domingo, 29 de junio de 2025

El tránsito pesado...Traffic jams... Les embouteillages...

No me gusta manejar... se lo repito a mis hijos y a mis -pocos- conocidos con cierta frecuencia: a los veintiseis o veintisiete compré un auto -un Seat Marbella- y lo tuve cinco o seis años; también compré -cinco o seis años más tarde- otro auto un poco más grande.

Con el primero tuve un par de incidentes en el tráfico; el primero cuando estaba empezando a conducir; y no salió tan caro; el segundo sí fue bastante fuerte: en un semáforo en rojo dañé la defensa trasera de un pickup de un gran almacén.

Estuvo fea la cosa porque tuve que pagar como doscientos cincuenta dólares en el momento; la economía doméstica no estaba en su mejor momento; y fue después de mi primer viaje al imperio del norte; cuando los conflictos con la mamá de mis hijos estaban a la orden del día.

Lo curioso fue que después del segundo viaje; y por llevarme unos documentos a una entrevista, un auto le dió con todo en un costado, el cual quedó completamente volteado; la mamá de mis hijos salió con varios raspones en el rostro. 

Y ese fue el fin de ese auto; creo que luego -cuando ya no vivía con mi familia- fue vendido como chatarra; o no sé si siguieron utilizándolo; la cuestión es que pasaron casi diez años para que, por fin, pudiera desactivar la matrícula -y dejar de acumular impuestos de circulación-.

El otro auto también se lo dejé a la mamá de mis hijos; realmente no saqué más que mi ropa -y mi título- de la casa en la que mis hijos pasaron la mayor parte de su niñez; creo que al final lo vendieron, por falta de fondos; lo bueno es que no estaba a mi nombre.

Total que no me gusta manejar; o más bien, no me gusta poseer auto; en el imperio del norte compré uno -por unos cuantos cientos de dólares- en el primer viaje; y se lo dejé al amigo que me estaba hopedando, cuando retorné al país.

En el segundo viaje, por salvar a una amiga mexicana de una fiesta algo rara, tomé el auto de mi anfitriona; y al dar mal una vuelta, la policía me paró y mandaron el auto a un depósito; tuve que pagar como quinientos dólares en multas y almacenamiento.

Y allí fue cuando decidí no manejar nunca más; en el resto del tiempo utilicé una bicicleta para movilzarme en la ciudad: básicamente de la casa -como a diez millas- al trabajo; ambos lugares estaban en extremos opuestos de la ciudad; y a las bibliotecas y lugares en donde realizaba trabajo voluntario.

La cuestión es que cuando volví a establecerme en la ciudad -después de dos años de viajes al imperio del norte, y a dos cuadras de donde vivían mis hijos-, decidí no manejar; incluso pasé mucho tiempo sin una licencia de conducir.

Pero luego de lograr desactivar la tarjeta de circulación del auto blanco -y pagar impuestos atrasados como por cien dólares- decidí renovar mi licencia; mi justificación fue que en caso de emergencias podía ser de utilidad.

Pero me mantuve si manejar; excepto en dos ocasiones: en la primera, en mi segundo año de voluntariado, me tocó que encender el auto de una voluntaria; se había quedado sin batería y tuve que arrancarlo en segunda.

La segunda ocasión fue cuando acompañé a otra voluntaria a una entrevista de trabajo; y como no quería pagar parqueo, me dejó su auto; en esa ocasión dí un par de vueltas por una de las avenidas más concurridas de la zona, luego me metí a un supermercado, a pasar el tiempo.

Después sí me resigné a volver a manejar más constantemente: empecé mi relación con Rb (ya llevamos más de doce años juntos) y ella me ofreció su Honda Passport, por si quería llevar a mis hijos al puerto, a visitar a sus abuelos.

Acepté su ofrecimiento y en tres o cuatro ocasiones recorrimos los cien kilómetros hasta las costas del pacífico; en la primera ocasión el auto se sobrecalentó y fuimos ayudados por los operadores de grúa de la autopista.

Y, cinco o seis años después, otra vez, viniendo del puerto -esta vez solo- el auto se volvió a sobrecalentar; y, me parece que, el motor se fundió; la reparación se complicó -Rb ya le había cambiado la caja de cambios unos años antes- pues el mecánico no podía volver a montar el motor después de realizarle un overhaul.

Así que Rb decidió regalárselo -se lo vendió como en mil dólares, pero el mecánico aún no ha terminado de saldar la deuda, casi cuatro años después; y, la misma persona, le recomendó un auto, para sustituir la Honda Passport.

Así Rb adquirió el auto actual: un Mazda Protege automático, del año dos mil tres; lo compró en un poco más de dos mil dólares; y el auto ha funcionado -en su mayor parte bien-; durante los últimos tres años lo he llevado -casi- cada tres meses en los viajes que realizo a visitar a mis padres.

También he tenido dos incidentes: a inicios del año pasado le dí en el costado a un auto que se me cruzó en una de las avenidas más concurridas cerca de la universidad; la chica que iba en el otro auto tenía seguro, por lo que nomás tuve que pagar el Uber para volver a casa, y otros gastos menores.

Pero luego, casi al final del año, en una curva aceleré mal y me fuí a encunetar; con el saldo de la muleta del lado del copiloto completamente dañada; y el depósito del agua para el limpiaparabrisas roto; la broma me salió como en trescientos dólares.

Lo dicho, no me gusta manejar; el auto se mantiene parqueado frente a la casa de Rb la mayor parte del tiempo; generalmente lo utilizamos una vez a la semana: desayunos con mis amigos, visitas a mis hijos, llevar y traer a Rb de la iglesia.

Y una gran razón de esto es el tránsito: la ciudad nunca fue diseñada para tan gran cantidad de autos en las calles -de hecho no fue diseñada para nada: nomás fue creciendo sin ningún control-.

En cada salida debemos considerar al menos una hora de tránsito; sin importar la cercanía o lejanía del destino; pero la semana pasada fue un extremo: dos salidas entre semana.

El miércoles venía una persona de Nicaragua: el grupo cristiano en el que Rb trabaja como asistente del director iba a realizar un campamento en la ciudad; por lo que personas de varios paises de latinoamérica venían a la ciudad.

Rb se había comprometido a recoger a esta persona en el aeropuerto y llevarla a la casa de la mamá del director del grupo: un apartamento en una de las zonas más afluentes de la ciudad.

Habíamos planeado que me escapara una hora antes de la salida del trabajo; sacamos el auto un poco antes de las tres y nos dirigimos al aeropuerto; Rb se atrevió a manejar en el viaje de ida -evita más que yo la conducción-.

El tránsito estuvo pesado pero no extremadamente; llegamos con un buen tiempo de antelación al aeropuerto; dejamos el auto en el parqueo del lugar y nos dirigimos al portón por donde entran las personas al país.

El joven no tardó en salir y nos dirigimos al lugar en donde se hospedaría; pero, resultó que le habían confiscado las botellas de shampoo y otros artículos de limpieza antes de subir al avión; por lo que pasamos a un supermercado, para que se proveyera de lo necesario.

Eso nos atrazó un poco más de media hora; después del supermercado nos dirigimos al edificio de apartamentos; allí Rb y el joven se bajaron en la recepción, ya que no había espacio para parquear el auto.

Yo di una vuelta en U y me parqueé un momento frente al edificio: costó un poco que bajara la señora a recibir al joven; pero un poco después empezamos el viaje de vuelta; el cual estuvo terrible: nos tocó retornar a la hora pico.

A pesar de que empezamos la salida de la zona un poco después de las cuatro y media, parecía que nos juntamos con todos los trabajadores que finalizan su trabajo al final de la tarde: no nos costó llegar mucho llegar a una de las calles principales de salida (y entrada) a la ciudad; pero, allí, avanzar tres calles nos tomó más de media hora.

Una situación desesperante; a la cual no estamos acostumbrados, pero que a la mayoría de la población -que maneja- debe serle muy común en su trajín diario; al final nos tomó casi dos horas retornar a casa.

Lo bueno es que ya le había cambiado el tapón del radiador al auto; lo que, al menos, ha asegurado que el sistema de refrigeración del motor funcione de forma normal; afortunadamente no hemos tenido problemas de sobrecalentamiento.

El jueves era mi segundo día de vacaciones -forzadas- del mes; después de meditar -y resolver los wordle de inglés, francés y portugués- retorné a dormitar a la cama; me levanté un poco después de las ocho, a desayunar, y a prepararme para acompañar a Rb al mercado del centro histórico.

Como me había quedado sin gelatinas una semana antes, nos dirigimos a la tienda en la que me proveo de esto, tomando otra unidad del Transmetro, muy cerca del mercado en donde Rb compra su fruta semanal.

En la tienda encontré gelatinas de tres sabores -aunque de uno de los mismos nomás había una libra- y compré cinco libras; Rb compró una libra de gelatina sin sabor -la única que puede consumir con seguridad-.

Luego retornamos al mercado; el cual estaba a punto de cerrar, pues -según algunos carteles de la municipalidad- iban a completar una de las jornadas rutinarias de limpieza; después del supermercado tomamos el transmetro, para retornar al comercial en el que se estacionan los busitos del sector.

En el comercial entramos al supermercado; Rb quería comprar un poco de pollo -y un paquete de pan tostado, para mi persona-; luego retornamos a casa; el almuerzo de ese día -y el siguiente- consistió de unos burritos muy buenos.

El viernes nos tocó que volver a salir: como era día de ejercicios, y Rb se había comprometido a acompañar a su grupo del trabajo en el campamento durante un par de horas, habíamos acordado realizar la rutina de ejercicios a las once de la mañana.

Lo que no me percaté fue que justo a esa hora tenía programada la reunión de los últimos viernes en la que hemos estado trabajando, con todo el equipo local, para armar la presentación que debemos realizar la primera semana de julio.

Con Rb hicimos la rutina entre once y doce; después ví que el resto del equipo se había reunido; y nomás agregué un par de reacciones a los mensajes finales de la misma; un poco después el programador que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad - y que le encanta el protagonismo- me pidió que programara la última reunió para el siguiente jueves.

Almorzamos lo mismo que el día anterior y realizamos el resto de la rutina de la tarde sin ningún cambio -sacar a caminar a los perros y preparar café y té-; a las cuatro de la tarde tomamos el auto para dirigirnos al centro cristiano de convenciones en el que estaban realizando el campamento.

El lugar se encuentra en la ribera del lago más grande -y contaminado- de la ciudad; en uno de los municipios aledaños a la misma; y quién sabe si mucha gente empezó a abandonar la ciudad debido a que se venía un fin de semana largo, o es la norma y no sabíamos.

La cuestión es que salir de nuestro municipio no fue muy tardado; pero, justo después, pasamos más de una hora -nuevamente- en el tránsito; en varios sectores, completamente detenido; en el resto a una velocidad extremadamente baja, y casi bumper con bumper.

Afortunadamente,  pudimos entrar al desvío del municipio al final de una cuesta bastante pronunciada; y, después de cruzar el poblado municipal, continuar circunvalando el lago, hasta llegar al centro de convenciones.

Y digo afortunadamente porque, luego del desvío que nosotros tomamos, el tránsito seguía igual -o peor- de atascado; a diferencia del miércoles, el viernes la lluvia estuvo presente casi todo el día; no fuerte, pero sí constante; lo que contribuye, creo, a la baja velocidad en general.

El portón del centro de convenciones estaba cerrado, por lo que puse el auto en modo de parqueo y me bajé a hablar con el guardían de la garita; le indicamos el evento al que asistíamos y nos comentó los detalles para llegar al lugar.

La verdad yo no me había percatado de que se trataba de un campamento; antes había creído que era una reunión de los líderes del grupo en el que Rb trabaja; pero no, habían sesenta o setenta jóvenes -no ví a muchos de ellos- que estaban acampando en el lugar.

Rb llevaba su colección de numismática -tiene billetes de muchos países alrededor del mundo- pues había comentado con la persona del miércoles acerca de esta afición; se instalaron en unas mesas varias personas a admirar los diseños e idiomas de muchos de los elementos de la colección.

Yo volví a encontrar al joven al que Rb hospedó en su casa hace un par de años: colombiano, y con un perfil profesional bastante similar al mío; o eso era en ese tiempo; ahora está dando soporte a SAP.

Estuvimos conversando un buen tiempo sobre el estado actual de la tecnología, los empleos de cada uno; e inclusive un poco sobre las opciones de capacitación disponibles en línea, para mejorar el perfil profesional de cada uno.

Creo que estuvimos menos de una hora en el lugar -llegar nos tomó casi dos horas- y luego el director indicó que se reunirían para cenar; yo le ofrecí a Rb que podía quedarse y yo me hacía cargo de sus perros; afortunadamente no aceptó.

Como había otra persona que venía hacia la ciudad -en su viaje de vuelta a su casa, en un departamento en el extremo opuesto de la capital-, Rb se ofreció a pasar a dejarlo al poblado del municipio, donde tomaría un bus.

Pero, como al final, tenía que pasar por la ciudad para abordar el bus hacia su poblado, propuse que lo pasaramos a dejar al comercial en donde se estacionan los busitos de nuestro sector; y donde podía tomar el transmetro hacia el centro de la ciudad.

Por lo que no pasamos por el poblado del municipio; utilizamos Waze para completar la circunvalación del lago; y salir por el otro extremo; la verdad es que fue un trayecto bastante riesgoso: casi no hay iluminación en el mismo, y la lluvia continuaba.

Afortunadamente la mayor parte de la subida -es una ascensión bastante pronunciada- tuvimos a un pickup -que se veía bastante cargado- delante de nuestro auto; por lo que pude guiarme con sus luces, para avanzar en el camino.

La salida no nos tomó tanto tiempo como la entrada; y, por haber tomado la ruta inversa, retornamos a la ruta nacional en un lugar bastante cerca de la ciudad; el tránsito aún estaba un poco pesado, pero lo estaba más en el sentido contrario.

Un poco más tarde estábamos dejando al señor en el comercial desde donde podía tomar el Transmetro; e iniciando, finalmente, el retorno a la casa de Rb; pasaban de las siete de la noche, por lo que el embotellamiento diario ya había disminuido un poco. 

El sábado me amaneció doliendo la pierna izquierda; no sé si se debió a los ejercicios que hicimos el viernes -el miércoles, por las molestias de salud de Rb, no habíamos realizado la rutina del día-; o por la tensión del viaje del día anterior.

A media mañana caminamos a los supermercados en dirección sur; en el más lejano compré una bolsa de Ketchup -ya está por acabárseme la actual-; y un paquete de pan tostado: había planeado visitar a mi tía favorita, al final del día.

Después de retornar de los supermercados estuve avanzando en la última parte del ciclo del libro de Terapia de Aceptación y Compromiso -ACT- que estoy leyendo; luego, a las once y media, saqué a la perra más pesada de Rb, a su caminata diaria.

Después me bañé, y me dirigí al departamento de mis hijos; salí un poco después de las doce; y el tránsito volvía a estar bastante pesado, justo en el punto en el que el boulevard desemboca a la ruta que une a ambos municipios.

Pero, debido a que había salido temprano, llegué al edificio en donde viven mis hijos quince minutos antes de la una; subí las gradas de los siete niveles y me instalé en el espacio que corresponde a la sala del departamento.

El área se ve bastante descuidada -no tienen ni un año de haber estrenado el departamento- pero me senté junto a la pared, y le envié un mensaje a mi hijo menor, comentándole que ya había llegado.

Pasó la hora acordad para la visita (una de la tarde) pero preferí seguir esperando; como a los diez minutos salió de su habitación; con el cabello bastante corto; o sea, desde la pandemia había estado usando el cabello hasta debajo de los hombros, pero ahora tenía un corte casi similar al mío.

Le pedí que se sentara un momento y volví a disculparme por mi intervención con su hermana en la última visita; y por mi negatividad en muchas de mis conversaciones; ví que se le aguaban los ojos, pero sigo sin saber cómo reacciones en estas situaciones.

Luego le propuse que fueramos al parque temático de costumbre; afortunadamente, a persar del pronóstico, no llovió durante toda la tarde; en el parque le  indiqué que podíamos comprar pizza o pollo; prefirió pollo.

Nos tocó que hacer una fila un poco tardada -el parque estaba más lleno que de costumbre, quizá por el fin de semana largo-; tanto para pagar por un par de menús de nuggets de pollo, como para recibir el pedido.

Lo bueno fue que el área de mesas no estaba reservada en esta ocasión; pudimos ocupar una de las mesas del lugar, y almorzar en paz; luego jugamos varias partidas de dominó; un poco antes de las cuatro propuse que nos subieramos a la Rueda de Chicago; luego nos retiramos del lugar.

Llegamos de vuelta al apartamento bastante temprano; un poco mi hijo había declinado mi oferta de café, por lo que nomás estuvimos en el espacio de la sala, resolviendo algunos cubos de Rubik -no llevaba el de 4x4x4 ni el de 5x5x5-.

Mi hija mayor salió de su habitación en cierto momento; al parecer sigue su rutina de dormir de día; y también ví una cantidad bastante grande de colillas de cigarros en uno de los botes de basura que mantienen en la cocina.

Al parecer -también- siguen en conflictos personales; no estoy seguro si se saludaron, o intentaron hacerlo; a las cinco -como habíamos acordado más temprano con mi hijo- nos despedimos y me calcé los zapatos -hemos acordado no utilizarlos dentro-; antes de retirarme llamé a mi hija para que saliera y nos despidiéramos.

Era bastante temprano para mi siguiente compromiso: había estado hablando durante la semana con mi primo favorito, para coordinar mi visita a su madre, ese día, a las seis de la tarde -estoy procurando visitarla con la misma frecuencia que visito a mis padres-.

Antes de encender el auto jugué dos o tres partidas de ajedrez en el  celular, y luego, sí; abrí la puerta del estacionamiento e inicié mi viaje hacia la casa en la que mi primo alberga a sus padres -y a otra familia del lado de su esposa, me parece-.

El tránsito estaba bastante tranquilo; aunque había empezado a lloviznar ligeramente; llegué con bastante anticipación a la casa de mi primo; pero, antes de estacionarme, otro auto me adelantó y se paró en el lugar; de allí se bajó un tipo, tocó el portón de la casa, y, al salir mi primo, conversó un momento con el mismo.

Yo estaba aún en el auto, un poco atrás; pero bajé el vidrio del lado del piloto (todos los vidrios están polarizados) y saludé a mi primo; el tipo se subió, por fin, al auto, con lo que pude parquearme en el lugar.

Conversé apenas un poco con mi primo, ya que estaba ocupado, y subí al segundo nivel de la casa; la construcción es enorme; no estoy seguro si tiene tres o cuatro niveles; y muchas muchas habitaciones.

Encontré a mi tía, quien me recibió bastante efusivamente; le entregué el paquete de pan tostado que llevaba; y ella me ofreció café; luego nos instalamos en su cocina, a tomar café, y conversar durante un poco más de una hora: muchas muchas noticias familiares.

Un poco después de las siete le comenté a mi tía que tenía que retirarme e inicié el viaje de vuelta; debido a la hora -y el día- el tránsito estaba bastante ligero; por lo que un poco después estaba estacionándome frente a la casa de Rb.

Espero no volver a conducir tanto durante la misma semana en mucho mucho tiempo.

Y a ver cómo va eso... 

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