viernes, 4 de julio de 2025

Semana corta -y algo ocupada-... Short week -and somewhat busy-... La semaine courte -et assez occupée-...

El domingo por la mañana acudimos a la tienda verde de descuentos: Rb me había comentado que necesitaba algunos artículos del lugar; ya en el mismo compró un rotulador permanente negro y media docena de cajas de fósforos -yo compré un pingüino de crochet, para regalárselo a alguna de mis amigas-.

El lunes era un día de asueto por acá: se celebra alguna fundación del glorioso cuerpo armado -el que nunca ha estado en una guerra, y que, durante los últimos tiempos, ha servido para la protección de grupos al margen de la ley-; ese día fue completamente interno; nomás salimos después del almuerzo por la caminata de los perros.

El martes fue el primer día de Julio; como todos los principios de mes me apresuré a transferir los treinta y cinco dólares -la mitad de mi contribución a los gastos mensuales- a la cuenta de Rb; también a pagar el mantenimiento del apartamento de mis hijos; y los cien dólares para la compra de acciones de la empresa en la que trabaja mi hijo.

Quien me había escrito un par de días antes, para pedirme la división de su cuota mensual (de ciento cincuenta dólares) pues le habían pagado antes de lo esperado, lo que había desbalanceado su presupuesto -o sea, les falta planificación a mis hijos-.

Ese día había planeado reunirme con el excompañero de mi primer trabajo como profesional; a quién reencontré hace unos meses; por esto le pedí a Rb que salieramos más temprano, en nuestra visita a los supermercados en dirección sur.

Caminamos hasta el mas lejano; pero no encontramos allí nada de lo que necesitábamos; en el que queda a medio camino compramos un poco de pollo, unas lechugas, unas galletas, y los bananos con los que desayunamos -y cenamos- todos los días.

Cuando regresé a casa esperé a que fueran las cinco y media para llamar a mi amigo -ya me había cancelado en otro par de ocasiones-; y no respondió ni a mis mensajes de whatsapp ni a una llamada telefónica; por lo que procedí a marcarlo en rojo en mi calendario anual.

Pero, treinta o cuarenta minutos más tarde, me devolvió la llamada; comentándome que había visto que había intentado contactarlo; pero que acababa de empezar a trabajar y se le estaba dificultando la coordinación de los horarios -de hecho, eran casi las seis y aún estaba en su oficina-.

Al final me dijo que me iba a llamar el jueves o el viernes, para ver si podíamos reunirnos por la tarde; y hoy es viernes; pero tampoco esperaba que mantuviera sus buenas intenciones: ha tenido una inestabilidad laboral bastante preocupante, durante los últimos años.

El miércoles estuvo bastante ocupado el día: desde la mañana recibimos instrucciones bastante precisas de nuestro lead, sobre algunas tareas que debíamos completar antes de la reunión del mediodía.

Con Rb habíamos acordado hacer la rutina de ejercicios a las once de la mañana: planeamos salir de casa ese día a las tres y media para acudir a un conversatorio con tres de los caricaturistas más conocidos de nuestro medio -quienes llevan décadas publicando en los periódicos actuales o extintos-.

Pero, debido a la carga laboral del día, me disculpé con Rb pues tenía que presentar algunos resultados al mediodía; por lo que me encerré en mi habitación, mientras Rb realizaba una rutina de ejercicios completamente nueva, en la sala.

Al final ni siquiera pude avanzar mucho en la asignación recibida ese día; y en la reunión del mediodía tampoco se aclaró mucho la expectativa de la tarea, o los resultados esperados; al menos nos sirvió para considerar la actualización de las rutinas de ejercicios semanales.

A las tres y media nos dirigimos a uno de los lugares en donde se realizan conciertos o eventos multitudinarios: la feria del libro de la ciudad había comenzado allí unos días antes; por la hora el tráfico estaba bastante fluido por lo que llegamos al lugar con casi una hora de anticipación.

El evento estaba programado para las cinco de la tarde; aprovechando que llegamos bastante temprano realizamos un recorrido por los stands; que la verdad no me atraían: tengo varios años leyendo exclusivamente en formato digital.

Pero me recordé un poco de las ocasiones -varias- en las que acudí al lugar con mis hijos; primero estaban bastante pequeños -y mi situación económica era bastante precaria- y nomás aprovechábamos los libros o material sin costo -y las actividades similares-.

En las últimas ocasiones -ya entrando la mayor en la adolescencia, creo- fue mejorando mi mi comodidad y lleguamos a adquirir uno o varios libros para cada uno de mis chicos; en alguna ocasión fue: Me, Earl and the Dying girl.

A las cinco acudimos al salón; en donde el director de la publicación popular de la universidad católica más antigua del país entrevistó a los tres caricaturistas más conocidos: Fo, Filóchofo y Pablo Piloña; este último había invitado -por twitter- a Rb unos días antes.

Y es que hace casi una década esta persona había realizado un par de caricaturas de los perros de Rb; de hecho creo que nos reunimos en esas ocasiones en algún lugar del centro histórico para la entrega de los encargos.

La actividad estuvo interesante; los primeros dos artistas estudiaron arquitectura -ignoro si se graduaron- y el último estudió -me parece- diseño gráfico; y, por supuesto, reflejaron la precariedad y riesgos de dedicarse a esa profesión en nuestro medio.

A las cinco terminó la actividad y, luego de pagar el parqueo (cuatro dólares!!) nos retiramos del lugar; la salida estuvo bastante complicada pues había una doble fila de autos tapando el parqueo: esperaban entrar a un restaurante para terminar de ver el partido de la selección (perdió, 2-1 contra el equipo del imperio del norte).

Luego de superar ese obstáculo nos metimos al periférico; en donde el tránsito estaba fluyendo con bastante libertad; y, un poco después, estábamos entrando en casa; de hecho nos saltamos la última resolución del día: pasar a llenar el tanque de gasolina; anda a la mitad, pero acostumbramos no dejar que se vacíe tanto.

El jueves me quedé trabajando en la cama hasta las nueve de la mañana; empecé, como casi todos los días, a las seis y media: meditación y wordle en inglés, francés y portugués; había roto la racha de inglés un par de días antes, la de francés y la de portugués ese día; me siguen costando las palabras en este último idioma.

Rb salió un poco después de las nueve hacia el mercado del centro histórico y yo salí de la habitación a prepararme el desayuno; habíamos previsto una reunión con todo el equipo local (siete personas) para ultimar los detalles de la presentación del día siguiente.

La reunión la realizamos entre once y doce del mediodía; el script de la misma se había definido el viernes anterior -en la reunión a la que olvidé asistir, debido a la rutina de ejercicios- y nomás repasamos algunos detalles sobre el contenido de los puntos a exponer.

Por la tarde acudimos a los supermercados en dirección norte; el tiempo ha seguido lluvioso; aunque menos que la semana anterior; y ya se está perfilando lo duro que será la canícula -las caminatas del mediodía, con los perros, han empezado a sentirse bastante calurosas-.

El viernes me levanté a las seis y media; como era asueto en el imperio del norte -celebran su (esa sí es verdadera) independencia- se había cancelado la reunión de las siete de la mañana; después de meditar resolví los wordle en inglés (noventa y dos por ciento de aciertos, cuatro días de racha), francés (noventa y dos por ciento de aciertos, dos días de racha) y portugués (sesenta y uno por ciento de aciertos, cero días de racha).

Después me bañé, metí unos cubos de rubik en mi mochila y entré a despedirme de Rb: tenía reunión de nueve a once en uno de los restaurantes mejicanos más famosos de la ciudad; salí a las siete y media y, un poco después, tomé el busito que lleva hasta la estación del Transmetro más cercana.

La unidad hacia el centro pasó bastante rápido y no muy llena; creí que llegaría con media hora de anticipación al lugar en el cual nos había citado la supervisora; pero, la segunda unidad tardó más de media hora en pasar; e iba super llena.

Total que me apeé en la estación que queda a cuatro o cinco cuadras del restaurante casi a la hora en que debía iniciar la reunión; corrí un par de cuadras y llegué a donde creí que se ubicaba el restaurante; pero no, estaba del otro lado de la plazuela.

Finalmente llegué al lugar con cinco minutos de retraso; afortunadamente no había llegado ni la cuarta parte de los convocados -al final llegamos nomás como la mitad de los mismos: catorce personas-; y me senté en una mesa en la que nomás se había ubicado una de las últimas personas contratadas.

En la otra mesa había seis o siete compañeros -incluida mi supervisora-; pero, a diferencia de la última reunión, en la que me porté bastante apartado del grupo, ahora inicié una conversación, bastante animada, con la compañerita con quien me senté; un poco después llegó la PM que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad.

Al final en nuestra mesa había siete u ocho personas y tuve mucho cuidado de no tomar mi actitud natural: callado y apartado; nos sirvieron un desayuno bastante escueto: café, jugo de naranja, un coctel de frutas y un desayuno consistente de tres tacos de huevos y frijoles.

En medio del desayuno nuestra jefa presentó los resultados del último trimestre, así como las expectativas para el siguiente: entre estos últimos destacó el proyecto que presentó el más brillante de mis compañeros -y en el que, amablemente, me incluyó como proponente-.

Después nos tocó realizar la presentación en la que habíamos estado trabajando los últimos viernes: el compañero que menos bien me cae presentó una introducción sobre la herramienta a la que le damos soporte; luego yo hablé un poco sobre la estructura del equipo.

Tenía tres minutos para explicar cómo está constituido el equipo -tanto local como en el imperio del norte- pero, como nomás eran un par de organigramas, empecé con un poco de historia sobre la empresa -fundada en dos mil diecisiete- y la empresa de la cual salió (fundada en mil novecientos seis).

Me dí por satisfecho con mi presentación -creo que tardé un poco más del tiempo previsto- y le cedí la palabra al compañero que vive en los linderos de la ciudad colonial (justo en el pueblo en el que creció mi padre); y allí la cosa se complicó.

La página que se estaba usando para la presentación dejó de funcionar; en mi presentación utilicé un par de imágenes; en el resto de la misma se utilizaron diagramas; y había algún problema con el código con el que estos se habían definido (al final resultó que el problema era que se necesitaba conección a internet).

La presentación fue -con la salvedad del problema descrito- un éxito: finalmente se pudo reparar la presentación y mi compañero presento los flujos de trabajo; luego otro Dev presentó la estructura de la herramienta; y, finalmente, el Dev que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad presentó los avances que hemos realizado.

Para esto último se utilizaron dummies de vehículos y, al final, se repartieron tarjetas de información de los logros, calcomanías representando algunos elementos con los que trabajamos, y los carritos que nuestro amigo de la ciudad colonial preparó con cartón.

La reunión terminó un poco antes del mediodía y, aprovechando que el compañero de la ciudad colonial, podía tomar una ruta que me convenía, abordé su automóvil para dirigirme a mi casa; el tránsito estaba bastante ligero y nomás tuve que irlo guiando por las mejores rutas para entrar al municipio.

A las doce y media me apeé del vehículo de mi compañero de trabajo y empecé a caminar hacia la casa de Rb; previendo alguna confusión con las horas y el almuerzo la llamé para comentarle que en veinte minutos o así estaría llegando a casa; lo que fue un cálculo bastante aproximado de la duración de la caminata. 

domingo, 29 de junio de 2025

El tránsito pesado...Traffic jams... Les embouteillages...

No me gusta manejar... se lo repito a mis hijos y a mis -pocos- conocidos con cierta frecuencia: a los veintiseis o veintisiete compré un auto -un Seat Marbella- y lo tuve cinco o seis años; también compré -cinco o seis años más tarde- otro auto un poco más grande.

Con el primero tuve un par de incidentes en el tráfico; el primero cuando estaba empezando a conducir; y no salió tan caro; el segundo sí fue bastante fuerte: en un semáforo en rojo dañé la defensa trasera de un pickup de un gran almacén.

Estuvo fea la cosa porque tuve que pagar como doscientos cincuenta dólares en el momento; la economía doméstica no estaba en su mejor momento; y fue después de mi primer viaje al imperio del norte; cuando los conflictos con la mamá de mis hijos estaban a la orden del día.

Lo curioso fue que después del segundo viaje; y por llevarme unos documentos a una entrevista, un auto le dió con todo en un costado, el cual quedó completamente volteado; la mamá de mis hijos salió con varios raspones en el rostro. 

Y ese fue el fin de ese auto; creo que luego -cuando ya no vivía con mi familia- fue vendido como chatarra; o no sé si siguieron utilizándolo; la cuestión es que pasaron casi diez años para que, por fin, pudiera desactivar la matrícula -y dejar de acumular impuestos de circulación-.

El otro auto también se lo dejé a la mamá de mis hijos; realmente no saqué más que mi ropa -y mi título- de la casa en la que mis hijos pasaron la mayor parte de su niñez; creo que al final lo vendieron, por falta de fondos; lo bueno es que no estaba a mi nombre.

Total que no me gusta manejar; o más bien, no me gusta poseer auto; en el imperio del norte compré uno -por unos cuantos cientos de dólares- en el primer viaje; y se lo dejé al amigo que me estaba hopedando, cuando retorné al país.

En el segundo viaje, por salvar a una amiga mexicana de una fiesta algo rara, tomé el auto de mi anfitriona; y al dar mal una vuelta, la policía me paró y mandaron el auto a un depósito; tuve que pagar como quinientos dólares en multas y almacenamiento.

Y allí fue cuando decidí no manejar nunca más; en el resto del tiempo utilicé una bicicleta para movilzarme en la ciudad: básicamente de la casa -como a diez millas- al trabajo; ambos lugares estaban en extremos opuestos de la ciudad; y a las bibliotecas y lugares en donde realizaba trabajo voluntario.

La cuestión es que cuando volví a establecerme en la ciudad -después de dos años de viajes al imperio del norte, y a dos cuadras de donde vivían mis hijos-, decidí no manejar; incluso pasé mucho tiempo sin una licencia de conducir.

Pero luego de lograr desactivar la tarjeta de circulación del auto blanco -y pagar impuestos atrasados como por cien dólares- decidí renovar mi licencia; mi justificación fue que en caso de emergencias podía ser de utilidad.

Pero me mantuve si manejar; excepto en dos ocasiones: en la primera, en mi segundo año de voluntariado, me tocó que encender el auto de una voluntaria; se había quedado sin batería y tuve que arrancarlo en segunda.

La segunda ocasión fue cuando acompañé a otra voluntaria a una entrevista de trabajo; y como no quería pagar parqueo, me dejó su auto; en esa ocasión dí un par de vueltas por una de las avenidas más concurridas de la zona, luego me metí a un supermercado, a pasar el tiempo.

Después sí me resigné a volver a manejar más constantemente: empecé mi relación con Rb (ya llevamos más de doce años juntos) y ella me ofreció su Honda Passport, por si quería llevar a mis hijos al puerto, a visitar a sus abuelos.

Acepté su ofrecimiento y en tres o cuatro ocasiones recorrimos los cien kilómetros hasta las costas del pacífico; en la primera ocasión el auto se sobrecalentó y fuimos ayudados por los operadores de grúa de la autopista.

Y, cinco o seis años después, otra vez, viniendo del puerto -esta vez solo- el auto se volvió a sobrecalentar; y, me parece que, el motor se fundió; la reparación se complicó -Rb ya le había cambiado la caja de cambios unos años antes- pues el mecánico no podía volver a montar el motor después de realizarle un overhaul.

Así que Rb decidió regalárselo -se lo vendió como en mil dólares, pero el mecánico aún no ha terminado de saldar la deuda, casi cuatro años después; y, la misma persona, le recomendó un auto, para sustituir la Honda Passport.

Así Rb adquirió el auto actual: un Mazda Protege automático, del año dos mil tres; lo compró en un poco más de dos mil dólares; y el auto ha funcionado -en su mayor parte bien-; durante los últimos tres años lo he llevado -casi- cada tres meses en los viajes que realizo a visitar a mis padres.

También he tenido dos incidentes: a inicios del año pasado le dí en el costado a un auto que se me cruzó en una de las avenidas más concurridas cerca de la universidad; la chica que iba en el otro auto tenía seguro, por lo que nomás tuve que pagar el Uber para volver a casa, y otros gastos menores.

Pero luego, casi al final del año, en una curva aceleré mal y me fuí a encunetar; con el saldo de la muleta del lado del copiloto completamente dañada; y el depósito del agua para el limpiaparabrisas roto; la broma me salió como en trescientos dólares.

Lo dicho, no me gusta manejar; el auto se mantiene parqueado frente a la casa de Rb la mayor parte del tiempo; generalmente lo utilizamos una vez a la semana: desayunos con mis amigos, visitas a mis hijos, llevar y traer a Rb de la iglesia.

Y una gran razón de esto es el tránsito: la ciudad nunca fue diseñada para tan gran cantidad de autos en las calles -de hecho no fue diseñada para nada: nomás fue creciendo sin ningún control-.

En cada salida debemos considerar al menos una hora de tránsito; sin importar la cercanía o lejanía del destino; pero la semana pasada fue un extremo: dos salidas entre semana.

El miércoles venía una persona de Nicaragua: el grupo cristiano en el que Rb trabaja como asistente del director iba a realizar un campamento en la ciudad; por lo que personas de varios paises de latinoamérica venían a la ciudad.

Rb se había comprometido a recoger a esta persona en el aeropuerto y llevarla a la casa de la mamá del director del grupo: un apartamento en una de las zonas más afluentes de la ciudad.

Habíamos planeado que me escapara una hora antes de la salida del trabajo; sacamos el auto un poco antes de las tres y nos dirigimos al aeropuerto; Rb se atrevió a manejar en el viaje de ida -evita más que yo la conducción-.

El tránsito estuvo pesado pero no extremadamente; llegamos con un buen tiempo de antelación al aeropuerto; dejamos el auto en el parqueo del lugar y nos dirigimos al portón por donde entran las personas al país.

El joven no tardó en salir y nos dirigimos al lugar en donde se hospedaría; pero, resultó que le habían confiscado las botellas de shampoo y otros artículos de limpieza antes de subir al avión; por lo que pasamos a un supermercado, para que se proveyera de lo necesario.

Eso nos atrazó un poco más de media hora; después del supermercado nos dirigimos al edificio de apartamentos; allí Rb y el joven se bajaron en la recepción, ya que no había espacio para parquear el auto.

Yo di una vuelta en U y me parqueé un momento frente al edificio: costó un poco que bajara la señora a recibir al joven; pero un poco después empezamos el viaje de vuelta; el cual estuvo terrible: nos tocó retornar a la hora pico.

A pesar de que empezamos la salida de la zona un poco después de las cuatro y media, parecía que nos juntamos con todos los trabajadores que finalizan su trabajo al final de la tarde: no nos costó llegar mucho llegar a una de las calles principales de salida (y entrada) a la ciudad; pero, allí, avanzar tres calles nos tomó más de media hora.

Una situación desesperante; a la cual no estamos acostumbrados, pero que a la mayoría de la población -que maneja- debe serle muy común en su trajín diario; al final nos tomó casi dos horas retornar a casa.

Lo bueno es que ya le había cambiado el tapón del radiador al auto; lo que, al menos, ha asegurado que el sistema de refrigeración del motor funcione de forma normal; afortunadamente no hemos tenido problemas de sobrecalentamiento.

El jueves era mi segundo día de vacaciones -forzadas- del mes; después de meditar -y resolver los wordle de inglés, francés y portugués- retorné a dormitar a la cama; me levanté un poco después de las ocho, a desayunar, y a prepararme para acompañar a Rb al mercado del centro histórico.

Como me había quedado sin gelatinas una semana antes, nos dirigimos a la tienda en la que me proveo de esto, tomando otra unidad del Transmetro, muy cerca del mercado en donde Rb compra su fruta semanal.

En la tienda encontré gelatinas de tres sabores -aunque de uno de los mismos nomás había una libra- y compré cinco libras; Rb compró una libra de gelatina sin sabor -la única que puede consumir con seguridad-.

Luego retornamos al mercado; el cual estaba a punto de cerrar, pues -según algunos carteles de la municipalidad- iban a completar una de las jornadas rutinarias de limpieza; después del supermercado tomamos el transmetro, para retornar al comercial en el que se estacionan los busitos del sector.

En el comercial entramos al supermercado; Rb quería comprar un poco de pollo -y un paquete de pan tostado, para mi persona-; luego retornamos a casa; el almuerzo de ese día -y el siguiente- consistió de unos burritos muy buenos.

El viernes nos tocó que volver a salir: como era día de ejercicios, y Rb se había comprometido a acompañar a su grupo del trabajo en el campamento durante un par de horas, habíamos acordado realizar la rutina de ejercicios a las once de la mañana.

Lo que no me percaté fue que justo a esa hora tenía programada la reunión de los últimos viernes en la que hemos estado trabajando, con todo el equipo local, para armar la presentación que debemos realizar la primera semana de julio.

Con Rb hicimos la rutina entre once y doce; después ví que el resto del equipo se había reunido; y nomás agregué un par de reacciones a los mensajes finales de la misma; un poco después el programador que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad - y que le encanta el protagonismo- me pidió que programara la última reunió para el siguiente jueves.

Almorzamos lo mismo que el día anterior y realizamos el resto de la rutina de la tarde sin ningún cambio -sacar a caminar a los perros y preparar café y té-; a las cuatro de la tarde tomamos el auto para dirigirnos al centro cristiano de convenciones en el que estaban realizando el campamento.

El lugar se encuentra en la ribera del lago más grande -y contaminado- de la ciudad; en uno de los municipios aledaños a la misma; y quién sabe si mucha gente empezó a abandonar la ciudad debido a que se venía un fin de semana largo, o es la norma y no sabíamos.

La cuestión es que salir de nuestro municipio no fue muy tardado; pero, justo después, pasamos más de una hora -nuevamente- en el tránsito; en varios sectores, completamente detenido; en el resto a una velocidad extremadamente baja, y casi bumper con bumper.

Afortunadamente,  pudimos entrar al desvío del municipio al final de una cuesta bastante pronunciada; y, después de cruzar el poblado municipal, continuar circunvalando el lago, hasta llegar al centro de convenciones.

Y digo afortunadamente porque, luego del desvío que nosotros tomamos, el tránsito seguía igual -o peor- de atascado; a diferencia del miércoles, el viernes la lluvia estuvo presente casi todo el día; no fuerte, pero sí constante; lo que contribuye, creo, a la baja velocidad en general.

El portón del centro de convenciones estaba cerrado, por lo que puse el auto en modo de parqueo y me bajé a hablar con el guardían de la garita; le indicamos el evento al que asistíamos y nos comentó los detalles para llegar al lugar.

La verdad yo no me había percatado de que se trataba de un campamento; antes había creído que era una reunión de los líderes del grupo en el que Rb trabaja; pero no, habían sesenta o setenta jóvenes -no ví a muchos de ellos- que estaban acampando en el lugar.

Rb llevaba su colección de numismática -tiene billetes de muchos países alrededor del mundo- pues había comentado con la persona del miércoles acerca de esta afición; se instalaron en unas mesas varias personas a admirar los diseños e idiomas de muchos de los elementos de la colección.

Yo volví a encontrar al joven al que Rb hospedó en su casa hace un par de años: colombiano, y con un perfil profesional bastante similar al mío; o eso era en ese tiempo; ahora está dando soporte a SAP.

Estuvimos conversando un buen tiempo sobre el estado actual de la tecnología, los empleos de cada uno; e inclusive un poco sobre las opciones de capacitación disponibles en línea, para mejorar el perfil profesional de cada uno.

Creo que estuvimos menos de una hora en el lugar -llegar nos tomó casi dos horas- y luego el director indicó que se reunirían para cenar; yo le ofrecí a Rb que podía quedarse y yo me hacía cargo de sus perros; afortunadamente no aceptó.

Como había otra persona que venía hacia la ciudad -en su viaje de vuelta a su casa, en un departamento en el extremo opuesto de la capital-, Rb se ofreció a pasar a dejarlo al poblado del municipio, donde tomaría un bus.

Pero, como al final, tenía que pasar por la ciudad para abordar el bus hacia su poblado, propuse que lo pasaramos a dejar al comercial en donde se estacionan los busitos de nuestro sector; y donde podía tomar el transmetro hacia el centro de la ciudad.

Por lo que no pasamos por el poblado del municipio; utilizamos Waze para completar la circunvalación del lago; y salir por el otro extremo; la verdad es que fue un trayecto bastante riesgoso: casi no hay iluminación en el mismo, y la lluvia continuaba.

Afortunadamente la mayor parte de la subida -es una ascensión bastante pronunciada- tuvimos a un pickup -que se veía bastante cargado- delante de nuestro auto; por lo que pude guiarme con sus luces, para avanzar en el camino.

La salida no nos tomó tanto tiempo como la entrada; y, por haber tomado la ruta inversa, retornamos a la ruta nacional en un lugar bastante cerca de la ciudad; el tránsito aún estaba un poco pesado, pero lo estaba más en el sentido contrario.

Un poco más tarde estábamos dejando al señor en el comercial desde donde podía tomar el Transmetro; e iniciando, finalmente, el retorno a la casa de Rb; pasaban de las siete de la noche, por lo que el embotellamiento diario ya había disminuido un poco. 

El sábado me amaneció doliendo la pierna izquierda; no sé si se debió a los ejercicios que hicimos el viernes -el miércoles, por las molestias de salud de Rb, no habíamos realizado la rutina del día-; o por la tensión del viaje del día anterior.

A media mañana caminamos a los supermercados en dirección sur; en el más lejano compré una bolsa de Ketchup -ya está por acabárseme la actual-; y un paquete de pan tostado: había planeado visitar a mi tía favorita, al final del día.

Después de retornar de los supermercados estuve avanzando en la última parte del ciclo del libro de Terapia de Aceptación y Compromiso -ACT- que estoy leyendo; luego, a las once y media, saqué a la perra más pesada de Rb, a su caminata diaria.

Después me bañé, y me dirigí al departamento de mis hijos; salí un poco después de las doce; y el tránsito volvía a estar bastante pesado, justo en el punto en el que el boulevard desemboca a la ruta que une a ambos municipios.

Pero, debido a que había salido temprano, llegué al edificio en donde viven mis hijos quince minutos antes de la una; subí las gradas de los siete niveles y me instalé en el espacio que corresponde a la sala del departamento.

El área se ve bastante descuidada -no tienen ni un año de haber estrenado el departamento- pero me senté junto a la pared, y le envié un mensaje a mi hijo menor, comentándole que ya había llegado.

Pasó la hora acordad para la visita (una de la tarde) pero preferí seguir esperando; como a los diez minutos salió de su habitación; con el cabello bastante corto; o sea, desde la pandemia había estado usando el cabello hasta debajo de los hombros, pero ahora tenía un corte casi similar al mío.

Le pedí que se sentara un momento y volví a disculparme por mi intervención con su hermana en la última visita; y por mi negatividad en muchas de mis conversaciones; ví que se le aguaban los ojos, pero sigo sin saber cómo reacciones en estas situaciones.

Luego le propuse que fueramos al parque temático de costumbre; afortunadamente, a persar del pronóstico, no llovió durante toda la tarde; en el parque le  indiqué que podíamos comprar pizza o pollo; prefirió pollo.

Nos tocó que hacer una fila un poco tardada -el parque estaba más lleno que de costumbre, quizá por el fin de semana largo-; tanto para pagar por un par de menús de nuggets de pollo, como para recibir el pedido.

Lo bueno fue que el área de mesas no estaba reservada en esta ocasión; pudimos ocupar una de las mesas del lugar, y almorzar en paz; luego jugamos varias partidas de dominó; un poco antes de las cuatro propuse que nos subieramos a la Rueda de Chicago; luego nos retiramos del lugar.

Llegamos de vuelta al apartamento bastante temprano; un poco mi hijo había declinado mi oferta de café, por lo que nomás estuvimos en el espacio de la sala, resolviendo algunos cubos de Rubik -no llevaba el de 4x4x4 ni el de 5x5x5-.

Mi hija mayor salió de su habitación en cierto momento; al parecer sigue su rutina de dormir de día; y también ví una cantidad bastante grande de colillas de cigarros en uno de los botes de basura que mantienen en la cocina.

Al parecer -también- siguen en conflictos personales; no estoy seguro si se saludaron, o intentaron hacerlo; a las cinco -como habíamos acordado más temprano con mi hijo- nos despedimos y me calcé los zapatos -hemos acordado no utilizarlos dentro-; antes de retirarme llamé a mi hija para que saliera y nos despidiéramos.

Era bastante temprano para mi siguiente compromiso: había estado hablando durante la semana con mi primo favorito, para coordinar mi visita a su madre, ese día, a las seis de la tarde -estoy procurando visitarla con la misma frecuencia que visito a mis padres-.

Antes de encender el auto jugué dos o tres partidas de ajedrez en el  celular, y luego, sí; abrí la puerta del estacionamiento e inicié mi viaje hacia la casa en la que mi primo alberga a sus padres -y a otra familia del lado de su esposa, me parece-.

El tránsito estaba bastante tranquilo; aunque había empezado a lloviznar ligeramente; llegué con bastante anticipación a la casa de mi primo; pero, antes de estacionarme, otro auto me adelantó y se paró en el lugar; de allí se bajó un tipo, tocó el portón de la casa, y, al salir mi primo, conversó un momento con el mismo.

Yo estaba aún en el auto, un poco atrás; pero bajé el vidrio del lado del piloto (todos los vidrios están polarizados) y saludé a mi primo; el tipo se subió, por fin, al auto, con lo que pude parquearme en el lugar.

Conversé apenas un poco con mi primo, ya que estaba ocupado, y subí al segundo nivel de la casa; la construcción es enorme; no estoy seguro si tiene tres o cuatro niveles; y muchas muchas habitaciones.

Encontré a mi tía, quien me recibió bastante efusivamente; le entregué el paquete de pan tostado que llevaba; y ella me ofreció café; luego nos instalamos en su cocina, a tomar café, y conversar durante un poco más de una hora: muchas muchas noticias familiares.

Un poco después de las siete le comenté a mi tía que tenía que retirarme e inicié el viaje de vuelta; debido a la hora -y el día- el tránsito estaba bastante ligero; por lo que un poco después estaba estacionándome frente a la casa de Rb.

Espero no volver a conducir tanto durante la misma semana en mucho mucho tiempo.

Y a ver cómo va eso... 

lunes, 23 de junio de 2025

Las parejas -y el destino-... The couples -and destiny-... Les couples -et le destin...

El concepto de pareja siempre se me ha escapado: desde niño soñaba con tener una familia nuclear feliz; no sé si se deba a mi propia experiencia infantil; o a alguna extraña fijación producto de la televisión y demás consumo de media.

Pero luego empecé a tener hijos con la primer pareja que tuve; de quien me separé, luego de casi una década de convivencia; y luego casi nada; alguna que otra relación esporádica -me importaban mucho mis tres hijos-, hasta llegar a Rb; ya llevamos más de una década de estar juntos y, me parece que, tres años de legalizar nuestra unión.

Pero no es algo que dé por hecho; o sea, acepté casarme porque no quería volver a empezar a buscar dónde vivir: me parece que por esa época ya tenía más de un año de haberme establecido en su casa; pero no creo en el 'hasta que la muerte los separe'.

Pero de las parejas 'felices' que antes tomaba como modelo no he visto un buen desarrollo: mi prima favorita aceptó que su esposo tiene otra relación; y que vive la mitad de la semana en cada hogar del que forma parte; también me acabo de enterar -ella me contó- que su papá -esa gran pareja cristiana- tiene una hija (bastante grande) fuera del matrimonio.

En fin, es un concepto bastante confuso; y las parejas homosexuales no creo que lo tengan más fácil -al final, creo que mis tres hijos son parte de la comunidad LGTB, aunque no estoy seguro de cual letra le aplica a cada uno-: hace unos tres años mi ex supervisor me comentó que había retornado del país más póspero del sur, en compañía de su esposo.

La última vez que nos reunimos me comentó que andaban con conflictos familiares -y de pareja, creo-; y el sábado que desayunamos, me contó de la situación actual: están actualmente en medio de una convivencia bastante complicada, luego de un intento de suicido por parte del susodicho.

Y el destino: acabo de volver a leer un muy buen artículo de uno de los escritores contemporaneos locales; antes publicaba bastante en su blog, ahora no ha publicado en más de seis meses; pero tiene ya varios libros publicados -además, estudió (pero no se graduó, adivino) ingeniería, letras y filosofía, en la universidad nacional-.

En el artículo en el que celebraba la victoria de Argentina en el último mundial, metía la historia de porqué su padre le iba a los alemanes: había obtenido una beca para Alemania Federal, en su juventud, la cual fue cancelada cuando un grupo armado asesinó al embajador de ese país.

Juan Pablo dice algo así como: si ese atentado no hubiera ocurrido, habría ido a estudiar a Alemania, habría trabajado en el lugar, desarrollándose en el mismo; y yo no hubiera nacido; y es una historia que he escuchado o leído, o visto en no pocas ocasiones: si X, Y, o Z hubiera (o no hubiera) ocurrido, entonces yo estaría haciendo A, B o C (o no estaría haciendo D, E o F).

Pero al final, ¿quién sabe, no?

El sábado me levanté antes de que sonara la alarma: la había puesto para las seis de la mañana, pues debía de estar antes de las siete en el restaurante en donde me reuniría con el ex supervisor a quien veo dos veces al año; este era el desayuno de medio año.

Pero, como otros días, el zumbido de un zancudo me despertó quince minutos antes de que sonara la alarma; me sentía aún cansado, pero me levanté a meditar; después consideré si hacer los wordle del día, pero me decidí a meterme a la ducha.

Después de bañarme volví a consultar la página de waze para ver cómo andaba el tránsito en la ciudad; según el sitio el recorrido era de quince minutos; consideré el doble del tiempo y salí un poco antes de las seis y media.

En el periférico volví a ver la hora y, casi al noventa por ciento del recorrido, aún quedaban siete minutos antes de las siete de la mañana; la entrada al parqueo del restaurante estuvo rara: había un camión tapando la entrada, y detrás del mismo, una unidad de distribución de Pan Bimbo.

Total que tuve que ocupar la mitad del espacio del segundo carril -aún pasó un auto bocinando-, pero pude entrar sin demasiadas -adicionales- complicaciones; había planeado resolver los tres wordle del día (inglés, francés y portugués) o hacer alguna lección de Duolingo, mientras esperaba; pero el wifi del restaurante no funcionó.

Además, mi amigo llegó bastante rápido: no ví el mensaje en el acto -por no tener conexión a internet- sino hasta que regresé a casa; pero  las siete y tres minutos me había enviado un mensaje de voz, comentándome que ya estaba parqueándose.

No veía a mi amigo desde diciembre; y creo que ya aprendí a poner en contexto sus comentarios: la primera vez, hace unos tres años, que me comentó que estaba por cambiarse de trabajo, asumí que la siguiente vez que lo vería estaría ya en otra empresa.

Pero no, al parecer, le gusta compartir sueños -o deseos- en los que realmente no cree; y,  me parece que es una costumbre que compartimos -aunque espero que en mi caso, sea un poco menos seria-; la última vez que nos vimos me comentó que andaba con problemas de pareja.

Algo de que habían ido a Ciudad de México con su familia -y su pareja- y habían tenido ciertas diferencias; pero estas fueron tan serias que, en un momento, consideró dejar a todos allí y tomar un boleto a Miami -o algún lugar igual de exótico-.

Al parecer, lo de los problemas con su pareja sí eran serios: en esta ocasión me comentó que habían terminado la relación romántica; que siguen viviendo juntos porque, al final, él lo había traído al país, pero que, después de un par de intentos de suicidio -uno, dudoso, el otro sí más serio- nomás estaban viviendo como roomies.

Y me pareció algo violenta la situación: en cierta ocasión lo dejó prácticamente encerrado en donde viven, pues debía ir a trabajar, y temía que simplemente abandonara la seguridad que le proporcionaba; también me comentó que le había tocado escuchar cuando llegaba con sus amigos sexuales.

O sea, qué incómoda la situación; creo que retornaron al país hace cinco o seis años; luego de un par de años de convivencia en Chile -entendí que en ese país se habían podido legalizar su situación matrimonial-.

Y mi amigo, huérfano desde niño, -me parece que- ha desarrollado un complejo de salvador; o así es como lo percibo: lágrimas saltaron a sus ojos cuando me contaba el temor al abandono que ha padecido su -ahora- ex pareja.

Estuvimos en el restaurante un poco más de dos horas; poniéndonos al día de las vidas de cada uno; el trabajo, las parejas, la familia; un poco después de las nueve y media le comenté que ya debía retirarme, y quedamos en que llegaría a conocer el negocio de comida que tienen con su inquilino, en el centro histórico.

El tránsito de vuelta estuvo bastante tranquilo; un poco antes de las diez de la mañana estaba parqueándome frente a la casa de Rb; llegué justo en el momento en que ella estaba saliendo hacia el supermercado, por lo que me ofrecí a acompañarla.

Fuimos nomas al supermercado más cercano; en donde adquirimos un poco de pollo; y lechugas para las ensaladas de los almuerzos; sacamos a caminar a los perros antes de la comida del medio día.

Por la tarde salimos al patio trasero a cosechar algunas flores de loroco; y, como vimos que el racimo de bananos silvestres ya tenía más unidades amarillas, aprovechamos para bajar el mismo; para lo cual utilicé un par de las cuerdas que habíamos comprado para la ocasión de las tarimas de madera.

El proceso estuvo un poco tardado: aseguré alternativamente el racimo, utilizando dos pitas de plástico; pero al final estuvo bien, ya que pude completar el procedimiento sin mucho daño a los bananos.

Después separé las diferentes pencas de frutos -aunque algunos se separaron en el transcurso-; y, aprovechando que no estaba lloviendo, salimos a repartirlos a los vecinos de la calle -y al guardián de la colonia-.

Yo consumí uno de los que ya estaban amarillos; repartimos cuatro o cinco pencas a los vecinos, una al guardián de turno, reservamos una para el del día siguiente; y Rb preparó una buena cantidad de tortillas, con una de las que aún estaban verdes.

A media meditación nocturna -debo mejorar en dejar ir los pensamientos- me recordé que no había hecho los wordle del día; y, como el de francés lo renuevan cada día a las seis de la tarde -por la diferencia de horario con Francia- nomás pude completar el de inglés y el de portugués.

El domingo me levanté a las seis y media y lo primero que hice, después de meditar, fue resolver los wordle en los tres idiomas; después regresé a la cama a dormitar; hasta que escuché que Rb se levantaba y salí a prepararme el desayuno de los fines de semana.

Después del desayuno, o a media mañana más bien, nos dirigimos, caminando, a la tienda de ropa usada en la que generalmente nos proveemos; en el trayecto pasamos a dejarle la penca de bananos silvestres al guardián de turno.

En la tienda de ropa Rb anduvo por muchos de los pasillos, buscando ropa para el evento de su trabajo al que tendrá que atender durante la semana; afortunadamente me había dejado su celular, por lo que pude jugar varias partidas en chess.com.

Ella adquirió varias mudadas de ropa; yo nomás compré un helado, cuando pasamos a pagar a la caja; retornamos a casa antes de mediodía y preparamos las alitas de pollo dominicales, acompañadas de un poco de caldo y fideos.

Por la tarde había planeado trabajar un poco; pero cuando entré al sitio en cuestión me di cuenta que no podía avanzar mucho: como que la última actualización no se ha completado por lo que el alcance de lo que podía hacer era muy limitado.

Entonces me puse a terminar de ver la última parte de The cat returns; y después la segunda parte -creo que la dividiré en cinco- de la última película de la franquicia de Mission Impossible.

Y a ver cómo sigue eso…