jueves, 11 de septiembre de 2025

Curiosidad... Curiosity... Curiosité...

Hay muchos temas que me preocupan -otros que me provocan incomodidad- como el trabajo -presente y futuro-, mis chicos, mis padres, entre otros; y mi aspiración es acercarme a esta situación con curiosidad.

Porque al final todo pasa: o sea, todo sucede -o no- y luego viene otro suceso, y así sucesivamente; entonces -y esto, creo que es algo de budismo-, lo 'mejor' es conservar un estado de curiosidad.

Observar la situación, observar sus fuentes, observar las consecuencias, observar.

Y eso es algo que, creo, Rb ha estado haciendo muy bien con el último hecho -actual- en su vida: la menopausia -o perimenopausia, por el momento- ha hecho su arribo y, a pesar de haber pasado la mayor parte de su existencia temiéndola; ahora está estudiándola, mientras llega inexorablemente.

El temor proviene -así como la decisión de no reproducirse- de su niñez: su padre tenía cincuenta y cinco años al momento de su nacimiento, su madre diez menos; y le tocó ver -siendo muy pequeña- los estragos que el tiempo iba causando en su progenitora.

Pero ahora, en las primeras etapas de la menopausia -o quizá no tan primeras, ya que, al parecer, muchos de sus quebrantos de salud de los últimos tres o cuatro años, pueden trazarse hasta este proceso- ha estado con una actituda más como: qué interesante lo que le está sucediendo a mi cuerpo.

 Y a ver cómo va eso... 

El domingo me levanté a las cuatro y veinte; me costó levantarme pues había tenido dificultades para conciliar el sueño la noche anterior: los perros de los vecinos que viven a dos casas siguen ladrando casi con cualquier estímulo externo.

Creo que también estaba al pendiente de levantarme dos horas antes de mi hora habitual; me parece que escuché a la perra más anciana de Rb quejarse a media madrugada: ella se levanta todos los días a las tres AM a darle unos trozos de pollo cocido.

Había dejado la alarma de mi celular -y también el de mi tablet- y me levanté cuando ambos empezaron a sonar; medité veinte minutos y luego me metí a la ducha; la noche anterior había preparado nueve sandwiches de mortadela, lechuga y queso y los había dejado en la refri.

La refrigeradora estaba a tope: teníamos pollo para los almuerzos de la semana, legumbres para las ensaladas de un par de días; y mucha fruta que Rb consume regularmente -también había preparado mis gelatinas por la noche-.

Para que no pasara lo de la útima vez -olvidé las magdalenas en la mesa del comedor- Rb me había preparado una lista de lo que debía llevar: el saco de comida para perros que llevo a mis padres regularmente lo había dejado ya dentro del auto.

La lista incluía: la cafetera -y el café, azúcar y agua pura-, la mochila con aislante térmico -para los pescados que usualmente envía mi madre-, un par de güisquiles que cosechamos el día anterior; también cosechamos -e incluimos en la lista- media libra de lorocos. 

No quería empezar a manejar muy temprano pues el año anterior tuve una muy mala experiencia al manejar antes de la salida del sol: varias partes de la ruta nacional tienen muy mínima -o ninguna- iluminación artificial; por lo que es -creo- muy fácil salirse de la misma.

Como mi celular no tenía mucha carga -se me olvidó conectarlo la noche anterior- decidí bajar a la tablet varios audios de francés y portugués, para ir escuchando en el camino; también le cargué un día de internet a mi celular; al final esperé hasta las cinco y cuarto para entrar a despedirme de Rb.

Aún estaba oscuro cuando salí al boulevard, pero estimé que no pasaría mucho tiempo para que empezara a clarear el día; y, efectivamente, antes de llegar a la mitad del camino ya se podía ver muy bien la ruta.

Esa mitad del camino está en muy buenas condiciones -por fin- luego de que repararan -pasaron mas de dos años- el puente que la lluvia derribó, justo en la entrada al área metropolitana; lo duro fue la siguiente mitad: al parecer construirán otra autopista -pagada- y casi todo el trayecto es nomás de un carril en cada dirección.

Pero, por la hora tan temprana, no encontré mucho transporte pesado; con todo llegué a la casa de mis papás un poco antes de las siete de la mañana; me bajé del auto para quitar una bicicleta que habían dejado estacionada frente a la casa y dejé allí el auto.

Mi madre salió un poco después y le avisó a mi padre que había llegado; para facilitar el transporte de todo lo que llevaba -la cafetera, los sandwiches y los vegetales- había utilizado una caja de cartón y la pasé del auto al comedor de mis papás.

Puse a funcionar la cafetera y retorné al auto para bajar el saco con la comida para los perros; le pedí a mi madre que lavara tazas y luego consumimos algunos de los panes que llevaba; desafortunadamente una de las magdalenas mostraba ya señales de moho -no revisé la fecha de vencimiento el día anterior: vencía justo ese día-.

Consumimos una parte de la otra magdalena, junto con los sandwiches y el café que había preparado; después le estuve ayudando a mi padre con un archivo que no podía localizar en su correo electrónico: debía agregar contenido a un documento compartido de un proyecto de su clase -se supone que este año completa sus estudios de licenciatura-.

Además le ayudé a comprender -un poco- cómo funciona Duolingo: para completar sus créditos debe comprobar cierto nivel de una lengua extranjera -inglés- y, al parecer, en su clase están utilizando esta aplicación como parte del programa de aprendizaje.

Un poco antes de las diez mi madre me recomendó que revisara el nivel de los líquidos del automóvil; le pedí ayuda a mi padre y abrimos el capó del auto; todo estaba bien, excepto el depósito del agua para el winshield; lo rellené un poco.

A las diez de la mañana me despedí de mis padres y emprendí el camino de vuelta; de lo que llevaba nomás retorné la cafetera y la mochila con aislante teérmico -rellena de pescados enviados por mi madre-.

La primera parte del camino de vuelta estuvo un poco complicada: la ruta es nomás de un carril en cada dirección; y había un poco más de vehículos que unas horas antes; pero al final no me tardé mucho en alcanzar la mitad del camino.

Desde allí en adelante la situación estuvo mucho mejor: entre dos y tres carriles y la carretera en muy buenas condiciones; un poco después de las once ya estaba entrando al municipio; venía tan temprano que incluso pasé a una gasolinera a rellenar el tanque (diez dólares, contra veintidos del día anterior).

 A las once y media me estaba estacionando frente a la casa de RB; bajé las dos mochilas -la negra y la que tiene aislante térmico- y una bolsa con media docena de plátanos, que mi madre me obsequió al final de la visita; por haberme levantado a las cuatro de la mañana me sentía bastante agotado.

Al mediodía preparamos las alitas de costumbre -y las ensaladas- y luego tuvimos que esperar casi una hora para que amainara la lluvia para poder sacar a caminar a los perros; después preparé el café y té vespertinos.

Por la tarde avancé un poco en el repaso del material para prepararme para la certificación de AWS: separé las doscientas cincuenta preguntas en cinco archivos; y, aunque no he logrado pasar del primero de los mismos, creo que voy en la ruta correcta.

Además, le propuse a Rb que vieramos otro capítulo de la segunda temporada de Wednesday; aunque, por la mala noche de sueño, en cierta parte del mismo tuve un par de microsueños; cuando el capítulo terminó me retiré a mi habitación.

Quería leer un poco -y, de ser posible, dormir- hasta las cinco de la tarde; a esa hora habíamos planeado preparar las piernas que habíamos previsto para los almuerzos de la semana; tenía más de media hora libre, pero no pude conciliar el sueño.

Tampoco leí: me puse a jugar unas partidas de ajedrez contra Oscar en Duolingo; y luego estuve leyendo algunos artículos de Business Insider, revisando mis cuatro cuentas regulares de correos electrónicos, y actualizando mi bitácora de vida.

El resto de la semana estuvo bastante normalito; durante el fin de semana habían pronosticado varios días de lluvia, debido a una depresión tropical en el Pacífico; y sí, desde la tarde del domingo empezaron las tardes lluviosas.

El lunes y martes estuvieron bastante tranquilos en el trabajo; la rutina de ejercicios del lunes se está sintiendo un poco más tranquila debido a las respeticiones; y, tanto ese día como el siguiente, continué con el repaso de AWS.

El martes, por la mañana, me reuní con los dos analistas con los que estamos trabajando en un proyecto para automatizar parte del trabajo -se supone que la automatización es una parte vital de nuestra función, aunque ya llevamos más de dos años sin avanzar en la misma-. 

Ese día la llovizna fue más constante por la tarde; a la hora en la que nos tocaba salir hacia los supermercados en dirección sur -necesitábamos bananos- Rb me propuso que camináramos bajo la lluvia -hacía varios años que evitábamos esto-.

Sacamos las chumpas y el paraguas y caminamos hasta el supermercado más alejado; desde donde caminamos hacia el que queda a medio camino -aún pasamos a la veterinaria en el mismo centro comercial, pues Rb debía cotizar las vacunas de sus perros-.

En el supermercado compramos un poco de bananos y una lechuga; luego retornamos a casa; el trayecto no estuvo tan malo: la llovizna fue constante pero no muy fuerte; las chumpas y la sombrilla fueron suficientes para que el agua no llegara al cuerpo; lo peor fueron los autos que pasaban a toda velocidad en el boulevard.

El miercoles el día empezó lento; después de meditar, resolver los tres wordles, entrar a la reunión diaria y hacer Duolingo (casi solo ajedrez) estaba por continuar dormitando en la cama; entonces entró una llamada de mi supervisor en el imperio del norte.

Al parecer había tenido una reunión on su manager y no le había ido muy bien: quería que nos organizáramos para trabajar en tareas específicas; pero eso fue una llamada de más de una hora, que encontré superflua.

Empecé la llamada en la cama pero luego pasé la computadora a la mesa del comedor; y preparé mi desayuno mientras la misma se extendía durante más tiempo del normal; al final me asignaron tres o cuatro tareas; en las que pasé trabajando el resto del día.

El miércoles completé el ciclo -la mitad del libro- de La Uruguaya; el día anterior había terminado de leer el libro de Chelsea Manning -Readme.txt-; que me gustó, pero no me encantó: en todo caso, aún es una historia en desarrollo actualmente.

 Por la tarde, después del horario laboral, completamos la rutina de ejercicios de la mitad de la semana; había puesto una alarma para llamar a mi ex-supervisor, en el Imperio del Norte, pero me adelanté a la alarma y lo llamé a las ocho de la noche.

La llamada -por Facebook- no fue respondida; completé las lecciones nocturnas de Duolingo y ví el final del primer capítulo de la precuela de The Terminal List; entonces ví que me había escrito mi ex supervisor.

Comentando que había estado fuera y el celular no había sonado; lo llamé y estuvimos conversando por un poco más de veinte minutos; después de la conversación me envió algunas fotografías de su nieto; yo le envié el trailer de The Life of Chuck.

Antes de dormirme leí el par de capítulos que me tocaba de Les delicieux de Tokyo -bajé de cuatro capítulos a dos, para agilizar un poco el resto de las líneas- y una parte del capítulo en turno de HaLa rry Potter e a camara secreta.

Y a ver cómo sigue eso... 

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