Han pasado tres semanas desde que llevé el auto al taller; fue un Jueves y llamé para preguntar sobre el avance en el trabajo cuando pasaron siete y catorce días; y había planeado llamar nuevamente mañana: la primera vez nomás me indicaron que habían aprobado los repuestos y la segunda, que estaban trabajando en el radiador.
Pero hoy por la mañana me llamaron para indicarme que podía pasar por el auto a partir de este día -después de las cuatro de la tarde-; agradecí a la secretaria y le indiqué que pasaría hoy mismo: le comenté a Rb que saldría a las tres y media -luego a las tres- de casa para llegar al taller entre cuatro y cinco.
La rutina de la semana pasada estuvo un poco diferente porque, al enterarme la semana anterior que mi amigo poeta había publicado un nuevo libro, le escribí para solicitarle un ejemplar -el anterior me lo regaló pero este me puse firme en comprárselo- y tomarnos un café.
El jueves pasado -luego de la mañana tensa que tuvimos con Rb por mi viaje de la próxima semana-, después de dar por concluida mi jornada -a las cuatro y media- me dirigí a tomar el autobús intermunicipal para abordar el transmetro y dirigirme al Mc Donald's en donde habíamos acordado la reunión con mi amigo.
Caminamos los dos kilómetros con Rb pues ella quería acudir a uno de los supermercados que nos quedan en esa dirección -en el camino observamos cinco o seis busitos en el embotellamiento-; después del bus intermunicipal tomé el transmetro y llegué un poco antes de las cinco y media al lugar.
Mi amigo llegó un poco antes de las seis y estuvimos en el lugar un poco más de una hora, acompañados de un capuccino y jugando una partida de Scrabble -luego de la última reunión con mi ahijada profesional he pensado en cargar siempre mi tablero en la mochila-.
Además mi amigo me hizo entrega del ejemplar de su nuevo libro -quince dólares- y le pedí que agregara una nota de dedicatoria en la primera página; a las siete nos despedimos pues no quería retornar tan tarde a mi casa; mi amigo tomó su bicicleta -es un evangelista del ciclismo urbano- y yo abordé el Transmetro.
Aunque creí que el último busito salía de la estación a las siete, tuve suerte de abordar el -me imagino- último de la noche a las siete y media; y un poco antes de las ocho estaba entrando a mi casita; la semana laboral finalizó -al día siguiente- con la recepción de dos galones de desinfectante de frutas y verduras y el pago -quinto de seis- de la mensualidad del curso de Urgencias Médicas que estoy patrocinándole a mi hija mayor.
El sábado por la mañana fuimos con Rb al par de supermercados que nos quedan en dirección; un poco antes de mediodía repetí el trayecto del jueves: caminé hasta la estación de buses intermunicipales para llegar al periférico y finalmente a la estación del transmetro a un par de cuadras del nuevo lugar de habitación de mi hija mayor.
Llegué quince minutos antes de lo acordado -una menos cuarto- y desde allí le escribí a mi hija, quien acudió un poco más tarde y desde allí nos dirigimos al centro histórico: la verdad es que desde hacía un tiempo quería comprar comida mejicana y quería aprovechar la ocasión.
En la avenida más populosa del centro histórico ingresamos en un local de una cadena de comida mejicana bastante conocida y ordenamos: yo una torta y mi hija una porción de tacos; nos dispusimos a esperar e incluso le propuse a mi hija que dividiéramos las porciones para comer ambos de los dos platillos.
Lo malo fue que pasó mucho tiempo sin que nos llevaran nuestra orden; al ver que en un par de mesas laterales le estaban sirviendo a dos familias que llegaron después de nosotros le hablé a una chica que parecía supervisora y se ofreció a ver el estado de nuestro pedido.
Unos minutos después retornó el mesero con la intención de 'confirmar' los detalles de nuestro pedido y me molestó que hubieran extraviado -o traspapelado- nuestro pedido por lo que nomás nos retiramos del local; luego nos dirigimos a otro local de comida italiana y almorzamos unas lasañas.
Después le propuse a mi hija que buscáramos actividades culturales en la avenida y retornamos -luego de más de tres años- al Centro Cultural Español; que fue -como la biblioteca de la universidad nacional- otro de esos lugares en los cuales mis hijos crecieron.
De hecho una de las recepcionistas -ya bastante grande la señora- nos reconoció en el acto y se admiró de lo grande que estaba mi hija, inquiriendo sobre mis otros dos vástagos e informándonos de la exposición que estaba en curso ese día -algo de la educación normalista en el país-.
Un poco antes de las cinco abordamos el Transmetro y, al llegar a la estación cerca de donde ahora habita, nos despedimos con mi hija; yo continué hasta la estación más cercana al lugar en donde abordo los busitos que me traen a casa y un poco después de las seis estaba entrando a la colonia.
El domingo -por falta de auto- no salimos para nada; al mediodía preparamos alitas de pollo -yo incluso elaboré una receta de salsa barbacoa para experimentar- y por la tarde Rb tomó en línea su clase de teología mientras yo leía -y dormitaba- en mi habitación.
El trabajo ha estado durante las últimas semanas un poco más interesante; el programador que más nos ha apoyado ha estado asignándonos tareas más específicas dentro del ambiente de trabajo y he podido mostrar más evidencia de las labores que realizo.
El lunes por la mañana acudimos a la tienda del señor de las verduras para proveernos de un poco de fruta y de un cartón de huevos; por la tarde realizamos la rutina de ejercicios de resistencia y fuerza -le comenté a Rb que planeo, en un par de meses, preparar una botella de doble litro de concreto para aumentar las mismas-.
El martes por la mañana Rb entró bastante temprano a mi habitación -usualmente me despierto entre seis y siete pero me quedo trabajando en cama hasta las nueve o así- para comentarme que su jefe iba a venir a visitarla.
La semana anterior me había comentado que su jefe -nació acá pero vive (y trabaja) en Estados Unidos (y tiene pasaporte alemán!)- estaba tomando vacaciones y que -como es costumbre- le había pedido que se reunieran -o nos reuniéramos- aprovechando que vendría al país.
Me levanté en el acto y me dirigí al supermercado más cercano a comprar café y pan tradicional, luego ordené un poco la mesa del comedor y quité algunos hierbajos del parqueo; al final vino un poco después de las once de la mañana y nos pasamos las siguientes dos horas entre conversación, café y almuerzo.
Un poco después de la una el jefe de Rb se despidió y nosotros continuamos la rutina normal (sacar a caminar a los perros y caminata post horario laboral); este día me tocó pagar -por primera vez en muchos meses- impuestos pues tuve que emitir una factura por los viáticos de la segunda jornada médica.
Además, hoy compré el boleto de retorno de la tercera jornada médica -el lunes había comprado el boleto de ida- por lo que, si todo va según lo planeado, el lunes estaré saliendo de aquí a las nueve de la mañana, tomando el autobús a las diez y media y retornando a la misma estación el miércoles a las seis de la mañana.
Para ir a recoger el automóvil este día tuve que dejar mis labores una hora y media antes de lo normal: a las tres de la tarde caminé hasta la estación de buses intermunicipales y me apeé del mismo hasta el final del trayecto: justo a la par de la estación intermedia más grande del Transmetro.
Desde allí caminé quince o veinte minutos y llegué al taller un poco después de las cuatro de la tarde; me atendieron sin muchos contratiempos y la verdad me agradó el estado del auto: enderezaron y pintaron el capó, sustituyeron el faro derecho y sustituyeron el bumper frontal.
Incluso lo lavaron por lo que me hice el firme propósito de -cada par de meses- repetir una limpieza similar para mantener la buena apariencia exterior; me entregaron las llaves y un certificado de garantía -creo que por seis meses- y luego inicié el retorno a casa.
El tráfico es realmente desesperante: nomás para llegar a la avenida principal me tocó que esperar cuatro o cinco ciclos de un semáforo y luego estuve avanzando muy lentamente en la misma; afortunadamente el trayecto final no fue tan pesado y un poco después de las cinco estaba estacionando el auto frente a la casa de Rb.
Aprovechando que no era muy tarde -Rb estaba retornando del supermercado pues había ido por dinero en efectivo- completamos la rutina de ejercicios del miércoles y luego del baño respectivo continué con mi ciclo de lectura: el último libro de la trilogía de la Reina Roja decidí leerlo en únicamente dos partes.
Y a ver cómo sigue eso...
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