lunes, 29 de noviembre de 2010

Volver...

con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien...
Sentir que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada.

Ok. tengo un poco de canas pero no es para tanto. Mi frente aún no está marchita, de hecho la mayoría de las personas me calculan 10 años menos que mi edad real -o son muy amables-. Y no fueron veinte años, fueron dos años que me ausenté de mi pueblo natal.

Aunque si he de ser exacto, hace exactamente veinte años que salí de mi pueblo, luego de graduarme de bachiller en mecánica general, hacia la ciudad pues en ese tiempo no había universidad por aquellos rumbos. Vine a estudiar Ingeniería en Computación, terminé graduándome como Ingeniero Industrial y quince años después me desempeño como Ingeniero de Soporte de Software. Las vueltas que da la vida.

Pero si, tenía dos años de no ir a mi pueblo. Aprovechando que tenía tres días de vacaciones en mi trabajo me decidí a realizar el viaje de seis horas en bus. Había estado dudando durante la última semana entre ir y no ir pues luego de una llamada a mi hermana menor me enteré que no se estaban llevando bien con mi hermano mayor, que practicamente la había echado de la casa familiar con su hijo pequeño. Y que tenían varios meses de no hablarse entre ellos: Mis papás, mi hermano mayor y ella. De mi hermano menor ni se había informado.

Al final me decidí a viajar porque era eso o pasarme los tres días entre mi habitació y la biblioteca. Como he andado bastante depresivo estos últimos días -cosas del corazón- y Pb me había ofrecido posada en su apartamento -no quería llegar a dormir a la casa paterna, en la que habita ahora mi hermano mayor únicamente- me decidí por el viaje.

El martes pasado trabajé de 15:00 a medianoche por la celebración del cumpleaños de mi hija mayor. Después de medianoche salí a lavar una pila de trastos que tenía acumulados en mi habitación e hice una buena limpieza pues es bastante triste -para mí- regresar de un viaje para encontrar todo desordenado.

Me dormí alrededor de las 2:00 de la mañana. Me desperté alrdedor de las 7:00 y me dirigí a la estación de autobuses hacia nuestro puerto en la costa atlántica. Llegué justo a tiempo de abordar el bus de las 8:00 AM. El viaje estuvo sin contratiempos, mis vecinos eran una joven señora y su niño de un poco menos de dos años -o esos le calculé-, afortunadamente el niño se portó muy bien y se puso a llorar únicamente un rato casi a medio camino.

Justo a mitad del camino entre la ciudad y el puerto la compañía de los autobuses construyó un Hotel y restaurante. Los buses hacen en este lugar una pausa de media hora en la que uno puede estirar las piernas y comer algo. Me comí un helado de mis favoritos. Llamé a Pb para avisarle que iba en camino -lo había llamado el día anterior- y a mi hermana para contarle que llegaría a visitarla, ella ofreció ir por mí a la estación de buses.

Llegamos casi a las 14:30 a la estación, mi hermana estaba esperándome en compañía de mi sobrino de cinco años. En la motocicleta de mi hermana nos dirigimos a la casa en la que está viviendo y allí me invitó a almorzar. Le dí el regalo que le llevaba a mi sobrino -un robot de baterías- y luego pasamos el resto de la tarde recorriendo los lugares comunes del puerto: Un hotel centenario a orillas del mar, el malecón, el parque de basket. En el último punto del recorrido encontré a mi único amigo de la primaria. Había estado llamándolo desde un par de días pero no contestaba el teléfono. Resultó que había perdido el teléfono y estaba utilizando otro, quedamos en reunirnos al día siguiente.

Al final de la tarde fuimos a un Mc Donalds, por un helado para el niño y allí llegó a recogerme Pb. Pero eso es otra historia.

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