Un amigo –realmente un exalumno al que no he visto como en quince años- acaba de publicar esto en su status de Facebook:
El sismo de las 16.13 horas fue de 5.2 grados Richter, a 90 km de la capital, en Escuintla.
Ayer estaba en mi oficina a esa hora. Como trabajo en un décimo nivel el remezón se sintió bastante fuerte. En realidad fueron como tres temblores en el término de un minuto o minuto y medio. Mi reacción fue voltear a ver a los dos compañeros con los que comparto la oficina y decirles: Jóvenes, ha sido un honor laborar a su lado, muy al estilo de los músicos del Titanic. La reacción del compañero B fue de antología: Tomó la billetera y las llaves de su auto que mantiene siempre al lado de su mouse pad y prontamente se dirigió a la puerta de salida. Retornó a los pocos minutos ya recobrando el color.
Los comentarios del suceso sobre las reacciones de cada uno vinieron a continuación. El compañero B insistió que ante cualquier peligro trataría siempre de buscar la salida. A mi me pareció un poco cándido empezar a salir al pasillo de un décimo nivel en el caso de un terremoto pero bueno, cada quien es libre de reaccionar como mejor lo considere.
Los siguientes comentarios fueron sobre si en alguna ocasión habíamos estado seguros de que la hora final había llegado y, en mi caso, ha habido al menos dos ocasiones en las que me ha tocado decirme: Ha sido una buena vida, lástima que hasta aquí llegó.
La primera fue en mi primer año de universidad y por una tontería. Participaba en un desfile tradicional de mi universidad en el cual se critica al gobierno de turno. Surgió una pelea con otra facultad –ah, los dieciocho años- y al empezar a organizarnos el líder del grupo de nuestra facultad empezó a realizar un conteo de los revólveres con que contábamos. Una tontería suprema sin duda, pero, al parecer nada raro en este tipo de actividades. Al final no se realizó la batalla campal. Pero entre el conteo de las armas y la cancelación de la pelea creí que realmente había llegado mi último día.
La segunda vez fue hace como cuatro años y no fue tan dramático. Retornaba a mi casa después de una conferencia de Linux. En mis últimas dos estadías en PDX siempre me moví por la ciudad en bicicleta. La noche en cuestión creí que me daba tiempo de cruzar una avenida bastante ancha antes de que el semáforo pasara a rojo. Me equivoqué y una señora negra arrancó con todo justo cuando estaba frente a ella. El automóvil le dio a la llanta delantera de mi bicicleta y yo abollé con el hombro la puerta del copiloto. En el espacio entre oir el sonido del motor acelerando y el golpe a la puerta alcancé a decirme lo mismo: lástima que hasta aquí llegó. Al final llegaron los bomberos y la policía, fui multado por manejar mi bicicleta sin precaución y terminó el percance.
Creo que por incidentes de este tipo he llegado a tener una actitud un poco más relajada en sucesos como el del día de ayer.
No puedo creer que te hayan multado a ti por lo de la bicicleta.
ResponderEliminarQué bueno que puedas tomarte la vida con tranquilidad. Es saludable!
morir... todos quieren ir al cielo pero nadie quiere morir. cuando muera solo espero que no me duela mucho. ademas no sé si lloraran no estaré alli apra verlo ejejeje
ResponderEliminarA.C.
ResponderEliminarDos posts abajo estaba el que iba con dedicatoria a vos, me imagino que ya no lo viste... besos.
Angel
EL clavo no es morir, el clavo es la transición, o eso creo. Depende mucho de como veas el tema de la salvación. Yo, de hecho, ya no soy creyente. Saludos.
QUe bueno que nada pasó y estás de este lado de la vida para relatarnoslo. Claramente no era tu hora. Me quedé pensando si en algún momento me sentí tan cercana a la muerte y creo que no.. beso!
ResponderEliminarDolo, realmente preferiría contar sucesos como los que te suceden a vos cuando vas a otro país... un par de candidatas no me caerían nada mal...
ResponderEliminarBesos!