Hace muchos muchos años leí una columna en la prensa, publicada por una escritora habitual de la misma, se llamaba Vocación desconocida, o algo así. En una forma amena relataba que una señora regresaba de su trabajo cuando un joven de no muy buen aspecto se sentó a la par -muy cerca- de ella. En cierto momento la señora se dió cuenta que le hacía falta su reloj y se imaginó que el joven este se lo había robado, la señora, superando el temor, y aprovechando que el bus iba bastante lleno, se armó de su lima de uñas, se la colocó disimuladamente en un costado, y, siempre viendo al frente, hablándole muy bajito le dijo que si no le daba el reloj, ese viaje sería su último. Total que el joven le dió el reloj y, al poco rato, se bajó del autobús. La señora suspiró aliviada, congratulándose de su valentía, al fin se atrevió a ver el reloj y, se dió cuenta que no era el suyo, al revisar en su bolsa, se dió cuenta que se lo había quitado, pues temía que se lo robaran. Interesante.
Tiempo después, leí un cuento de un escritor centroamericano, no recuerdo el nombre del cuento, pero hablaba sobre un señor que se preciaba de ser muy disciplinado, luego relataba que a pesar de hacer siestas mucho más largas de lo que las programaba, siempre encontraba una forma de justificarse y seguir en la creencia que era muy disciplinado. Una noche, regresando a su casa se cruzó con un ebrio, que iba zigzagueando en la acera, cuando se encontraron, el ebrio, por su estado, tropezó y terminó en los brazos de nuestro héroe. Luego de reconvenirlo acerca de los efectos de la bebida, lo enderezó y dejó que siguiera su camino. A las pocas calles, se dió cuenta nuestro amigo que no llevaba su billetera y se imaginó lo peor: El ebrio no era tal, sino que había sido un ardid para asaltarlo. Armándose de valor, regresó a la calle y encontró al ebrio, quien siguió actuando de la misma forma, al final, luego de recuperar su billetera, el protagonista del cuento se dirige a su casa, encontrándo, sobre la mesita de su sala, la billetera que había olvidado llevarse ese día.
Al único evento sobre redacción de cuentos que asistí, ya hace más de una década, a esto se le nombró como Complicidad Literaria. Dos escritores desarrollan la misma idea, en ambientes y/o épocas diferentes.
Con el advenimiento de la era de la información -internet y similares- me parece casi imposible que un escritor encuentre un tema que no haya sido ya desarrollado en otro libro, película, blog, vlog, o incluso twitter. La información que antes se guardaba en bibliotecas o similares está ahora al alcance de los dedos.
Baste un ejemplo:
Hace unos meses publicaba un post en este blog sobre una Historia de Amor. Tomé de base una parte -muy pequeña- de la novela La Guerra del Fin del Mundo, de Mario Vargas Llosa. Este a su vez, había escrito el relato novelado del libro Los Sertones -el original es portugués- de Euclides da Cunha. Ingeniero y escritor quien había relatado de forma más formal lo que sucedió en Canudos. Esta semana estoy leyendo El Vuelo de la Reina, de Tomas Eloy Martínez -Argentino, radicado en USA-. En este libro se relata que la vida de Euclides supera a la ficción: Al regresar de un viaje de 14 meses encuentra a la esposa encinta. Adopta al niño que nace. Luego vuelve a suceder, y reacciona de la misma forma. Cuando la esposa lo abandona por irse con su amante -militar-, Euclides trata de matarla, siendo asesinado por este militar, quien, al parecer era campeón en tiro. El hijo de Euclides -al crecer- trata de vengar al padre y también es muerto por el mismo tipo.
Estará vigente el concepto de Complicidad Literaria en el presente?
En otras noticias: Espero que los Haitianos logren levantarse...
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