domingo, 16 de noviembre de 2025

Inversiones (casi escribo "malas")... Investments (I almost wrote "bad")... Investissements (j’ai presque écrit “mauvaises”)...

El miercoles por la tarde me escribio mi hijo menor por whatsapp: me envió un screenshot del depósito que le habían hecho por la recompra de acciones que habían realizado en su trabajo.

Lo primero que noté fue que la cantidad que recibió era la mitad de lo que había visto en el sitio de la empresa que gestiona esta información -quienes administran las acciones-: en la página decía que las acciones tenian un valor de tres mil dólares; el depósito que ví fue de mil quinientos.

Lo cuestioné sobre la cantidad y me envió un screenshot del documento de liquidación; el valor de cada acción era como la mitad de lo que decía la página de stocks; me molestó un poco el hecho; o sea, en vez de ganar un diez por ciento con las inversiones había perdido el cincuenta por ciento.

Y me puse a rumiar pensamientos: qué estafa; siempre se aprovechan de los pequeños inversores; las empresas siempre fastidian a sus empleados; y así; pero nole dí mas importancia; tampoco le comenté nada a mi hijo.

Pero también me dije que no volvería a invertir; o al menos a hacerlo de la forma en la que me metí en esta aventura: o sea, con una completa ignorancia de cómo funcionan los procesos; básicamente aceptando mi desconocimiento.

Pero el jueves recibí otro mensaje de mi hijo: le había escrito -a los tres, realmente-: había depositado en la cuenta del edificio donde viven los cincuenta dólares que habían pedido como aporte extraordinario, por la compra de una bomba de agua.

Mi hijo me comentó que no había revisado su correo durante los últimos dos días -había estado fuera-; y que se acababa de percatar que las acciones habían sido adquiridas a mitad de precio porque una parte del valor se había trasladado a acciones de la empresa matriz.

Y, con el valor de mercado de las mismas, entonces quedamos casi en la misma posición: o sea, sin pérdidas; pero aún deberémos averiguar cuáles son las condiciones en las que serán administradas; o sea, se supone que esas sí pagan dividendos anuales; aunque me preocupan los cargos de administración.

Y a ver cómo va eso... 

El miércoles me levanté a las seis y veinte; me levanté algo raro porque me recordé que, durante la noche, había estado teniendo sensaciones raros en las piernas: me había despertado y sentía las sentía ingrávidas.

La noche anterior había confirmado si aún no me tocaba aumentar en un minuto la duración de mis periodos de meditación; pero no, al parecer aún tenía que esperar hasta el viernes para el cambio.

Medité veintiún minutos y luego salí a despertar a Rb, para realizar la rutina de ejercicios de mitad de la semana; y, aunque los perros no estuvieron interrumpiendo, igual decidí volver a tomar la ducha hasta después de que terminara la reunión diaria.

La reunión continuó en la misma forma: apenas revisamos algunos nuevos reportes de fallos que un par de analistas habían reportado; y la indicación de que se realizaría la actualización durante el día.

Después de hacer Duolingo estaba considerando retornar a la cama -el baño me había relajado-; pero noté que era el día en el que me reuno con mi supervisora local a las nueve y media -reunión bimensual 1:1-.

A la hora convenida entré a la reunión con mi supervisora; ella entró como cinco mintuos más tarde, aduciendo problemas con la herramienta que utilizamos; y la reunión estuvo bastante tranquila: no se habló del incidente de la semana pasada -mi irresponsabilida-.

El único tema que yo tenía en mente era el convivio de fin de año del equipo: el año pasado lo realizamos en el parque temático a donde acudimos con mis hijos; pero este años aún no se ha confirmado nada -ni siquiera un convivio de toda la empresa-.

Antes de tocar el punto laboral estuvimos conversando un poco de temas personales; yo tenía la idea de que mi supervisora era católica -le pregunté si pertenecía al Opus Dei- pero, sorprendentemente, me comentó que era evangélica.

Al mediodía recalentamos la segunda porción de tortilla española de la semana; acompañada de una gran ensalada -y refresco de Rosa de Jamaica-; como habíamos sacado a caminar a los perros antes del almuerzo, nomás esperé un rato antes de lavar los trastos del almuerzo -aunque el lavatrastos estaba más lleno que de costumbre-.

Mientras Rb le daba de comer a sus perros yo puse un poco de manzanilla en la olla y le preparé un té; también preparé un café para mí; como había quedado en reunirme con mi amigo poeta a las cinco y media -y el tránsito es muy variable por acá-, salí de mi trabajo a las cuatro y media.

A esa hora tome mi mochila, encendí el automóvil e inicié el viaje de ida; sorprendentemente el tránsito estaba bastante ligero: no me tocó que parar en ningún tramo del boulevard; y en el resto del camino nomás en un sector se ralentizó.

Con lo que llegué al lugar de costumbre a las cinco y diez; había considerado que me iba a tocar esperarlo; pero justo entrando al restaurante recibí un mensaje de que se atrasaría al menos quince minutos; al final fueron como veinticinco minutos.

De acuerdo a lo que había previsto había ordenado un pastel tres leches y un té frío; cuando mi amigo llegó pudimos ordenar un par de cenas típicas -las empiezan a servir a las seis y faltaban como cinco minutos para esa hora-; luego nos estuvimos en el lugar por casi dos horas, entre cena y conversación.

Además, casi al final de la reunión, le dí los seis billetes de veinte dólares que no me había aceptado el banco; a las ocho menos veinte nos despedimos; abordé el automóvil y le envié un mensaje a Rb para comentarle que empezaba mi retorno.

El tránsito de vuelta tampoco estuvo muy fuerte; me vine por varias calzadas principales y no hubo embotellamiento en ningún lugar; al final vine un poco después de las ocho y cuarto; acompañé a Rb en su cama mientras veía alguna de sus series; también vimos la segunda parte del primer episodio de una competencia de pasteles -la noche anterior habíamos visto la primera-.

El jueves me levanté a las seis y media; medité y luego retorné a la cama: era mi primer jueves de vacaciones -de los dos que me obligan a tomar al mes- y puse la alarma del celulara para las ocho y media.

A esa hora me levanté a preparar el desayuno, y a esperar a que Rb alimentar a a sus perros; un poco antes de las diez nos dirigimos al mercado en el Centro Histórico; Rb debía ir a consultar al internista en donde se someterá a la cirugia, y me había pedido que la acompañara al mercado, para traer de vuelta las moras que compra en el lugar.

El tránsito estaba bastante normal; un poco de embotellamiento antes de salir a la ruta intermunicipal; el busito se estaciona un rato en ese lugar y vimos cómo lo abordaba uno de los voluntarios con quien visitábamos hace diez años -también lo había visto en una sucursal de la telefónica hace unos años-.

Estuvimos conversando un rato con el joven, mientras el busito reiniciaba la marcha; nos despedimos en el comercial en donde la ruta finaliza; en el mismo lugar hay otra sucursal de la telefónica, a donde se dirigía a trabajar nuestro amigo.

De allí tomamos un transmetro hasta el centro; a medio trayecto el joven que iba sentado a la par de Rb se levantó; yo me percaté que había una tarjeta de pago del transporte entre los asientos y le pedí a Rb que verificara si tenía la de ella; entonces se la dimos al joven.

Lo raro es que justo cuando vi el piso de la unidad, había otra tarjeta; y, como de esa, era mucho más difícil saber a quien pertenecía, nomás la guardé en la bolsa del mercado de Rb; la usé en el viaje de vuelta, tenía apenas tres pasajes.

En el mercado Rb compró tres libras de moras y un ciento de bolsas transparentes; estas últimas las quiere utilizar para separar porciones de comida de sus perros grandes, para facilitarme un poco la vida, cuando me toque hacerme cargo de estos, mientras ella se recupera de la operación. 

Luego de las compras me despedí de Rb, ella se dirigió a la estación desde donde toma el transmetro hacia el hospital; yo me dirigí a otra estación cercana, para empezar el viaje de retorno; la estación no estaba muy llena; al parecer el partido de futbol de la selección -contra el país que creó el Imperio del Norte para ahorrarse un mes de viaje de sus barcos- bajó la afluencia de personas en las calles ese día.

Me apeé del transmetro en el comercial en donde se estacionan los busitos; entré al supermercado del lugar y compré un poco de bananos y una red de aguacates; luego pasé al banco a retirar los últimos novecientos dólares que tenía en mi cuenta bancaria.

Luego salí del comercial, a abordar el busito; el cual no tardó mucho en iniciar el recorrido -a pesar que nomás veníamos dos o tres pasajeros-; creí que venía con bastante tiempo antes del almuerzo, pero de hecho ya era la una de la tarde.

Le envié un par de fotografías a Rb -había olvidado la lista de preguntas para la consulta con el internista y el dermatólogo- y luego me preparé el almuerzo: la última porción de tortilla española; acompañada de ensalada -antes de salir había preparado las ensaladas, así Rb podía llevarse la suya al hospital-.

Almorcé y luego saqué a caminar a los perros; quería ver cuánto tiempo me tomaba el procedimiento -para visualizar cómo estarán mis dos semanas siguientes- pues me toca sacar a cada perro grande por separado.

Al final entre la caminata de los dos perros grandes -incluyendo recoger sus desechos- y sacar a la pequeña -y más vieja- al patio pasaron treinta minutos; lo que no está tan mal: o sea, puedo tomar treinta minutos para almorzar y otros treinta para las caminatas.

Rb se pasó toda la tarde en el hospital: había llevado su almuerzo pues debía acudir a dos citas médicas; la primera con el internista, para evaluar sus condiciones para una intervención quirúrgica (histerectomía, me parece); la segunda con el dermatólogo, pues había observado que un piquete en el pie se le había desarrollado de una forma rara; incluso creía que era tiña.

Pero no, no era tiña; el dermatólogo la revisó y le indicó que la forma en la que había evolucionado se debía a la edad; creo que le recetó una crema antiséptica; ahora, con el internista hubo un poco de confusión porque el exámen de sangre indicaba un grado de diabetes; de hecho le indicó que debía volver a realizarlo, para descartar un error en la medición.

Y además, le dió la luz verde para la intervención quirúrgica; o sea, le indicó que el martes siguiente debía entrar al quirófano; Rb me llamó en cuanto salió de las consultas, para contarme todo eso; luego empezó el camino de retorno y llegó a casa cuando ya había oscurecido.

El viernes fue -en general- un día bastante tranquilo; o sea, la noche anterior empezamos a afinar los detalles para los tres días que Rb estará ausente por su cirugía -y que yo me tendré que hacer cargo, desde las tres AM hasta las once PM de sus perros-; me desperté a las seis y media y, después de meditar, levanté a Rb para realizar la rutina de ejercicios.

Al igual que los días anteriores, me duché hasta después de la reunión de equipo diaria; luego me metí a la cocina y me preparé el desayuno de los viernes; estoy utilizando por estos días dieciseis o diecisiete gramos de embutidos y treinta gramos de repollo, con la torta de huevo que preparo para mis panes.

Durante la mañana estuve avanzando un poco en las tareas del trabajo; pero muy poco; por ser viernes preparamos el penúltimo de los pescados que traje de la última visita a mis padres; y por la tarde me dediqué a leer.

Después del horario laboral nos dirigimos a la tienda verde de descuentos: Rb quería comprar un paquete de pañales para adultos, le pidieron una docena para la cirugía; yo aproveché para comprar dos paquetes de dulces para repartirlos en caso haya convivio de fin de año.

En la noche empecé a ver la última película de Leonardo de Caprio: One battle after another; está super larga -más de dos horas y media- por lo que decidí dosificarla en cinco partes, de treinta y dos minutos cada una.

El sábado me levanté a las siete y media, medité y volví un rato a la cama; puse la alarma del celular para después de las ocho, pero me levanté cuando escuché que Rb empezaba sus actividades diarias -creo que sacó a los perros al patio-.

Preparé mi desayuno de los sábados y luego retorné a la cama a hacer Duolingo, y a leer un poco: he estado leyendo un poco más en Español; me ha costado iniciar con el siguiente libro en la línea de No Ficción: Proust and the Squid.

A media mañana nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; nos metimos al mas lejano pues yo quería sacar cien dólares del cajero automático que se encuntra en el lugar: como no iba a poder ver a mi hija el siguiente sábado -un día antes de su cumpleaños- había planeado entregarle ese mismo día su regalo de cumpleaños.

Pero el cajero no servía; de todos modos aproveché para comprar una bolsa de tortillas de maiz y una bolsa de soya texturizada; planeo utilizarlos dos o tres días durante el período de convalecencia de Rb; también compré un hermético con cuatro cubiletes, para mi visita del día siguiente al voluntario que me rescató cuando la batería del auto se descargó el mes pasado.

En el otro supermercado ibamos a comoprar bananos, pero no encontramos ningún racimo en buenas condiciones -de hecho casi no habían bananos en el lugar de costumbre-; retornamos a casa y, a las once, saqué a caminar a la perra más pesada de Rb.

Luego me metí a la ducha; salí de casa después del mediodía pero el tránsito -sorprendentemente- estaba bastante ligero; llegué a la casa de mis hijos a la una menos cuarto; nomás llevaba mi mochila negra con los cubos de Rubik y el Scrabble.

Le escribí a mi hijo para notificarle que ya había llegado; nomás le dió un (Y) a mi mensaje; y me estuve en el área de la sala -que pronto se convertirá en la habitación de mi hija mediana- haciendo algunas lecciones de Duolingo.

Mi hija mayor salió un rato después -con cara de almohada- y estuvimos conversando un momento; mi hijo salió después de la una y cuarto; le propuse que nos dirigiéramos al parque temático e iniciamos la caminata hacia el lugar.

En el camino le pregunté sobre alguna preferencia para almorzar; me comentó que había desayunado pollo como a media mañana y que, realmente, no tenía apetito; con lo que nos quedamos sin almorzar.

El parque estaba un poco más concurrido que de costumbre -me imagino que debido a que mucha gente ya anda de vacaciones, especialmente los que se relacionan con la educación-; el lugar donde usualmente almorzamos estaba reservado por un convivio.

Nos dirigimos a una banca en una de las sendas del lugar y allí nos estuvimos un poco más de una hora, conversando y armando los siete u ocho cubos de Rubik que llevaba; después nos subimos a la rueda de Chicago de costumbre.

Para terminar la visita del lugar entramos a ver la nueva obra de teatro que montaron con temática navideña; entramos al lugar a la última función - a las cuatro de la tarde-; la obra está pasable: mucho baile y casi nada de argumento.

La duración de la misma es de un poco menos de media hora; luego de lo cual empezamos el camino de regreso al departamento; le pedí a mi hijo que me acompañara a un cajero automático, pues quería retirar el efectivo que planeaba obsequiarle a mi hija mayor.

En el camino hay dos comerciales en donde hay varios cajeros automáticos; pero ninguno de los tres aceptó la transacción móvil que había realizado más temprano; en la panadería del primer lugar compré un par de zapelines.

Cuando regresamos al departamento le envié un mensaje a mi hija mayor invitándola a un té -de jazmín-, pero no me respondió; le ofrecí a mi hijo un café instantáneo; pero me dí cuenta que no llevaba paquetes de café; él tomó un poco de agua y yo preparé un té de jazmín; compartimos uno de los zepelines.

Un poco después de las cinco y media me despedí de mi hijo, bajé al sótano e inicié el camino de regreso a casa de Rb; el tránsito estuvo un poco pesado en una parte de la calzada colindante a la casa de mis hijos, pero no mucho, no tuve muchas dificultades para alcanzar mi destino.

El domingo me levanté a las siete y media y, al igual que el día anterior, luego de meditar veintidos minutos retorné un rato a la cama; me levanté cuando escuché que Rb sacaba a sus perros de la habitación.

Me iba a preparar mi desayuno de los domingos: una torta de huevo, tortilla de harina y frijoles; pero no encontré ninún paquete de frijoles volteados -no me dí cuenta que me había quedado sin provisiones de este alimento-; por lo que nomás fue la torta de huevo con tortillad de harina.

Después del desayuno estuve haciendo un poco de Duolingo y leyendo un poco de Proust and the Squid -es muy bueno: sobre la historia y elementos de la lectura-; a las diez de la mañana nos dirigimos al supermercado en donde compramos artículos a granel.

En el camino pasamos a otro supermercado para comprar bananos -ya no teníamos para acabar el día-; luego seguimos al que nos dirigíamos; allí Rb compró un frasco de semillas de marañón y un saco de comida para perros; yo compré una bandeja de alitas de pollo.

También compré un frappuccino y un pastel tres leches; pero me cuidé de no consumir lo primero -ni lo segundo, realmente- en el camino: en una de las penúltimas visitas al supermercado me había dado un brain-freez bien feo; y venía manejando, por lo que nos puse en un riesgo muy alto sin ninguna necesidad.

Retornamos a casa con las compras; y yo dí buena cuenta del frappuccino y de la mitad del pastel de tres leches; un poco más tarde Rb empezó a preparar las alitas de pollo dominicales y sacamos a caminar a los perros; yo preparé un par de ensaladas y completamos el almuerzo.

Después del almuerzo lavé los trastes que había en el lavatrastos y luego me estuve viendo algunos videos de Youtube; a las dos y media metí mi computadora y mi tablet -y el tablero de ajedrez- en la mochila y, a las tres menos cuarto, me dirigí a la casa del voluntario que visito mensualmente.

Llegué al lugar justo a las tres de la tarde, estacioné el auto un poco atrás pues alguien se había parqueado justo frente a la casa de mi amigo; toqué el portón y, esperé a que mi amigo bajara.

Volví a agradecerle por la ayuda brindada el mes anterior cuando la batería del auto se había descargado; y nos pasamos el siguiente par de horas entre conversación, café y cubiletes -ahora sí llevaba paquetes- y enseñándole a obtener libros de la página en la cual me  surto de los mismos.

Al final bajamos cinco libros de Agatha Christie -en español y en formato pdf- y uno de Julio Verne; a las cinco de la tarde me despedí de mi amigo e inicié el camino de retorno; el tránsito estuvo bastante ligero por lo que menos de veinte minutos más tarde ya estaba estacionando el auto frente a la cassa de Rb.

Por la noche estuve viendo algunos videos de Youtube, el primer capítulo de Pluribus, y la tercera parte -de cinco- de One battle after another; también hice algunas lecciones de Duolingo; aunque las partidas de ajedrez en esto último no han estado funcionando tan bien.

Y a ver cómo sigue eso..

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