -faltaban como quince minutos para las cinco-, por lo que decidí caminar; crucé la calle y empecé a caminar en la acera del periférico, llegué hasta la intersección con la vía principal y de allí me dirigí a la cafetería en donde había citado a mi ahijado.

Llegué con cinco o diez minutos de antelación y me quedé en la puerta; mi amigo llegó como con diez minutos de retraso; entramos al lugar y ordené un cappuccino grande y un pastel de fresas con crema; mi ahijado pidió el mismo pastel pero un café negro.

Luego estuvimos un par de horas en el lugar; entre café, pastel y conversación; él sigue con los conflictos con su esposa -tiene dos hijos con una pareja anterior y dos con esta señora-; han tenido un negocio en conjunto por tres años y, al parecer, ella le hace la vida imposible.

A las siete y media dí por concluida la reunión, nos despedimos y caminé hasta el periférico, a abordar el transmetro; el cual tardó bastante en pasar, casi hasta las ocho; el viaje en esa unidad es de tres o cuatro estaciones, y luego me tocó que caminar hasta el lugar en donde puedo abordar los buses intermunicipales.

Este me dejó en donde había iniciado mi viaje más temprano, de allí caminé a casa, llegando un poco antes de las nueve; encontré a Rb en su penúltima clase de lenguaje del curso de teología; tenía mal configurado su Teams y se oía a sus compañeros con eco; por lo que estuve un buen rato en mi habitación, leyendo el inicio del libro de Portugués: Agilidade Emocional.

Y a ver cómo sigue eso...