He marcado en rojo (y dejado de contactar) a tres o cuatro contactos antiguos, en mi calendario de expansión -o proyección, más bien- social por dos razones: por dinero o por tiempo; en el primer caso porque me han pedido (y a veces obtenido) préstamos sin intención de honrar el compromiso (creo que han sido dos o tres personas).
Y con el tiempo es un poco más complicado: me molesta la impuntualidad; y, a lo largo de la vida, he sido bastante intransigente con este punto; en casi todas las reuniones que organizo desde hace tres años, usualmente le aviso a mi invitado de que ya estoy en el lugar con varios minutos de anticipación.
En nuestra Latinoamérica unida la impuntualidad es -desafortunadamente- la norma; generalmente me toca esperar diez, quince o incluso más minutos para encontrarme con la persona con la que he estado coordinando desde varias semanas atrás.
Y ha habido un par de casos extremos: en una ocasión mi amigo ni siquiera se había levantado -era un desayuno bastante temprano- y me llamó para disculparse e informame que llegaría en el acto.
En otra ocasión, llamé un par de veces a otro amigo, luego me retiré del lugar; y, a medio camino, recibí una llamada para disculparse y proponer que nos reuniéramos en otro lugar, que quedaba en la ruta en la que me estaba conduciendo.
Y ayer: había quedado de reunirme a las cuatro de la tarde con mi amigo Testigo de Jehová; llegué al lugar cinco minutos antes, y le escribí un par de minutos más tarde; luego lo llamé un par de veces.
Cuando pasaron quince minutos sin que diera señales de vida -ni responder mensajes de whatsapp ni llamadas al celular- decidí que iba a aprovechar la salida para proveerme de materiales para la última de mis intenciones: practicar acuarela.
Y es que la misma persona, muchos meses antes, había cancelado la reunión cuando ya llevaba un tiempo esperando; su excusa (la verdad no sé qué creer) fue que un vecino/amigo había fallecido y estaba en su funeral.
Y ayer, durante la espera, pensé que era probable que tuviera una excusa del mismo tipo; por lo cual no podía tomar una actitud implaclabe: o sea, a todos pueden pasarnos situaciones inesperadas; así que tranquilamente crucé la calle y entré a la tienda verde de descuentos.
Entrando al lugar ví que me había escrito: disculpándose por el retraso y afirmando que llegaría en quince minutos; le respondí con un mensaje tranquilo, indicándole que estaría esperándo.
Procedí a comprar el material para acuarela: un paquete de cinco pinceles, una caja de diez tubos de pintura, y también una pequeña paleta de plástico, en la cual planeo realizar la mezcla de colores para los primeros ejercicios.
Después pagué (cinco dólares) y retorné a esperar a mi amigo; ya eran más de las cuatro y media, pero me resigné a extender la espera más de lo previsto; pero cuando faltaban quince minutos para las cuatro lo llamé; me respondió apurado, comentándome que en cinco minutos llegaría al lugar; al final llegó casi a las cinco.
La gente...
El sábado fue un día bastante agotador: me levanté quince minutos antes de las cinco de la mañana; medité diecinueve minutos, me vestí, y, a las cinco y cuarto, salí a despertar a Rb: era día de llevar a su perro a que le quitaran los puntos de la cirugía.
Originalmente la fecha era el lunes siguiente; pero Rb, al igual que yo -o un poco más- evita manejar todo lo posible; entonces llamó a la veterinaria durante la semana, y comprobó que podíamos llegar el sábado.
Salimos de casa a las cinco y media -salir más tarde siempre es una invitación para quedar atorado en el tránsito- y llegamos a la zona en cuestión bastante rápido: el número de automóviles -ese día y a esa hora- estaba bastante bajo.
Había planeado pasar por el Mc Donald's cercano a la clínica, para desayunar mientras esperaba a que abrieran la clínica -los sábados empiezan a atender a las siete de la mañana-; pero, al igual que dos semanas antes, decliné en el último momento.
Llegamos a la clínica con casi una hora de anticipación; afortunadamente llevaba mi tablet por lo que avancé un poco en uno de los libros de inglés que decidí leer en paralelo: The AI Con.
Rb bajó el perro para realizar una caminata similar a la que yo había hecho en la ocasión en la que lo intervinieron; pero no recuerdo que se haya tomado más de la media hora que realicé yo esa vez.
Un poco antes de las siete empezaron a llegar más automóviles; afortunadamente eramos los primeros en la espera; por lo que, cuando abrieron la clínica, pasamos directamente al área de recepción.
Un poco después el perro fue admitido -con Rb- y procedieron a la retirada de los puntos de la cirugía; y a la revisión de su estado general; la consulta no tardó mucho y, un poco después, empezamos el camino de vuelta.
El tránsito seguía bastante ligero -el día y la hora- y, afortunadamente, un poco antes de las ocho de la mañana estaba parqueando el auto frente a la casa de Rb; ella se retiró -con sus perros- a su habitación y yo me preparé el desayuno de los fines de semana.
Había estado comiendo desde el jueves porciones pequeñas de brazo gitano de chocolate -es uno de mis favoritos; pero su tamaño es muy grande- y, por ser sábado, incluí el doble de la cantidad para mi desayuno; después del cual retorné a la cama; en donde hice un par de lecciones de Duolingo, y luego me dormí.
Me levanté a media mañana; habíamos acordado no acudir ese día a los supermercados: aún teníamos bananos para los desayunos; y yo quería empezar temprano la preparación para el sábado con mi hija mayor; tenía que comprar carnitas en un comedor a un par de cuadras de casa.
Un poco antes de las once me dirigí a la chicharronera; compré una libra de carnitas de cerdo (nueve dólares) y luego retorné a casa a preparar un par de ensaladas, y empacar un par de gaseosas y el menaje para un almuerzo.
Cuando salí por las carnitas me dí cuenta que el tránsito en el boulevard estaba bastante pesado: la colla llegaba casi hasta la calle en la que vivimos; por lo que, un poco antes del mediodía, me bañe, metí el par de mochilas en el auto, e inicié el camino hacia la casa de mis hijos.
El tránsito estaba terrible; pero, por fortuna, estaba fluyendo; pero no era solo en el boulevard: el periférico también estaba bastante concurrido; sin embargo, a pesar de todo, llegué a la casa de mis hijos antes de la una de la tarde.
Subí el paquete de veinticuatro rollos de papel higiénico y las mochilas, por las gradas, hasta el séptimo nivel; encontré a mi hija a media limpieza -barrido/trapeado- de los espacios comunes del apartamento.
Cuando terminó nos dirigimos al parque temático de costumbre; en el mismo almorzamos carnitas de cerdo acompañadas por col china; ensalada verde, y una coca cola de dieta.
Luego estuvimos resolviendo tres cubos de Rubik -había olvidado completamente los otros cinco-: el de 3x3, el de 4x4 y el de 5x5; después, un poco antes de las cuatro, nos dirigimos al teatro; en donde vimos -yo por segunda vez- el musical que presenta por estos días la compañía de teatro del lugar.
Después retornamos caminando al apartamento; durante las ocho cuadras de distancia recibimos un poco -muy poco realmente- de llovizna; en el departamento preparamos té -yo había olvidado mis paquetes de café- y conversamos un poco; a las seis de la tarde me despedí.
Antes de retirarme del departamento llamé a mi hijo menor -despertándolo, desafortunadamente-, para despedirme; salió un momento de su habitación y nos dimos un par de abrazos; luego empecé el camino de vuelta a casa de Rb.
Por la noche estuve avanzando en el segundo de los libros de inglés que estoy leyendo en paralelo: Readme.txt; es la narración de los primeros años de una de las personas que más han expuesto las interioridades del ejercito del imperio del norte.
También preparé las gelatinas para los desayunos de los primeros cuatro días de la semana: había comprado una gelatina baja en carbohidratos, en el camino de regreso al apartamento de mis hijos.
Además, piqué el resto de la planta de col china que había adquirido para el almuerzo con mi hija mayor; para eso utilicé nomás cinco o seis hojas -le dejé casi la mitad, junto con una buena parte de la libra de carnitas-: piqué más de una libra de estas hojas y las herví por algunos minutos.
El domingo me levanté bastante repuesto del día anterior; preparé el desayuno y después me quedé en el comedor, haciendo algunas lecciones de Duolingo; luego estuvo leyendo un poco en cama; hasta que Rb me recordó que habíamos planeado salir a las diez, hacia los supermercados en dirección sur.
Caminamos hasta la altura del más lejano; después pasamos al que queda a medio camino; en donde compramos un poco de bananos; antes del mediodía también me tocó acudir a la tienda de la calle, por una zanahoria, para la ensalada del almuerzo.
Almorzamos nuestra comida típica del día: alitas de pollo y ensalada; me había estado sintiendo un poco raro anímicamente; por lo que, contrariamente a otros días, después de sacar a caminar a los perros me encerré en mi habitación, en vez de lavar los trastes del almuerzo.
Pero, para prevenir conflictos, le comenté a Rb sobre mi situación interna; asegurándole que no tenía nada que ver con su persona; que nomás debía realizar una especie de análisis de algunos hechos; pero que estaría aislado hasta la hora en la que tenía que salir (las cuatro menos veinte).
A la hora prevista me vestí, me despedí de Rb; y caminé hasta el lugar en el que abordamos frecuentemente los buses intermunicipales; y allí fue donde tuve que esperar por casi una hora a mi amigo, el Testigo de Jehová.
Las dos partes del título se refieren a este hecho; la primera parte la relaté al inicio; la segunda, por el diálogo mantenido durante nuestras casi dos horas de convivencia: llegando al lugar mi amigo me regaló una camisa -talla L- de un grupo de programadores local.
Luego entramos a la tienda de pizzas; yo estaba dispuesto a invitarlo, pues es el papel que usualmente tomo en este tipo de reuniones; pero él insistió que no, que era su turno; y pedimos un par de porciones de pizza y un vaso de gaseosa.
Mi amigo empezó a contarme -divagar- sobre un área de las matemáticas con la que se había topado últimamente: los números surreales; algo sobre un libro de uno de los más grandes matemáticos de los últimos tiempos; y, cómo no, el multiverso y las diez posibles dimensiones en las cuales puede repartirse la realidad.
Yo soy ingeniero -me gradué hace más de veinte años- y mi amigo, aunque creo que estuvo en la facultad, no logró avanzar; así que traté de tomar todo su discurso con un poco de precaución; pero sí, el campo existe, de hecho me envió un video de Carl Sagan, y el título del libro de Knuth en el cual se exponen los conceptos.
Después de la pizza mi amigo insistió en que nos tomaramos un café -y pastel-; yo insistí en que quería pagar -llevaba la tarjeta de Rb-; pero mi amigo sacó el efectivo y pidió la cuenta -diez dólares-; en total estuvimos un poco más de dos horas en el lugar.
Después de despedirnos -yo insistiendo en que la próxima vez me empecinaré en tomar la cuenta- caminé de vuelta a casa; por la noche avancé en el tercero de los libros en inglés: Annie Bot; el cual está muy muy muy bueno.
Y a ver cómo sigue eso...