lunes, 28 de julio de 2025

La espera -y las diez dimensiones-... The wait -and the ten dimensions-... L'attente -et les dix dimensions-...

He marcado en rojo (y dejado de contactar) a tres o cuatro contactos antiguos, en mi calendario de expansión -o proyección, más bien- social por dos razones: por dinero o por tiempo; en el primer caso porque me han pedido (y a veces obtenido) préstamos sin intención de honrar el compromiso (creo que han sido dos o tres personas).

Y con el tiempo es un poco más complicado: me molesta la impuntualidad; y, a lo largo de la vida, he sido bastante intransigente con este punto; en casi todas las reuniones que organizo desde hace tres años, usualmente le aviso a mi invitado de que ya estoy en el lugar con varios minutos de anticipación.

En nuestra Latinoamérica unida la impuntualidad es -desafortunadamente- la norma; generalmente me toca esperar diez, quince o incluso más minutos para encontrarme con la persona con la que he estado coordinando desde varias semanas atrás.

Y ha habido un par de casos extremos: en una ocasión mi amigo ni siquiera se había levantado -era un desayuno bastante temprano- y me llamó para disculparse e informame que llegaría en el acto.

En otra ocasión, llamé un par de veces a otro amigo, luego me retiré del lugar; y, a medio camino, recibí una llamada para disculparse y proponer que nos reuniéramos en otro lugar, que quedaba en la ruta en la que me estaba conduciendo.

Y ayer: había quedado de reunirme a las cuatro de la tarde con mi amigo Testigo de Jehová; llegué al lugar cinco minutos antes, y le escribí un par de minutos más tarde; luego lo llamé un par de veces.

Cuando pasaron quince minutos sin que diera señales de vida -ni responder mensajes de whatsapp ni llamadas al celular- decidí que iba a aprovechar la salida para proveerme de materiales para la última de mis intenciones: practicar acuarela.

Y es que la misma persona, muchos meses antes, había cancelado la reunión cuando ya llevaba un tiempo esperando; su excusa (la verdad no sé qué creer) fue que un vecino/amigo había fallecido y estaba en su funeral.

Y ayer, durante la espera, pensé que era probable que tuviera una excusa del mismo tipo; por lo cual no podía tomar una actitud implaclabe: o sea, a todos pueden pasarnos situaciones inesperadas; así que tranquilamente crucé la calle y entré a la tienda verde de descuentos.

Entrando al lugar ví que me había escrito: disculpándose por el retraso y afirmando que llegaría en quince minutos; le respondí con un mensaje tranquilo, indicándole que estaría esperándo.

Procedí a comprar el material para acuarela: un paquete de cinco pinceles, una caja de diez tubos de pintura, y también una pequeña paleta de plástico, en la cual planeo realizar la mezcla de colores para los primeros ejercicios.

Después pagué (cinco dólares) y retorné a esperar a mi amigo; ya eran más de las cuatro y media, pero me resigné a extender la espera más de lo previsto; pero cuando faltaban quince minutos para las cuatro lo llamé;  me respondió apurado, comentándome que en cinco minutos llegaría al lugar; al final llegó casi a las cinco.

La gente...

El sábado fue un día bastante agotador: me levanté quince minutos antes de las cinco de la mañana; medité diecinueve minutos, me vestí, y, a las cinco y cuarto, salí a despertar a Rb: era día de llevar a su perro a que le quitaran los puntos de la cirugía.

Originalmente la fecha era el lunes siguiente; pero Rb, al igual que yo -o un poco más- evita manejar todo lo posible; entonces llamó a la veterinaria durante la semana, y comprobó que podíamos llegar el sábado.

Salimos de casa a las cinco y media -salir más tarde siempre es una invitación para quedar atorado en el tránsito- y llegamos a la zona en cuestión bastante rápido: el número de automóviles -ese día y a esa hora- estaba bastante bajo.

Había planeado pasar por el Mc Donald's cercano a la clínica, para desayunar mientras esperaba a que abrieran la clínica -los sábados empiezan a atender a las siete de la mañana-; pero, al igual que dos semanas antes, decliné en el último momento.

Llegamos a la clínica con casi una hora de anticipación; afortunadamente llevaba mi tablet por lo que avancé un poco en uno de los libros de inglés que decidí leer en paralelo: The AI Con.

Rb bajó el perro para realizar una caminata similar a la que yo había hecho en la ocasión en la que lo intervinieron; pero no recuerdo que se haya tomado más de la media hora que realicé yo esa vez.

Un poco antes de las siete empezaron a llegar más automóviles; afortunadamente eramos los primeros en la espera; por lo que, cuando abrieron la clínica, pasamos directamente al área de recepción.

Un poco después el perro fue admitido -con Rb- y procedieron a la retirada de los puntos de la cirugía; y a la revisión de su estado general; la consulta no tardó mucho y, un poco después, empezamos el camino de vuelta.

El tránsito seguía bastante ligero -el día y la hora- y, afortunadamente, un poco antes de las ocho de la mañana estaba parqueando el auto frente a la casa de Rb; ella se retiró -con sus perros- a su habitación y yo me preparé el desayuno de los fines de semana.

Había estado comiendo desde el jueves porciones pequeñas de brazo gitano de chocolate -es uno de mis favoritos; pero su tamaño es muy grande- y, por ser sábado, incluí el doble de la cantidad para mi desayuno; después del cual retorné a la cama; en donde hice un par de lecciones de Duolingo, y luego me dormí.

Me levanté a media mañana; habíamos acordado no acudir ese día a los supermercados: aún teníamos bananos para los desayunos; y yo quería empezar temprano la preparación para el sábado con mi hija mayor; tenía que comprar carnitas en un comedor a un par de cuadras de casa.

Un poco antes de las once me dirigí a la chicharronera; compré una libra de carnitas de cerdo (nueve dólares) y luego retorné a casa a preparar un par de ensaladas, y empacar un par de gaseosas y el menaje para un almuerzo.

Cuando salí por las carnitas me dí cuenta que el tránsito en el boulevard estaba bastante pesado: la colla llegaba casi hasta la calle en la que vivimos; por lo que, un poco antes del mediodía, me bañe, metí el par de mochilas en el auto, e inicié el camino hacia la casa de mis hijos.

El tránsito estaba terrible; pero, por fortuna, estaba fluyendo; pero no era solo en el boulevard: el periférico también estaba bastante concurrido; sin embargo, a pesar de todo, llegué a la casa de mis hijos antes de la una de la tarde.

Subí el paquete de veinticuatro rollos de papel higiénico y las mochilas, por las gradas, hasta el séptimo nivel; encontré a mi hija a media limpieza -barrido/trapeado- de los espacios comunes del apartamento.

Cuando terminó nos dirigimos al parque temático de costumbre; en el mismo almorzamos carnitas de cerdo acompañadas por col china; ensalada verde, y una coca cola de dieta.

Luego estuvimos resolviendo tres cubos de Rubik -había olvidado completamente los otros cinco-: el de 3x3, el de 4x4 y el de 5x5; después, un poco antes de las cuatro, nos dirigimos al teatro; en donde vimos -yo por segunda vez- el musical que presenta por estos días la compañía de teatro del lugar.

Después retornamos caminando al apartamento; durante las ocho cuadras de distancia recibimos un poco -muy poco realmente- de llovizna; en el departamento preparamos té -yo había olvidado mis paquetes de café- y conversamos un poco; a las seis de la tarde me despedí.

Antes de retirarme del departamento llamé a mi hijo menor -despertándolo, desafortunadamente-, para despedirme; salió un momento de su habitación y nos dimos un par de abrazos; luego empecé el camino de vuelta a casa de Rb.

Por la noche estuve avanzando en el segundo de los libros de inglés que estoy leyendo en paralelo: Readme.txt; es la narración de los primeros años de una de las personas que más han expuesto las interioridades del ejercito del imperio del norte.

También preparé las gelatinas para los desayunos de los primeros cuatro días de la semana: había comprado una gelatina baja en carbohidratos, en el camino de regreso al apartamento de mis hijos.

Además, piqué el resto de la planta de col china que había adquirido para el almuerzo con mi hija mayor; para eso utilicé nomás cinco o seis hojas -le dejé casi la mitad, junto con una buena parte de la libra de carnitas-: piqué más de una libra de estas hojas y las herví por algunos minutos.

El domingo me levanté bastante repuesto del día anterior; preparé el desayuno y después me quedé en el comedor, haciendo algunas lecciones de Duolingo; luego estuvo leyendo un poco en cama; hasta que Rb me recordó que habíamos planeado salir a las diez, hacia los supermercados en dirección sur.

Caminamos hasta la altura del más lejano; después pasamos al que queda a medio camino; en donde compramos un poco de bananos; antes del mediodía también me tocó acudir a la tienda de la calle, por una zanahoria, para la ensalada del almuerzo.

Almorzamos nuestra comida típica del día: alitas de pollo y ensalada; me había estado sintiendo un poco raro anímicamente; por lo que, contrariamente a otros días, después de sacar a caminar a los perros me encerré en mi habitación, en vez de lavar los trastes del almuerzo.

Pero, para prevenir conflictos, le comenté a Rb sobre mi situación interna; asegurándole que no tenía nada que ver con su persona; que nomás debía realizar una especie de análisis de algunos hechos; pero que estaría aislado hasta la hora en la que tenía que salir (las cuatro menos veinte).

A la hora prevista me vestí, me despedí de Rb; y caminé hasta el lugar en el que abordamos frecuentemente los buses intermunicipales; y allí fue donde tuve que esperar por casi una hora a mi amigo, el Testigo de Jehová.

Las dos partes del título se refieren a este hecho; la primera parte la relaté al inicio; la segunda, por el diálogo mantenido durante nuestras casi dos horas de convivencia: llegando al lugar mi amigo me regaló una camisa -talla L- de un grupo de programadores local.

Luego entramos a la tienda de pizzas; yo estaba dispuesto a invitarlo, pues es el papel que usualmente tomo en este tipo de reuniones; pero él insistió que no, que era su turno; y pedimos un par de porciones de pizza y un vaso de gaseosa.

Mi amigo empezó a contarme -divagar- sobre un área de las matemáticas con la que se había topado últimamente: los números surreales; algo sobre un libro de uno de los más grandes matemáticos de los últimos tiempos; y, cómo no, el multiverso y las diez posibles dimensiones en las cuales puede repartirse la realidad.

Yo soy ingeniero -me gradué hace más de veinte años- y mi amigo, aunque creo que estuvo en la facultad, no logró avanzar; así que traté de tomar todo su discurso con un poco de precaución; pero sí, el campo existe, de hecho me envió un video de Carl Sagan, y el título del libro de Knuth en el cual se exponen los conceptos.

Después de la pizza mi amigo insistió en que nos tomaramos un café -y pastel-; yo insistí en que quería pagar -llevaba la tarjeta de Rb-; pero mi amigo sacó el efectivo y pidió la cuenta -diez dólares-; en total estuvimos un poco más de dos horas en el lugar.

Después de despedirnos -yo insistiendo en que la próxima vez me empecinaré en tomar la cuenta- caminé de vuelta a casa; por la noche avancé en el tercero de los libros en inglés: Annie Bot; el cual está muy muy muy bueno.

Y a ver cómo sigue eso... 

viernes, 25 de julio de 2025

Impuestos... Taxes... Impots...

He tenido una historia bastante accidentada con los impuestos: no solo de lo que debo pagar por los ingresos de mi trabajo, también con una oficina de consultoría que inicié hace más de dos décadas -e incluso con los vehículos!-.

Hubo una época, justo en la mitad de los viajes al imperio del norte, en el que dejé de pagar impuestos por varios meses; o sea, emití facturas y nunca declaré esos ingresos ante el ente tributario.

También tuve que pagar como diez años de impuestos atrasados porque el auto que dejé con la mamá de mis hijos nunca fue inmovilizado; quién sabe cuál sería su destino, pero al final tuve que desactivar su movilización -y pagar las multas correspondientes-.

En otra ocasión -un año antes de empezar en este trabajo, o así- tuve que pagar multas por más de un año sin declarar impuestos -no había facturado, pero es obligatorio declarar eso, o hay multa-.

Y en esa ocasión fue porque iba a volver a facturar y no podía emitir facturas hasta que mi situación fiscal se normalizara; total que pagué como quinientos dólares en multas y logré ponerme al día con el estado; lo 'chistoso' fue que el trabajo ese ya no salió.

En fin, después de esa última ocasión -y gran multa- me hice el firme propósito de declarar mensualmente la facturación a cero; lo que cambió cuando estuvimos trabajando en los libros con Rb: hubo muchos meses en que tuvimos que facturar ingresos por ese rubro.

Para evitar el olvido de la declaración a cero -y la multa correspondiente- programé una alerta en Hotmail, para recibir mensualmente un recordatorio de que debía realizar este trámite el veintiuno de cada mes.

Y me ha funcionado muy bien -excepto en una ocasión que declaré el mes corriente en lugar del mes anterior- hasta el mes pasado: no recibí la notificación, y olvidé por completo la declaración; resultado: multa de veinte dólares.

Y es que justo este mes debía pagar impuestos por un trabajo que Rb realizó el mes pasado, del cual emití la factura correspondiente; pero un par de días antes de realizar el trámite recibí un par de mensajes avisándome que estaba atrasado.

No le dí importancia -o, realmente, creí que se trataba de la factura- pero al declarar este mes salió un aviso que faltaba la daclaración del mes anterior; por lo que además de los cuarenta dólares de impuestos -esos los cubrió Rb, pues ella recibió el pago- tuve que pagar adicionalmente veinte, por el olvido.

Para evitar -espero!- que esto se vuelva a repetir, configuré otra alarma, ahora en Google, para que Gmail me envíe un correo el veintiuno de cada mes, a las tres de la madrugada, recordándome que debo declarar mi facturación a cero.

Y a ver cómo va eso... 

El domingo pasado no tenía ninguna actividad programada, o prevista; por la mañana fuimos a los supermercados en dirección sur; en el más lejano nos proveimos de pechugas de pollo para los almuerzos de la semana.

También compré una buena cantidad de bolsitas de frijoles, para mis desayunos de los fines de semana;  en el otro supermercado compramos bananos, alitas de pollo y un par de lechugas.

El lunes era mi último día de vacaciones -al menos de este periodo- y había programado un almuerzo con el ex compañero de facultad que encontré en la conmemoración de los veinticinco años de graduación. 

También era el día en que tenía que pagar los impuestos por la factura que había emitido el mes pasado, por la edición de libros que Rb había realizado para su amiga que vive en uno de los extremos más alejados de la ciudad.

Y fue al entrar a la aplicación de declaración de impuestos que me dí cuenta que había olvidado declarar el mes anterior a cero: por lo que tuve que pagar veinte dólares para dejar de seguir recibiendo avisos de que tengo omisos.

Configuré una nueva notificación con Google y espero que sea la última vez que se me olvida realizar la declaración mensual de impuestos; total que tuve que presentar dos declaraciones, una por la factura y otra por la omisión.

Además, durante todo el fin de semana, el banco en el que tengo la mayor parte de mis ahorros estuvo declinando la recepción de notas de crédito de otras cuentas bancarias, tanto propias como de otros bancos.

Me pasé desde el viernes tratando de trasladar algunas sumas desde el banco en el que recibo mi salario; también le pedí a Rb que me enviara desde el mismo banco; y nada funcionaba; al realizar una consulta por chat me indicaron que debía presentarme en el banco a actualizar mi información.

Entonces decidí que saldría una hora antes de lo planeado, para pasar al banco antes de reunirme con mi ex compañero de la facultad; salí a las once y media de casa -la reunión era a las doce y media-.

Esperé el busito en el boulevard y antes de las doce estaba en el banco; el trámite fue un poco tardado pues la secretaria no parecía tener mucha experiencia en esa parte del sistema; pero la actualización fue finalmente realizada.

Luego me fuí a la parte de los multirestaurantes que se encuentra en el tercer nivel del comercial en donde se estacionan los busitos; mi amigo llegó un poco más tarde y almorzamos un par de dobladas de una cadena local que es algo conocida.

Estuvimos conversando por casi una hora; recordando los viejos tiempos en la facultad; también me enteré de otro detalle: se cambió de carrera en la facultad porque otra estudiante le había dicho a su madre que era una pena que no pudiera avanzar en los estudios.

Me recordó a la última reunión que tuve con mi primer ahijado profesional: estudió en la universidad -le tomó como veinte años graduarse de licenciado en administración de empresas- porque se sentía menos cuando departía con un grupo de ingenieros.

En fin, las razones que cada persona tiene para realizar algunas cosas; en mi caso, estudié dos años de ingeniería en computación pero me pasé -bajé mis expectativas- a estudiar ingeniería industrial porque no tenía recursos para adquirir una computadora.

Después del almuerzo ambos acudimos a la sucursal de un banco que se encuentra en el segundo nivel del comercial; mi amigo tenía que hacer algún trámite y yo había planeado retirar una cantidad de dólares.

Y, aunque pasé antes a la ventanilla, mi amigo completó antes su transacción y se retiró del lugar; en mi caso la cajera me indicó que tenía que actualizar -aquí también!- mi información personal, antes de poder retirar.

Cuando salí del banco le escribí a mi ex compañero, agradeciendo su tiempo, y lamentando que ya no habíamos podido despedirnos con más calma; él me había enviado un mensaje un poco antes disculpándose por lo mismo.

Retorné a casa y continué con la rutina de los lunes: barrí y trapeé la mayor parte de habitaciones de la casa; y luego hicimos la rutina de ejercicios del primer día de la semana; por la noche estuve viendo una parte de la última película de Jurassic Park, y una parte de From Up on Poppy Hill.

El martes retorné -sin muchas novedades- a mis labores cotidianas; en la reunión de la mañana mi supervisor on site inquirió sobre las vacaciones, pero no más le comenté que había aprovechado para ver a algunos amigos; y me iba a asignar algunas tareas, pero no me quedó nada claro.

Por la tarde fuimos con Rb a los supermercados en direccón sur; teníamos que comprar lechugas para los almuerzos del resto de la semana; además adquirí embutidos para mis desayunos de los fines de semana.

Y en esta ocasión aumenté a seis las onzas -en lugar de cuatro- de jamón que adquiero para el efecto; junto con las cuatro de salami y peperoni; además, en lugar de las dieciseis porciones en las que divido esto, preparé veinte, las cuales coloqué en el congelador.

El miércoles tenía la reunión quincenal con mi supervisora local; por las vacaciones no nos habíamos reunido desde el almuerzo -aunque ahora fue desayuno- trimestral del equipo; y la reunión estuvo normal: felicitaciones por la presentación, agradecimiento por el continuo apoyo y así; no grandes cambios.

Además, había programado una reunión con mi mejor amiga del Imperio del Norte; a las doce y media tuvimos una reunión diaria express con mi equipo de trabajo; y a la una me conecté, por zoom, con mi amiga.

Estuvimos conversando -yo también almorzando- durante más de una hora: sobre nuestros hijos, el estado general del mundo, los libros que hemos leído últimamente (le recomendé Les Yeux de Mona- y temas similares. 

El jueves terminé de leer el segundo libro de ACT; el primero fue uno de los primeros del tema, en el cual se explicaban los principios de esta terapia; el segundo se enfocaba más en aplicaciones prácticas; anoche mismo bajé ACT with love; que creo que será el último que leeré del mismo tema.

Por la mañana pagué la factura de electricidad del departamento de mis hijos; y estuve en un largo diálogo -ella en español, yo en francés- con la última jovencita que me ha contactado de Camerún.

Después del horario laboral nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; aunque no necesitábamos nada del que se encuentra más lejos, caminamos hasta su altura, para pasar al otro a comprar ingredientes para los almuerzos de la próxima semana.

También compré una gran unidad de canchón; que son unas hojas verdes parecidas a la lechuga, pero que, supuestamente, son una variedad de repollo: para utilizarlas en el almuerzo (keto) del sábado con mi hija mayor.

Y a ver cómo va eso. 

domingo, 20 de julio de 2025

Las vacaciones (segundas de 2025)... Vacations (second of 2025)... Les vacances (deuxièmes de 2025)...

Estoy casi llegando al final de mi segundo periodo de vacaciones -largas- del presente año; el primero lo tomé a finales de febrero, y lo utilicé para acudir a la inducción para acompañar a grupos de misioneros del Imperio.

Se suponía que este periodo lo utilizaría para atender a una de estas visitas; pero, muchas veces, las cosas no salen como uno espera: como había empezado a realizar otras tareas en paralelo; y aún no tenía claro hasta cuantos meses estaría así, decliné la invitación para participar en dicha jornada.

Y, como ya tenía programados estos días en el calendario general de vacaciones, decidí que, aunque no tendría ocupaciones específicas, podría utilizar este tiempo para ver a algunos amigos a los que no puedo ver en los días en los que usualmente programo mis desayunos.

Y al menos pude ver a dos o tres de estos: mi amigo escritor que se mueve en la ciudad en bicicleta, mi amigo publicista que tiene jornadas maratónicas de trabajo -lo comprendo, con una hija adolescente y la otra entrando a la escuela primaria; y, por casualidad, el amigo que me refirió al lugar en el que organicé diálogos socráticos hace un par de años.

También, cómo no, he leído bastante; lo bueno de esto es que tengo una lista bastante extensa en cada una de las cinco -o seis- líneas de lectura que he mantenido por varios años; y, aunque no llegaré a la misma cantidad de libros que el año pasado, creo que es una de las actividades que más me agradan.

Y a ver cómo sigue eso...

El miércoles era el día de mis vacaciones que había reservado para ver al amigo de la facultad que encontré en la celebración de los veinticinco años de vida profesional: trabaja en el estado, en unas instalaciones cerca del comercial en donde se estacionan los busitos.

El reencuentro con mi amigo fue bastante emotivo: tenía más de veinte años de no verlo; y la última vez nomás nos habíamos saludado de pasada -creo que aún tenía solo a mis dos hijas mayores-; y en la facultad había amanecido varias veces, programando, en su casa.

Después de intercambiar números en la actividad del colegio profesional había continuado la comunicación por whatsapp; y, como trabaja el fin de semana en una universidad privada, habíamos acordado de reunirnos para almorzar en un lugar cerca de su trabajo normal.

La verdad es que trato de aprovechar las oportunidades para expander -aunque sea un poco- mi círculo social: después de esa actividad, a principios de abril, en la que también encontré a un ex compañero con el que había trabajado treinta años antes, me reuní con otro compañero en común, y con este, en dos distintas ocasiones.

Pero había dejado al tiempo organizar el almuerzo con el primero de mis amigos; él me había pedido que le avisara con al menos un par de días de anticipación, y yo había esperado utilizar uno de los dos jueves al mes que me veo obligado a descansar.

En fin, había previsto que nos reunieramos el miércoles de mi segunda semana de vacaciones; pero, al escribirle el lunes, me comentó que estaba acudiendo durante la semana a algunas reuniones de trabajo a una de las zonas más acaudaladas de la ciudad.

Entonces le propuse que nos reuniéramos el próximo lunes -mi último día de vacaciones- y estuvo de acuerdo; la semana anterior le había indicado a Rb que no almorzaría ese día en casa; y luego me tocó que decirle que ya no iba a salir.

Pero, pensando un poco en mis compromisos pendientes, recordé que desde hace más de dos años había estado tratando de coordinar una reunión con uno de mis antiguos conocidos del grupo de voluntarios en el que pasé más de diez años.

Esta persona, poeta y profesor universitario de publicidad, había acudido -hace más de diez años- a una casa de meditación de la cual le proporcioné la información; luego, cuatro o cinco años más tarde, conoció a mi hija mayor, cuando ella entró al grupo de voluntarios en el que ambos estábamos.

Y, hace dos años, me refirió con la directora de la biblioteca en la cual organicé -por varios meses- diálogos filosóficos -en realidad fueron una excusa para ver a mis hijos más frecuentemente-; y desde ese tiempo tenía pendiente convidarlo a alguna comida.

Le escribí el lunes para indagar sobre la ubicación de su oficina y me comentó que trabajaba en el mismo edificio donde vive mi supervisora; y que podríamos reunirnos a la una de la tarde, para almorzar en un comedor cercano al lugar.

Total que el miércoles, a las once y media, me despedí de Rb y me dirigí, caminando hasta el lugar en el que tomamos el bus intermunicipal: el día anterior habían pagado el bono de medio año y el tránsito había aumentado considerablemente en el boulevard.

La decisión de caminar, en lugar de esperar un busito, fue la mejor: en la caminata de veinte minutos no ví ninguno de estos; el bus intermunicipal me llevó hasta un par de cuadras antes de la estación del Transmetro y de allí tomé una unidad hacia el centro histórico.

Llegué a la estación junto al mercado en donde Rb realiza sus compras semanales y, desde allí, caminé durante menos de quince minutos hasta el edificio en el que trabaja mi amigo; llegué con un buen tiempo de antelación y le envié un mensaje para notificarlo.

Mi amigo respondió que estaba terminando una reunión y, diez minutos más tarde de la hora acordada, me envió otro mensaje, indicando que estaba bajando; el encuentro fue algo raro: tenía más de diez años de no verlo y, la verdad, lo encontré bastante cambiado, quien sabe si el sentimiento fue mutuo.

Después nos dirigimos a un comedor cercano, en donde ordenamos un par de almuerzos de estilo casero; mi amigo llevaba un ejemplar del libro de poemas que publcó recientemente -me había comentado que me llevaría una copia, si estaba interesado- y nos pusimos al día de nuestra última década.

Fue un almuerzo bastante tranquilo, cubrí la cuenta -ocho dólares- y, además, adquirí el ejemplar del poemario - doce dólares-: al igual que el libro que le compré a mi otro amigo escritor, hace un par de años, nomás planeo arrancar la página con la dedicatoria personal y regalárselo a alguna amiga.

Nos despedimos un poco después de las dos de la tarde y caminé un par de kilómetros hasta la estación en la que inicia la ruta del Transmetro que pasa por el comercial en donde se estacionan los busitos; vine bastante temprano a casa.

Un poco más tarde mi amigo me compartió la publicación de Instagram con el par de selfies que tomó al final de nuestra reunión: yo mostrando el libro que le había comprado, y él sosteniendo -editado- el paquete de incienso -el último de la caja- que le había llevado como regalo.

El jueves era el día de la semana que había estado temiendo: Rb me había pedido que llevara a su perro a la clínica en donde lo anestesiarían para extirparle un bulto que le había estado creciendo sobre un párpado.

El plan era que fuera solo porque debía estar allí a las ocho de la mañana y Rb le da de comer a sus tres perros a las ocho y cuarenta y cinco: con el tránsito de la ciudad era imposible retornar antes de esa hora.

Además, debían de extraerle una muestra de sangre para evaluar sus niveles de algo antes de proceder a la operación; así que había que esperar los resultados antes de poderse retirar de la clínica.

Total que me levanté a las cinco menos veinte para poder meditar diecinueve minutos y salir de casa a las cinco y media: el lunes que había caminado hasta el bus intermunicipal a las seis y veinte me dí cuenta del nivel de tránsito en el boulevard, estaba detenido.

A las cinco y cuarto salí de mi habitación y Rb le puso el arnés al perro; a las cinco y media inicié la conducción hacia uno de los extremos opuestos de la ciudad, en donde se encuentra la clínica veterinaria especializada en oftalmología.

La salida del municipio no estuvo tan mal -nomás me detuve un rato en el carril reversible que pasa bajo el paso a desnivel de la entrada al boulevard- y en el resto del trayecto no hubo ninguna otra parálisis en el flujo de los automotores.

Había considerado pasar a un Mc Donald's a comprar un desayuno pero desistí de ello: el perro estaba en ayunas por la operación y me pareció un poco cruel ponerme a comer -con lo escandaloso que es el olor de la comida rápida- dentro del auto.

Llegamos a la clínica un poco antes de las seis y media; me quedaba una hora y media de espera antes de que empezaran a atender, pero había contado con esa espera; bajé al perro del auto y lo llevé a caminar por la colonia -llevaba un par de bolsas de plástico, para los desechos- para facilitar la espera.

La zona en la que se encuentra la clínica es uno de los sectores históricos con mejores construcciones de la ciudad; la mayor parte de colonias son cerradas, pero el camino en común es bastante tranquilo -y seguro-.

Caminamos durante quince minutos -casi al inicio de la caminata el perro se había aliviado en un área verde, por lo que me tocó que hacer una gran parte del camino con una bolsa con excrementos-, cruzándonos con algunas otras personas con sus mascotas.

Luego hicimos el trayecto en el sentido inverso; cuando retornamos al auto era un poco más tarde de las siete de la mañana; estuvimos un rato en el auto -el perro estaba jadeando y no estaba seguro si era por la caminata o por los cambios en el día- y luego lo bajé a realizar otra caminata.

Aunque la segunda fue en el sentido contrario -cerca de la carretera principal- y fue mucho más corta: quizá unas tres o cuatro calles, y quince o veinte minutos; después retornamos a la clínica a esperar a que la abrieran.

Un poco antes de las ocho otro automóvil se parqueo y una señora bajó a un perro bastante grande -o al menos parecía bastante viejo-; un poco más tarde llegó una muchacha con un perro bastante alto.

A las ocho abrieron la clínica y, por estar en el primer lugar, pasé a recepción y le mostré a la recepcionista la nota que me había dado Rb con los detalles de la consulta; y me dieron una hoja de autorización de cirugía.

Básicamente descargaba de responsabilidad a la clínica por los accidentes que pudieran suceder durante la intervención quirúrgica al animal: algo de que la anestesia no era completamente segura debido a las características de cada animal.

Luego salió la doctora y se llevó al perro; en el ínterin le marqué un par de veces a Rb para que se entendiera con la recepcionista y la doctora, pues entendí que querían operar al perro sin haber visto los resultados de los exámenes que habían previsto.

Un poco más tarde salió la doctora con los resultados, empezó a explicarme pero la detuve: yo nomás era el mensajero, quien debía tomar cualquier decisión era Rb -son sus perros, no los míos-; entonces decidieron que el perro se quedara y pude iniciar el camino de retorno a casa.

El viaje de vuelta no estuvo tan mal: el tránsito del inicio de la jornada laboral estaba más pesado en el sentido contrario; fue nomás el inicio -que era en la dirección más populosa- que me tocó que esperar un poco antes de dar una vuelta en U.

Cuando retorné a casa me sentía bastante agotado: me había levantado a las cinco menos veinte y recordé que la noche anterior me había costado bastante conciliar el sueño; y el motivo no es pequeño: mi hija me escribió -después de seis meses de silencio- para avisarme que retornaba al país.

No he comentado la noticia con nadie: no quise decirle a Rb pues andaba bastante ansiosa con la situación de su perro -anduvo llorando porque se sentía culpable de que la operación pudiera tener resultados funestos-.

Tampoco quise comentarle a mis hijos mayor y menor: aunque el retorno de su hermana tendrá efectos directos en sus vidas -habíamos acordado que el apartamento era para que los tres se acomodaran- aún no estoy seguro de la fecha en que mi hija planea su retorno.

Y es que es, como muchas cosas en mi vida, una situación algo rara: yo había -por alguna razón- creído que mi hija esperaba establecerse en el imperio del norte; ya tenía casi siete años viviendo en ese país, había obtenido un master y estaba trabajando.

Pero, lo que no sabía, es que el trabajo en el que estuvo durante el último año, era un régimen al que pueden optar las personas extranjeras que se gradúan en una universidad: es como una oportunidad para obtener experiencia profesional.

El miércoles por la tarde -o noche?- encontré un mensaje en mi buzón de hotmail: disculpándose por tardarse tanto en contestar, y comentándome que estaba planeando su regreso, y estudiar en la universidad nacional.

Entonces me puse a escribirle mi respuesta, tratando de comentar cada uno de los párrafos de su correo; y es que, casualmente, desde principios de año había estado enviándole cartas un poco personales, para mejorar la comunicación: nunca me había respondido.

Y por eso fue que la noche anterior había sido bastante intensa -emocionalmente hablando-; al final de mi nota le ofrecía ir por ella al aeropuerto, y le informaba del apartamento en el que estan viviendo sus hermanos.

Entonces, el haberme dormido a altas horas de la madrugada, y levantarme antes de las cinco; sumado a las más de dos horas de conducción, me dejaron agotado; después de tomar el desayuno me retiré a mi habitación y, después de hacer un par de lecciones de Duolingo, tomé una larga siesta.

Y creo que me desperté hasta que Rb me habló para comentarme que ya la habían llamado de la clínica -era un poco antes del mediodía- y que podíamos ir por el perro, que ya había salido de la sala de operaciones-. 

Tomamos nuevamente el auto; me sentía un poco menos cansado, aunque aún algo adormecido; e iniciamos el camino hacia la clínica; el tránsito en el boulevard no estaba muy pesado y pasamos a una gasolinera pues los neumáticos traseros del auto siguen perdiendo aire.

Tomé la misma ruta que había seguido más temprano y, un poco más tarde, llegamos a la clínica; le entregaron el perro a Rb y nos dispusimos a retirarnos del lugar -la cuenta le salió como en trescientos dólares-, pero, tuvieron que llamar a la doctora pues la incisión del párpado empezó a sangrar.

Se llevaron a examinar al perro ya que la hemorragia no paraba; no era muy abundante, pero sí constante; un poco después lo volvieron a entregar y la veterinaria nomás confirmó que era debido al tipo de incisión que habían realizado, que no había ningún peligro.

El tránsito de vuelta, nuevamente, estuvo bastante tranquilo; pero retornamos después de las dos de la tarde a la casa; calentamos el pollo con verduras que habíamos estado consumiendo durante la semana y almorzamos bastante tarde.

Sacamos a las otras dos perras muy muy tarde; casi al final de la tarde; y ya no salimos para nada, excepto al caer la noche: le pedí a Rb que me acompañara a la panadería, pues quería comprar el pan para mis desayunos del fin de semana.

El viernes fue un día sin ninguna salida programada; por la mañana fuimos a los supermercados en dirección sur, a comprar un poco de bananos; por la tarde hice la limpieza y realizamos la rutina de ejercicios del último día de la semana laboral; lo remarcable fue ver el boulevard completamente lleno durante todo el día.

El sábado por la mañana fuimos a la tienda que la esposa -e hija- del señor de las verduras tiene en la colonia del otro lado del boulevard: Rb me había dicho el día anterior que ya necesitábamos un nuevo cartón de huevos.

A las once saqué a caminar a la perra más pesada de Rb y luego me metí a la ducha: quería salir antes del mediodía hacia la casa de mis hijos pues temía que el tránsito mantuviera el mismo nivel del día anterior -habíamos escuchado a un vecino taxista comentar que se había tardado una hora en un trayecto usual de diez minutos-.

Salí de casa antes del mediodía, llevaba mi viejo scrable, y media docena de limones que una vecina nos había venido a regalar el domingo anterior; afortunadamente el tránsito no estaba como el día anterior.

Incluso en el periférico no encontré el embudo de costumbre que provocan los camiones de transporte pesado que bajan hacia la ruta al pacífico;  con lo que llegué al edificio en el que viven mis hijos como a las doce y media.

Subí caminando los siete niveles hasta el apartamento; y me dí cuenta que había olvidado los limones en el auto; y el paquete de papel higiénico que adquirí para ellos, hacía varias semanas, en la casa de Rb.

Me instalé un momento en el área de la sala; le iba a escribir a mi hijo para comentarle que ya me encontraba en el lugar, pero él salió de la habitación antes; le comenté que debía ir por los limones y bajé -y subí- en el acto.

Luego nos dirigimos al parque temático de costumbre; en esta ocasión encontré a mi hijo un poco menos melancólico que de costumbre: incluso se mostró animado por el diploma que le habían dado en el trabajo por acudir a un evento de formación durante dos semanas.

La tarde estuvo bastante tranquila: el parque no estaba muy lleno, pero la cola para comprar pollo estaba bastante lenta; por lo que mi hijo prefirió que compraramos una pizza para el almuerzo.

Almorzamos en una mesa del área techada y luego jugamos una larga partida de Scrabble; después mi hijo resolvió los ocho cubos de Rubik que usualmente ando llevando en mi mochila.

Cuando los cubos fueron completados le propuse a mi hijo la compra de un par de helados; pero en el restaurante nos indicaron que ya no tenían disponibles; por lo que decidimos retirarnos del lugar.

Lo que habíamos olvidado era que en el teatro del lugar -por fin- habían cambiado la obra que llevaban presentando varios meses; acababan de pasar las cuatro, que era la hora de la última presentación.

Caminamos un poco rápido y alcanzamos a entrar al teatro: la obra había ya iniciado, pero hay un periodo en el que se permite que el público siga ingresando; en esta ocasión se trataba de un musical que mezcla un poco de Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan.

El musical tiene una duración de media hora y, la verdad, es una presentación que vale la pena observar; los actores son jovenes bastante diestros y la producción -música, disfraces, decorados, libreto- es bastante concienzuda.

Después de que la función terminara nos retiramos del lugar; habíamos acordado que la reunión terminara  a las cinco y media; y mi hijo me había pedido que lo acompañara al supermercado que queda a medio camino: debía comprar papel higiénico, debido a mi olvido.

Le ofrecí que compraramos un paquete grande, que yo lo pagaría y que lo incluiría entre los gastos del departamento; estuvo de acuerdo y, luego de la adquisición, continuamos la caminata hasta su hogar.

A un año de haberse instalado en el departamento mis hijos no le han agregado casi ningún mueble; mi hija mayor vive en la habitación más grande -la que tiene baño privado-, sin ningún mobiliario.

Mi hijo menor instaló su cama en una de las habitaciones, y sus computadoras y coleccionables en la otra habitación; la sala está vacía; en la 'cocina' está la pequeña refrigeradora que mi hija compró hace dos o tres años.

Y eso, aparte de los -pocos- trastes, un par de hornillas eléctricas -no se permite el uso de estufas de gas-, una licuadura, una cafetera, y la lavadora/secadora que está en el espacio exterior designado como lavandería; no han equipado el departamento.

Entonces nos quedamos conversando un momento en el espacio de la sala, sentados en el suelo -en ese espacio está el router de internet y el plástico conmemorativo de mis veinticinco años como profesional-; fue un momento agradable.

Un poco después de las cinco y media me despedí de mi hijo; pero no me pareció adecuado retirarme sin saludar a mi hija mayor -aunque no se hablan, la había visto en el balcón, cuando caminábamos hacia el parque temático-.

La llamé y salió a recibirme -casi sin vestirse, y con un semblante bastante desmejorado-; incluso había percibido olor a cigarrillo mientras conversábamos con mi hijo menor; total que mi hija salió, le indiqué que el paquete de papel que estaba dejando en el mueble de la cocina -y los limones- era para ella.

 Después, sí, bajé al parqueo e inicié el retorno a casa; por la noche estuve viendo una parte de M3GAN 2.0, una parte de Desde la colina de las amapolas; y avanzando en el libro de no ficción de turno: Feeling Good Productivity.

Y a ver cómo va eso. 

 

miércoles, 16 de julio de 2025

Libros... Books... Livres...

El lunes me pasó algo raro: terminé obteniendo -sin querer- un libro en papel; aunque creo que lo devolveré en el corto/mediano plazo; creo que es del segundo hijo del tío paterno con quien mejor me llevo.

No recuerdo cuando empezamos a llevarnos con el joven; cuando mis hijos estaban muy pequeños realicé un par de visitas a su casa; pero él también era un bebé en esa época; luego lo encontré algunas veces en la biblioteca de la universidad, cuando pasábamos las tardes allí con mis hijos.

Ha venido a quedarse una vez a la casa de Rb -cuando el transporte hacia su casa estaba en huelga- y luego lo invité una vez a cenar; creo que la última vez que lo ví fue el año pasado, para diciembre: realizamos una caminata bastante extensa buscando unos zapatos que él le quería regalar a su sobrina.

La cuestión es que llegué a la casa de mi tío el lunes por la mañana -un par de días antes me había auto invitado a desayunar en su casa-; cuando entré en el parqueo ví un mueble con muchos libros, uno de los mismos estaba fuera.

Tomé el libro y lo llevé conmigo a la mesa del comedor -cuando llegué mi tío estaba terminando de prepararse unos huevos revueltos-; y mientras desayunábamos (yo llevaba el café colombiano que me regalaron hace unas semanas y un poco de pan) comentámos algo del libro.

Al final de mi visita -un poco más de dos horas-, había dejado el libro en la mesa; mi tío lo tomó y me dijo 'es tuyo'; y no le aclaré que el libro lo había tomado de su propia librera; o sea, en ese momento pensé que me lo estaba regalando; hasta más tarde caí en la cuenta que -quizá- pensó que yo lo había llevado.

La verdad es que no estoy seguro; pero creo que el libro pertenece -realmente- a mi primo: hace unos años cerró auditoría en la universidad nacional; y, por alguna razón, le ha dado por leer libros serios; de filosofía y política; el libro en cuestión es de un autor indígena local, desaparecido durante el conflicto armado.

Le comenté la historia a Rb; y, curiosamente, ahora ella está leyendo el libro -son cuentos bastante interesantes que mezclan el conflicto social con la situación indígena en nuestro país-; pero debo devolver el libro; pronto le comentaré la historia a mi primo y  coordinaré la devolución.

Pero el título de este post tiene que ver más con los libros digitales: hace muchos años que casi no leo en papel -cuestiones de costos y disponibilidad de los títulos que me interesa leer-; desde hace unos años llevo una lista de libros por categoría, para no deprimirme por no leer lo que debo leer.

Leo en paralelo seis o siete libros, dividiéndolos en cinco o seis partes, de cada grupo diferente: en inglés: ficción, no ficción, tecnología y psicología/meditación; también español, francés y portugués; además de otro libro adicional en inglés que leo -leía- más rápido (en vez de leer una parte en cada vuelta leía una parte entre cada grupo).

Ahora este último grupo -desde el año pasado realmente- lo intercambié con la línea de francés: de este modo me aseguro de leer bastante francés; y portugués apenas voy por el primer libro; y lo he llevado bastante lento; es un libro epistolar y nomás leo un par de cartas en cada vuelta -creo que son como cien de estas-.

La cuestión es que el año pasado -o antepasado-, por alguna razón, encontré una lista de libros de ciencia ficción que me interesaron; y allí rompí -un poco- mis líneas de lectura; si no mal recuerdo, leí en paralelo dos o tres libros de ficción (ciencia ficción).

Y ahora me está sucediendo un poco lo mismo: después de terminar el último libro de inglés (All Fours: no me gustó tanto tanto) no me decidía por el siguiente; aunque había marcado hacía un tiempo Annie Bot, también me interesaba The AI Con y Readme.txt.

Estos dos últimos son -supuestamente- de la línea de No Ficción: el primero es de una divulgadora científica que intenta demostrar -yo también lo creo- que el ciclo actual de avances en la Inteligencia Artificial es nomás una estafa: un truco para hacer dinero. 

El otro libro lo escribió la persona -trans- que se hizo famosa hace unos años por compartir, por medio de Wikileaks, una gran cantidad de información clasificada sobre los desmanes que hizo el ejercito del imperio en las guerras de Irak y Afganistán.

También decidí realizar lo mismo, o casi, en la línea de español: empecé a leer Una mujer educada; que es ficción, pero con temas filosóficos; y También esto pasará; de la hija de una fundadora de una gran editorial española.

Y a ver cómo va eso.

El lunes me levanté veinte minutos antes de las seis: había quedado que llegaría a desayunar con mi tío -el hermano menor de mi papá biológico- a las ocho y media; estimaba que dos horas serían suficientes para el viaje.

Y es que, en ocasiones anteriores, había llegado muy temprano al lugar que fue la segunda -o tercera- ubicación de la capital de este reino durante el tiempo de la colonia española;  tan temprano que me había tenido que ir a la plaza central a esperar.

Después de meditar me bañé, luego entré a despedirme de Rb; salí de casa a las seis y dieciocho; caminé hasta el lugar en donde pasan los buses intermunicipales y abordé un busito hacia la ruta interamericana.

Luego de apearme crucé la pasarela y esperé un bus hacia la ciudad colonial; durante todo el camino me fui jugando ajedrez en el teléfono; por lo que no percibí el paso del tiempo; total que llegué a la terminal de buses después de las ocho.

Caminé a toda prisa hasta el lugar en donde he abordado el bus hasta mi destino final; y estaba a medio camino -ya pasaban de las ocho y media- cuando leí un mensaje en whatsapp de mi tío, preguntando si iba a llegar.

Le contesté que estaba entrando a la ciudad -aunque realmente me faltaban como diez minutos-; total que llegué a las nueve cincuenta a la casa que mis abuelos repartieron entre sus hijos, y donde mi tío ha vivido toda su vida.

Cuando entré pasé tomando el libro al que me referí al principio de este texto; desayunamos con mi tío -el café ya estaba preparado- y le entregué una docena de limones que Rb había recibido el día anterior de una de las vecinas a las que le hemos regalado bananos silvestres.

Más o menos a medio desayuno se nos unió la hija menor de mi tío; comentaron que estaba por finalizar la carrera de diseño gráfico en la universidad nacional; la felicité profusamente y, cómo no, me ofrecí a ser su padrino de graduación.

La visita tardó un par de horas; un poco después de las diez y media le comenté a mi tío que me retiraría, pues había ofrecido a Rb retornar antes de la hora del almuerzo (una de la tarde); pero antes de salir, mi tío insistió que saludara a su hija mayor.

Mi prima tiene dos o tres años más que mi hija mayor -ya andará por los treinta- y dió a luz a su segunda hija hace tres o cuatro meses; su esposo es un enfermero de diálisis que también ha sido una figura del ajedrez en su departamento.

La verdad es que, a pesar de verla en la casa en mi última visita el año pasado, no sabía que estaban viviendo en el mismo lugar; pero sí, construyeron un par de habitaciones al fondo del terreno que le fue cedido a su padre.

Mi prima salió de sus aposentos con su esposo y su bebé; los felicité por su nueva hija -la mayor tiene casi diez años- y le comenté al joven que retornaría algún día por algunas clases de ajedrez: aún no logro resolver el cierre dama contra torre.

Me despedí bastante rápido de mis primos -y mi tío- y caminé un par de cuadras para abordar el bus que me retornaría a la ciudad colonial; no tardó mucho en ponerse en marcha y un poco más tarde estaba apeándome en el lugar en donde se estacionan los buses que suben a la ciudad.

El viaje estuvo -a pesar de que ese día habían ocurrido bloqueos en las principales arterias de la ciudad- bastante veloz; un poco después del mediodía me estaba apeándo en el lugar más cercano a la entrada al municipio.

Allí abordé -casualmente- el mismo busito que me había transportado por la mañana; me apeé en el lugar en donde lo abordé más temprano y de allí caminé a buen ritmo hasta la casa de Rb; total que vine antes de la una de la tarde: el viaje estuvo mucho más corto que en el sentido contrario.

Por la tarde avancé en la finalización de All Fours y empecé a leer -en paralelo- los tres libros en inglés; en la noche ví una pequeña parte de la tercera película del gato de Studio Ghibli: From Up on Poppy Hill; la cual está preciosa; pero el servido en el cual la estaba viendo no funcionó muy bien.

El martes me levanté a las seis y media y me hice el firme propósito de no dormirme después de meditar: como era martes y tenía treinta minutos dobles en Duolingo, realicé varias lecciones en francés e italiano, desde portugués, algunas lecciones de portugués e italiano, desde francés; y, finalmente, algunas de inglés.

Cuando Rb se despertó acordamos dirigirnos al banco a las diez de la mañana: durante la caminata del domingo habíamos encontrado una tarjeta de débito del banco en el que recibo los depósitos de mi trabajo.

El mismo domingo Rb había llamado al banco para notificar que había encontrado la tarjeta; el operador le indicó que la iba a bloquear -un error: confirmar el nombre completo de la propietaria- y, cuando se le pregutó cómo proceder, le indicó  que la tarjeta debía ser devuelta en una agencia.

Yo no creía que fuera necesario, pero Rb insistió en que era lo mejor; iba a aprovechar para retirar dólares de mi cuenta -debo retirar una buena suma- pero, al final, dejé la libreta de ahorros; por lo que nomás entregamos la tarjeta -que fue cortada en el acto- y luego pasamos al supermercado, por unos bananos.

Por la tarde terminé el libro de español que llevaba -literalmente- a medias: Los besos en el pan; la verdad no me gustó tanto; o sea, es ficción, pero la verdad es que no me conmueve tanto lo que les pasa a las personas del primer mundo cuando sienten la pérdida de condiciones a las que en esta parte del mundo ni siquiera las conocemos.

Terminé de leer el libro un poco después de cenar; y empecé a leer Una mujer educada: una profesora de filosofía, divorciada y madre de un bebé ha sido diagnosticada con cáncer de páncreas -de lo que se murió Steve Jobs- y prepara un libro para cuando su hija crezca.

Nomás leí un capítulo de este libro -está muy bueno y son solo siete-; después empecé a leer el otro libro que decidí leer en paralelo: También esto pasará; que es sobre los conflictos de una mujer adinerada -e intelectual, entiendo-, al perder a su madre.  

Antes de la cena había puesto a bajar la última película de Superman (la calidad está pasable, pero no he logrado encontrar subtítulos en inglés confiablels) y la película de Studio Ghibli que estoy viendo.

Después de cenar ví un poco de la película de Superman; y, mientras Rb realizaba su lectura diaria de la biblia -a las diez de la noche- volví a ver el principio de la película japonesa; aprovechando la opción la estoy viendo con subtítulos en francés.

Y a ver cómo sigue eso... 

domingo, 13 de julio de 2025

Muerte... Death... Mort...

Hace mucho tiempo, y muy tarde en la noche, retornaba a mi casa caminando por una zona desolada de la ciudad; en el camino encontré a un par de personas que estaban al lado de un motorista accidentado: estaban esperando a los bomberos.

Y bueno, fue hace quince años exactamente; no estoy seguro si había visto antes un cadaver -o al menos fuera de una funeraria-; el año pasado estuve departiendo con un ex compañero del bachillerato, media hora antes de que muriera.

Y hace tres o cuatro años estuve con una de las perras de Rb antes de que dejara de respirar; creo que rememoro esto porque la situación doméstica está mera rara: el jueves debo llevar al perro de Rb a que le realicen una cirujía en un párpado, pero también detectaron problemas en la vesícula, por lo que la intervención es de pronóstico reservado.

A ver cómo se resuelve.

El miércoles venimos a casa antes del medio día; cómo ese día depositaron en mi cuenta monetaria el catorceavo salario que recibimos los que trabajamos dentro del régimen laboral más común, aproveché para pagar la cuota anual del colegio profesional, y el segundo semestre de impuesto a la propiedad, por el departamento; el resto de la tarde me la pasé viendo videos de Youtube.

El jueves tocaba ir al mercado del centro histórico, por las frutas de Rb; pero ella había decidido no ir, debido a que ya había adquirido las más numerosas el día anterior; además, habían anunciado bloqueos por una huelga magisterial.

Lo que hicimos fue ir a un centro comercial bastante lejano; en donde adquirimos un poco de bananos; y a una farmacia cerca del mismo, en donde Rb compró un par de las medicinas que le recetaron el día anterior a su perro.

Cuando regresamos Rb consultó su celular para ver el número de pasos que habíamos acumulado: más de diez mil; a las dos de la tarde me dirigí a la casa de mi prima favorita; el tránsito seguía estando bastante tranquilo.

Llegué al lugar sin ninguna novedad; incluso pasé a un McDonald's en el camino: mi prima me había escrito para que pasar a comprarle un menú a su hijo; aduciendo que no estaban aceptando tarjetas como medio de pago.

Estuve en la casa de mi prima por un poco más de dos horas; entre almuerzo -me tocó doble ese día- y café con magdalena de naranja; además puse chess.com en la televisión de la sala y jugamos un par de partidas con el hijo de mi prima.

Algo que me llamó la atención fue que, desde las conversaciones de whatsapp, mi prima había insinuado que no le había caido bien Rb -la visitamos en conjunto el año pasado-; y, mientras estábamos almorzando me lo confirmó; yo nomás agradecí por dejar claro el asunto.

Un poco después de las cinco le comenté a mi prima que me retiraba de su hogar y nos despedimos; el transito de vuelta no estuvo tan pesado y un poco más tarde estaba parqueando el auto frente a la casa de Rb; aún no eran las seis de la tarde.

Aprovechando que aún no había oscurecido le pedí a Rb que me acompañar a a la panadería; quería comprar un poco de pan para los desayunos del fin de semana; el viernes me levanté temprano a preparar el desayuno y, a dferencia de los días anteriores, no retorné a la cama.

Como tenía que salir por la tarde decidí realizar la limpieza de ese día por la mañana; además, acordamos con Rb hacer la rutina de ejercicios antes del mediodía; después almorzamos, lo mismo que el resto de la semana.

A las cuatro de la tarde salí al boulevard a esperar el busito; no tardó mucho en pasar, pero sí se tomó mucho tiempo para llegar a la carretera intermunicipal; y bastante también esperando pasajeros en el lugar.

Total que pasaban de las cinco cuando aún estaba en el centro histórico, esperando una unidad que me llevara hasta el Obelisco; llegué casi a las seis a este lugar y desde allí caminé las quince calles hasta el lugar en el que trabaja uno de los voluntarios de mi antiguo grupo.

Iba a medio camino -ya pasaban de las seis- cuando recibí una llamada de mi amigo, comentándome que aún estaba trabajando -me había dicho que salí entre seis y seis y media-; continué camnando y llegué al lugar como a las seis y veinte.

Mi amigo salió un poco más tarde y caminamos algunas calles hasta el lugar en el que estacionan los trabajadores de la empresa en la que trabaja; le comenté que podíamos pasar a algún lugar que le quedara en el camino, por un café; pero me ofreció que nos dirigiéramos a un lugar cercano a mi ruta.

Lo guié hasta la cafetería que se encuentra del otro lado del comercial en donde se estacionan los busitos; en el lugar compré un par de cappuccinos grandes y un par de porciones de pastel de chocolate.

Nos estuvimos en el lugar un poco más de una hora entre conversación y el consumo de las bebidas y el pastel; ya había pasado más de un año desde nuestra última reunión, y siempre tengo cuidado de que la conversación no derive hacia su postura antivacunas o alguna otra conspiración similar.

Un poco después de las ocho de la noche le indiqué que ya me retiraría; salimos al parqueo, nos despedimos y crucé la calle; comprobé que ya no habían busitos -el último sale usualmente a las siete y media- y abordé uno de los buses intermunicipales.

Me pude apear, afortunadamente, cerca del lugar en el que cruzo la carretera para tomar el boulevard hasta la casa de Rb; también bajó conmigo otro señor y una señora joven; a quien ofrecí acompañar, pues la calle estaba bastante desolada.

La señora se mostró aliviada de mi ofrecimiento; comentándome incluso que a su hijo adolescente lo habían asaltado hacía poco cerca del lugar; caminamos un poco menos de un kilómetro y nos despedimos en la entrada a su colonia; continué solo en el camino y entré a la calle en la que vivo sin ninguna novedad.

Aprovechando que ví la tienda de la esquina aún abierta, pasé a comprar un poco de pan y una bolsa de crema; era lo único que me faltaba para el desayuno del día siguiente: Rb me había confirmado en la tarde que había adquirido un par de tomates, un plátano y un chile pimiento.

El sábado me levanté a las seis menos veinte; mi amigo me había comentado que me confirmaría la hora en que vendría a las seis; medité y empecé a cocinar; a las seis y media recibí el mensaje: vendría a las ocho y veinte.

Puse en pausa la cocina -ya había sofreido el relleno de los omelettes-; hice Duolingo y los tres wordle (éxitos); después volví a la cocina a continuar con la preparación del desayuno.

A la hora indicada mi amigo estacionó su motocicleta frente al auto de Rb; salí a recibirlo -con los perros más grandes-; desayunamos y estuvimos conversando por un poco más de dos horas: acaba de obtener un puesto de supervisor en el call center en el que entró a finales del año pasado.

También sigue haciendo Uber, con lo que nomás logra dormir unas cuatro o cinco horas cada noche; su esposa, mientras tanto, trabaja ahora como editora del periódico digital de la universidad católica más antigua del país.

Le regalé las cinco libras -menos una taza- de harina que había adquirido la última vez que preparé un pastel; él me regaló una taza con filtro para preparar café -planeo regalarsela a alguien más-.

A las diez y media me indicó que se retiraría y salimos a despedirlo, con Rb; después me puse a lavar todo lo que había usado en el deasyuno; lo que había utilizado en la preparación ya estaba en el área de secado del lavatrastos.

El resto de la tarde me la pasé entre lectura -casi terminaba All Fours- y videos cortos de Facebook -realmente debo bajar mi consumo de esto último-; además, me parece que, dormité un rato.

Rb también ha estado bastante inmersa en un juego que ofrece Edge; es una versión de una antigua versión de juegos de granjas que antes ofrecía Facebook; no nos hemos estado comunicando muy bien, pero creo que es porque aún está procesando -guardando luto por anticipado, realmente- la situación de su perro. 

Este día me levanté a meditar a las seis y media; pero luego retorné a la cama; incluso desconecté todas las alarmas; total que me volví a levantar casi a las diez de la mañana; habíamos acordado con Rb en acudir al supermercado a las diez.

Pero, debido a lo tarde, me tomé un poco de tiempo preparando el desayuno de los fines de semana; y fuimos a los supermercados en dirección sur a las once de la mañana; en el más lejano llenamos la mochila/hielera con cuadriles de pollo.

En el otro supermercado compramos una buena cantidad de bananos, y una libra de papas; antes del mediodía terminé de leer All Fours; me quedé pensando si continuar con el libro de Chelsea Manning o con The AI Con; pero luego revisé mi lista de pendiente y decidí continuar con Annie Bot. 

Un poco después del almuerzo -las alitas dominicales de costumbre- me escribió una de las chicas de Cameroon con las que he estado conversando durante el último año -uno de mis más recientes esfuerzos en mejorar en francés-; estuvimos conversando un rato en inglés, español -su interés- y francés -el mío-.

También me envió el contacto de otra chica con las que estaba estudiando español -realmente, creo que obtuvieron su BA en lenguas la semana pasada-; la conversación fue bastante escueta, pero debo seguir encontrando oportunidades de producir en este idioma. 

Y a ver cómo va eso...

miércoles, 9 de julio de 2025

Vacaciones y temblores —y perros—... Vacations and tremors —and dogs—... Vacances et secousses —et chiens—...

Ayer fue mi primer día de vacaciones en el segundo período más largo del año; el anterior fue de cuatro o cinco días, a finales de enero, para acudir a la inducción anual como traductor para el grupo de misioneros religiosos que vienen a conocer a quienes reciben su ayuda -y con quienes participé el año pasado-.

Y había previsto este período para acudir por segunda vez a realizar este tipo de trabajo voluntario; pero, debido a los desfases en los horarios y las fechas que surgieron por trabajar un mes en paralelo; tuve que declinar la oportunidad.

Pero como ya había ingresado esas fechas en nuestra programación anual -igual, como que el supervisor actual no le da mucha importancia al documento- decidí tomar los diez días que había previsto; empezando el ocho y retornando a trabajar el veintidos del mes.

El lunes le escribí a mi ex compañero de pasillo que trabaja -y reside- desde hace unos años en el estado de la estrella solitaria, en el imperio del norte; amablemente volvió a ayudarme a transferir los cien dólares que usualmente le envío a mi hija por su cumpleaños y navidad.

El martes me levanté a la misma hora -seis y media-, medité, resolví los tres wordle y me volví a acostar; no puse ninguna alarma pero, un poco después de las ocho y media, volví -otra vez- a padecer un episodio de parálisis de sueño.

Me costó bastante pasar al estado de vigilia; pero, afortunadamente, finalmente pude despertarme; Rb ya estaba en la preparación de su desayuno -eran casi las nueve- por lo que preparé -como había previsto- un poco de café; del cual compartí un poco.

A las nueve y media nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; como había planeado almorzar con mi amigo poeta, Rb me había pedido que realizáramos las compras del día por la mañana, así ella no tendría que salir por la tarde.

Caminamos hasta la altura del supermercado más lejano; luego, en el otro supermercado, compramos un poco de bananos; después retornamos a casa; era un poco temprano, pues había planificado salir a las once -esperaba que hora y media fuera suficiente para llegar a la zona financiera de la ciudad-.

Un poco antes de las once tomé una ducha, metí en la mochila la última de las bolsitas de café colombiano que me quedaban -y un paquete de incienso- y me dirigí a tomar el busito; el cual tardó un poco en pasar, pero antes de las once y media ya estaba en la estación del transmetro.

En el centro histórico transbordé de unidad y a las once y cuarto estaba llegando a la misma estación en la que me apeé el viernes último; luego caminé hasta el lugar en el que habíamos acordado reunirnos con mi amigo.

Llegué al lugar -uno de los edificios más antiguos de la ciudad- con cinco minutos de anticipación; pero ya estaba mi amigo -y su bicicleta- esperándome; nos dirigimos a un comedor cercano.

Mi amigo tuvo la gentileza de hacerse cargo de la cuenta -fueron dos almuerzos caseros- y estuvimos en el lugar un poco más de una hora; entre conversación y almuerzo, la primera enfocada en los últimos acontecimientos de la vida de ambos, los libros en curso, y hasta un par de temas un poco delicados: futbol, política y el sentido de la vida.

A la una y media nos retiramos del lugar -habíamos aprovechado la pausa del almuerzo en el trabajo de mi amigo- y, luego, en el mismo lugar donde nos habíamos encontrado, nos despedimos.

Faltaban dos horas para mi siguiente reunión: a las tres y media había programado encontrar a la psicóloga, hermana de mi doctor personal; en un centro cultural del centro histórico; el viaje en transmetro no me llevaría más de media hora.

Por lo que decidí realizar el trayecto a pie; la distancia -según google- es de cuatro kilómetros y medio, y el tiempo estimado para un caminante es de una hora y seis minutos; hice el recorrido a un ritmo bastante tranquilo, incluso pasé a una estacińo del transmetro a depositar diez quetzales en la tarjeta del servicio.

Llegué al centro histórico un poco antes de las tres; pero no me dirigí directamente al lugar en donde encontraría a mi amiga; pasé a la biblioteca del centro cultural de España -pasamos mucho tiempo allí cuando mis hijos iban creciendo-; y estaba en este lugar leyendo una revista cultural cuando la tierra empezó a temblar -y las columnas a crujir-.

La verdad es que este tipo de incidentes no me afectan mucho -algunas personas sí se ponen nerviosas; incluso mi vecino de mesa notó los movimientos y se mostró algo ansioso-; yo seguí leyendo otro rato y, luego, me dirigí a mi destino final.

Llegué al sitio con un poco de anticipación y me senté en una mesa en el patio central del lugar; esta es una casa antigua convertida en centro cultural; hay varias salas para exposiciones o clases y tres o cuatro locales comerciales.

Un joven salió de uno de los comercios -una cervecería- a ofrecer su producto; pero le indiqué que esperaba a alguien más; y que, además, había llegado por el café del lugar -aquí es donde mi amigo y su esposo chileno iniciaron su aventura empresarial-, pero este estaba cerrado.

Mi amiga llegó con unos minutos de retraso -me había escrito un poco antes para comentarme que estaba pidiendo una moto para llegar al lugar-; y nos estuvimos unos minutos conversando en el lugar; en donde sentimos el segundo -y mucho más fuerte- temblor de la tarde.

De hecho se escucharon varias alarmas en las cercanías -al parecer en el centro histórico hay alarmas sísmicas-; igual, no le dimos mucha importancia; aunque vimos que una señora -la del comercial que ofrece comida- se retiraba del lugar.

Como mi amiga no había almorzado preguntamos al chico de la cervecería si ofrecía alimentos; pero resultó que no; que la única opción acababa de esfumarce, con el retiro de la señora después del segundo temblor.

Entonces decidimos movernos a otro lugar -en el centro hay muchos sitios para comer-; por lo que empezamos a caminar hacia una de las avenidas más centrales; en el camino vimos a varios grupos de personas que habían sido retiradas de su lugar de trabajo, debido a los temblores.

Mi amiga decidió almorzar en el Burger King más cercano y hacia allí nos dirigimos; ella también fue bastante gentil de invitarme a una bebida shake y un pastelito; y con ella estuvimos en ese lugar un poco más de dos horas; entre almuerzo/refacción y conversación.

Los temas fueron, otra vez, los últimos acontecimientos en la vida de ambos; libros en progreso, pero incluso traramos temas un poco más escabrosos: las drogas alucinógenas, el suicidio, el dolor y la eutanasia; estuvo bastante interesante; aunque al final me sentí agotado anímicamente.

Cuando estábamos en el lugar mi amiga recibió una llamada de una tía, inquiriendo sobre su situación, debido a que seguían las réplicas de los temblores; yo también recibí una llamada de Rb, pero nomás le comenté que andaba por el centro y que aún no retornaría a casa.

A las cinco salimos del lugar y empezamos a caminar en dirección al departamento de mi amiga: el plan era que yo tomara el transmetro en una estación a mitad del recorrido, mientras ella continuaba hasta su casa; casi a punto de abordar el transporte recibí otra llamada de Rb.

Me actualizó sobre la situación general -hubo varios derrumbes en la ciudad y en algunos departamentos aledaños-; casualmente, con mi amiga, íbamos caminando por una calle aledaña al Palacio Nacional, y las alarmas sísmicas estaban sonando casi continuamente.

A las cinco y media abordé el Transmetro; el tránsito estaba bastante pesado y salir del centro histórico llevó bastante tiempo; pero el periférico estaba, sorprendentemente, bastante ligero; un poco más tarde estaba apeándome en la última estación.

Desde allí caminé hasta el comercial en donde se estacionan los busitos; pasaban de las siete pero me recordé que la última unidad de estos inicia su recorrido después de esa hora; al final lo abordé a las siete y cuarto; y el viaje comenzó a las siete y media.

Creo que por la hora el tránsito estaba batante fluido; a las siete y media estaba entrando en la cassa de Rb; ella estaba bastante afectada por haber estado pendiente de todas las noticias -incluso había instalado la app de las alarmas sísmicas- pero se mostró aliviada de que ya estuviera en casa.

Cené -un poco de papaya, un poco de mango, un banano y una galleta soda con mayonesa- y, después de hacer un poco de Duolingo, empecé a ver una película de acción/comedia, con Cena, Idris Elba y Priyanka Chopra.

Antes de dormir -y de acuerdo a las recomendaciones de muchos grupos locales- Rb preparó la famosa mochila de las setenta y dos horas -seguían las réplicas- con algunos implementos para ella, sus perros, y un poco para mí.

Hoy, afortunadamente, nos despertamos sin mucha novedad; mi alarma sonó a las seis y media y me levanté a meditar; luego resolví -hoy sí los tres- los wordle en Inglés, Francés y Portugués; después me volví a dormir otro rato.

Aunque unos días antes habíamos convenido con Rb de lelvar a su perro a una clínica veterinaria que está en uno de los otros extremos de la ciudad, antes de dormirnos habíamos acordado ver cómo estaba el día antes de salir: el presidente había decretado un día de teletrabajo, por los últimos acontecimientos.

Al igual que el día anterior, en mi segundo día de vacaciones no puse la alarma para iniciar mis actividades; o creo que si la programé para las nueve, pero la apagué sin levantarme; pero Rb entró a la habitación un poco después de las nueve.

Desayunamos y, al ver que no había muchas novedades, decidimos llevar al perro a la clínica: ha tenido, desde hace varios meses, algunas protuberancias en el cuerpo; las mismas son, al parecer, producto de la edad -la más anciana también tiene-; pero, una de las mismas empezó a crecer sobre uno de los párpados.

Debido a esto fue que estuvimos llevándolo a una clínica cercana hace unos meses -durante varias semanas me tocó que escaparme un poco antes del trabajo los martes-; en este lugar le estuvieron aplicando hidrógeno líquido para reducir el tamaño de la protuberancia.

Además, le habían indicado que, por el lugar en el que se encontraba, era impracticable una operación; que había una gran probabilidad de que el perro perdiera el ojo; pero la clínica de este día tiene a uno de los únicos oftalmólogos caninos del país. 

Rb le puso el arnés al perro y yo me llevé la tablet, para leer un poco; el tránsito no estuvo muy fuerte -¿quizá por el régimen decretado la noche anterior?- y no nos tocó que detenernos en ninguna parte del camino; un poco menos de una hora más tarde estaba estacionánome fuera de la clínica.

A este lugar acudimos en varias ocasiones durante la pandemia: la perra más anciana dejó de producir lágrimas y en este lugar las estuvieron tratando, y luego medicando, para diminuir la producción de legañas.

Pero nunca había entrado: es una clínica de lujo; con una amplia sala de espera -con múltimples asientos humano/perro- y con todo un equipo de personal médico para atender a las mascotas del sector más pudiente de la población.

Mientras Rb entraba con su perro a la consulta aproveché para hacer un par de lecciones de Duolingo -tan pronto como Rb cambió de aparato telefónico, configuré el hotspot personal para conectar mi teléfono al mismo-; y luego nomás estuve esperando que salieran.

Lo cual fue bastante tardado: además del reconocimiento general, le extrajeron una muestra de sangre; por lo que tuvimos que esperar al resultado; en el ínterin Rb me comentó que el diagnóstico era preocupante; posiblemente cáncer.

Cuando la veterinaria salió con los resultados, estuvieron conversando con Rb sobre los posibles cursos de acción; pero, además, le comentó que algunos valores de los exámenes indicaron posibles complicaciones internas: la vesícula y el hígado; también le examinaron los pulmones, para sopesar los riesgos de la anestesia.

Total que volvieron a examinar al perro; y, después de otra gran espera, la veterinaria programó la intervención para el próximo jueves; que hay que llevar al perro a primeras horas de la mañana -en ayunas-, lo evaluarán, decidirán si habrá operación o si nomás le darán otro tratamiento.

Afortunadamente estaré aún de vaciones; con lo que me ofrecí para hacerme cargo del transporte del mismo; lo que no esperaba es que, quizá, me tocará hacerlo solo: el viaje interfiere con los horarios de alimentación de las otras dos perras.

Y a ver cómo va eso... 

lunes, 7 de julio de 2025

El tercer mundo... The Third world... Le Tiers Monde...

Positivamente sé que los apagones no son exclusivos de esta región mágica del planeta; pero, los que son sin 'causa aparente' o 'razón justificada' han estado -y estarán- a la orden del día en las naciones subdesarrolladas.

Aunque, para ser sincero, a nosotros no nos va tan mal; o al menos, no nos va tan mal por esta época; según recuerdo -me parece que por mi época universitaria- existió un tiempo de racionamientos: a horas previamente establecidas se iba dejando sin corriente eléctrica a sectores específicos del país.

Pero, por alguna razón, eso ha quedado atrás -al menos por ahora-; las interrupciones eléctricas no son raras; afortunadamente no son tampoco muy extensas: cada varias semanas -o meses- el servicio eléctrico es interrumpido, pero la duración de la pausa es mínima.

Hasta anoche: un poco después de las siete nos quedamos sin energía eléctrica; como siempre, Rb se puso al teléfono para reportar el fallo -y ver de cuánto tiempo se trataría la interrupcion-; pero le fue imposible comunicarse con la compañía.

Y al parecer el fallo fue bastante extenso; incluso el servicio de internet -me imagino que algún punto de levantado de señal también murió- estaba fallando: al principio, ni siquiera twitter estaba reportando el problema; luego sí fue evidente que cubrió una gran parte de la ciudad.

Yo había salido a la calle a ver si el fallo era general y, efectivamente, las calles se veían oscuras en ambas direcciones del boulevard; al final la luz retornó más de dos horas más tarde; nomás nos tocó ajustar el nivel de enfriamiento de la refri: cada vez que se reinicia se coloca al medio, mientras nosotros utilizamos el mínimo; y el reloj del microondas.

Las delicias de vivir en el tercer mundo.

El viernes por la tarde probamos la nueva rutina de ejercicios que preparé para los miércoles: tomé el video anterior -cuarenta minutos-, le agregué el de veinte minutos de abdominales que Rb completó a media semana y le corté un par de las rutinas anteriores; al final quedó de cincuenta y dos minutos.

El sábado me levanté a las seis de la mañana; medité, ví los wordle de tres idiomas -sigo fallando casi todos los días en portugués- y después me vestí: había quedado de reunirme con mi amigo asiático a las siete de la mañana.

Llegué al restaurante en el que usualmente invito a mis amigos a desayunar con un par de minutos de anticipación; le envié un mensaje a mi amigo y  me senté en el área de espera; él llegó un poco más tarde.

Estuvimos en el lugar un poco más de un par de horas; entre desayuno, conversación y una pequeña partida de ajedrez -la que se negó a continuar jugando, aduciendo distracciones del ambiente-; también compré un par de pasteles: él cumplió años durante el mes.

A las diez le indiqué que me retiraría del lugar y nos despedimos; le escribí a Rb para comentarle que ya estaba en camino; el tránsito estaba bastante ligero y un poco más tarde estaba parqueándo el auto frente a la casa.

Por la tarde acudimos a los supermercados en dirección sur; aunque Rb no quería salir nos estaban faltando bananos para los desayunos de los días siguientes; también compré un paquete de pan tostado, pues al día siguiente me reuniría con mi amigo voluntario.

El domingo en la mañana fuimos al supermercado en el que adquirimos artículos en grandes cantidades; un par de días antes le había comentado a mis hijos para ver si querían que les proveyera de algo; me pidieron un fardo de papel higiénico.

En el viaje de ida pasamos a una gasolinera: el tanque de combustible estaba por debajo de la mitad; y las dos llantas traseras andaban bastante bajas -creo que tendremos que suustituir ambas muy pronto-; luego nos dirigimos al supermercado.

No acudimos a la sucursal de costumbre -la del periférico- sino a la que está en este municipio; yo siento que es más pequeña que la otra, pero igual, usualmente encontramos los mismos artículos.

Nos proveimos de un paquete de jugos para la refacción que planeamos ofrecerle -igual que el año pasado- al grupo de personas que se encargan del servicio de extracción de basura; también compré una caja de galletas con las que ceno; Rb compró varios paquetes de las nueces que consume diariamente.

En el almuerzo consumimos el resto del pollo agridulce que habíamos preparado el día anterior; después del almuerzo -y de sacar a caminar a los perros- me puse a cortar las verduras para el almuerzo de la semana: papas, guisquil y zanahorias en cubos; culantro finamente picado; ajo machacado.

A las tres menos cuarto tomé el automóvil y me dirigí a la casa del voluntario que vive en la colonia donde mis hijos crecieron; casi no había tráfico por lo que llegué un minuto antes de la hora prevista.

Me bajé del auto y toqué el portón; mi amigo no salió en el acto; pero gritó indicando que bajaría en un momento; de acuerdo a lo que habíamos previsto, nos dirigimos a la sucursal más cercana de la cafetería en la que había desayunado el día anterior.

En el lugar compré un par de cappuccinos y un par de porciones de pastel de fresas con crema; y estuvimos en el lugar un par de horas, entre conversación -me mostró el diálogo en whatsapp en el que yo le había indicado que nuestra reunión sería el día anterior-; por lo que me disculpé profusamente.

También jugamos una larga partida de ajedrez; aunque mi amigo no sabe todos los movimientos; como el enroque y sus condiciones, o comer al paso; la partida estuvo interesante y terminamos -traté bastante- en tablas.

A las cinco le indiqué que lo pasaría a dejar a su casa y abordamos el automóvil; luego inicié el camino de retorno; lo cual estuvo algo extraño pues una o dos calles adelante acababa de ocurrir un accidente de grandes proporciones -se veían grandes nubes de humo-.

Tomé una vía alternativa para no pasar por el lugar y, afortunadamente, pude continuar mi camino sin ninguna complicación; por la noche estuve leyendo un poco del libro de tecnología: The Phoenix Project; está muy bueno.

Y a ver cómo sigue eso... 

 

 

viernes, 4 de julio de 2025

Semana corta -y algo ocupada-... Short week -and somewhat busy-... La semaine courte -et assez occupée-...

El domingo por la mañana acudimos a la tienda verde de descuentos: Rb me había comentado que necesitaba algunos artículos del lugar; ya en el mismo compró un rotulador permanente negro y media docena de cajas de fósforos -yo compré un pingüino de crochet, para regalárselo a alguna de mis amigas-.

El lunes era un día de asueto por acá: se celebra alguna fundación del glorioso cuerpo armado -el que nunca ha estado en una guerra, y que, durante los últimos tiempos, ha servido para la protección de grupos al margen de la ley-; ese día fue completamente interno; nomás salimos después del almuerzo por la caminata de los perros.

El martes fue el primer día de Julio; como todos los principios de mes me apresuré a transferir los treinta y cinco dólares -la mitad de mi contribución a los gastos mensuales- a la cuenta de Rb; también a pagar el mantenimiento del apartamento de mis hijos; y los cien dólares para la compra de acciones de la empresa en la que trabaja mi hijo.

Quien me había escrito un par de días antes, para pedirme la división de su cuota mensual (de ciento cincuenta dólares) pues le habían pagado antes de lo esperado, lo que había desbalanceado su presupuesto -o sea, les falta planificación a mis hijos-.

Ese día había planeado reunirme con el excompañero de mi primer trabajo como profesional; a quién reencontré hace unos meses; por esto le pedí a Rb que salieramos más temprano, en nuestra visita a los supermercados en dirección sur.

Caminamos hasta el mas lejano; pero no encontramos allí nada de lo que necesitábamos; en el que queda a medio camino compramos un poco de pollo, unas lechugas, unas galletas, y los bananos con los que desayunamos -y cenamos- todos los días.

Cuando regresé a casa esperé a que fueran las cinco y media para llamar a mi amigo -ya me había cancelado en otro par de ocasiones-; y no respondió ni a mis mensajes de whatsapp ni a una llamada telefónica; por lo que procedí a marcarlo en rojo en mi calendario anual.

Pero, treinta o cuarenta minutos más tarde, me devolvió la llamada; comentándome que había visto que había intentado contactarlo; pero que acababa de empezar a trabajar y se le estaba dificultando la coordinación de los horarios -de hecho, eran casi las seis y aún estaba en su oficina-.

Al final me dijo que me iba a llamar el jueves o el viernes, para ver si podíamos reunirnos por la tarde; y hoy es viernes; pero tampoco esperaba que mantuviera sus buenas intenciones: ha tenido una inestabilidad laboral bastante preocupante, durante los últimos años.

El miércoles estuvo bastante ocupado el día: desde la mañana recibimos instrucciones bastante precisas de nuestro lead, sobre algunas tareas que debíamos completar antes de la reunión del mediodía.

Con Rb habíamos acordado hacer la rutina de ejercicios a las once de la mañana: planeamos salir de casa ese día a las tres y media para acudir a un conversatorio con tres de los caricaturistas más conocidos de nuestro medio -quienes llevan décadas publicando en los periódicos actuales o extintos-.

Pero, debido a la carga laboral del día, me disculpé con Rb pues tenía que presentar algunos resultados al mediodía; por lo que me encerré en mi habitación, mientras Rb realizaba una rutina de ejercicios completamente nueva, en la sala.

Al final ni siquiera pude avanzar mucho en la asignación recibida ese día; y en la reunión del mediodía tampoco se aclaró mucho la expectativa de la tarea, o los resultados esperados; al menos nos sirvió para considerar la actualización de las rutinas de ejercicios semanales.

A las tres y media nos dirigimos a uno de los lugares en donde se realizan conciertos o eventos multitudinarios: la feria del libro de la ciudad había comenzado allí unos días antes; por la hora el tráfico estaba bastante fluido por lo que llegamos al lugar con casi una hora de anticipación.

El evento estaba programado para las cinco de la tarde; aprovechando que llegamos bastante temprano realizamos un recorrido por los stands; que la verdad no me atraían: tengo varios años leyendo exclusivamente en formato digital.

Pero me recordé un poco de las ocasiones -varias- en las que acudí al lugar con mis hijos; primero estaban bastante pequeños -y mi situación económica era bastante precaria- y nomás aprovechábamos los libros o material sin costo -y las actividades similares-.

En las últimas ocasiones -ya entrando la mayor en la adolescencia, creo- fue mejorando mi mi comodidad y lleguamos a adquirir uno o varios libros para cada uno de mis chicos; en alguna ocasión fue: Me, Earl and the Dying girl.

A las cinco acudimos al salón; en donde el director de la publicación popular de la universidad católica más antigua del país entrevistó a los tres caricaturistas más conocidos: Fo, Filóchofo y Pablo Piloña; este último había invitado -por twitter- a Rb unos días antes.

Y es que hace casi una década esta persona había realizado un par de caricaturas de los perros de Rb; de hecho creo que nos reunimos en esas ocasiones en algún lugar del centro histórico para la entrega de los encargos.

La actividad estuvo interesante; los primeros dos artistas estudiaron arquitectura -ignoro si se graduaron- y el último estudió -me parece- diseño gráfico; y, por supuesto, reflejaron la precariedad y riesgos de dedicarse a esa profesión en nuestro medio.

A las cinco terminó la actividad y, luego de pagar el parqueo (cuatro dólares!!) nos retiramos del lugar; la salida estuvo bastante complicada pues había una doble fila de autos tapando el parqueo: esperaban entrar a un restaurante para terminar de ver el partido de la selección (perdió, 2-1 contra el equipo del imperio del norte).

Luego de superar ese obstáculo nos metimos al periférico; en donde el tránsito estaba fluyendo con bastante libertad; y, un poco después, estábamos entrando en casa; de hecho nos saltamos la última resolución del día: pasar a llenar el tanque de gasolina; anda a la mitad, pero acostumbramos no dejar que se vacíe tanto.

El jueves me quedé trabajando en la cama hasta las nueve de la mañana; empecé, como casi todos los días, a las seis y media: meditación y wordle en inglés, francés y portugués; había roto la racha de inglés un par de días antes, la de francés y la de portugués ese día; me siguen costando las palabras en este último idioma.

Rb salió un poco después de las nueve hacia el mercado del centro histórico y yo salí de la habitación a prepararme el desayuno; habíamos previsto una reunión con todo el equipo local (siete personas) para ultimar los detalles de la presentación del día siguiente.

La reunión la realizamos entre once y doce del mediodía; el script de la misma se había definido el viernes anterior -en la reunión a la que olvidé asistir, debido a la rutina de ejercicios- y nomás repasamos algunos detalles sobre el contenido de los puntos a exponer.

Por la tarde acudimos a los supermercados en dirección norte; el tiempo ha seguido lluvioso; aunque menos que la semana anterior; y ya se está perfilando lo duro que será la canícula -las caminatas del mediodía, con los perros, han empezado a sentirse bastante calurosas-.

El viernes me levanté a las seis y media; como era asueto en el imperio del norte -celebran su (esa sí es verdadera) independencia- se había cancelado la reunión de las siete de la mañana; después de meditar resolví los wordle en inglés (noventa y dos por ciento de aciertos, cuatro días de racha), francés (noventa y dos por ciento de aciertos, dos días de racha) y portugués (sesenta y uno por ciento de aciertos, cero días de racha).

Después me bañé, metí unos cubos de rubik en mi mochila y entré a despedirme de Rb: tenía reunión de nueve a once en uno de los restaurantes mejicanos más famosos de la ciudad; salí a las siete y media y, un poco después, tomé el busito que lleva hasta la estación del Transmetro más cercana.

La unidad hacia el centro pasó bastante rápido y no muy llena; creí que llegaría con media hora de anticipación al lugar en el cual nos había citado la supervisora; pero, la segunda unidad tardó más de media hora en pasar; e iba super llena.

Total que me apeé en la estación que queda a cuatro o cinco cuadras del restaurante casi a la hora en que debía iniciar la reunión; corrí un par de cuadras y llegué a donde creí que se ubicaba el restaurante; pero no, estaba del otro lado de la plazuela.

Finalmente llegué al lugar con cinco minutos de retraso; afortunadamente no había llegado ni la cuarta parte de los convocados -al final llegamos nomás como la mitad de los mismos: catorce personas-; y me senté en una mesa en la que nomás se había ubicado una de las últimas personas contratadas.

En la otra mesa había seis o siete compañeros -incluida mi supervisora-; pero, a diferencia de la última reunión, en la que me porté bastante apartado del grupo, ahora inicié una conversación, bastante animada, con la compañerita con quien me senté; un poco después llegó la PM que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad.

Al final en nuestra mesa había siete u ocho personas y tuve mucho cuidado de no tomar mi actitud natural: callado y apartado; nos sirvieron un desayuno bastante escueto: café, jugo de naranja, un coctel de frutas y un desayuno consistente de tres tacos de huevos y frijoles.

En medio del desayuno nuestra jefa presentó los resultados del último trimestre, así como las expectativas para el siguiente: entre estos últimos destacó el proyecto que presentó el más brillante de mis compañeros -y en el que, amablemente, me incluyó como proponente-.

Después nos tocó realizar la presentación en la que habíamos estado trabajando los últimos viernes: el compañero que menos bien me cae presentó una introducción sobre la herramienta a la que le damos soporte; luego yo hablé un poco sobre la estructura del equipo.

Tenía tres minutos para explicar cómo está constituido el equipo -tanto local como en el imperio del norte- pero, como nomás eran un par de organigramas, empecé con un poco de historia sobre la empresa -fundada en dos mil diecisiete- y la empresa de la cual salió (fundada en mil novecientos seis).

Me dí por satisfecho con mi presentación -creo que tardé un poco más del tiempo previsto- y le cedí la palabra al compañero que vive en los linderos de la ciudad colonial (justo en el pueblo en el que creció mi padre); y allí la cosa se complicó.

La página que se estaba usando para la presentación dejó de funcionar; en mi presentación utilicé un par de imágenes; en el resto de la misma se utilizaron diagramas; y había algún problema con el código con el que estos se habían definido (al final resultó que el problema era que se necesitaba conección a internet).

La presentación fue -con la salvedad del problema descrito- un éxito: finalmente se pudo reparar la presentación y mi compañero presento los flujos de trabajo; luego otro Dev presentó la estructura de la herramienta; y, finalmente, el Dev que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad presentó los avances que hemos realizado.

Para esto último se utilizaron dummies de vehículos y, al final, se repartieron tarjetas de información de los logros, calcomanías representando algunos elementos con los que trabajamos, y los carritos que nuestro amigo de la ciudad colonial preparó con cartón.

La reunión terminó un poco antes del mediodía y, aprovechando que el compañero de la ciudad colonial, podía tomar una ruta que me convenía, abordé su automóvil para dirigirme a mi casa; el tránsito estaba bastante ligero y nomás tuve que irlo guiando por las mejores rutas para entrar al municipio.

A las doce y media me apeé del vehículo de mi compañero de trabajo y empecé a caminar hacia la casa de Rb; previendo alguna confusión con las horas y el almuerzo la llamé para comentarle que en veinte minutos o así estaría llegando a casa; lo que fue un cálculo bastante aproximado de la duración de la caminata.