La primera vez que escuché -o leí, más bien- la expresión alexitímia me pareció un ideal: no experimentar emociones; o al menos eso fue lo que entendí cuando leí el libro de Goleman: Inteligencia Emocional.
O sea, para mí era muy atractiva la idea de no ser esclavo de mis emociones; creo que por esa época llevaba cuatro o cinco años de convivencia con la madre de mis hijos y estaba harto del drama: desde joven traté de no tener mucho drama -o que el drama fuera más o menos controlado- pero con la mamá de mis hijos la relación era bastante tórrida -y/o tóxica?-; pasábamos de pelearnos a intimar.
Entonces, razonaba, si no me dejaba llevar por la emociones -o si no las sentía- podría tener una vida más tranquila -sin los altibajos que conllevan la ira, la tristeza, entre otros-; por supuesto que era nomás una ilusión.
Porque al final, las emociones (creo) son las que nos hacen humanos, o al menos nos reviste de humanidad; y estar fuera de la ‘normalidad’ usualmente nos coloca una diana en la espalda.
Y eso es lo que le pasa al protagonista de Almendra -esta palabra en el griego antiguo se utilizó para nombrar a la amígdala-: por cuestiones fisiológicas (sus amígdalas en el cerebro no se desarrollaron adecuadamente) padece de alexitimía.
O sea, no puede sentir -y menos, expresar- emociones: si se quema aún así vuelve a acercar la mano al objeto caliente; no se ríe, ni puede racionalizar la tristeza de ver a su madre y abuela siendo asesinadas frente al mismo; el libro se compone de setenta y cinco capítulos y estuve sopesando si leerlo en dos o en tres partes (25 capítulos o 38); al final -lanzando una moneda al alire- me decidí a leerlo en dos partes.
Aún debo leer la segunda…
Y el orden normal no funcionó: aunque la noche anterior medité, leí e intenté dormirme; me fue imposible conciliar el sueño; estoy sospechando que la causa es demasiado almuerzo: la pizza que preparé el sábado -con trigo sarraceno- estuvo bastante grande (de hecho la dividí en tres partes en vez de dos).
Estuve dando vueltas en la cama hasta altas horas de la madrugada; incluso cerca de las tres estuve a punto de quedarme dormido pero un zancudo me interrumpió: traté de ignorarlo pero, finalmente, me levanté y utilicé la raqueta para eliminarlo.
Escuché cuando Rb se levantó a darle de comer a su perra mas anciana y oí los mensajes de la aspiradora robótica cuando la puso a cargar; en algún momento después -muy después- de las tres me dormí.
A las siete y media la alarma del celular sonó y me levanté a meditar; luego retorné a la cama a esperar la primera reunión de equipo de la semana: la mayor parte del equipo retornaba de vacaciones de este día por lo que estaba a la expectativa.
La reunión estuvo tranquila: al parecer se acerca un gran deployment y las tareas que está realizando mi equipo han quedado en segundo plano; volví a almorzar lo de los dos días anteriores: Super Pizza de trigo Sarraceno.
Al final del día laboral hicimos con Rb los ejercicios de la rutina del día lunes y por la noche hice algunas lecciones de DUolingo; empecé mal la semana en esta área pues el día anterior había -por error- utilizado los treinta minutos de puntos dobles y el lunes me olvidé en todo el día de hacer lecciones.
Afortunadamente pude dormir sin ningún sobresalto; me levanté a meditar a las siete pues la directora del grupo de voluntariado al que me anoté la semana anterio había quedado de venir alrededor de las ocho de la mañana.
Había ordenado un calendario/planificador anual de la fundación (seis dólares) y me había enviado un mensaje un par de días antes comentándome que -por estar el colegio de su hija en el sector- vendría personalmente a entregármelo.
Medité quince minutos, luego hice un poco de Duolingo y luego me di una ducha; después salí a desayunar al comedor; al final la señora vino alrededor de media mañana y en lugar de un calendario me trajo dos.
Almorzamos una parte del asado que preparamos el domingo y luego sacamos a caminar a los perros; al final de la tarde fuimos a los supermercados en dirección sur; en el más alejado compré un frasco de café instantáneo de los más baratos.
En el siguiente supermercado -el que queda a medio camino- compré otro frasco de café instantáneo -de una marca no tan popular que maneja Nestlé- y adquirimos bananos y lechuga -además, pasamos a la veterinaria pues Rb necesitaba cierta medicina para sus perros-; por la noche avancé un poco en el libro de inglés (Memory Piece) y en el reto semanal de Duolingo: completar setenta y cinco lecciones para recibir treinta minutos de puntos dobles.
El miércoles tenía la expectativa de dos reuniones: la primera era con mi supervisora; un par de días antes me había enviado la convocatoria para nuestras reuniones quincenales para ver la actualidad del trabajo.
La otra reunión la había convocado el compañero que menos bien me cae; los otros dos no tanto: uno es bien jovencito, muy inteligente e incluso me dió aventón para retornar del convivio del trabajo en Diciembre; el otro vive en la misma pequeña ciudad en la que nació -y creció- mi padre; e incluso lo invité a desayunar la última vez que fui a visitar a mi tío paterno más joven (me lleva como doce años o así).
Pero este compañero tiene la costumbre de quejarse y quejarse -sin proponer una solución- y no sé qué tan joven sea pero su personalidad no me agrada (otra: los tres se anotaron al evento de ciberseguridad del año pasado, él no hizo ninguna actividad).
La reunión con mi supervisora estuvo normal: afortunadamente nos llevamos bien y nomás nos pusimos al día de los últimos acontecimientos del ámbito laboral; la otra reunión estuvo más o menos como lo esperaba.
El compañerito se empezó a quejar de que había ‘descubierto’ algunas tareas que no se habían realizado bien; y que, al final del día, sentía que lo que estábamos realizando no tenía sentido; y blah, blah, blah; traté de mantenerme en silencio pero al final terminé sugiriendo que, antes de seguir haciendo alboroto por la situación actual, sería mejor exponer -nuevamente- la situación, pero brindar alguna propuesta o alternativa; igual creo que mis palabras cayeron al vacío.
El jueves me levanté a las siete y media, medité y luego entré a la reunión del equipo; la cual continuó con la tendencia: cero interacciones con mi equipo; después salí a desayunar pues Rb tenía que ir a su visita semanal al mercado en el centro histórico; almorzamos lo mismo que -casi- toda la semana: pollo asado y (yo) embutidos; después de sacar a caminar a los perros estuve viendo un poco de un curso de Python en Kaggle.
Al terminar la jornada laboral nos dirigimos a los supermercados en dirección norte: Rb quería revisar el tamaño de los moldes de aluminio que utilizó en la jornada de horneo de Navidad; pero ya no había de esos modelos; nomás compró un par de bolsas de sal en el lugar.
Luego, en el supermercado, compramos un poco de bananos y yo adquirí un ingrediente que no había comprado en varios meses: queso con tocino para las galletas de mi cena; en el camino pasamos a la panadería y compré pan para los desayunos del fin de semana; por la noche estuve viendo un capítulo de El día de Chacal: la clásica historia de la Guerra fría sobre un francotirador por contrato, entrenado por el mismo ejército británico.
El viernes me costó levantarme; he continuado dificultad a la hora de conciliar el sueño; medité y luego retorné a la cama para entrar a la reunión de la mañana; la cual estuvo igual que toda la semana; después me quedé dormitando un rato en la cama; a media mañana me levanté a preparar el desayuno de los fines de semana: Rb me había obsequiado el día anterior una caja con ocho donas.
En la mañana continué -y concluí- el curso de Python en Kaggle -era super básico- y empecé a contemplar la posibilidad de obtener la certificación básica de CCNA: bajé un par de preguntas de exámenes y las formateé para usarlas con mi aplicación de React.
A media mañana pagué la factura de Internet -es la mitad del dinero que le transfiero mensualmente a Rb por permitirme vivir en su casa- y aproveché para pagar la factura de Internet del apartamento de mis hijos -y agregué el monto al balance-.
En la tarde, al final de la jornada laboral, realizamos los ejercicios de la rutina de los viernes; en la noche cambié el libro de la línea de español; el día anterior había empezado a leer El pequeño libro de la buena suerte, pero se me hizo muy intrascendente.
Así que, viendo opciones, empecé un libro que había visto hace algunos años -no recuerdo si en una biblioteca o en una feria del libro-: Almendra; es de una autora coreana -como la premio nobel de literatura del año pasado- y me gustó tanto que decidí leerlo nomás en dos partes.
También me costó -creo que por el libro- conciliar el sueño; llegué hasta casi media madrugada sin poder pegar las pestaña; al final me levanté a correr la cortina -lo que casi nunca hago- de la habitación, para reducir la cantidad de luz proyectada.
El sábado me levanté a meditar a las siete y media -a pesar del desvelo- y luego -como teníamos que salir más tarde hacia el supermercado en el que compramos artículos a granel- retorné a la cama a hacer mis lecciones matutinas de Duolingo.
Después de preparar el desayuno -y desayunar- nos dirigimos con Rb al supermercado; yo quería ver algunos artículos de limpieza que mis hijos me habían encargado; pero no encontré buenas opciones; Rb compró un saco de comida para uno de sus perros y varias de sus bolsas de semillas -yo compré la arroba habitual de avena-.
También compré un recipiente con mini cupcakes ya que debía ir al día siguiente a visitar a mi amigo que vive en la colonia en la que residí por más de una década -y en la que mis hijos crecieron-; por la tarde inicié otro curso -ahora en Machine Learning- en Kaggle.
Por la tarde ví dos capítulos de la serie El día del chacal; además, empecé a sopesar la idea de certificarme en ITIL Foundations en vez de CCNA; por lo que bajé un par de libros del tema y preparé trescientas treinta preguntas para utilizar con mi app de React.
En la noche ví un poco de la película -la había empezado el día anterior- La guerra de los Rohirrim -una caricatura japonesa con una precuela del Señor de los Anillos-; también concluí el ciclo de How Google Works y continué con Granby au passe simple.
El domingo me levanté a las siete y media; medité y retorné a la cama a hacer DUolingo; me sentía bastante agotado pues he continuado con dificultades para dormir -lo que, realmente, no es nada nuevo en mi vida-.
Como sabía que teníamos que salir hacia los supermercados en dirección sur con Rb puse la alarma para las nueve menos diez y continué dormitando; al final me levanté a las nueve, me vestí y salí a saludar a Rb.
Quien estaba bastante decaída y me comentó que no había podido dormir mucho: el día anterior una vecina vino a comentarle que se iba a mudar y no podía llevarse a su perro: quería ver si Rb podía adoptarlo; ella se negó pero la deprimió no poder hacerlo -y pensar que el perro sería pronto echado a la calle-.
Como Rb aún no había desayunado me metí a su cama y continué dormitando otra hora; un poco después de las diez me indicó que estaba lista y nos dirigimos al supermercado más cercano en direcciń sur.
Rb compró un poco de pollo y lechuga y luego retornamos a casa; yo no había desayunado y aún estaba dudando si hacerlo -o como: lo normal (avena y banano) o fin de semana (frijol, huevo, café y pan)-; al final desayuné lo segundo.
Después salimos a cosechar el café maduro de las plantas del frente de la casa; varias matas estaban bastante cargadas de fruto rojo por lo que puse un video de ACT en mi nueva computadora y usé los audífonos bluetooth por casi una hora, mientras -subido a la escalera- dejaba a las plantas sin café cerezo.
Después del almuerzo regular de los domingos (alitas con consomé y ensalada) sacamos a caminar a los perros y un poco más tarde -a las tres- me dirigí a la casa del voluntario que vive en la colonia donde crecieron mis hijos.
Era nuestro primer café del año y yo llevaba unos cuantos mini cupcakes y un par de las donitas que Rb me obsequió un par de días antes; la reunión estuvo normal: un par de horas tomando café y -al final- repasando los dos primeros pasos de la solución del cubo de Rubik de 3x3x3.
A las cinco y media me despedí de mi amigo y retorné a casita; por la noche estuve a punto de bajar de la liga -más de tres años de permanencia- más alta de Duolingo: tres o cuatro personas hicieron más de tres mil puntos ese día; al final me tocó que utilizar la media hora de puntos dobles.
Y quedé en el último lugar -pero al menos, permanecí en la misma liga-: el lugar dieciséis; por la noche ví el sexto capítulo de la primera temporada de El día del chacal y otro poco de la película animada de la serie del Señor de los Anillos.
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