miércoles, 6 de marzo de 2024

Días Perfectos... Perfect Days... Les jours parfaits...

Ayer -y el día anterior, porque trato de no ver más de una hora de media al día- vimos con Rb esta película japonesa (de director alemán, eso sí) que está nominada en los premios Oscar de este año; es super lenta y super sencilla: me recordó -por los sueños- a el Viejo y el Mar, y -por las historias y la música- al trabajo de Murakami.

El protagonista de la película es un anciano -u hombre maduro- que vive solo y trabaja limpiando letrinas en la capital de Japón; tiene un automóvil y una rutina muy ordenada: realiza las mismas acciones todos los días, todas las semanas.

Se levanta, se acicala, compra un café en una máquina expendedora y va a las instalaciones asignadas; limpia los baños, no habla con casi nadie, almuerza solo en un parque y cena en un local en donde es regular; además, semanalmente (?) va a un baño público, a lavar su ropa y a un bar.

Sin embargo, también sale de su rutina al ayudar a su compañero que quiere ligar con una chica, llevándolo a un local de música y prestándole dinero; y a su sobrina que se escapa de su casa por unos días: así se conoce que proviene de una familia adinerada.

La película termina con un largo primer plano del rostro del protagonista, en su auto, dirigiéndose a su trabajo, escuchando uno de sus casetes y con una serie de emociones -creo: soy bastante analfabeto en reconocerlas- desfilando por su rostro... me dejó con una sensación extraña.

Además, la película tiene un montón de referencias a música en inglés de los años sesentas y setentas; así como muchas referencias a literatura inglesa: el protagonista termina cada día leyendo en su tatami y compra libros usados de autores de este idioma.

Busqué uno de los cuentos que mencionan en el libro y me pareció bastante adecuado para el film: The Terrapin; que es, me parece otro término para referirse a una tortuga -o una especie, realmente-; es una historia corta sobre las dificultades de un adolescente que es maltratado emocionalmente por su madre.

El cine...

La semana pasada terminó sin mayores sobresaltos: el viernes corregí el código por el cual había recibido el correo el día anterior y, por la mañana, ordené en línea un zepelín de banano y una magdalena de chocolate para el viaje programado para el día siguiente.

El pedido vino un poco después -aunque antes me habían llamado para indicarme que no tenían zepelines finalmente me entregaron la orden original- y utilicé la tarjeta de Rb para cancelarlo; por la tarde, después de nuestra jornada laboral, realizamos la rutina de ejercicios abdominales.

El sábado me levanté un poco después de las cuatro y media pues quería salir temprano hacia la casa de mis papás: un poco antes de las cinco ya estaba del otro lado de la calle esperando el busito que me llevaría al lugar en donde puedo tomar los buses para el puerto.

Pero no pasó; me imagino que por ser sábado el horario de los busitos locales es más inconstante: a las cinco y treinta y ocho aún estaba esperando el bus cuando un auto se detuvo y el conductor me ofreció llevarme por el mismo monto que cobran los busitos (un poco más de medio dólar).

La verdad es que no fue una decisión muy consciente abordar un automóvil de un extraño a esa hora de la madrugada; pero me dije que ese tipo de transporte no es tan infrecuente por acá, debido a la informalidad del transporte normal.

El viaje (son un poco más de cinco minutos realmente) terminó sin complicaciones y un poco después de las seis estaba abordando un bus hacia el puerto; traté de dormir un poco en el camino pero la comodidad no era la adecuada para esto.

Un poco después de las siete llegamos a la cabecera del departamento donde viven mis padres pero el lugar en donde me apeé era diferente al del viaje del año pasado y no vi ningún busito dirigiéndose al puerto; un poco después un motorista se ofreció a llevarme al puerto por un monto un poco superior al que cobra un busito normal.

Por segunda vez en el día tomé una decisión irracional abordando el vehículo de un extraño; y en esta ocasión el resultado si fue desagradable: el motorista cruzó la ciudad pero antes de tomar el camino al puerto se detuvo en una gasolinera, pagué el combustible -tres dólares- pues era la cuota acordada y luego me insinuó que eso era nomás la quinta parte de lo que debía pagarle.

Decepcionado simplemente crucé la calle y retorné al casco urbano; luego de preguntarle a un señor que estaba con sus hijos fuera de un colegio por el lugar para abordar un busito al puerto caminé un par de calles y me encontré con una unidad ya saliendo de la ciudad.

Abordé este busito -estaba completamente polarizado por lo que no vi que iba lleno- y me tocó ir de pie casi la mitad del camino -en total es un poco menos de una hora-; finalmente llegué al puerto y en el camino -como un kilómetro- compré unas bolsas de agua pura y medio litro de leche, pues planeaba desayunar con mis padres.

La familia que dirige comunitariamente la colonia de mis padres tiene un negocio justo en la entrada de la misma; y allí encontré a mi madre atareada; pasé a saludarla -y a entregarle la magdalena que le llevaba a los propietarios-.

El señor autorizó a mi madre para que se ausentara de sus labores y nos dirigimos a la casa; allí preparamos café con leche -yo llevaba la prensa francesa de Rb- y compartimos el zepelín de banano que había adquirido el día anterior.

Durante el desayuno conversamos un poco -mi hermano mayor se supone que volverá a visitarlos en un par de semanas- y un poco más tarde mi madre retornó a sus labores; nos quedamos con mi padre conversando sobre las construcciones en curso: están por fundir la terraza del segundo nivel de su último proyecto.

Luego ayude a mi padre con la configuración de sus dos teléfonos, su computadora portátil y su televisión inteligente (tienen una pantalla plana como de cincuenta pulgadas) pues el día anterior habían llegado a instalarles un router de internet pero no habían conectado -aún- nada.

Lo único que quedo pendiente fue el cable de la televisión pues aunque logré configurar el wifi no supe cómo activar la televisión digital; además, y a pesar de las dificultades con el control remoto, le mostré como ver Youtube en la TV.

Un poco antes del mediodía le pedí a mi padre que me acompañara a la estación desde donde salen los buses directos a la ciudad y, luego de pasar a despedirme al trabajo de mi madre, abordamos un tuctuc para cruzar el puerto.

Llegamos unos minutos después del mediodía y nos tocó que esperar casi cuarenta y cinco minutos a que el siguiente bus se pusiera en movimiento; en la espera aproveché para invitar a mi padre a una gaseosa y una bolsa de snacks en la tienda del lugar.

Un poco antes de la una de la tarde el bus arrancó y luego de recorrer algunas avenidas del pueblo -y que mi papá se bajara en la calle principal- iniciamos el viaje de vuelta; afortunadamente el hundimiento ya no está produciendo mucho tránsito por lo que un poco antes de las tres ya estaba abordando el busito de la colonia.

Rb me recibió con una mis comidas favoritas -la misma que preparó por última vez cuando me recibió de mi viaje a la Suiza Centroamericana, hace cinco años-: coditos con mayonesa y salchichas con salsa de tomate.

Después del almuerzo pesamos los pescados que nos mandó mi madre -casi la mitad de lo que he traído en las últimas dos ocasiones- y luego los almacenamos en el freezer de la refri; para terminar la tarde estuvimos viendo series en la computadora de Rb.

El domingo habíamos planeado ir al supermercado en donde adquirimos productos a granel pues a media semana se me había acabado la avena de mis desayunos; también compré una caja de las galletas que consumo en la cena -además del frappuccino y el pastel tres leches de costumbre-.

Además de pagar por mis compras, en esta ocasión le transferí a Rb la mitad de la cuota que paga anualmente por el carnet para ingresar a este supermercado; por la tarde estuve en mi habitación leyendo -y dormitando- y por la noche volvimos a ver series en la computadora de Rb.

El lunes me levanté a las seis de la mañana para iniciar bien mi semana laboral -me rinden bastante esas dos horas antes de la primera reunión del día-; luego de la reunión  hablé con el programador que más nos ha apoyado y luego nos reunimos un poco antes del mediodía para conversar sobre algunas inquietudes del proceso en curso.

Por la tarde continué avanzando con The Jin-Bot of ShantiPort e inicié con el libro en español que me propuse leer luego de la última trilogía de novela negra española: El mundo de las palabras; el tema es muy interesante pero -me imagino- lo es más en su idioma original; sin embargo, me hice el firme propósito de completarlo -son más de ochocientas páginas- en español.

En la línea de interlecturas estoy leyendo What do you want out of life, de una filósofa feminista canadiense; y me está gustando bastante pues aborda ese tema que me ha inquietado durante la mayor parte de la vida: qué hacer.

Ayer también había puesto el reloj para las seis de la mañana pero me levanté a las siete; este día empecé a explorar una nueva funcionalidad del proyecto actual; la misma me fue asignada hace unas semanas por el programador que más nos ha apoyado con el proyecto.

Por la tarde, luego de la jornada laboral, fuimos con Rb a los supermercados en dirección norte: Rb compró unos protectores de oídos pues su perra más grande la ha despertado últimamente por la madrugada con sus gemidos.

Yo aproveché para comprar una herramienta multiusos -más o menos similar a la mía pero de la mitad de su precio- que pienso incluir como parte del regalo de cumpleaños de mi hijo menor -en tres semanas cumple veintidós años-.

Además, aprovechamos para proveernos de bananos para los desayunos/cenas y de un cartón de huevos para las cenas diarias de RB/desayunos míos de viernes, sábado y domingo; también compré un par de doble litros de té pues pensamos utilizar las botellas para fabricar nuestras siguientes pesas de concreto.

Por la noche terminamos la película germano-japonesa que habíamos iniciado a ver la noche anterior y luego completé las lecciones de francés -ya la penúltima sección del árbol- y de Coreano -apenas la segunda unidad de la primera sección (y se está poniendo difícil)-. 

Hoy el reloj volvió a sonar a las seis pero me volví a levantar un poco más tarde -a las seis y media- pues quería empezar temprano a documentar el último defecto encontrado en la funcionalidad que estoy revisando...

Y a ver cómo va eso.

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