domingo, 20 de julio de 2025

Las vacaciones (segundas de 2025)... Vacations (second of 2025)... Les vacances (deuxièmes de 2025)...

Estoy casi llegando al final de mi segundo periodo de vacaciones -largas- del presente año; el primero lo tomé a finales de febrero, y lo utilicé para acudir a la inducción para acompañar a grupos de misioneros del Imperio.

Se suponía que este periodo lo utilizaría para atender a una de estas visitas; pero, muchas veces, las cosas no salen como uno espera: como había empezado a realizar otras tareas en paralelo; y aún no tenía claro hasta cuantos meses estaría así, decliné la invitación para participar en dicha jornada.

Y, como ya tenía programados estos días en el calendario general de vacaciones, decidí que, aunque no tendría ocupaciones específicas, podría utilizar este tiempo para ver a algunos amigos a los que no puedo ver en los días en los que usualmente programo mis desayunos.

Y al menos pude ver a dos o tres de estos: mi amigo escritor que se mueve en la ciudad en bicicleta, mi amigo publicista que tiene jornadas maratónicas de trabajo -lo comprendo, con una hija adolescente y la otra entrando a la escuela primaria; y, por casualidad, el amigo que me refirió al lugar en el que organicé diálogos socráticos hace un par de años.

También, cómo no, he leído bastante; lo bueno de esto es que tengo una lista bastante extensa en cada una de las cinco -o seis- líneas de lectura que he mantenido por varios años; y, aunque no llegaré a la misma cantidad de libros que el año pasado, creo que es una de las actividades que más me agradan.

Y a ver cómo sigue eso...

El miércoles era el día de mis vacaciones que había reservado para ver al amigo de la facultad que encontré en la celebración de los veinticinco años de vida profesional: trabaja en el estado, en unas instalaciones cerca del comercial en donde se estacionan los busitos.

El reencuentro con mi amigo fue bastante emotivo: tenía más de veinte años de no verlo; y la última vez nomás nos habíamos saludado de pasada -creo que aún tenía solo a mis dos hijas mayores-; y en la facultad había amanecido varias veces, programando, en su casa.

Después de intercambiar números en la actividad del colegio profesional había continuado la comunicación por whatsapp; y, como trabaja el fin de semana en una universidad privada, habíamos acordado de reunirnos para almorzar en un lugar cerca de su trabajo normal.

La verdad es que trato de aprovechar las oportunidades para expander -aunque sea un poco- mi círculo social: después de esa actividad, a principios de abril, en la que también encontré a un ex compañero con el que había trabajado treinta años antes, me reuní con otro compañero en común, y con este, en dos distintas ocasiones.

Pero había dejado al tiempo organizar el almuerzo con el primero de mis amigos; él me había pedido que le avisara con al menos un par de días de anticipación, y yo había esperado utilizar uno de los dos jueves al mes que me veo obligado a descansar.

En fin, había previsto que nos reunieramos el miércoles de mi segunda semana de vacaciones; pero, al escribirle el lunes, me comentó que estaba acudiendo durante la semana a algunas reuniones de trabajo a una de las zonas más acaudaladas de la ciudad.

Entonces le propuse que nos reuniéramos el próximo lunes -mi último día de vacaciones- y estuvo de acuerdo; la semana anterior le había indicado a Rb que no almorzaría ese día en casa; y luego me tocó que decirle que ya no iba a salir.

Pero, pensando un poco en mis compromisos pendientes, recordé que desde hace más de dos años había estado tratando de coordinar una reunión con uno de mis antiguos conocidos del grupo de voluntarios en el que pasé más de diez años.

Esta persona, poeta y profesor universitario de publicidad, había acudido -hace más de diez años- a una casa de meditación de la cual le proporcioné la información; luego, cuatro o cinco años más tarde, conoció a mi hija mayor, cuando ella entró al grupo de voluntarios en el que ambos estábamos.

Y, hace dos años, me refirió con la directora de la biblioteca en la cual organicé -por varios meses- diálogos filosóficos -en realidad fueron una excusa para ver a mis hijos más frecuentemente-; y desde ese tiempo tenía pendiente convidarlo a alguna comida.

Le escribí el lunes para indagar sobre la ubicación de su oficina y me comentó que trabajaba en el mismo edificio donde vive mi supervisora; y que podríamos reunirnos a la una de la tarde, para almorzar en un comedor cercano al lugar.

Total que el miércoles, a las once y media, me despedí de Rb y me dirigí, caminando hasta el lugar en el que tomamos el bus intermunicipal: el día anterior habían pagado el bono de medio año y el tránsito había aumentado considerablemente en el boulevard.

La decisión de caminar, en lugar de esperar un busito, fue la mejor: en la caminata de veinte minutos no ví ninguno de estos; el bus intermunicipal me llevó hasta un par de cuadras antes de la estación del Transmetro y de allí tomé una unidad hacia el centro histórico.

Llegué a la estación junto al mercado en donde Rb realiza sus compras semanales y, desde allí, caminé durante menos de quince minutos hasta el edificio en el que trabaja mi amigo; llegué con un buen tiempo de antelación y le envié un mensaje para notificarlo.

Mi amigo respondió que estaba terminando una reunión y, diez minutos más tarde de la hora acordada, me envió otro mensaje, indicando que estaba bajando; el encuentro fue algo raro: tenía más de diez años de no verlo y, la verdad, lo encontré bastante cambiado, quien sabe si el sentimiento fue mutuo.

Después nos dirigimos a un comedor cercano, en donde ordenamos un par de almuerzos de estilo casero; mi amigo llevaba un ejemplar del libro de poemas que publcó recientemente -me había comentado que me llevaría una copia, si estaba interesado- y nos pusimos al día de nuestra última década.

Fue un almuerzo bastante tranquilo, cubrí la cuenta -ocho dólares- y, además, adquirí el ejemplar del poemario - doce dólares-: al igual que el libro que le compré a mi otro amigo escritor, hace un par de años, nomás planeo arrancar la página con la dedicatoria personal y regalárselo a alguna amiga.

Nos despedimos un poco después de las dos de la tarde y caminé un par de kilómetros hasta la estación en la que inicia la ruta del Transmetro que pasa por el comercial en donde se estacionan los busitos; vine bastante temprano a casa.

Un poco más tarde mi amigo me compartió la publicación de Instagram con el par de selfies que tomó al final de nuestra reunión: yo mostrando el libro que le había comprado, y él sosteniendo -editado- el paquete de incienso -el último de la caja- que le había llevado como regalo.

El jueves era el día de la semana que había estado temiendo: Rb me había pedido que llevara a su perro a la clínica en donde lo anestesiarían para extirparle un bulto que le había estado creciendo sobre un párpado.

El plan era que fuera solo porque debía estar allí a las ocho de la mañana y Rb le da de comer a sus tres perros a las ocho y cuarenta y cinco: con el tránsito de la ciudad era imposible retornar antes de esa hora.

Además, debían de extraerle una muestra de sangre para evaluar sus niveles de algo antes de proceder a la operación; así que había que esperar los resultados antes de poderse retirar de la clínica.

Total que me levanté a las cinco menos veinte para poder meditar diecinueve minutos y salir de casa a las cinco y media: el lunes que había caminado hasta el bus intermunicipal a las seis y veinte me dí cuenta del nivel de tránsito en el boulevard, estaba detenido.

A las cinco y cuarto salí de mi habitación y Rb le puso el arnés al perro; a las cinco y media inicié la conducción hacia uno de los extremos opuestos de la ciudad, en donde se encuentra la clínica veterinaria especializada en oftalmología.

La salida del municipio no estuvo tan mal -nomás me detuve un rato en el carril reversible que pasa bajo el paso a desnivel de la entrada al boulevard- y en el resto del trayecto no hubo ninguna otra parálisis en el flujo de los automotores.

Había considerado pasar a un Mc Donald's a comprar un desayuno pero desistí de ello: el perro estaba en ayunas por la operación y me pareció un poco cruel ponerme a comer -con lo escandaloso que es el olor de la comida rápida- dentro del auto.

Llegamos a la clínica un poco antes de las seis y media; me quedaba una hora y media de espera antes de que empezaran a atender, pero había contado con esa espera; bajé al perro del auto y lo llevé a caminar por la colonia -llevaba un par de bolsas de plástico, para los desechos- para facilitar la espera.

La zona en la que se encuentra la clínica es uno de los sectores históricos con mejores construcciones de la ciudad; la mayor parte de colonias son cerradas, pero el camino en común es bastante tranquilo -y seguro-.

Caminamos durante quince minutos -casi al inicio de la caminata el perro se había aliviado en un área verde, por lo que me tocó que hacer una gran parte del camino con una bolsa con excrementos-, cruzándonos con algunas otras personas con sus mascotas.

Luego hicimos el trayecto en el sentido inverso; cuando retornamos al auto era un poco más tarde de las siete de la mañana; estuvimos un rato en el auto -el perro estaba jadeando y no estaba seguro si era por la caminata o por los cambios en el día- y luego lo bajé a realizar otra caminata.

Aunque la segunda fue en el sentido contrario -cerca de la carretera principal- y fue mucho más corta: quizá unas tres o cuatro calles, y quince o veinte minutos; después retornamos a la clínica a esperar a que la abrieran.

Un poco antes de las ocho otro automóvil se parqueo y una señora bajó a un perro bastante grande -o al menos parecía bastante viejo-; un poco más tarde llegó una muchacha con un perro bastante alto.

A las ocho abrieron la clínica y, por estar en el primer lugar, pasé a recepción y le mostré a la recepcionista la nota que me había dado Rb con los detalles de la consulta; y me dieron una hoja de autorización de cirugía.

Básicamente descargaba de responsabilidad a la clínica por los accidentes que pudieran suceder durante la intervención quirúrgica al animal: algo de que la anestesia no era completamente segura debido a las características de cada animal.

Luego salió la doctora y se llevó al perro; en el ínterin le marqué un par de veces a Rb para que se entendiera con la recepcionista y la doctora, pues entendí que querían operar al perro sin haber visto los resultados de los exámenes que habían previsto.

Un poco más tarde salió la doctora con los resultados, empezó a explicarme pero la detuve: yo nomás era el mensajero, quien debía tomar cualquier decisión era Rb -son sus perros, no los míos-; entonces decidieron que el perro se quedara y pude iniciar el camino de retorno a casa.

El viaje de vuelta no estuvo tan mal: el tránsito del inicio de la jornada laboral estaba más pesado en el sentido contrario; fue nomás el inicio -que era en la dirección más populosa- que me tocó que esperar un poco antes de dar una vuelta en U.

Cuando retorné a casa me sentía bastante agotado: me había levantado a las cinco menos veinte y recordé que la noche anterior me había costado bastante conciliar el sueño; y el motivo no es pequeño: mi hija me escribió -después de seis meses de silencio- para avisarme que retornaba al país.

No he comentado la noticia con nadie: no quise decirle a Rb pues andaba bastante ansiosa con la situación de su perro -anduvo llorando porque se sentía culpable de que la operación pudiera tener resultados funestos-.

Tampoco quise comentarle a mis hijos mayor y menor: aunque el retorno de su hermana tendrá efectos directos en sus vidas -habíamos acordado que el apartamento era para que los tres se acomodaran- aún no estoy seguro de la fecha en que mi hija planea su retorno.

Y es que es, como muchas cosas en mi vida, una situación algo rara: yo había -por alguna razón- creído que mi hija esperaba establecerse en el imperio del norte; ya tenía casi siete años viviendo en ese país, había obtenido un master y estaba trabajando.

Pero, lo que no sabía, es que el trabajo en el que estuvo durante el último año, era un régimen al que pueden optar las personas extranjeras que se gradúan en una universidad: es como una oportunidad para obtener experiencia profesional.

El miércoles por la tarde -o noche?- encontré un mensaje en mi buzón de hotmail: disculpándose por tardarse tanto en contestar, y comentándome que estaba planeando su regreso, y estudiar en la universidad nacional.

Entonces me puse a escribirle mi respuesta, tratando de comentar cada uno de los párrafos de su correo; y es que, casualmente, desde principios de año había estado enviándole cartas un poco personales, para mejorar la comunicación: nunca me había respondido.

Y por eso fue que la noche anterior había sido bastante intensa -emocionalmente hablando-; al final de mi nota le ofrecía ir por ella al aeropuerto, y le informaba del apartamento en el que estan viviendo sus hermanos.

Entonces, el haberme dormido a altas horas de la madrugada, y levantarme antes de las cinco; sumado a las más de dos horas de conducción, me dejaron agotado; después de tomar el desayuno me retiré a mi habitación y, después de hacer un par de lecciones de Duolingo, tomé una larga siesta.

Y creo que me desperté hasta que Rb me habló para comentarme que ya la habían llamado de la clínica -era un poco antes del mediodía- y que podíamos ir por el perro, que ya había salido de la sala de operaciones-. 

Tomamos nuevamente el auto; me sentía un poco menos cansado, aunque aún algo adormecido; e iniciamos el camino hacia la clínica; el tránsito en el boulevard no estaba muy pesado y pasamos a una gasolinera pues los neumáticos traseros del auto siguen perdiendo aire.

Tomé la misma ruta que había seguido más temprano y, un poco más tarde, llegamos a la clínica; le entregaron el perro a Rb y nos dispusimos a retirarnos del lugar -la cuenta le salió como en trescientos dólares-, pero, tuvieron que llamar a la doctora pues la incisión del párpado empezó a sangrar.

Se llevaron a examinar al perro ya que la hemorragia no paraba; no era muy abundante, pero sí constante; un poco después lo volvieron a entregar y la veterinaria nomás confirmó que era debido al tipo de incisión que habían realizado, que no había ningún peligro.

El tránsito de vuelta, nuevamente, estuvo bastante tranquilo; pero retornamos después de las dos de la tarde a la casa; calentamos el pollo con verduras que habíamos estado consumiendo durante la semana y almorzamos bastante tarde.

Sacamos a las otras dos perras muy muy tarde; casi al final de la tarde; y ya no salimos para nada, excepto al caer la noche: le pedí a Rb que me acompañara a la panadería, pues quería comprar el pan para mis desayunos del fin de semana.

El viernes fue un día sin ninguna salida programada; por la mañana fuimos a los supermercados en dirección sur, a comprar un poco de bananos; por la tarde hice la limpieza y realizamos la rutina de ejercicios del último día de la semana laboral; lo remarcable fue ver el boulevard completamente lleno durante todo el día.

El sábado por la mañana fuimos a la tienda que la esposa -e hija- del señor de las verduras tiene en la colonia del otro lado del boulevard: Rb me había dicho el día anterior que ya necesitábamos un nuevo cartón de huevos.

A las once saqué a caminar a la perra más pesada de Rb y luego me metí a la ducha: quería salir antes del mediodía hacia la casa de mis hijos pues temía que el tránsito mantuviera el mismo nivel del día anterior -habíamos escuchado a un vecino taxista comentar que se había tardado una hora en un trayecto usual de diez minutos-.

Salí de casa antes del mediodía, llevaba mi viejo scrable, y media docena de limones que una vecina nos había venido a regalar el domingo anterior; afortunadamente el tránsito no estaba como el día anterior.

Incluso en el periférico no encontré el embudo de costumbre que provocan los camiones de transporte pesado que bajan hacia la ruta al pacífico;  con lo que llegué al edificio en el que viven mis hijos como a las doce y media.

Subí caminando los siete niveles hasta el apartamento; y me dí cuenta que había olvidado los limones en el auto; y el paquete de papel higiénico que adquirí para ellos, hacía varias semanas, en la casa de Rb.

Me instalé un momento en el área de la sala; le iba a escribir a mi hijo para comentarle que ya me encontraba en el lugar, pero él salió de la habitación antes; le comenté que debía ir por los limones y bajé -y subí- en el acto.

Luego nos dirigimos al parque temático de costumbre; en esta ocasión encontré a mi hijo un poco menos melancólico que de costumbre: incluso se mostró animado por el diploma que le habían dado en el trabajo por acudir a un evento de formación durante dos semanas.

La tarde estuvo bastante tranquila: el parque no estaba muy lleno, pero la cola para comprar pollo estaba bastante lenta; por lo que mi hijo prefirió que compraramos una pizza para el almuerzo.

Almorzamos en una mesa del área techada y luego jugamos una larga partida de Scrabble; después mi hijo resolvió los ocho cubos de Rubik que usualmente ando llevando en mi mochila.

Cuando los cubos fueron completados le propuse a mi hijo la compra de un par de helados; pero en el restaurante nos indicaron que ya no tenían disponibles; por lo que decidimos retirarnos del lugar.

Lo que habíamos olvidado era que en el teatro del lugar -por fin- habían cambiado la obra que llevaban presentando varios meses; acababan de pasar las cuatro, que era la hora de la última presentación.

Caminamos un poco rápido y alcanzamos a entrar al teatro: la obra había ya iniciado, pero hay un periodo en el que se permite que el público siga ingresando; en esta ocasión se trataba de un musical que mezcla un poco de Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan.

El musical tiene una duración de media hora y, la verdad, es una presentación que vale la pena observar; los actores son jovenes bastante diestros y la producción -música, disfraces, decorados, libreto- es bastante concienzuda.

Después de que la función terminara nos retiramos del lugar; habíamos acordado que la reunión terminara  a las cinco y media; y mi hijo me había pedido que lo acompañara al supermercado que queda a medio camino: debía comprar papel higiénico, debido a mi olvido.

Le ofrecí que compraramos un paquete grande, que yo lo pagaría y que lo incluiría entre los gastos del departamento; estuvo de acuerdo y, luego de la adquisición, continuamos la caminata hasta su hogar.

A un año de haberse instalado en el departamento mis hijos no le han agregado casi ningún mueble; mi hija mayor vive en la habitación más grande -la que tiene baño privado-, sin ningún mobiliario.

Mi hijo menor instaló su cama en una de las habitaciones, y sus computadoras y coleccionables en la otra habitación; la sala está vacía; en la 'cocina' está la pequeña refrigeradora que mi hija compró hace dos o tres años.

Y eso, aparte de los -pocos- trastes, un par de hornillas eléctricas -no se permite el uso de estufas de gas-, una licuadura, una cafetera, y la lavadora/secadora que está en el espacio exterior designado como lavandería; no han equipado el departamento.

Entonces nos quedamos conversando un momento en el espacio de la sala, sentados en el suelo -en ese espacio está el router de internet y el plástico conmemorativo de mis veinticinco años como profesional-; fue un momento agradable.

Un poco después de las cinco y media me despedí de mi hijo; pero no me pareció adecuado retirarme sin saludar a mi hija mayor -aunque no se hablan, la había visto en el balcón, cuando caminábamos hacia el parque temático-.

La llamé y salió a recibirme -casi sin vestirse, y con un semblante bastante desmejorado-; incluso había percibido olor a cigarrillo mientras conversábamos con mi hijo menor; total que mi hija salió, le indiqué que el paquete de papel que estaba dejando en el mueble de la cocina -y los limones- era para ella.

 Después, sí, bajé al parqueo e inicié el retorno a casa; por la noche estuve viendo una parte de M3GAN 2.0, una parte de Desde la colina de las amapolas; y avanzando en el libro de no ficción de turno: Feeling Good Productivity.

Y a ver cómo va eso. 

 

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