A nuestro país se le conoce -¿o se le conoció? ¿o se le quiso conocer?- como el país de la eterna primavera gracias a la multitud de microclimas que poseemos... y alguien dijo que los dos gobiernos de la década de 1944 y 1954 fue la primavera en el país de la eterna tiranía; ahora esperamos que esa primavera haya retornado.
Ayer elegimos -sí, hubo más de la mitad de abstencionismo- por primera vez al hijo de un ex presidente y eso ya es decir bastante porque usualmente quienes han ocupado ese cargo se han preocupado nomás de despilfarrar el dinero de los préstamos que le otorgan al país y robar a manos llenas.
Y también ganó porque es un hombre, eso hay que decirlo; nuestra sociedad es tan machista que la elección de una mujer para el cargo de la primera magistratura es una idea que la mayoría ve como algo tan extraño como un vecindario en Marte.
Tampoco era una buena candidata la contendiente: ex esposa de un presidente salpicado -como todos- de corrupción y con fama de haber sido ella la que detentaba el poder en esa época; se dedicó nomás a criticar al recién electo y a prometer el oro y el moro a las masas; incluso un bono monetario a los motociclistas -eso fue su última semana de campaña-.
Y su compañero de fórmula tampoco la ayudó: pastor que decía que no era pastor -los ministros de culto están vedados de la contienda- y con muy pocas luces: creyó que con mencionar a la NASA se le tomaría como un intelectual... en fin.
Pero soy realista -¿o estóico? ¿o cínico?- y sé que muy poco puede cambiar -aún si se quiere cambiar- pero quizá ese es el punto... los que han estado hasta ahora -con muy poquitas contadas excepciones- no han querido cambiar nada... nomás robar todo lo que pueden y asegurar su futuro y el de sus familias y allegados...
A ver cómo sigue eso...
El martes pasado fue un día de asueto por acá pues se conmemora a la Virgen de la Asunción y es uno de los descansos que no son móviles; también me hizo pensar que durante el último año he estado tomando -por fín- la mayor parte de los descansos asignados: en el pasado aún en estas fechas me mantenía al pendiente del correo o el chat del trabajo.
Aunque fue descanso laboral me levanté a las siete pues había acordado reunirme con mi doctora a las ocho para celebrar su cumpleaños; creo que cumplió treinta y cinco hace un par de días; el desayuno empezó a las ocho y, como casi siempre, nos despedimos casi al mediodía.
Retorné a mi casita a almorzar y por la tarde; luego de que Rb le diera de comer a sus perros, nos dirigimos al supermercado de las compras masivas a proveernos de muslos de pollo y los ingredientes para preparar los almuerzos que habíamos ofrecido para dos mesas receptoras de votos de la segunda vuelta electoral.
El miércoles, luego del horario laboral, nos dirigimos con Rb al supermercado más cercano -y con los precios más bajos- para completar los ingredientes de los cuarenta almuerzos que debíamos preparar el sábado por la noche.
El jueves Rb salió por la mañana a realizar algunas compras en el centro histórico y completó la lista de ingredientes para los almuerzos; por la tarde, y luego del horario laboral y los ejercicios del día, salimos a comprar los panes que utilizo para mis desayunos de los días viernes y sábado.
El viernes, también luego del horario laboral, compré los embutidos que planeaba utilizar para mi comida del domingo y el jamón para los sandiches de los cuarenta almuerzos; sin embargo, al día siguiente le avisaron a Rb que la mesa en la que yo actuaría de Fiscal no aceptaría almuerzos para evitar malentendidos.
El sábado le compramos dos neumáticos nuevos al automóvil pues dos de los que hemos estado usando durante el último par de años ya estaban bastante deteriorados, especialmente el que ha estado más tiempo del lado frontal derecho -el que el mecánico reparó este año-.
Ese día me levanté temprano y luego de desayunar me dirigí al mismo supermercado a donde habíamos acudido el martes pues ya habíamos cotizado el cambio de neumáticos, además del balanceo de las cuatro llantas y la alineación del sistema de dirección.
Estuve en el lugar desde las ocho y media hasta las diez y media; a esa hora retorné a mi casita pues, aunque tenía ya en el automóvil todo lo necesario para mi reunión quincenal de diálogo filosófico, no quería llegar tan temprano -cada hora de parqueo vale un dolar- y aún tenía las bolsas de agua que necesito para el té en casa.
Un poco antes de mediodía me dirigí al centro histórico y luego de dejar el auto en un parqueo público me dirigí a la biblioteca municipal en donde me han estado brindando dos horas para reunirme con un pequeño grupo -la mayor parte indigentes- a conversar sobre las grandes preguntas de la filosofía.
La reunión estuvo -como siempre- muy bueno; casi al final de las dos horas llegó mi hija mayor -con un aroma muy fuerte a alcohol- y un poco después mi hijo menor; luego de limpiar el lugar y despedirme de los asistentes -fueron como siete u ocho personas- invité a mis hijos a almorzar en Taco Bell.
Mis hijos me ayudaron con los implementos -la cafetera y la mochila en la que transporto vasos y similares- y nos dirigimos al Taco Bell más cercano a sus lugares de habitación; compramos tres de los almuerzos más populares y estuvimos en el lugar por un par de horas.
Mi hija a los veinticuatro años sigue -creo- aún con la crisis de la adolescencia encontrando atractivo embriagarse de vez en cuando con uno de sus únicos dos o tres amigos; mi hijo menor, por otra parte, me sorprendió al declarar que cree que está entrando a la adultez: ahora está empezando a planear con un poco más de antelación y además de retornar a la universidad está pensando seriamente en emigrar a otro país.
Y a ver cómo va eso...
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