La situación doméstica ha estado mera rara durante los últimos días -o semanas? o meses? o años?-; o sea, siempre he mostrado respeto por las vulnerabilidades de Rb en esta área: acepté tomar antibióticos -lo cual odio- cuando ella se trató por Helicobacter Pylori.
Y para la pandemia, incluso, me retiré de su casa durante un par de meses porque ella se sentía muy insegura por mis salidas semanales para ver a mi hijo menor -luego retorné y me establecí en su casa, cuando las medidas de aislamiento se recrudecieron-.
Cuido a sus perros -les doy de comer, básicamente- cuando tiene que acudir a alguna cita médica o realización de exámenes de laboratorio -o cuando tiene que salir por cualquier razón-; lo cual, generalmente, no ha representado una gran carga.
Pero lo que se viene -me temo- está un poco más serio: la siguiente semana tendrá que ir a realizarse una serie de exámenes al hospital al que acaba de acudir; y luego, casi seguramente, tendrá que estar hospitalizada por un par de días -no sé si más- por una cirugía.
Y allí es donde entro yo -y fue parte del drama por el cual no terminamos (por primera vez) la rutina de ejercicios del viernes-: a Rb le preocupa -o se siente culpable- de la sobrecarga de trabajo que representará hacerme cargo de sus perros.
Porque además de que los alimenta religiosamente -en la cama, y a la más anciana la obliga a comer- tres veces al día, también se levanta todos los días a las tres de la mañana para darle algunos trozos de pollo a la susodicha: teme que dejarla sin comer durante más de ocho horas le dañe más el páncreas -o algún otro órgano, no estoy seguro.
O sea, la perra tiene más de quince años de vivir con ella; y, según estimaciones del veterinario, ya tenía tres años cuando ella la adoptó -alguien la había rescatado de un grupo que llegaba a alimentarse a un contenedor de basura; y tiene más de una década comiendo una comida exclusiva por su pancreatitis.
Hace cuatro o cinco años estuvo a punto de ponerla a dormir: la perra estuvo muy mal, con vómitos constantes y temió que ya no iba a poder alimentarla; y desde esa fecha la obliga -en la mayoría de las ocasiones- a ingerir las pequeñas croquetas con las que la alimenta.
Y, también, desde esa fecha se levanta todos los días a las tres de la mañana, a asegurarse que siempre tiene algo en el estómago; hace unas semanas -o meses- la ví bastante desmejorada: le estaba costando levantarse -duerme más de veinte horas al día- y se notaba rigidez en las extremidades.
Le indiqué a Rb que lo mejor es que se preparara; luego vió que los ojos habían empezado a irritársele (le hecha gotas varias veces al día porque ya no produce lágrimas); entonces decidió llevarla a la clínica en donde operaron a su otro perro.
En esa ocasión le dieron varios medicamentos para la rigidez; y le aumentaron las dosis de las gotas en los ojos -creo que también le prescribieron otro tipo de gotas-; de todos modos le dijeron que debía prepararse; pero la medicina le cayó muy bien a la perra; la rigidez desapareció y ha retornado a su rutina de los últimos años.
Yo había estimado que podía levantarme un par de días a las tres y alimentar a la perra -y alimentar también a los otros dos durante el día-; pero este día Rb se puso mas seria: durante su recuperación (1 semana? dos semanas?) no podrá realizar esfuerzos, por lo que se preocupa de la carga que me está imponiendo.
Por supuesto que me he estado mostrando estóico; tratando de tranquilizarla e indicándole que cruzaremos cada puerta conforme vaya presentándose; pero insiste en el control: hoy quería 'enseñarme' cómo le aplica gotas en los ojos a su perra; mi respuesta, como siempre: no, nomás dame un horario detallado de lo que hay que hacer cada día, yo me encargo.
Y a ver cómo va eso.
El sábado me levanté a las seis y media; había dejado la alarma de la tablet, además de la del celular pues temía que no iba a depertarme a tiempo; después de meditar me metí a la ducha; quería salir de casa antes de las siete y media.
Después de la ducha aún leí un capítulo de Expediente Hermes; después, un poco antes de las siete empecé a caminar hacia el punto en donde abordamos los buses intermunicipales; y fue una buena decisión porque a medio camino el tránsito estaba bastante pesado.
Cuando llegué a la ruta intermunicipal el bus estaba arrancando; me llamó la atención que el ayudante me cobró medio dolar cuando usualmente me cobran un poco más en las ocasiones en las que voy hasta el periférico.
Cuando llegamos a esa ruta el bus iba algo rápido por lo que me bajé un par de calles antes del lugar en el que debía tomar el Transmetro; de hecho cuando me bajé del bus ví que había una unidad en la estación; por lo que tuve que esperar un buen tiempo para la siguiente.
Al final llegué al centro histórico un poco antes de las ocho y media; consideré -como la última vez- pasar un poco de tiempo por la calle principal; pero luego decidí caminar despacio hasta la calle donde vive mi ahijada.
Llegué justo un par de minutos antes de las nueve a la calle; la llamé y le comenté que estaba esperandola frente a su casa; en donde me tocó que ver una escena bien rara: un tipo -justo en la casa de enfrente- sacó a una mujer -con un bebé- de su casa y le tiró una bolsa.
La señora se recompuso un poco y luego empezó a somatar la puerta; el señor volvió a salir con otra bolsa y se la entregó; en el ínterin se dió cuenta que estaba observando la escena y empezó a gritarme, amenazándome; yo nomás caminé un paso más cerca de la puerta de la casa de mi amiga.
Un poco después ésta salió y le comenté lo que había visto; de hecho vimos a la señora en el otro extremo de la calle, empezando a cruzar la misma; mi amiga me comentó que el día anterior -o el anterior- alguien había denunciado a este señor y la policía había llegado al lugar, haciendo bastante relajo.
Empezamos a caminar hacia el lugar a donde habíamos previsto desayunar: un comedor con el nombre de una tira cómica que -hace más de cuarenta años- era publicada en el periódico más popular del país.
Yo había sugerido el lugar unas semanas antes: luego de intercambiar algunos mensajes por whatsapp había estado buscando en Internet lugares económicos cercanos en donde tomar un desayuno en paz.
Llegamos al lugar sin mucha dificultad y se veía bastante bien: en la puerta se encontraba una señorita -aparentemente esperando a alguien- y adentro había tres o cuatro mesas ocupadas -un poco después entraron un par de policías a tomar sus alimentos-.
El desayuno estubo bien -super típico-; empezando por café y avena -o arroz con leche, no estoy seguro-; luego el mesero -que al principio había notado bastante serio- se acercó a presentarnos el menú; mi ahijada ordenó huevos con tomate y cebolla y yo huevos con chorizo.
Cada desayuno incluía frijoles -bastante aguados- y una pequeña porción de plátanos cocidos; estuvimos en el lugar por un poco más de una hora, entre desayuno y conversación; al final pagué la cuenta -ocho dólares-; aunque le pregunté si tenía medio dólar, para dejarle al mesero -sí tenía-.
Un poco después de las diez y media le pregunté si retornaría a su casa o iría -como es su costumbre- a la calle más popular en el centro; confirmando lo segundo; como yo tenía que tomar el transmetro cerca del lugar caminamos hasta su destino.
Nos despedimos al inicio de la calle y yo me dirigí -a un par de avenidas- a la estación del transmetro; desde allí me conecté a Internet y le avisé a Rb que empezaba mi viaje de retorno -eran las once y dos minutos-; como había visto a una unidad pasar un poco antes temí que tendría que esperar -como la última vez- mucho tiempo.
Pero no, la siguiente pasó sin tanta demora; en el camino me vine armando el cubo de rubik de 4x4x4 y el de 5x5x5; incluso un joven hizo el intento de conversar sobre el mismo; pero el ruido del vehículo estaba muy alto.
No había mucho tránsito en el periférico por lo que poco después llegué a la penúltima estación; desde allí caminé hasta el comercial en donde se estacionan los busitos que tomamos para retornar a casa; afortunadamente el mismo casi estaba por empezar su recorrido; con lo que vine a casa a las doce y cuatro minutos.
Encontré a Rb terminando de preparar sus porciones de pan y galletas; un poco después sacamos a caminar a los perros; luego preparamos el almuezo: pollo dorado y ensaladas de lechuga, zanahoria, aguacate y manzana -roja en esta ocasión-.
Después del almuerzo estuvimos en el patio, bajando un par de güisquiles y casi tres cuartos de libra de flores de loroco; eso no tardó mucho; por lo que antes de salir a los supermercados me entretuve en mi habitación viendo la primera parte de una película de ciencia ficción de Dave Bautista.
A las cinco nos alistamos y caminamos hasta la altura del supermercado más alejado en dirección sur; pero no entramos, nomás dimos media vuelta y, en el de la mitad del camino, compramos un poco de bananos.
Luego, en la tienda de costumbre, compramos manzanas, tomates y un cartón de huevos; también pasamos a la panadería pues yo debía comprar pan para el desayuno que había previsto para el día siguiente con mi hija mediana.
Por la noche estuve viendo algunos videos de Youtube, leyendo otro poco de Expediente Hermes y acompañando a Rb en su habitación; también pagué la cuenta mensual de Internet -por error había transferido los treinta dólares a una cuenta que no he usado en varios años, afortunadamente el banco receptor anuló la transacción-.
El domingo lo había previsto casi en la misma forma que el día anterior: debía encontrar a mi hija mediana en el departamento a las ocho y media; ella ha estado trabajando por la noche, incluyendo sábados y domingos, descansando los miércoles y jueves -creo-.
O sea, por cuestiones monetarias prefirió trabajar todo el fin de semana y descansar entre semana; y a mí llegar -o salir de acá- entre semana se me hace bastante difícl; o sea, el mes pasado nos reunimos un jueves; y me llevó casi media hora nomás salir a la calzada principal luego de que nos despedimos; pero la idea no fue buena.
Me levanté -al igual que el día anterior- a las seis y media, medité y luego me metí a la cocina a preparar un par de mis panes especiales -envueltos en papel de aluminio-; metí los dos panes, con el litro de Incaparina y los bananos que había comprado durante la semana, en la mochila con aislante térmico.
A las siete y media me metí a la ducha; luego estuve leyendo un poco antes de cargar las cosas en el automóvil -había comprado consumibles para el departamento la semana anterior-; un poco antes de las ocho Rb salió de la habitación, me despedí de ella y me dirigí al departamento de mis chicos.
El tránsito estaba muy muy ligero; tanto que llegué antes de las ocho y media al edificio -también tomé una ruta que usualmente evito, cerca de la Universidad-; hice dos viajes entre el auto y el departamento para subir los consumibles -dos paquetes de papel higiénico, otro de toallas plásticas, un gran recipiente de detergente de ropa y un paquete de dos recipientes de desinfectante para pisos-.
En el segundo viaje encontré a mi hija mediana en la sala; y no se veía muy bien, me comentó que nomás había dormido como cuatro horas -sale a media noche del trabajo- y que debía volver al trabajo al mediodía; cuando le dí la opción de quedarnos en el departamento, en vez de ir al parque temático, la tomó de inmediato.
Y al principio ni siquiera tenía apetito; una hora o así más tarde -estuvimos conversando en la sala durante ese tiempo- iba a tomar agua, le ofrecí Incaparina -fue raro porque, al parecer, el sello de aluminio del tetrabrick estaba abierto-; y luego consumimos los panes que había llevado.
Luego del desayuno continuamos en el lugar y, un poco más tarde, jugamos una buena partida de Scrabble; yo le había indicado a mi hija que podía pasar a dejarla a su trabajo, pero al final prefirió que me retirara a las once, pues quería descansar un poco antes de prepararse para salir a tomar el autobús.
Por lo que a esa hora me despedí de mi hija, bajé al parqueo, e inicié el trayecto de vuelta a la casa de Rb; el tránsito seguía bastante confortable; vine como a las once y media y estuve haciendo algunas lecciones de Duolingo antes de ayudar con el almuerzo: alitas de pollo y ensaladas.
Después sacamos a caminar a los perros; no había muchos trastos pero los lavé antes de preparar un té de manzanilla y una taza de café; el resto de la tarde me la pasé viendo videos de Youtube y leyendo un poco del libro en Portugués: Agilidade Emocional; la verdad la autora no me cae muy bien: es una psicóloga -blanca- de Sudáfrica; que aún se benefició -como el hombre más rico del mundo- del Appartheid.
Al final de la tarde preparamos la tortilla española para tres almuerzos de la semana: Rb sofrió champiñones y frío una torta de pollo; yo pelé y cubiqué tres libras de papas y las puse a hervir durante diez minutos; luego preparé la tortilla, con media docena de huevos.
A diferencia de la última vez, utilicé un sartén para darle vuelta a la misma -la última vez lo había realizado con una tapadera de aluminio pero no quedó bien- con lo que el resultado fue mucho mejor; luego de veinte minutos de cocción -diez de cada lado- la dejé enfriándo antes de dividirla en seis porciones.
Por la noche intenté continuar con la película de Bautista, pero, al final, decidí que no la completaría; un poco antes de las nueve me dí cuenta que no había completado los retos del día en Duolingo; y no pude terminarlos antes de las nueve; con lo que, además de quedar en primer lugar en la liga semanal, entré en la de la semana siguiente.
La semana ha estado bastante lenta: el lunes realizamos la rutina de ejercicios a las seis de la mañana; pero los perros estuvieron interrumpiendola para salir al patio; por lo que decidí que no me bañaría antes de la reunión -sino después-.
La reunión estuvo tranquila -aunque la atendí un poco sudado (igual la temperatura está bastante baja, por lo que el sudor no era mucho)- después de la misma sí, me metí a la ducha, luego salí a prepararme el desayuno.
En la reunión habían indicado que realizarían una actualización de la aplicación durante el día; y eso me estuve haciendo todo el día: esperando el release; el cuál no sucedió; al mediodía almorzamos una de las porciones de tortilla española, y ensalada.
Al final de la tarde Rb me pidió que la acompañara a la farmacia: necesitaba una de las medicinas que le administra a los perros -y a ella misma- para proteger el sistema digestivo cuando ingieren alguno de los medicamentos de sus tratamientos.
El martes me levanté a las cuatro y media: Rb había planificado realizarse los exámenes necesarios antes de someterse a la cirugía para la extirpación del útero -y un ovario, me parece- y me había pedido que la llevar al hospital.
La vez anterior que habíamos acudido al hospital habían sido bastante puntuales en su horario de apertura: las seis de la mañana; y, como el tránsito para entrar a la ciudad se pone pesado luego de las cinco, acordamos salir a esa hora.
Medité los veintiún minutos y luego salí de la habitación; a las cinco de la mañana abordamos el auto y empezamos el trayecto; el cual estuvo bastante tranquilo; llegamos al lugar diez o quince minutos antes de la hora de apertura.
Pero en esta ocasión no fueron tan puntuales; llegaron las seis y cinco y aún no se veía nada; además, una indigente se había acercado al auto -creo que con la intención de cobrar por parquearnos en el lugar-; por fin llegaron un par de personas, esperé a que Rb ingresara al lugar e inicié el viaje de regreso.
El tránsito de vuelta no estuvo tan mal como la vez anterior -según Rb se debe a que ya no hay clases en la mayoría de los colegios- y cinco minutos antes de las siete estaba parqueando el auto frente a la casa de Rb.
Como faltaba una hora para la primera reunión del día pensé que aún podía tomar una siesta; pero los perros estuvieron entrando y saliendo; por lo que nomás estuve dormitando durante menos de media hora.
Cuando la alarma sonó me levanté y entré a la reunión de equipo; la cual estuvo, como el día anterior, bastante ligera; según el desarrollador principal iban a liberar en el transcurso del día; pero, igual que el día anterior, no volvió a suceder.
Almorzamos una sopa de hígados de pollo que Rb había preparado el domingo -yo había preparado media taza de arroz a las nueve de la mañana-; el resto de la tarde transcurrió igual: caminata de perros, té, café, y un poco de Expediente Hermes.
A las cinco nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; caminamos hasta el más alejado y luego retornamos al mercado que queda a mitad del camino; allí compramos un poco de bananos; yo también compré una bolsa de marshmellows y Rb compró un panqué de Bimbo, para obsequiármelo.
Y a ver cómo sigue eso...
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