lunes, 28 de julio de 2025

La espera -y las diez dimensiones-... The wait -and the ten dimensions-... L'attente -et les dix dimensions-...

He marcado en rojo (y dejado de contactar) a tres o cuatro contactos antiguos, en mi calendario de expansión -o proyección, más bien- social por dos razones: por dinero o por tiempo; en el primer caso porque me han pedido (y a veces obtenido) préstamos sin intención de honrar el compromiso (creo que han sido dos o tres personas).

Y con el tiempo es un poco más complicado: me molesta la impuntualidad; y, a lo largo de la vida, he sido bastante intransigente con este punto; en casi todas las reuniones que organizo desde hace tres años, usualmente le aviso a mi invitado de que ya estoy en el lugar con varios minutos de anticipación.

En nuestra Latinoamérica unida la impuntualidad es -desafortunadamente- la norma; generalmente me toca esperar diez, quince o incluso más minutos para encontrarme con la persona con la que he estado coordinando desde varias semanas atrás.

Y ha habido un par de casos extremos: en una ocasión mi amigo ni siquiera se había levantado -era un desayuno bastante temprano- y me llamó para disculparse e informame que llegaría en el acto.

En otra ocasión, llamé un par de veces a otro amigo, luego me retiré del lugar; y, a medio camino, recibí una llamada para disculparse y proponer que nos reuniéramos en otro lugar, que quedaba en la ruta en la que me estaba conduciendo.

Y ayer: había quedado de reunirme a las cuatro de la tarde con mi amigo Testigo de Jehová; llegué al lugar cinco minutos antes, y le escribí un par de minutos más tarde; luego lo llamé un par de veces.

Cuando pasaron quince minutos sin que diera señales de vida -ni responder mensajes de whatsapp ni llamadas al celular- decidí que iba a aprovechar la salida para proveerme de materiales para la última de mis intenciones: practicar acuarela.

Y es que la misma persona, muchos meses antes, había cancelado la reunión cuando ya llevaba un tiempo esperando; su excusa (la verdad no sé qué creer) fue que un vecino/amigo había fallecido y estaba en su funeral.

Y ayer, durante la espera, pensé que era probable que tuviera una excusa del mismo tipo; por lo cual no podía tomar una actitud implaclabe: o sea, a todos pueden pasarnos situaciones inesperadas; así que tranquilamente crucé la calle y entré a la tienda verde de descuentos.

Entrando al lugar ví que me había escrito: disculpándose por el retraso y afirmando que llegaría en quince minutos; le respondí con un mensaje tranquilo, indicándole que estaría esperándo.

Procedí a comprar el material para acuarela: un paquete de cinco pinceles, una caja de diez tubos de pintura, y también una pequeña paleta de plástico, en la cual planeo realizar la mezcla de colores para los primeros ejercicios.

Después pagué (cinco dólares) y retorné a esperar a mi amigo; ya eran más de las cuatro y media, pero me resigné a extender la espera más de lo previsto; pero cuando faltaban quince minutos para las cuatro lo llamé;  me respondió apurado, comentándome que en cinco minutos llegaría al lugar; al final llegó casi a las cinco.

La gente...

El sábado fue un día bastante agotador: me levanté quince minutos antes de las cinco de la mañana; medité diecinueve minutos, me vestí, y, a las cinco y cuarto, salí a despertar a Rb: era día de llevar a su perro a que le quitaran los puntos de la cirugía.

Originalmente la fecha era el lunes siguiente; pero Rb, al igual que yo -o un poco más- evita manejar todo lo posible; entonces llamó a la veterinaria durante la semana, y comprobó que podíamos llegar el sábado.

Salimos de casa a las cinco y media -salir más tarde siempre es una invitación para quedar atorado en el tránsito- y llegamos a la zona en cuestión bastante rápido: el número de automóviles -ese día y a esa hora- estaba bastante bajo.

Había planeado pasar por el Mc Donald's cercano a la clínica, para desayunar mientras esperaba a que abrieran la clínica -los sábados empiezan a atender a las siete de la mañana-; pero, al igual que dos semanas antes, decliné en el último momento.

Llegamos a la clínica con casi una hora de anticipación; afortunadamente llevaba mi tablet por lo que avancé un poco en uno de los libros de inglés que decidí leer en paralelo: The AI Con.

Rb bajó el perro para realizar una caminata similar a la que yo había hecho en la ocasión en la que lo intervinieron; pero no recuerdo que se haya tomado más de la media hora que realicé yo esa vez.

Un poco antes de las siete empezaron a llegar más automóviles; afortunadamente eramos los primeros en la espera; por lo que, cuando abrieron la clínica, pasamos directamente al área de recepción.

Un poco después el perro fue admitido -con Rb- y procedieron a la retirada de los puntos de la cirugía; y a la revisión de su estado general; la consulta no tardó mucho y, un poco después, empezamos el camino de vuelta.

El tránsito seguía bastante ligero -el día y la hora- y, afortunadamente, un poco antes de las ocho de la mañana estaba parqueando el auto frente a la casa de Rb; ella se retiró -con sus perros- a su habitación y yo me preparé el desayuno de los fines de semana.

Había estado comiendo desde el jueves porciones pequeñas de brazo gitano de chocolate -es uno de mis favoritos; pero su tamaño es muy grande- y, por ser sábado, incluí el doble de la cantidad para mi desayuno; después del cual retorné a la cama; en donde hice un par de lecciones de Duolingo, y luego me dormí.

Me levanté a media mañana; habíamos acordado no acudir ese día a los supermercados: aún teníamos bananos para los desayunos; y yo quería empezar temprano la preparación para el sábado con mi hija mayor; tenía que comprar carnitas en un comedor a un par de cuadras de casa.

Un poco antes de las once me dirigí a la chicharronera; compré una libra de carnitas de cerdo (nueve dólares) y luego retorné a casa a preparar un par de ensaladas, y empacar un par de gaseosas y el menaje para un almuerzo.

Cuando salí por las carnitas me dí cuenta que el tránsito en el boulevard estaba bastante pesado: la colla llegaba casi hasta la calle en la que vivimos; por lo que, un poco antes del mediodía, me bañe, metí el par de mochilas en el auto, e inicié el camino hacia la casa de mis hijos.

El tránsito estaba terrible; pero, por fortuna, estaba fluyendo; pero no era solo en el boulevard: el periférico también estaba bastante concurrido; sin embargo, a pesar de todo, llegué a la casa de mis hijos antes de la una de la tarde.

Subí el paquete de veinticuatro rollos de papel higiénico y las mochilas, por las gradas, hasta el séptimo nivel; encontré a mi hija a media limpieza -barrido/trapeado- de los espacios comunes del apartamento.

Cuando terminó nos dirigimos al parque temático de costumbre; en el mismo almorzamos carnitas de cerdo acompañadas por col china; ensalada verde, y una coca cola de dieta.

Luego estuvimos resolviendo tres cubos de Rubik -había olvidado completamente los otros cinco-: el de 3x3, el de 4x4 y el de 5x5; después, un poco antes de las cuatro, nos dirigimos al teatro; en donde vimos -yo por segunda vez- el musical que presenta por estos días la compañía de teatro del lugar.

Después retornamos caminando al apartamento; durante las ocho cuadras de distancia recibimos un poco -muy poco realmente- de llovizna; en el departamento preparamos té -yo había olvidado mis paquetes de café- y conversamos un poco; a las seis de la tarde me despedí.

Antes de retirarme del departamento llamé a mi hijo menor -despertándolo, desafortunadamente-, para despedirme; salió un momento de su habitación y nos dimos un par de abrazos; luego empecé el camino de vuelta a casa de Rb.

Por la noche estuve avanzando en el segundo de los libros de inglés que estoy leyendo en paralelo: Readme.txt; es la narración de los primeros años de una de las personas que más han expuesto las interioridades del ejercito del imperio del norte.

También preparé las gelatinas para los desayunos de los primeros cuatro días de la semana: había comprado una gelatina baja en carbohidratos, en el camino de regreso al apartamento de mis hijos.

Además, piqué el resto de la planta de col china que había adquirido para el almuerzo con mi hija mayor; para eso utilicé nomás cinco o seis hojas -le dejé casi la mitad, junto con una buena parte de la libra de carnitas-: piqué más de una libra de estas hojas y las herví por algunos minutos.

El domingo me levanté bastante repuesto del día anterior; preparé el desayuno y después me quedé en el comedor, haciendo algunas lecciones de Duolingo; luego estuvo leyendo un poco en cama; hasta que Rb me recordó que habíamos planeado salir a las diez, hacia los supermercados en dirección sur.

Caminamos hasta la altura del más lejano; después pasamos al que queda a medio camino; en donde compramos un poco de bananos; antes del mediodía también me tocó acudir a la tienda de la calle, por una zanahoria, para la ensalada del almuerzo.

Almorzamos nuestra comida típica del día: alitas de pollo y ensalada; me había estado sintiendo un poco raro anímicamente; por lo que, contrariamente a otros días, después de sacar a caminar a los perros me encerré en mi habitación, en vez de lavar los trastes del almuerzo.

Pero, para prevenir conflictos, le comenté a Rb sobre mi situación interna; asegurándole que no tenía nada que ver con su persona; que nomás debía realizar una especie de análisis de algunos hechos; pero que estaría aislado hasta la hora en la que tenía que salir (las cuatro menos veinte).

A la hora prevista me vestí, me despedí de Rb; y caminé hasta el lugar en el que abordamos frecuentemente los buses intermunicipales; y allí fue donde tuve que esperar por casi una hora a mi amigo, el Testigo de Jehová.

Las dos partes del título se refieren a este hecho; la primera parte la relaté al inicio; la segunda, por el diálogo mantenido durante nuestras casi dos horas de convivencia: llegando al lugar mi amigo me regaló una camisa -talla L- de un grupo de programadores local.

Luego entramos a la tienda de pizzas; yo estaba dispuesto a invitarlo, pues es el papel que usualmente tomo en este tipo de reuniones; pero él insistió que no, que era su turno; y pedimos un par de porciones de pizza y un vaso de gaseosa.

Mi amigo empezó a contarme -divagar- sobre un área de las matemáticas con la que se había topado últimamente: los números surreales; algo sobre un libro de uno de los más grandes matemáticos de los últimos tiempos; y, cómo no, el multiverso y las diez posibles dimensiones en las cuales puede repartirse la realidad.

Yo soy ingeniero -me gradué hace más de veinte años- y mi amigo, aunque creo que estuvo en la facultad, no logró avanzar; así que traté de tomar todo su discurso con un poco de precaución; pero sí, el campo existe, de hecho me envió un video de Carl Sagan, y el título del libro de Knuth en el cual se exponen los conceptos.

Después de la pizza mi amigo insistió en que nos tomaramos un café -y pastel-; yo insistí en que quería pagar -llevaba la tarjeta de Rb-; pero mi amigo sacó el efectivo y pidió la cuenta -diez dólares-; en total estuvimos un poco más de dos horas en el lugar.

Después de despedirnos -yo insistiendo en que la próxima vez me empecinaré en tomar la cuenta- caminé de vuelta a casa; por la noche avancé en el tercero de los libros en inglés: Annie Bot; el cual está muy muy muy bueno.

Y a ver cómo sigue eso... 

viernes, 25 de julio de 2025

Impuestos... Taxes... Impots...

He tenido una historia bastante accidentada con los impuestos: no solo de lo que debo pagar por los ingresos de mi trabajo, también con una oficina de consultoría que inicié hace más de dos décadas -e incluso con los vehículos!-.

Hubo una época, justo en la mitad de los viajes al imperio del norte, en el que dejé de pagar impuestos por varios meses; o sea, emití facturas y nunca declaré esos ingresos ante el ente tributario.

También tuve que pagar como diez años de impuestos atrasados porque el auto que dejé con la mamá de mis hijos nunca fue inmovilizado; quién sabe cuál sería su destino, pero al final tuve que desactivar su movilización -y pagar las multas correspondientes-.

En otra ocasión -un año antes de empezar en este trabajo, o así- tuve que pagar multas por más de un año sin declarar impuestos -no había facturado, pero es obligatorio declarar eso, o hay multa-.

Y en esa ocasión fue porque iba a volver a facturar y no podía emitir facturas hasta que mi situación fiscal se normalizara; total que pagué como quinientos dólares en multas y logré ponerme al día con el estado; lo 'chistoso' fue que el trabajo ese ya no salió.

En fin, después de esa última ocasión -y gran multa- me hice el firme propósito de declarar mensualmente la facturación a cero; lo que cambió cuando estuvimos trabajando en los libros con Rb: hubo muchos meses en que tuvimos que facturar ingresos por ese rubro.

Para evitar el olvido de la declaración a cero -y la multa correspondiente- programé una alerta en Hotmail, para recibir mensualmente un recordatorio de que debía realizar este trámite el veintiuno de cada mes.

Y me ha funcionado muy bien -excepto en una ocasión que declaré el mes corriente en lugar del mes anterior- hasta el mes pasado: no recibí la notificación, y olvidé por completo la declaración; resultado: multa de veinte dólares.

Y es que justo este mes debía pagar impuestos por un trabajo que Rb realizó el mes pasado, del cual emití la factura correspondiente; pero un par de días antes de realizar el trámite recibí un par de mensajes avisándome que estaba atrasado.

No le dí importancia -o, realmente, creí que se trataba de la factura- pero al declarar este mes salió un aviso que faltaba la daclaración del mes anterior; por lo que además de los cuarenta dólares de impuestos -esos los cubrió Rb, pues ella recibió el pago- tuve que pagar adicionalmente veinte, por el olvido.

Para evitar -espero!- que esto se vuelva a repetir, configuré otra alarma, ahora en Google, para que Gmail me envíe un correo el veintiuno de cada mes, a las tres de la madrugada, recordándome que debo declarar mi facturación a cero.

Y a ver cómo va eso... 

El domingo pasado no tenía ninguna actividad programada, o prevista; por la mañana fuimos a los supermercados en dirección sur; en el más lejano nos proveimos de pechugas de pollo para los almuerzos de la semana.

También compré una buena cantidad de bolsitas de frijoles, para mis desayunos de los fines de semana;  en el otro supermercado compramos bananos, alitas de pollo y un par de lechugas.

El lunes era mi último día de vacaciones -al menos de este periodo- y había programado un almuerzo con el ex compañero de facultad que encontré en la conmemoración de los veinticinco años de graduación. 

También era el día en que tenía que pagar los impuestos por la factura que había emitido el mes pasado, por la edición de libros que Rb había realizado para su amiga que vive en uno de los extremos más alejados de la ciudad.

Y fue al entrar a la aplicación de declaración de impuestos que me dí cuenta que había olvidado declarar el mes anterior a cero: por lo que tuve que pagar veinte dólares para dejar de seguir recibiendo avisos de que tengo omisos.

Configuré una nueva notificación con Google y espero que sea la última vez que se me olvida realizar la declaración mensual de impuestos; total que tuve que presentar dos declaraciones, una por la factura y otra por la omisión.

Además, durante todo el fin de semana, el banco en el que tengo la mayor parte de mis ahorros estuvo declinando la recepción de notas de crédito de otras cuentas bancarias, tanto propias como de otros bancos.

Me pasé desde el viernes tratando de trasladar algunas sumas desde el banco en el que recibo mi salario; también le pedí a Rb que me enviara desde el mismo banco; y nada funcionaba; al realizar una consulta por chat me indicaron que debía presentarme en el banco a actualizar mi información.

Entonces decidí que saldría una hora antes de lo planeado, para pasar al banco antes de reunirme con mi ex compañero de la facultad; salí a las once y media de casa -la reunión era a las doce y media-.

Esperé el busito en el boulevard y antes de las doce estaba en el banco; el trámite fue un poco tardado pues la secretaria no parecía tener mucha experiencia en esa parte del sistema; pero la actualización fue finalmente realizada.

Luego me fuí a la parte de los multirestaurantes que se encuentra en el tercer nivel del comercial en donde se estacionan los busitos; mi amigo llegó un poco más tarde y almorzamos un par de dobladas de una cadena local que es algo conocida.

Estuvimos conversando por casi una hora; recordando los viejos tiempos en la facultad; también me enteré de otro detalle: se cambió de carrera en la facultad porque otra estudiante le había dicho a su madre que era una pena que no pudiera avanzar en los estudios.

Me recordó a la última reunión que tuve con mi primer ahijado profesional: estudió en la universidad -le tomó como veinte años graduarse de licenciado en administración de empresas- porque se sentía menos cuando departía con un grupo de ingenieros.

En fin, las razones que cada persona tiene para realizar algunas cosas; en mi caso, estudié dos años de ingeniería en computación pero me pasé -bajé mis expectativas- a estudiar ingeniería industrial porque no tenía recursos para adquirir una computadora.

Después del almuerzo ambos acudimos a la sucursal de un banco que se encuentra en el segundo nivel del comercial; mi amigo tenía que hacer algún trámite y yo había planeado retirar una cantidad de dólares.

Y, aunque pasé antes a la ventanilla, mi amigo completó antes su transacción y se retiró del lugar; en mi caso la cajera me indicó que tenía que actualizar -aquí también!- mi información personal, antes de poder retirar.

Cuando salí del banco le escribí a mi ex compañero, agradeciendo su tiempo, y lamentando que ya no habíamos podido despedirnos con más calma; él me había enviado un mensaje un poco antes disculpándose por lo mismo.

Retorné a casa y continué con la rutina de los lunes: barrí y trapeé la mayor parte de habitaciones de la casa; y luego hicimos la rutina de ejercicios del primer día de la semana; por la noche estuve viendo una parte de la última película de Jurassic Park, y una parte de From Up on Poppy Hill.

El martes retorné -sin muchas novedades- a mis labores cotidianas; en la reunión de la mañana mi supervisor on site inquirió sobre las vacaciones, pero no más le comenté que había aprovechado para ver a algunos amigos; y me iba a asignar algunas tareas, pero no me quedó nada claro.

Por la tarde fuimos con Rb a los supermercados en direccón sur; teníamos que comprar lechugas para los almuerzos del resto de la semana; además adquirí embutidos para mis desayunos de los fines de semana.

Y en esta ocasión aumenté a seis las onzas -en lugar de cuatro- de jamón que adquiero para el efecto; junto con las cuatro de salami y peperoni; además, en lugar de las dieciseis porciones en las que divido esto, preparé veinte, las cuales coloqué en el congelador.

El miércoles tenía la reunión quincenal con mi supervisora local; por las vacaciones no nos habíamos reunido desde el almuerzo -aunque ahora fue desayuno- trimestral del equipo; y la reunión estuvo normal: felicitaciones por la presentación, agradecimiento por el continuo apoyo y así; no grandes cambios.

Además, había programado una reunión con mi mejor amiga del Imperio del Norte; a las doce y media tuvimos una reunión diaria express con mi equipo de trabajo; y a la una me conecté, por zoom, con mi amiga.

Estuvimos conversando -yo también almorzando- durante más de una hora: sobre nuestros hijos, el estado general del mundo, los libros que hemos leído últimamente (le recomendé Les Yeux de Mona- y temas similares. 

El jueves terminé de leer el segundo libro de ACT; el primero fue uno de los primeros del tema, en el cual se explicaban los principios de esta terapia; el segundo se enfocaba más en aplicaciones prácticas; anoche mismo bajé ACT with love; que creo que será el último que leeré del mismo tema.

Por la mañana pagué la factura de electricidad del departamento de mis hijos; y estuve en un largo diálogo -ella en español, yo en francés- con la última jovencita que me ha contactado de Camerún.

Después del horario laboral nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; aunque no necesitábamos nada del que se encuentra más lejos, caminamos hasta su altura, para pasar al otro a comprar ingredientes para los almuerzos de la próxima semana.

También compré una gran unidad de canchón; que son unas hojas verdes parecidas a la lechuga, pero que, supuestamente, son una variedad de repollo: para utilizarlas en el almuerzo (keto) del sábado con mi hija mayor.

Y a ver cómo va eso. 

domingo, 20 de julio de 2025

Las vacaciones (segundas de 2025)... Vacations (second of 2025)... Les vacances (deuxièmes de 2025)...

Estoy casi llegando al final de mi segundo periodo de vacaciones -largas- del presente año; el primero lo tomé a finales de febrero, y lo utilicé para acudir a la inducción para acompañar a grupos de misioneros del Imperio.

Se suponía que este periodo lo utilizaría para atender a una de estas visitas; pero, muchas veces, las cosas no salen como uno espera: como había empezado a realizar otras tareas en paralelo; y aún no tenía claro hasta cuantos meses estaría así, decliné la invitación para participar en dicha jornada.

Y, como ya tenía programados estos días en el calendario general de vacaciones, decidí que, aunque no tendría ocupaciones específicas, podría utilizar este tiempo para ver a algunos amigos a los que no puedo ver en los días en los que usualmente programo mis desayunos.

Y al menos pude ver a dos o tres de estos: mi amigo escritor que se mueve en la ciudad en bicicleta, mi amigo publicista que tiene jornadas maratónicas de trabajo -lo comprendo, con una hija adolescente y la otra entrando a la escuela primaria; y, por casualidad, el amigo que me refirió al lugar en el que organicé diálogos socráticos hace un par de años.

También, cómo no, he leído bastante; lo bueno de esto es que tengo una lista bastante extensa en cada una de las cinco -o seis- líneas de lectura que he mantenido por varios años; y, aunque no llegaré a la misma cantidad de libros que el año pasado, creo que es una de las actividades que más me agradan.

Y a ver cómo sigue eso...

El miércoles era el día de mis vacaciones que había reservado para ver al amigo de la facultad que encontré en la celebración de los veinticinco años de vida profesional: trabaja en el estado, en unas instalaciones cerca del comercial en donde se estacionan los busitos.

El reencuentro con mi amigo fue bastante emotivo: tenía más de veinte años de no verlo; y la última vez nomás nos habíamos saludado de pasada -creo que aún tenía solo a mis dos hijas mayores-; y en la facultad había amanecido varias veces, programando, en su casa.

Después de intercambiar números en la actividad del colegio profesional había continuado la comunicación por whatsapp; y, como trabaja el fin de semana en una universidad privada, habíamos acordado de reunirnos para almorzar en un lugar cerca de su trabajo normal.

La verdad es que trato de aprovechar las oportunidades para expander -aunque sea un poco- mi círculo social: después de esa actividad, a principios de abril, en la que también encontré a un ex compañero con el que había trabajado treinta años antes, me reuní con otro compañero en común, y con este, en dos distintas ocasiones.

Pero había dejado al tiempo organizar el almuerzo con el primero de mis amigos; él me había pedido que le avisara con al menos un par de días de anticipación, y yo había esperado utilizar uno de los dos jueves al mes que me veo obligado a descansar.

En fin, había previsto que nos reunieramos el miércoles de mi segunda semana de vacaciones; pero, al escribirle el lunes, me comentó que estaba acudiendo durante la semana a algunas reuniones de trabajo a una de las zonas más acaudaladas de la ciudad.

Entonces le propuse que nos reuniéramos el próximo lunes -mi último día de vacaciones- y estuvo de acuerdo; la semana anterior le había indicado a Rb que no almorzaría ese día en casa; y luego me tocó que decirle que ya no iba a salir.

Pero, pensando un poco en mis compromisos pendientes, recordé que desde hace más de dos años había estado tratando de coordinar una reunión con uno de mis antiguos conocidos del grupo de voluntarios en el que pasé más de diez años.

Esta persona, poeta y profesor universitario de publicidad, había acudido -hace más de diez años- a una casa de meditación de la cual le proporcioné la información; luego, cuatro o cinco años más tarde, conoció a mi hija mayor, cuando ella entró al grupo de voluntarios en el que ambos estábamos.

Y, hace dos años, me refirió con la directora de la biblioteca en la cual organicé -por varios meses- diálogos filosóficos -en realidad fueron una excusa para ver a mis hijos más frecuentemente-; y desde ese tiempo tenía pendiente convidarlo a alguna comida.

Le escribí el lunes para indagar sobre la ubicación de su oficina y me comentó que trabajaba en el mismo edificio donde vive mi supervisora; y que podríamos reunirnos a la una de la tarde, para almorzar en un comedor cercano al lugar.

Total que el miércoles, a las once y media, me despedí de Rb y me dirigí, caminando hasta el lugar en el que tomamos el bus intermunicipal: el día anterior habían pagado el bono de medio año y el tránsito había aumentado considerablemente en el boulevard.

La decisión de caminar, en lugar de esperar un busito, fue la mejor: en la caminata de veinte minutos no ví ninguno de estos; el bus intermunicipal me llevó hasta un par de cuadras antes de la estación del Transmetro y de allí tomé una unidad hacia el centro histórico.

Llegué a la estación junto al mercado en donde Rb realiza sus compras semanales y, desde allí, caminé durante menos de quince minutos hasta el edificio en el que trabaja mi amigo; llegué con un buen tiempo de antelación y le envié un mensaje para notificarlo.

Mi amigo respondió que estaba terminando una reunión y, diez minutos más tarde de la hora acordada, me envió otro mensaje, indicando que estaba bajando; el encuentro fue algo raro: tenía más de diez años de no verlo y, la verdad, lo encontré bastante cambiado, quien sabe si el sentimiento fue mutuo.

Después nos dirigimos a un comedor cercano, en donde ordenamos un par de almuerzos de estilo casero; mi amigo llevaba un ejemplar del libro de poemas que publcó recientemente -me había comentado que me llevaría una copia, si estaba interesado- y nos pusimos al día de nuestra última década.

Fue un almuerzo bastante tranquilo, cubrí la cuenta -ocho dólares- y, además, adquirí el ejemplar del poemario - doce dólares-: al igual que el libro que le compré a mi otro amigo escritor, hace un par de años, nomás planeo arrancar la página con la dedicatoria personal y regalárselo a alguna amiga.

Nos despedimos un poco después de las dos de la tarde y caminé un par de kilómetros hasta la estación en la que inicia la ruta del Transmetro que pasa por el comercial en donde se estacionan los busitos; vine bastante temprano a casa.

Un poco más tarde mi amigo me compartió la publicación de Instagram con el par de selfies que tomó al final de nuestra reunión: yo mostrando el libro que le había comprado, y él sosteniendo -editado- el paquete de incienso -el último de la caja- que le había llevado como regalo.

El jueves era el día de la semana que había estado temiendo: Rb me había pedido que llevara a su perro a la clínica en donde lo anestesiarían para extirparle un bulto que le había estado creciendo sobre un párpado.

El plan era que fuera solo porque debía estar allí a las ocho de la mañana y Rb le da de comer a sus tres perros a las ocho y cuarenta y cinco: con el tránsito de la ciudad era imposible retornar antes de esa hora.

Además, debían de extraerle una muestra de sangre para evaluar sus niveles de algo antes de proceder a la operación; así que había que esperar los resultados antes de poderse retirar de la clínica.

Total que me levanté a las cinco menos veinte para poder meditar diecinueve minutos y salir de casa a las cinco y media: el lunes que había caminado hasta el bus intermunicipal a las seis y veinte me dí cuenta del nivel de tránsito en el boulevard, estaba detenido.

A las cinco y cuarto salí de mi habitación y Rb le puso el arnés al perro; a las cinco y media inicié la conducción hacia uno de los extremos opuestos de la ciudad, en donde se encuentra la clínica veterinaria especializada en oftalmología.

La salida del municipio no estuvo tan mal -nomás me detuve un rato en el carril reversible que pasa bajo el paso a desnivel de la entrada al boulevard- y en el resto del trayecto no hubo ninguna otra parálisis en el flujo de los automotores.

Había considerado pasar a un Mc Donald's a comprar un desayuno pero desistí de ello: el perro estaba en ayunas por la operación y me pareció un poco cruel ponerme a comer -con lo escandaloso que es el olor de la comida rápida- dentro del auto.

Llegamos a la clínica un poco antes de las seis y media; me quedaba una hora y media de espera antes de que empezaran a atender, pero había contado con esa espera; bajé al perro del auto y lo llevé a caminar por la colonia -llevaba un par de bolsas de plástico, para los desechos- para facilitar la espera.

La zona en la que se encuentra la clínica es uno de los sectores históricos con mejores construcciones de la ciudad; la mayor parte de colonias son cerradas, pero el camino en común es bastante tranquilo -y seguro-.

Caminamos durante quince minutos -casi al inicio de la caminata el perro se había aliviado en un área verde, por lo que me tocó que hacer una gran parte del camino con una bolsa con excrementos-, cruzándonos con algunas otras personas con sus mascotas.

Luego hicimos el trayecto en el sentido inverso; cuando retornamos al auto era un poco más tarde de las siete de la mañana; estuvimos un rato en el auto -el perro estaba jadeando y no estaba seguro si era por la caminata o por los cambios en el día- y luego lo bajé a realizar otra caminata.

Aunque la segunda fue en el sentido contrario -cerca de la carretera principal- y fue mucho más corta: quizá unas tres o cuatro calles, y quince o veinte minutos; después retornamos a la clínica a esperar a que la abrieran.

Un poco antes de las ocho otro automóvil se parqueo y una señora bajó a un perro bastante grande -o al menos parecía bastante viejo-; un poco más tarde llegó una muchacha con un perro bastante alto.

A las ocho abrieron la clínica y, por estar en el primer lugar, pasé a recepción y le mostré a la recepcionista la nota que me había dado Rb con los detalles de la consulta; y me dieron una hoja de autorización de cirugía.

Básicamente descargaba de responsabilidad a la clínica por los accidentes que pudieran suceder durante la intervención quirúrgica al animal: algo de que la anestesia no era completamente segura debido a las características de cada animal.

Luego salió la doctora y se llevó al perro; en el ínterin le marqué un par de veces a Rb para que se entendiera con la recepcionista y la doctora, pues entendí que querían operar al perro sin haber visto los resultados de los exámenes que habían previsto.

Un poco más tarde salió la doctora con los resultados, empezó a explicarme pero la detuve: yo nomás era el mensajero, quien debía tomar cualquier decisión era Rb -son sus perros, no los míos-; entonces decidieron que el perro se quedara y pude iniciar el camino de retorno a casa.

El viaje de vuelta no estuvo tan mal: el tránsito del inicio de la jornada laboral estaba más pesado en el sentido contrario; fue nomás el inicio -que era en la dirección más populosa- que me tocó que esperar un poco antes de dar una vuelta en U.

Cuando retorné a casa me sentía bastante agotado: me había levantado a las cinco menos veinte y recordé que la noche anterior me había costado bastante conciliar el sueño; y el motivo no es pequeño: mi hija me escribió -después de seis meses de silencio- para avisarme que retornaba al país.

No he comentado la noticia con nadie: no quise decirle a Rb pues andaba bastante ansiosa con la situación de su perro -anduvo llorando porque se sentía culpable de que la operación pudiera tener resultados funestos-.

Tampoco quise comentarle a mis hijos mayor y menor: aunque el retorno de su hermana tendrá efectos directos en sus vidas -habíamos acordado que el apartamento era para que los tres se acomodaran- aún no estoy seguro de la fecha en que mi hija planea su retorno.

Y es que es, como muchas cosas en mi vida, una situación algo rara: yo había -por alguna razón- creído que mi hija esperaba establecerse en el imperio del norte; ya tenía casi siete años viviendo en ese país, había obtenido un master y estaba trabajando.

Pero, lo que no sabía, es que el trabajo en el que estuvo durante el último año, era un régimen al que pueden optar las personas extranjeras que se gradúan en una universidad: es como una oportunidad para obtener experiencia profesional.

El miércoles por la tarde -o noche?- encontré un mensaje en mi buzón de hotmail: disculpándose por tardarse tanto en contestar, y comentándome que estaba planeando su regreso, y estudiar en la universidad nacional.

Entonces me puse a escribirle mi respuesta, tratando de comentar cada uno de los párrafos de su correo; y es que, casualmente, desde principios de año había estado enviándole cartas un poco personales, para mejorar la comunicación: nunca me había respondido.

Y por eso fue que la noche anterior había sido bastante intensa -emocionalmente hablando-; al final de mi nota le ofrecía ir por ella al aeropuerto, y le informaba del apartamento en el que estan viviendo sus hermanos.

Entonces, el haberme dormido a altas horas de la madrugada, y levantarme antes de las cinco; sumado a las más de dos horas de conducción, me dejaron agotado; después de tomar el desayuno me retiré a mi habitación y, después de hacer un par de lecciones de Duolingo, tomé una larga siesta.

Y creo que me desperté hasta que Rb me habló para comentarme que ya la habían llamado de la clínica -era un poco antes del mediodía- y que podíamos ir por el perro, que ya había salido de la sala de operaciones-. 

Tomamos nuevamente el auto; me sentía un poco menos cansado, aunque aún algo adormecido; e iniciamos el camino hacia la clínica; el tránsito en el boulevard no estaba muy pesado y pasamos a una gasolinera pues los neumáticos traseros del auto siguen perdiendo aire.

Tomé la misma ruta que había seguido más temprano y, un poco más tarde, llegamos a la clínica; le entregaron el perro a Rb y nos dispusimos a retirarnos del lugar -la cuenta le salió como en trescientos dólares-, pero, tuvieron que llamar a la doctora pues la incisión del párpado empezó a sangrar.

Se llevaron a examinar al perro ya que la hemorragia no paraba; no era muy abundante, pero sí constante; un poco después lo volvieron a entregar y la veterinaria nomás confirmó que era debido al tipo de incisión que habían realizado, que no había ningún peligro.

El tránsito de vuelta, nuevamente, estuvo bastante tranquilo; pero retornamos después de las dos de la tarde a la casa; calentamos el pollo con verduras que habíamos estado consumiendo durante la semana y almorzamos bastante tarde.

Sacamos a las otras dos perras muy muy tarde; casi al final de la tarde; y ya no salimos para nada, excepto al caer la noche: le pedí a Rb que me acompañara a la panadería, pues quería comprar el pan para mis desayunos del fin de semana.

El viernes fue un día sin ninguna salida programada; por la mañana fuimos a los supermercados en dirección sur, a comprar un poco de bananos; por la tarde hice la limpieza y realizamos la rutina de ejercicios del último día de la semana laboral; lo remarcable fue ver el boulevard completamente lleno durante todo el día.

El sábado por la mañana fuimos a la tienda que la esposa -e hija- del señor de las verduras tiene en la colonia del otro lado del boulevard: Rb me había dicho el día anterior que ya necesitábamos un nuevo cartón de huevos.

A las once saqué a caminar a la perra más pesada de Rb y luego me metí a la ducha: quería salir antes del mediodía hacia la casa de mis hijos pues temía que el tránsito mantuviera el mismo nivel del día anterior -habíamos escuchado a un vecino taxista comentar que se había tardado una hora en un trayecto usual de diez minutos-.

Salí de casa antes del mediodía, llevaba mi viejo scrable, y media docena de limones que una vecina nos había venido a regalar el domingo anterior; afortunadamente el tránsito no estaba como el día anterior.

Incluso en el periférico no encontré el embudo de costumbre que provocan los camiones de transporte pesado que bajan hacia la ruta al pacífico;  con lo que llegué al edificio en el que viven mis hijos como a las doce y media.

Subí caminando los siete niveles hasta el apartamento; y me dí cuenta que había olvidado los limones en el auto; y el paquete de papel higiénico que adquirí para ellos, hacía varias semanas, en la casa de Rb.

Me instalé un momento en el área de la sala; le iba a escribir a mi hijo para comentarle que ya me encontraba en el lugar, pero él salió de la habitación antes; le comenté que debía ir por los limones y bajé -y subí- en el acto.

Luego nos dirigimos al parque temático de costumbre; en esta ocasión encontré a mi hijo un poco menos melancólico que de costumbre: incluso se mostró animado por el diploma que le habían dado en el trabajo por acudir a un evento de formación durante dos semanas.

La tarde estuvo bastante tranquila: el parque no estaba muy lleno, pero la cola para comprar pollo estaba bastante lenta; por lo que mi hijo prefirió que compraramos una pizza para el almuerzo.

Almorzamos en una mesa del área techada y luego jugamos una larga partida de Scrabble; después mi hijo resolvió los ocho cubos de Rubik que usualmente ando llevando en mi mochila.

Cuando los cubos fueron completados le propuse a mi hijo la compra de un par de helados; pero en el restaurante nos indicaron que ya no tenían disponibles; por lo que decidimos retirarnos del lugar.

Lo que habíamos olvidado era que en el teatro del lugar -por fin- habían cambiado la obra que llevaban presentando varios meses; acababan de pasar las cuatro, que era la hora de la última presentación.

Caminamos un poco rápido y alcanzamos a entrar al teatro: la obra había ya iniciado, pero hay un periodo en el que se permite que el público siga ingresando; en esta ocasión se trataba de un musical que mezcla un poco de Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan.

El musical tiene una duración de media hora y, la verdad, es una presentación que vale la pena observar; los actores son jovenes bastante diestros y la producción -música, disfraces, decorados, libreto- es bastante concienzuda.

Después de que la función terminara nos retiramos del lugar; habíamos acordado que la reunión terminara  a las cinco y media; y mi hijo me había pedido que lo acompañara al supermercado que queda a medio camino: debía comprar papel higiénico, debido a mi olvido.

Le ofrecí que compraramos un paquete grande, que yo lo pagaría y que lo incluiría entre los gastos del departamento; estuvo de acuerdo y, luego de la adquisición, continuamos la caminata hasta su hogar.

A un año de haberse instalado en el departamento mis hijos no le han agregado casi ningún mueble; mi hija mayor vive en la habitación más grande -la que tiene baño privado-, sin ningún mobiliario.

Mi hijo menor instaló su cama en una de las habitaciones, y sus computadoras y coleccionables en la otra habitación; la sala está vacía; en la 'cocina' está la pequeña refrigeradora que mi hija compró hace dos o tres años.

Y eso, aparte de los -pocos- trastes, un par de hornillas eléctricas -no se permite el uso de estufas de gas-, una licuadura, una cafetera, y la lavadora/secadora que está en el espacio exterior designado como lavandería; no han equipado el departamento.

Entonces nos quedamos conversando un momento en el espacio de la sala, sentados en el suelo -en ese espacio está el router de internet y el plástico conmemorativo de mis veinticinco años como profesional-; fue un momento agradable.

Un poco después de las cinco y media me despedí de mi hijo; pero no me pareció adecuado retirarme sin saludar a mi hija mayor -aunque no se hablan, la había visto en el balcón, cuando caminábamos hacia el parque temático-.

La llamé y salió a recibirme -casi sin vestirse, y con un semblante bastante desmejorado-; incluso había percibido olor a cigarrillo mientras conversábamos con mi hijo menor; total que mi hija salió, le indiqué que el paquete de papel que estaba dejando en el mueble de la cocina -y los limones- era para ella.

 Después, sí, bajé al parqueo e inicié el retorno a casa; por la noche estuve viendo una parte de M3GAN 2.0, una parte de Desde la colina de las amapolas; y avanzando en el libro de no ficción de turno: Feeling Good Productivity.

Y a ver cómo va eso.