El retorno es un concepto utilizado ampliamente en filosofía -y psicología-, con ideas como el retorno a la inocencia, volver a casa; y, en el caso de Nietzche: el retorno eterno; esa idea que proponía sobre hacer durante toda la eternidad exactamente lo que se está realizando en el momento.
Algo que, creo, está relacionado con el mito de Sísifo: subir continuamente una montaña y, al llegar a la cima, encontrarse exactamente en el mismo punto de partida; a lo que Camus argumentaba que aún así, Sísifo podía ser feliz.
He estado pensando en el retorno desde que mi hija mediana me anunciara -hace más de un mes- que volvería, luego de seis años en el Imperio del Norte, a este lugar en donde vivió los primeros diecisiete años de su vida -dos los vivió prácticamente en la Suiza centroamericana-.
Yo nunca estuve tanto tiempo fuera -lo máximo fueron nueve meses-, por lo que no sé exactamente qué tanto le costará reinsertarse en la vida estudiantil/laboral; e incluso con sus hermanos -esto último es de lo que más estoy preocupado-.
Y a ver cómo va eso...
El sábado me levanté a la misma hora de siempre; pero, nada más meditar, me metí a la ducha: quería salir temprano para la reunión que había programado con mi ahijada profesional; se suponía que debía pasar por su casa a las nueve de la mañana.
Había, también, dejado una alarma para las siete de la mañana; para sacar las tres bolsas de basura (tanto la orgánica como la reciclable y no reciclable estaban bien llenas); a esa hora agregué la bolsa de desechos de perros dentro de la negra y las colgué de la bisagra del portón.
Luego metí en la mochila el regalo que le tenía a mi ahijada por su cumpleaños (tres semanas atrás): el libro de poemas que le compré al ex voluntario con el que me reuní la segunda semana de mis vacaciones.
El busito no tardó mucho en pasar -antes de las siete y cuarto- y el nivel del tránsito estaba bastante bajo; y, aunque se detuvo casi quince minutos a medio camino -para esperar pasaje-, llegué temprano a la estación del transmetro.
De hecho llegué a la última estación del trayecto apenas un poco después de las ocho; por lo que decidí caminar por la avenida más populosa del centro histórico y, para hacer un poco de tiempo, leer un poco de un libro en una de las bancas en la ruta.
El libro en cuestión es uno que Rb me proporcionó la semana anterior para mi hija segunda: es sobre el retorno al país de origen después del cumplimiento de un ciclo de misiones; y, aunque no es el caso exacto de mi hija, creo que le convendrá meditar un poco sobre el mismo.
Estuve diez o quince minutos leyendo y luego reinicié mi caminata; al final llegué a la calle donde vive mi ahijada con uno o dos minutos de retraso; y la llamé cuando ya estaba en la misma -luego me dí cuenta que me había enviado un mensaje unos minutos antes-.
Después de saludarnos iniciamos la caminata hacia el restaurante en donde habíamos deayunado unos meses atrás; en el camino pasamos a un centro cultural en donde también se encuentra un restaurante recomendado, pero estaba cerrado.
La última vez que desayunamos en el restaurante del día nos había tocado esperar un poco en una fila fuera del mismo: es un lugar -o era- bastante popular; en esta ocasión no había fila; por lo que nos dirigimos a una mesa al fondo del patio.
Ordenamos un par de desayunos típicos y nos estuvimos un par de horas poniéndonos al día sobre nuestras respectivas vidas: ella rompió con su novia -de más de diez años- el año pasado, y aún anda procesando el hecho -no ayuda que la susodicha aún visita a la madre de mi ahijada-.
También le entregué el regalo que le llevaba; y, después del desayuno la invité a una porción de pastel, continuando con la celebración de su cumpleaños; un poco antes de las once le comenté que a esa hora me retiraría, pues no quería retornar muy tarde a casa.
Pagué la cuenta (casi veinticinco dólares) y salimos del lugar; nos despedimos en la entrada de la calle, pues ella debía tomar la dirección contraria -tenía que pagar por unas misas por las almas de un par de tíos, o algo así entendí- e ingresé a la estación del transmetro a la vuelta.
La unidad de transporte se tardó quince largos minutos en llegar; al menos aproveché para hacer un par de lecciones de Duolingo (por ser un usuario Beta recibí un par de días antes la notificación de que ya podía hacer lecciones de ajedrez) y le escribí a Rb para comentarle que ya iba en camino.
En el transmetro me entretuve con el cubo de 5x5 y, un poco antes del mediodía estaba apeándome en la penúltima estación; de allí caminé hasta el comercial en donde se estacionan los busitos; en este lugar sí tuve suerte: lo abordé y no esperé más de un par de minutos para que empezara el recorrido.
Total que vine a casa como a las doce y cuarto; aún con tiempo para ayudar con el almuerzo: un pollo con salsa verde y un par de ensaladas bastante grandes; luego sacamos a caminar a los perros.
Por la tarde acudimos a los supermercados en dirección sur: Rb había planeado que el día siguiente preparáramos el asado trimestral (consumimos una parte en la semana siguiente y congelamos la otra para consumirla dos meses después).
El tiempo ha estado bastante lluvioso y cuando salimos vimos algunas gotas en la calle; pero no tuvimos dificultades en llegar al supermercado más alejado en esa dirección; allí compramos varias libras de pollo y una libra de sal de cocina; en el otro supermercado compramos bananos.
Saliendo del segundo supermercado empezamos a percibir gotas de agua en el ambiente; lo que se incrementó durante el recorrido; afortunadamente la lluvia no fue torrencial, nomás constante; como llevába gorra no me empapó tanto.
Por la noche intenté llamar a mi antiguo supervisor en el imperio del norte; pero la llamada no fue contestada; un poco más tarde me escribió disculpándose: en ese momento se encontraba en el cine; le comenté que lo llamaría al día siguiente.
El domingo me levanté a las seis y media, medité y luego hice los wordle del día; después me quedé un rato en cama, leyendo un poco del libro en francés que estoy casi por concluir; luego salí a prepararme el desayuno de los fines de semana.
Después del desayuno retorné a la cama y estuve haciendo bastante lecciones de Duolingo (la mayor parte fue puro ajedrez, nomás un par de lecciones de portugués); a las once salí a limpiar la parrilla: tenía mucha mucha ceniza, y restos de carbón.
A las once y media empecé a preparar la fogata para el asado; había programado mi reunión mensual con el voluntario que vive en la colonia donde crecieron mis hijos para las tres de la tarde; esperaba que tres horas fueran suficientes para la faena.
Y apenas fueron suficientes: Rb decidió preparar las alitas del almuerzo en la misma fogata -usualmente usa un sartén y la estufa- y mucho pollo, además de las papas para los almuerzos de esta semana.
Total que estuvimos asando todo el pollo hasta casi las dos -más de dos horas y media- y luego me puse a asar las papas que había hervido la noche anterior; de hecho ya ni siquiera consideré asar los chorizos y longanizas que había adquirido el jueves para el efecto.
En el ínterin también almorzamos, y sacamos a caminar a los perros; a las tres menos veinte terminé de vestirme, metí mi juego de ajedrez en la mochila y tomé el automóvil; llegué a la casa del voluntario con tres minutos de anticipación.
Estacioné el auto y bajé a tocar el portón; usualmente responde casi al instante y luego sale; pero en esta ocasión no oí ninguna respuesta; esperé un par de minutos y luego lo llamé a su celular; pero la llamada se fue, después de los tonos, al buzón de mensajes.
A las tres y cinco volví a tocar, luego le envié un mensaje por whatsapp; estaba por retirarme del lugar, pero intenté llamarlo por whatsapp; y allí sí contestó; diciendo que iba a bajar en un momento.
Me comentó que había estado viendo televisión y se había quedado dormido; abordamos el auto y nos dirigimos a la cafetería de costumbre; en donde ordenamos un par de capuchinos grandes y dos porciones de selva negra, como es costumbre pagué -ocho dólares-.
Nos estuvimos en el lugar por un par de horas, poniéndonos al día de las últimas novedades -una tía paterna muy cercana había muerto la semana anterior- y jugando una extensa partida de ajedrez -continúo con mi costumbre de alargarla y finalizarla con un empate-.
A las cinco abordamos nuevamente el automóvil y pasé a dejarlo a su casa; luego conduje hasta la casa de Rb; el tránsito estuvo -afortunadamente- bastante ligero; cuando estacioné el automóvil frente a la casa Rb salió -con sus perros- a recibirme en el patio frontal.
Aprovechando que Rb estaba haciendo las tareas de su clase de teología me metí a la cocina; a lavar todos los trastos que habíamos utilizado en la preparación del asado; y los del almuerzo también; luego me puse a cocinar -en una sartén, con agua y aceite- los chorizos y longanizas que no había logrado preparar más temprano.
Después me metí a la habitación a leer un poco del libro de Inteligencia Artificial; además llamé nuevamente a mi supervisor en el imperio; pero iba manejando; continué leyendo pero, realmente, me dormí un rato.
Habíamos quedado con mi supervisor que lo llamaría una hora más tarde; pero cuando lo llamé seguía ocupado; entonces nomás le dije que intentaría al día siguiente a la misma hora; y continué con el penúltimo capítulo de The AI Con.
El lunes me pasó una cosa terrible -o hubiera sido terrible para mi yo más joven-: entré a una reunión con todo el equipo local -esperaba escuchar algo sobre reorganización en la misma, pero era nomás el aviso que una compañerita se va con una beca a la madre patria- y la cámara e la computadora empezó a transmitir.
Y me contraba, como casi siempre, sin playera; entonces, durante un par de segundos todos pudieron ver la forma en la que usualmente me mantengo dentro de mi casa: sin playera, despeinado y con una expresión bastante deplorable.
Un compañero -el dev que me ayudó con el curso de ciberseguridad- hizo un comentario divertido -es común, en él, para rebajar la tensión- sobre la rareza del fondo de pantalla que estaba presentando -uso una imagen de minecraft-.
Total que me sentí completamente ridículo, y bastante avergonzado por el error de principiante; un poco después le escribí a mi supervisora, disculpándome por el percance, y comentándole que había esperado una reunión más seria -sobre la organización-; y todo quedó allí.
Por la noche pude -por fin- comunicarme con mi supervisor; estuvimos conversando por un poco más de media hora sobre las últimas novedades de la vida de cada uno; también le pasé un momento el teléfono a Rb; pues, casualmente, tienen la misma película favorita: The Shawshank Redemption.
Ese día también probamos -por segunda vez- la rutina de ejercicios que estaremos haciendo ahora el primer día de la semana laboral; y quedé totalmente agotado: son doce minutos adicionales de ejercicios aeróbicos.
En la noche terminé The AI Con; y fue exactamente lo que había esperado: una serie de ensayos que tratan de desmitificar todo el supuesto 'avance' en el desarrollo de la Inteligencia Artificial; también ví el último capítulo de Conan el niño del futuro.
El martes no me volví a dormir después de la reunión de la mañana -el día anterior había salido de la habitación casi hasta las nueve-; aprovechando que las lecciones de ajedrez en Duolingo bajan muy poca energía -y que tenía Super Duolingo- aproveché para hacer casi una hora de estas.
Luego, a las once, me puse nuevamente a hacer lecciones para avanzar en el reto semanal: una usuaria me había elegido y el mismo consistía en acumular dos mil XPs; logré hacer un poco más de mil.
Por la mañana también me reuní con la paquistaní que se quedó cubriendo las vacaciones del supervisor en el Imperio del Norte; se supone que debo trabajar en una tarea específica, pero aún no tengo muy claro su avance.
Y, para terminar la mañana, Rb me pidió que bajara unos güisquiles, que ya habían alcanzado un buen tamaño, de la nueva enrededera -me parece que la sembró a principios del año pasado-.
Almorzamos -por segundo día consecutivo- parte del asado que habíamos preparado el domingo; después sacamos a caminar a los perros; y, justo en la primera vuelta, la anciana que vive a cuatro o cinco casas le regaló a Rb tres chiles rellenos.
En el camino de ida Rb había regalado algunos de los güisquiles que acabábamos de cosechar -aunque en esta ocasión, la ancian no fue parte de las beneficiadas-; el resto (cuatro) los había reservado para obsequiar a los guardias de la garita.
Rb me había pedido que saliéramos a los supermercados a las cuatro de la tarde -el tiempo ha estado algo lluvioso- y, a esa hora, tomamos dos de los güisquiles e iniciamos la caminata; pasamos a dejarlos a la garita y continuamos en dirección norte.
En la tienda verde de descuentos Rb compró una paquete de las toallas que utiliza librarse del sudor durante nuestros ejercicios, y una caja de guantes, que utiliza para levantar los desechos de sus perros; en el supermercado compramos algunos bananos.
Por la noche terminé la penúltima parte de Readme.txt e inicié la última parte -dos capítulos- de Annie Bot; además, empecé a ver una de las películas que tenía pendiente de las Wachowski: Speed Racer.
Y a ver cómo sigue eso...
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