El domingo por la mañana acudimos a la tienda verde de descuentos: Rb me había comentado que necesitaba algunos artículos del lugar; ya en el mismo compró un rotulador permanente negro y media docena de cajas de fósforos -yo compré un pingüino de crochet, para regalárselo a alguna de mis amigas-.
El lunes era un día de asueto por acá: se celebra alguna fundación del glorioso cuerpo armado -el que nunca ha estado en una guerra, y que, durante los últimos tiempos, ha servido para la protección de grupos al margen de la ley-; ese día fue completamente interno; nomás salimos después del almuerzo por la caminata de los perros.
El martes fue el primer día de Julio; como todos los principios de mes me apresuré a transferir los treinta y cinco dólares -la mitad de mi contribución a los gastos mensuales- a la cuenta de Rb; también a pagar el mantenimiento del apartamento de mis hijos; y los cien dólares para la compra de acciones de la empresa en la que trabaja mi hijo.
Quien me había escrito un par de días antes, para pedirme la división de su cuota mensual (de ciento cincuenta dólares) pues le habían pagado antes de lo esperado, lo que había desbalanceado su presupuesto -o sea, les falta planificación a mis hijos-.
Ese día había planeado reunirme con el excompañero de mi primer trabajo como profesional; a quién reencontré hace unos meses; por esto le pedí a Rb que salieramos más temprano, en nuestra visita a los supermercados en dirección sur.
Caminamos hasta el mas lejano; pero no encontramos allí nada de lo que necesitábamos; en el que queda a medio camino compramos un poco de pollo, unas lechugas, unas galletas, y los bananos con los que desayunamos -y cenamos- todos los días.
Cuando regresé a casa esperé a que fueran las cinco y media para llamar a mi amigo -ya me había cancelado en otro par de ocasiones-; y no respondió ni a mis mensajes de whatsapp ni a una llamada telefónica; por lo que procedí a marcarlo en rojo en mi calendario anual.
Pero, treinta o cuarenta minutos más tarde, me devolvió la llamada; comentándome que había visto que había intentado contactarlo; pero que acababa de empezar a trabajar y se le estaba dificultando la coordinación de los horarios -de hecho, eran casi las seis y aún estaba en su oficina-.
Al final me dijo que me iba a llamar el jueves o el viernes, para ver si podíamos reunirnos por la tarde; y hoy es viernes; pero tampoco esperaba que mantuviera sus buenas intenciones: ha tenido una inestabilidad laboral bastante preocupante, durante los últimos años.
El miércoles estuvo bastante ocupado el día: desde la mañana recibimos instrucciones bastante precisas de nuestro lead, sobre algunas tareas que debíamos completar antes de la reunión del mediodía.
Con Rb habíamos acordado hacer la rutina de ejercicios a las once de la mañana: planeamos salir de casa ese día a las tres y media para acudir a un conversatorio con tres de los caricaturistas más conocidos de nuestro medio -quienes llevan décadas publicando en los periódicos actuales o extintos-.
Pero, debido a la carga laboral del día, me disculpé con Rb pues tenía que presentar algunos resultados al mediodía; por lo que me encerré en mi habitación, mientras Rb realizaba una rutina de ejercicios completamente nueva, en la sala.
Al final ni siquiera pude avanzar mucho en la asignación recibida ese día; y en la reunión del mediodía tampoco se aclaró mucho la expectativa de la tarea, o los resultados esperados; al menos nos sirvió para considerar la actualización de las rutinas de ejercicios semanales.
A las tres y media nos dirigimos a uno de los lugares en donde se realizan conciertos o eventos multitudinarios: la feria del libro de la ciudad había comenzado allí unos días antes; por la hora el tráfico estaba bastante fluido por lo que llegamos al lugar con casi una hora de anticipación.
El evento estaba programado para las cinco de la tarde; aprovechando que llegamos bastante temprano realizamos un recorrido por los stands; que la verdad no me atraían: tengo varios años leyendo exclusivamente en formato digital.
Pero me recordé un poco de las ocasiones -varias- en las que acudí al lugar con mis hijos; primero estaban bastante pequeños -y mi situación económica era bastante precaria- y nomás aprovechábamos los libros o material sin costo -y las actividades similares-.
En las últimas ocasiones -ya entrando la mayor en la adolescencia, creo- fue mejorando mi mi comodidad y lleguamos a adquirir uno o varios libros para cada uno de mis chicos; en alguna ocasión fue: Me, Earl and the Dying girl.
A las cinco acudimos al salón; en donde el director de la publicación popular de la universidad católica más antigua del país entrevistó a los tres caricaturistas más conocidos: Fo, Filóchofo y Pablo Piloña; este último había invitado -por twitter- a Rb unos días antes.
Y es que hace casi una década esta persona había realizado un par de caricaturas de los perros de Rb; de hecho creo que nos reunimos en esas ocasiones en algún lugar del centro histórico para la entrega de los encargos.
La actividad estuvo interesante; los primeros dos artistas estudiaron arquitectura -ignoro si se graduaron- y el último estudió -me parece- diseño gráfico; y, por supuesto, reflejaron la precariedad y riesgos de dedicarse a esa profesión en nuestro medio.
A las cinco terminó la actividad y, luego de pagar el parqueo (cuatro dólares!!) nos retiramos del lugar; la salida estuvo bastante complicada pues había una doble fila de autos tapando el parqueo: esperaban entrar a un restaurante para terminar de ver el partido de la selección (perdió, 2-1 contra el equipo del imperio del norte).
Luego de superar ese obstáculo nos metimos al periférico; en donde el tránsito estaba fluyendo con bastante libertad; y, un poco después, estábamos entrando en casa; de hecho nos saltamos la última resolución del día: pasar a llenar el tanque de gasolina; anda a la mitad, pero acostumbramos no dejar que se vacíe tanto.
El jueves me quedé trabajando en la cama hasta las nueve de la mañana; empecé, como casi todos los días, a las seis y media: meditación y wordle en inglés, francés y portugués; había roto la racha de inglés un par de días antes, la de francés y la de portugués ese día; me siguen costando las palabras en este último idioma.
Rb salió un poco después de las nueve hacia el mercado del centro histórico y yo salí de la habitación a prepararme el desayuno; habíamos previsto una reunión con todo el equipo local (siete personas) para ultimar los detalles de la presentación del día siguiente.
La reunión la realizamos entre once y doce del mediodía; el script de la misma se había definido el viernes anterior -en la reunión a la que olvidé asistir, debido a la rutina de ejercicios- y nomás repasamos algunos detalles sobre el contenido de los puntos a exponer.
Por la tarde acudimos a los supermercados en dirección norte; el tiempo ha seguido lluvioso; aunque menos que la semana anterior; y ya se está perfilando lo duro que será la canícula -las caminatas del mediodía, con los perros, han empezado a sentirse bastante calurosas-.
El viernes me levanté a las seis y media; como era asueto en el imperio del norte -celebran su (esa sí es verdadera) independencia- se había cancelado la reunión de las siete de la mañana; después de meditar resolví los wordle en inglés (noventa y dos por ciento de aciertos, cuatro días de racha), francés (noventa y dos por ciento de aciertos, dos días de racha) y portugués (sesenta y uno por ciento de aciertos, cero días de racha).
Después me bañé, metí unos cubos de rubik en mi mochila y entré a despedirme de Rb: tenía reunión de nueve a once en uno de los restaurantes mejicanos más famosos de la ciudad; salí a las siete y media y, un poco después, tomé el busito que lleva hasta la estación del Transmetro más cercana.
La unidad hacia el centro pasó bastante rápido y no muy llena; creí que llegaría con media hora de anticipación al lugar en el cual nos había citado la supervisora; pero, la segunda unidad tardó más de media hora en pasar; e iba super llena.
Total que me apeé en la estación que queda a cuatro o cinco cuadras del restaurante casi a la hora en que debía iniciar la reunión; corrí un par de cuadras y llegué a donde creí que se ubicaba el restaurante; pero no, estaba del otro lado de la plazuela.
Finalmente llegué al lugar con cinco minutos de retraso; afortunadamente no había llegado ni la cuarta parte de los convocados -al final llegamos nomás como la mitad de los mismos: catorce personas-; y me senté en una mesa en la que nomás se había ubicado una de las últimas personas contratadas.
En la otra mesa había seis o siete compañeros -incluida mi supervisora-; pero, a diferencia de la última reunión, en la que me porté bastante apartado del grupo, ahora inicié una conversación, bastante animada, con la compañerita con quien me senté; un poco después llegó la PM que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad.
Al final en nuestra mesa había siete u ocho personas y tuve mucho cuidado de no tomar mi actitud natural: callado y apartado; nos sirvieron un desayuno bastante escueto: café, jugo de naranja, un coctel de frutas y un desayuno consistente de tres tacos de huevos y frijoles.
En medio del desayuno nuestra jefa presentó los resultados del último trimestre, así como las expectativas para el siguiente: entre estos últimos destacó el proyecto que presentó el más brillante de mis compañeros -y en el que, amablemente, me incluyó como proponente-.
Después nos tocó realizar la presentación en la que habíamos estado trabajando los últimos viernes: el compañero que menos bien me cae presentó una introducción sobre la herramienta a la que le damos soporte; luego yo hablé un poco sobre la estructura del equipo.
Tenía tres minutos para explicar cómo está constituido el equipo -tanto local como en el imperio del norte- pero, como nomás eran un par de organigramas, empecé con un poco de historia sobre la empresa -fundada en dos mil diecisiete- y la empresa de la cual salió (fundada en mil novecientos seis).
Me dí por satisfecho con mi presentación -creo que tardé un poco más del tiempo previsto- y le cedí la palabra al compañero que vive en los linderos de la ciudad colonial (justo en el pueblo en el que creció mi padre); y allí la cosa se complicó.
La página que se estaba usando para la presentación dejó de funcionar; en mi presentación utilicé un par de imágenes; en el resto de la misma se utilizaron diagramas; y había algún problema con el código con el que estos se habían definido (al final resultó que el problema era que se necesitaba conección a internet).
La presentación fue -con la salvedad del problema descrito- un éxito: finalmente se pudo reparar la presentación y mi compañero presento los flujos de trabajo; luego otro Dev presentó la estructura de la herramienta; y, finalmente, el Dev que me ayudó el año pasado con el evento de ciberseguridad presentó los avances que hemos realizado.
Para esto último se utilizaron dummies de vehículos y, al final, se repartieron tarjetas de información de los logros, calcomanías representando algunos elementos con los que trabajamos, y los carritos que nuestro amigo de la ciudad colonial preparó con cartón.
La reunión terminó un poco antes del mediodía y, aprovechando que el compañero de la ciudad colonial, podía tomar una ruta que me convenía, abordé su automóvil para dirigirme a mi casa; el tránsito estaba bastante ligero y nomás tuve que irlo guiando por las mejores rutas para entrar al municipio.
A las doce y media me apeé del vehículo de mi compañero de trabajo y empecé a caminar hacia la casa de Rb; previendo alguna confusión con las horas y el almuerzo la llamé para comentarle que en veinte minutos o así estaría llegando a casa; lo que fue un cálculo bastante aproximado de la duración de la caminata.