El mes pasado -a diferencia de los dieciocho meses anteriores- mi hijo no me envió su recibo de pago con la evidencia del descuento de cien dólares para adquisición de acciones de la empresa en la que trabaja; me temí lo peor: creí que lo habían despedido -o había renunciado-.
Pero esperé tres semanas -hasta el sábado de nuestro almuerzo mensual- para preguntarle si seguía trabajando donde mismo; me respondió afirmativamente y entonces lo cuestioné sobre la compra de acciones.
Y se disculpó por no haberme informado antes: al parecer la división en la que trabaja -es como la rama internacional de la empresa canadiense- está siendo absorbida por la matriz, quien recomprará las acciones.
O sea que hasta allí llegó nuestra aventura en invertir; o al menos en esta empresa y de esta forma; le pedí que me enviara más información y, a media semana le pedí las credenciales para entrar a la página en la que se gestionan las acciones.
Un par de días después me envió los datos y pude entrar al sitio; y resulta que -si leí bien la información- no nos fue tan mal: o sea, después de dieciocho meses la suma invertida ha crecido en un diez por ciento -una ganancia de trescientos dólares-; lo que no es ningun breaking point, pero al menos, creo, le queda la experiencia a mi hijo.
Y a ver cómo va eso.
El sábado me levanté a meditar a las seis y media; después salí a la calle a abrir la llave de paso del agua; también abrí las llaves que están al lado de la casa, las que van hacia -y desde, creo- el depósito de agua que está en el techo; al parecer el cambio de metal a pvc en el lavatrastos funcionó.
Después me preparé el desayuno de los fines de semana; como un par de días antes Rb se había enterado de una campaña municipal de vacunación de mascotas, a las nueve y media le pusimos los arneses a los perros y los subimos al auto, también llevamos a la vecina -y su pequeña perra-.
La campaña se realizaría en un enorme comedor -en donde solíamos almorzar algunas veces antes de la pandemia, y las algergias de Rb- y hacia allí nos dirigimos; pero el tránsito estaba super pesado, de hecho me crucé el arriate central doscientos o trescientos metros antes de la vuelta en U (y el auto iba tan cargado que pasó raspandose en las separaciones de concreto).
Llegamos al lugar pero estaba cerrado; la vecina se bajó a averiguar sobre el evento de vacunación pero nadie le dió razón; Rb también se bajó y el guardia de la colonia aledaña le comentó que era hasta la una de la tarde; entonces decidimos regresar a casa.
Rb estuvo escribiéndole a la persona de la municipalidad que le había comunicado los detalles el día anterior; y, al parecer, sí era la hora correcta pero el lugar no: al parecer se iba a realizar dentro de esa colonia -y por alguna razón el guardia prefirió no darnos acceso-.
Como el mismo jueves habíamos pasado viendo un afiche, que anunciaba un evento similar, en una colonia que nos queda en el camino hacia los supermercados, Rb me comentó que iba a ir a confirmar la información; me ofrecí a acompañarla.
Y es que, a mitad del camino hacia este lugar, está la chicharronera en la que compro carnitas para el almuerzo con mi hija mayor -una de las opciones según Atkins-; entonces nos dirigimos al lugar, Rb confirmó en garita que al día siguiente estarían vacunando mascotas y retornamos a casa.
En el camino pasé a comprar una libra de carnitas -diez dólares-; cuando retornamos a casa preparé un par de ensaladas -antes de salir había dejado desinfectando unas hojas de lechuga-; la ensalada consistió de eso, aguacate, zanahoria y pepino.
También empaqué seis hojas de lechuga para acompañar las carnitas; puse los tres herméticos en la mochila con aislante térmico; junto con un par de bolsitas de aderezo, los platos y cubiertos para el almuerzo, y un par de coquitas de plástico.
A las once y cuarto saqué a caminar a la perra más pesada de Rb; ella me acompañó con el otro perro grande; luego me metí a la ducha; como el tránsito había estado terrible durante toda la mañana decidí salir a las doce menos cuarto; pero, al igual que la semana pasada, no tuve muchas dificultades y llegué antes de las doce y media al edificio donde viven mis hijos.
Estacioné el auto y subí caminando los siete niveles; como ya cuento con copia de las llaves de acceso entré al área común del departamento; mi hija mediana estaba allí y aproveché para comentarle sobre el presupuesto para construir una pared en la sala -y que ella lo use como habitación-.
Un poco más tarde salió mi hija mayor y nos dirigimos al parque temático; el día estaba un poco gris pero no se veían más signos de lluvia; nos dirigimos al área social en la que usualmente almorzamos; pero, otra vez, estaba reservada.
Entonces nos caminamos a la otra área techada -no nos gusta pues usualmente ponen música a alto volúmen-, en donde habíamos almorzado con mi hijo menor la semana anterior; allí sí encontramos mesas y procedimos a almorzar.
Después del almuerzo mi hija estuvo resolviendo todos los cubos que llevaba en la mochila -como ocho-; luego jugamos una extensa partida de Scrabble; como había quedado de reunirme con mi amigo, el Testigo de Jehova, y nuestro ex compañero de trabajo que ahora vive en Nicaragua; le pedí a mi hija que retornáramos al departamento antes de las cinco de la tarde.
El plan era que tomáramos una bebida caliente entre cinco y cinco y media y que a esa hora yo me retiraría del lugar; había quedado con mis amigos de reunirnos a las seis de la tarde en uno de los centros comerciales más lujosos de la ciudad.
Desde la última vez que habíamos desayunado con mi amigo -el Testigo-, habíamos previsto reunirnos con el otro en su próximo viaje al país -viene cada tres o cuatro meses-; y el primero me había escrito por la mañana, comentándome que la reunión podía ser realizada en la tarde.
En el desayuno de hace unos meses yo había ofrecido invitarlos a ambos a un café; y, el día sábado, me había ofrecido incluso a retornarlo a su casa -vive en un municipio de nuestro departamento vecino en dirección norte-; luego había tenido inquietud por manejar tarde hasta el lugar -son casi veinte kilómetros-.
De todos modos, antes de salir de la casa de Rb, le había comentado que seguramente retornaría tarde, pues había acordado la reunión con mis dos amigos; un poco después de las cinco de la tarde nos retiramos del parque temático.
La última actividad en el mismo fue subirnos a la rueda de Chicago; pero, para hacer esto tuve que adquirir un boleto con doce juegos -usualmente adquiero uno cada cierto número de meses-: el anterior ya solo tenía uno disponible; para comprar este boleto utilicé uno de los veinte dólares que mi hija segunda me había entregado el mes anterior -y que el banco no me había aceptado-.
Yo planeaba adquirir el boleto (son como nueve dólares) con moneda nacional; pero temí que lo que cargaba en la billetera no me alcanzaría para invitar a mis amigos más tarde: le había devuelto dos billetes de cien a mi hija mediana pues se había confundido cuando me pagó la mensualidad para habitar el departamento.
Total que cuando llegamos al lugar en donde venden boletos mi hija mayor me comentó que aceptaban dólares; le pasé uno de los billetes al cajero y, al igual que en el banco, me indicó que no podía recibírmelo -por una mancha de un par de milímetros en un borde-.
Me pregunto si tenía otros y le mostré los otros seis: también en las mismas condiciones, y a un par les falta un pequeño trozo -también, un par de milímetros- en una esquina; al final aceptó que le había presentado primero.
Me vendió el boleto, me dió el cambio en moneda nacional y nos dirigimos a la rueda de Chicago con mi hija mayor; después nos retiramos del lugar; en el camino pasé a comprar un zepelin y luego nos dirigimos al departamento.
Encontramos a mi hija segunda en la sala y le ofrecí una bebida caliente; pero ella prefiere prepararse su propio café; preparé un té de jazmín para mi hija mayor y yo me preparé un café instantáneo -le escribí a mi hijo menor pero no recibí una respusta-.
Estuvimos en la sala conversando y a las cinco y media me despedí de mis dos hijas; mi hija mayor -como de costumbre- se ofreció a acompañarme al auto; nos despedimos y subió; yo entré al auto e intenté encenderlo, pero fallé.
Me parece que -otra vez- saqué mal la llave del encendido y dejé el auto conectado, con lo que la batería se descargó; le escribí a mi amigo el Testigo, comentándole que no iba a poder llegar, debido a la falla; luego subí al departamento a pedirle a mi hija que escribiera en el chat del edificio, pidiendo favor de conexión para cargar la batería del auto.
Pero nadie respondió en el chat; le escribí al amigo ex voluntario que vive a un par de cuadras del lugar; pero ví en sus estados de Whatsapp que andaba en una fiesta de su escuela de escultura; también le escribí a Rb para ponerla al tanto.
Ella me sugirió que le escribiera a mi amigo voluntario al que visito cada mes; y, de hecho, lo llamé; le pedí que llegara al lugar para pasarme corriente y él fue muy amable de aceptar mi petición; le envié mi ubicación y me dispuse a esperarlo; y llegó, en efecto, una media hora más tarde.
Durante ese tiempo mi hija mayor me estuvo explicando algunos conceptos básicos del poker; pero después nomás nos dedicamos a observar la calzada, para otear la llegada de mi amigo; ví pasar su camioneta y un minuto después me llamó para comentarme que estaba frente al edificio.
Bajamos con mi hija mayor, abrimos la cortina del parqueo y mi amigo se parqueó al lado del automóvil; conecté con cuidado -siempre me pone nervioso- la batería del auto de mi amigo con la del auto de Rb, esperamos unos minutos y luego lo arranqué.
Costó un poco pero arrancó; dejamos ambos automóviles funcionando durante un rato y luego los desconecté; guardé los cables de carga y me despedí de mi hija mayor; salí antes del parqueo pero, en la misma calle, llamé a mi amigo para indicarle que iría por delante y me despediría en su casa.
El tránsito estaba bastante tranquilo por lo que en muy poco tiempo llegamos a su casa; pero justo frente a su portón había un camión estacionado; pregunté en la tienda si era de ellos pero me indicaron que no.
Temí que alguien lo hubiera dejado y se hubiera ido a atender otros menesteres -en la calle hay varios puestos de comida-; pero no, me acerqué a la puerta del piloto -todo estaba polarizado- y ví que alguien adentro estaba usando un celular; dí varios pequeños golpes al vidrio y, cuando lo bajó un poco, le indiqué que necesitábamos entrar al parqueo.
Mi amigo estacionó su auto, cerró el portón y, entonces sí, nos despedimos; luego continué mi retorno a la casa de Rb; cuando entré le escribí a mis amigos lamentándome por no poderlos ver ese día, pero indicando que esperaba que pudiéramos hacerlo en el futuro próximo.
Rb salió al patio a recibirme -con sus dos perros grandes-; y comentamos sobre los hechos del día; luego cené y, un poco más tarde, la acompañé un par de horas en su habitación; ella viendo sus series y yo haciendo lecciones de Duolingo.
El domingo me levanté a meditar a las seis y media; luego pasé al baño y volví a meterme a las sábanas; no tenía ningún ánimo de empezar el día; como teníamos que salir a las nueve y media, para las vacunas de los perros, pusé la alarma para las ocho y media.
Rb entró a mi habitación cinco minutos antes de que sonara la alarma: me quería contar que había salido a arrancar el automóvil y todo se veía bien; le pregunté si lo había dejando funcionando y me comentó que no, que lo había apagado.
Me levanté a prepararme el desayuno de los domingos; después esperé a que Rb preparara a los perros para llevarlos a sus vacunas; habíamos acordado con la vecina que nos acompañaría, pero ella había salido un poco antes pues decidió irse caminando.
A las nueve y media subimos a los tres perros de Rb al auto y nos dirigimos al parque de la colonia en la que habían programado la jornada de vacunación; el tránsito estaba bastante ligero por lo que llegamos en un par de minutos; creí que debía mostrar mi licencia en la garita de la colonia, pero el guardia me indicó que podía entrar así nomás.
Cuando estacioné el auto frente al parque vimos que una pareja estaba entrando con un perro; bajamos a los tres de Rb del auto y esperamos a que lo vacunaran para acercarnos a las tres personas que estaban adminstrando la vacuna antirrábica.
El proceso fue bastante express: Rb llevaba los controles de vacunación de cada uno y luego de menos de diez minutos retornamos al automóvil; entonces le comenté a Rb que aún le daba tiempo de ir a la iglesia -el día anterior había decidido que no realizaría su visita mensual, debido a la vacunación-.
Retornamos a casa, metimos a los perros a casa, Rb tomó unos güisquiles que habíamos cosechado durante la semana -y que pensaba regalar a los ancianos que la acompañaron la semana anterior a la clínica ginecológica- y volvimos a abordar el automóvil.
EL tránsito seguía bastante tranquilo por lo que no tuvimos muchas dificultades en llegar a la iglesia; me parqueé frente a la iglesia, nos despedimos con Rb y empecé el retorno a casa; pero en el camino se me ocurrió que podía -por fin- cambiar las llantas traseras del auto.
Continué conduciendo hasta el pinchazo al que había llevado el automóvil, la última vez que intenté reparar la llanta trasera del lado del piloto; estaba atendiendo el mismo jove y, al consultarlo, me indicó que me cobraría ocho dólares por el cambio de ambas llantas, entonces le pedí que cambiara solo una.
La operación no llevo mucho tiempo; aunque sí se necesita mucha fuerza; la llanta que le coloqué -que me regaló mi único amigo de la facultad- se veía más vieja que la que le estaba quitando; pero espero que esta no deje escapar el aire como la anterior.
Después que la llanta estuvo reinstalada le pagué los cuatro dólares al joven y me dirigí, por fin, a casita; estuve buscando alguna manguera con aireador para el lavatrastos pero no encontré una buena oferta; también partí la papaya que Rb había dejado preparada para el efecto.
Al mediodía Rb me escribió para que fuera por ella a la iglesia; el tránsito se mantuvo bastante tranquilo y cuando llegué ella había cruzado la calle para facilitar el abordaje al auto; el retorno tampoco nos presentó dificultades.
Pero, como habíamos acordado más temprano, conduje hasta el supermercado más lejano en dirección sur; allí compramos varios muslos de pollo -importado- para los almuerzos de la semana.
Cuando retornamos a casa preparamos el almuerzo -alitas de pollo y ensalada- y, después de sacar a los perros, esperé un rato para lavar los trastos de la comida; luego preparé un café y un té de jazmín; el resto de la tarde lo pasé viendo videos de Youtube.
El lunes fue un dia bastante típico: meditación a primera hora, reunión diaria; luego casi nada: al parecer los problemas de conexión seguían bloqueando el trabajo del equipo local; aunque, a media mañana el supervisor me asignó una tarea; la cual me llevó casi todo el día.
Al final del día laboral nos dirigimos al supermercado más cercano en dirección sur; como ya habíamos hecho la rutina de ejercicios por la mañana, no caminamos hasta el extremo; compramos allí un poco de bananos y retornamos a casa.
El martes también se veía tranquilo; me levanté a las seis y media -una hora y diez minutos más tarde que el día anterior- medité y luego entré a la reunión diaria; al parecer el trabajo que realizamos el día anterior no tuvo ningún efecto.
En la reunión mencionaron que iba a liberarse una nueva versión de la app; la cual estuvimos esperando durante todo el día; pero, al final, no se concretó; a media mañana el supervisor me llamó para preguntarme por el analista que menos bien me cae; al parecer estaba tratando de localizarlo y no lo lograba.
Le escribí al susodicho y nomás me contestó unos minutos después, comentándome que ya había hablado con el supervisor; durante la llamada del primero ocurrió algo que me desestabilizó: el supervisor me preguntó si estaría dispuesto a viajar al Imperio del Norte.
Le dí mi respuesta standard: si se necesitaba que viajara, estaba dispuesto; me preguntó sobre la visa y le comenté que no tenía; que tendría que ir a la embajada a verla; pero, la verdad, ni él ni yo nos mostarmos muy entusiasmados: a mí no me llama la atención -y hacce como seis años me negaron la visa- y él, al parecer, requiere que alguien vaya de forma express.
Le comenté sobre esto al analista que mejor me cae -es muy brillante- y, coincidentemente, acaba de tramitar su visa -supuestamente quería ir con sus amigos a algunos partidos del mundial el otro año-; espero que pueda viajar, creo que es una muy buena oportunidad en su carrera.
Yo, por otro lado, le comenté a Rb que, a menos que fuera completamente necesario, me sentía bastante agusto sin salir del país; pero quién sabe si siempre tendré la opción de mantener la comodidad; pues tanto este como un eventual nuevo trabajo pueden requerirlo.
Otra situación que me llamó la atención fue el retorno a la empresa de un ex compañero -proveniente de la Suiza centroamericana- con quien había hablado el año pasado: luego de acá se fue a una empresa Argentina que terceriza servicios; el año pasado estaba en uno de los proveedores de servicios de nuestra empresa.
El señor es bastante pretencioso: contaba que se había hecho cargo de un casino durante algún tiempo; que ganaba veinte o treinta mil dólares por mes -o algo así- y que estaba constantemente recibiendo llamadas para resolver conflictos internos.
Pues trabajamos juntos en algunos proyectos hace cuatro o cinco años; luego se retiró; trabajando un tiempo -con los argentinos- en alguna rama de Alphabet; y me escribió ayer, comentándome que había retornado.
Lo interesante fue que me comentó que lo despidieron del último trabajo por 'confiar' en un programador que debía supervisar: supuestamente este mantuvo un 'progreso teórico' en un proyecto y al final no entregaron; y mi ex compañero aceptó la responsabilidad y salió.
Dice que hace un mes lo llamaron de acá -había re aplicado hace un año o así- para ofrecerle una gran posición dirigiendo un proyecto en el cual tiene libertad de acción; aunque, me comenta, siente que 'las cosas ya no son las mismas'.
Estuvimos conversando un poco más de quince minutos y luego continué con mi rutina diaria; pero, ambos hechos -la 'propuesta' de mi supervisor y el retorno del ex compañero- me dejaron con una nostalgia un poco rara.
Por la tarde -y la noche- estuve leyendo los primeros capítulos del libro actual de Francés (l'anomalie), el último capítulo de Harry Potter e a camara secreta y los casi últimos capítulos de ACT with love; también superé -otra vez- el nivel ELO de mil cuatrocientos.
El miércoles me levanté a las cinco y veinte a meditar; a partir de este día empece a integrar en esta actividad frases de afirmación para mejorar en algunas áreas de mi vida -financiera, interna e interpersonal-; después levante a Rb e hicimos la rutina de ejercicios de la mitad de semana.
El trabajo continua raro: el supervisor involucró a nuestra manager local en la reunión diaria e hizo hincapié en la importancia de completar nuestras asignaciones en el período indicado; pero la aplicación no ha estado colaborando.
Al final de la tarde Rb salió a comprar algunas verduras al señor que viene -frecuentemente- dos veces por semana a la calle; se suponía que el viernes no vendria pues debe someterse a una operación en una pierna, debido a una vena -o arteria, no lo tengo muy claro-.
El jueves era el segundo dia de vacaciones del mes; me levanté a meditar a las seis y media pero luego volví a la cama; no volví a levantarme hasta un poco antes de las nueve; me preparé el desayuno y luego me vestí para acompañar a Rb al supermercado.
Salimos a las diez y el busito no tardó mucho en pasar por el boulevard; el tránsito no estaba muy pesado y un poco después llegamos al comercial en donde termina el viaje; caminamos hasta el comercial de la siguiente cuadra, pues allí hay un almacén de telas y Rb necesitaba adquirir un poco.
Yo me había estado sintiendo mal del estómago y no recordaba -al principio- si había comido algo diferente en la semana; luego recordé que sí: dos o tres días antes la señora que vive en la tercera casa -a quien frecuentemente regalamos güisquiles- vino a regalarle unas empanadas a Rb.
Como están hechas de maiz y ella no puede consumir este grano me las transfirió: ese día me comí dos o tres, y luego una en cada día siguiente; las mismas habían sido rebosadas en aceite y -creo- esto alteró completamente mi ciclo estomacal.
Por ese motivo no compré un café -y dona- en el comercial; luego nos pasamos al supermercado donde Rb se provee semanalmente de aguacates; también compramos un poco de pollo -y Rb compró un par de zepelines en la panadería del lugar-.
Luego de completar las compras retornamos a la estación de los busitos y volvimos a casa; el tránsito seguía bastante tranquilo; yo me seguí sintiendo mal del estómago e incluso consideré no salir a la reunión que había programado con mi ahijado profesional, pero al final decidí que sí.
Almorzamos lo mismo de los cuatro días anteriores: piernas de pollo doradas y sopa de espinaca, con aguacate y arroz; luego lavé los trastes y, después, estuve leyendo un poco del libro de Francés.
Rb se retiró un momento a descansar a su habitación y, a las tres de la tarde, preparé un té de jazmín y un café instantáneo; a las cuatro de la tarde me despedí y empecé a caminar hasta la ruta intermunicipal.
Allí tomé el autobús hasta el periférico; pero no iba muy bien, o sea, iba armando el cubo de Rubik pero también iba sumido en otros pensamientos; tanto que no me apeé en la estación de costumbre; esperé hasta que el autobús llegara al punto más cercano de la calzada a la que iba -aún a dos o tres kilómetros de distancia- y allí me bajé.
Consideré tomar el Tranmetro pero era super temprano -faltaban como quince minutos para las cinco-, por lo que decidí caminar; crucé la calle y empecé a caminar en la acera del periférico, llegué hasta la intersección con la vía principal y de allí me dirigí a la cafetería en donde había citado a mi ahijado.
Llegué con cinco o diez minutos de antelación y me quedé en la puerta; mi amigo llegó como con diez minutos de retraso; entramos al lugar y ordené un cappuccino grande y un pastel de fresas con crema; mi ahijado pidió el mismo pastel pero un café negro.
Luego estuvimos un par de horas en el lugar; entre café, pastel y conversación; él sigue con los conflictos con su esposa -tiene dos hijos con una pareja anterior y dos con esta señora-; han tenido un negocio en conjunto por tres años y, al parecer, ella le hace la vida imposible.
A las siete y media dí por concluida la reunión, nos despedimos y caminé hasta el periférico, a abordar el transmetro; el cual tardó bastante en pasar, casi hasta las ocho; el viaje en esa unidad es de tres o cuatro estaciones, y luego me tocó que caminar hasta el lugar en donde puedo abordar los buses intermunicipales.
Este me dejó en donde había iniciado mi viaje más temprano, de allí caminé a casa, llegando un poco antes de las nueve; encontré a Rb en su penúltima clase de lenguaje del curso de teología; tenía mal configurado su Teams y se oía a sus compañeros con eco; por lo que estuve un buen rato en mi habitación, leyendo el inicio del libro de Portugués: Agilidade Emocional.
Y a ver cómo sigue eso...
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