lunes, 29 de septiembre de 2025

Trabajo Remoto... Remote work... le travail en ligne...

Por alguna razón -seguramente por estar metido en tecnología desde hace mucho tiempo- el trabajo remoto fue algo que experimenté mucho antes que la mayoría de las personas: o sea, cuando se vino la pandemia yo ya llevaba un par de años trabajando desde casa -de Rb-.

Y es que este era uno de los 'beneficios' que ofrecían cuando empecé en este trabajo hace más de once años: después del primer año se podía tomar un día para trabajar desde casa, en el segundo y tercer año se podían aumentar consecutivamente; pero no se podía pasar de tres días por semana.

Pero yo ya había experimentado esto en un trabajo dos o tres empresas antes: hubo semanas en que me enviaban a trabajar desde casa; lo que era un problema por -varias- dos razones; la primera era que no tenía servicio de internet en casa.

O sea, había usado una herramienta para obtener la contraseña del internet de un vecino -la que utilicé por casi una década-; pero la señal no siempre era la necesaria para realizar mi trabajo.

Lo otro era que vivía solo y, como siempre he tendido al ostracismo, cuando me tocaba trabajar desde casa mi aislamiento se agudizaba: recuerdo una ocasión en la que nomás salí una o dos veces de mi habitación durante varios días.

O sea, me deprimía el trabajo remoto.

Entonces, después del primer año mi supervisora local me indicó que ya podía empezar a trabajar desde casa; y amablemente decliné su oferta, arguyendo que me sentía mejor llegando a la oficina.

Y así pasaron los otros dos años; algunas veces -creo que para alguno de los días festivos en el Imperio del Norte- me quedé trabajando en la casa de Rb -algunos fines de semana también, creo-, pero, en general, estaba viendo trabajando en la oficina.

Pero todo cambió en el cuarto año, creo: una noche mi jefa mi llamó para que revisara algo; entonces le pedí ayuda a Rb para llevar mi computadora de la oficina a su casa; y me quedé allí trabajando toda la semana.

Después regresé a la oficina pero mi jefa siguió insistiendo para que trabajara fuera de los horarios normales; por lo que mi retorno a la oficina fue intermitente; hasta que un día me indicó que mejor me quedara fijo trabajando remoto; eso fue como dos años antes de la pandemia.

La cuestión es que esa jefa se cambió -primero de área de trabajo, luego de empresa- hace ya más de tres años; y yo me cambié de área hace un par de años; pero todo seguía igual: el trabajo remoto estaba garantizado -o al menos, mi supervisora lo ha reiterado varias veces-.

Y es que, con el nivel de embotellamientos que se están manejando en la ciudad- el traslado a la oficina es una locura: hasta dos horas para un trayecto que no debería de tardar más de media.

Porque, ahora que vivo en casa de Rb -me deshice de mis cosas a media pandemia- el trayecto se ha más que duplicado; pero aún si viviera en el departamento de mis hijos, no creo que las cosas fueran muy diferentes: la cantidad de vehículos en las pocas -y destartaladas- calles de la ciudad es excesivo.

Esta mañana estaba escuchando un video del CEO (?) de Platzi (lo escucho frecuentemente, desde que fue una de las primeras personas en presentar un punto de vista adecuado sobre la pandemia) sobre el fin del trabajo remoto: a él le conviene cualquier evento que incremente la búsqueda de educación en tecnología.

El señor peroraba sobre el origen del boom en el trabajo remoto -la pandemia-, los efectos que tuvo en la industria de tecnología, los países más beneficiados con esta modalidad, y el efecto del aumento (muy alto) en el costo de las visas HB1 que están por aplicar en el Imperio.

O sea, el 'gobierno' quiere que haya menos trabajadores extranjeros; pero también se puso a hablar sobre la 'necesidad' de la presencialidad y uno de los factores que más afectan a los trabajadores en este aspecto: la antigüedad -o experiencia-; el número mágico -según él- es de diez años.

El retorno a la oficina ha estado preocupándome -también a Rb- desde hace algunos meses: desde principios de año se ha estado hablando sobre la instalación de un laboratorio local -con equipo del Imperio-, lo que implicaría -al menos en cierto nivel- la presencialidad.

Aunque la supervisora local ha indicado que esto no acabará el trabajo remoto insinuó que se requeriría la asistencia a la oficina algunos días a la semana; o sea, trabajo híbrido; creo que dos días a la semana de tráfico no estarían tan mal.

Se supone que el espacio físico ya ha sido adquirido y equipado; y se estaba hablando que era cuestión de uno o dos meses para que vinieran los técnicos del Imperio a establecer los procedimientos de uso; pero esta semana el supervisor en el Imperio dijo que eso sería hasta el otro año.

Pero también deslizó -su acento es bastante fuerte- que estaba hablando con la supervisora local para que todos regresaramos a trabajar a la oficina; o sea, el fin del trabajo remoto ha sido -y será- durante algunos meses como una espada de Damocles. 

Y a ver cómo sigue eso...

El jueves Rb fue a su cita con el endocrinólogo; había estado bastante nerviosa y por la mañana tuvimos un connato de discusión porque no percibí el ambiente y traté de bromear sobre alguna situación cotidiana.

La clínica a donde debía ir se encuentra en el municipio por lo que, después de desayunar, caminó hasta la carretera intermunicipal y tomó un us en sentido contrario a la ciudad.

Me llamó un poco después de las diez -bastante temprano- para comentarme los resultados de la consulta: estaba tranquila porque el profesional -un señor bastante grande- le indicó que aún no estaba en menopausia -o perimenopausia- sino que todas sus molestias se debían a la tiroides -y al bajo consumo de azucar-.

Por lo que le ajustó la medicina para la tiroides -le bajó a la mitad lo que le había indicado la ginecóloga- y le indicó que debía consumir dos cucharadas de azucar cada día -sorprendente, realmente-; la verdad es que escuchaba bastante aliviada.

En el trabajo continué tratando de aplicarme en las tareas que el supervisor me había asignado para la semana; aunque, la verdad, me ha estado costando trabajo completar las tareas: el equipo que esta en el Imperio del Norte es usado frecuentemente por alguno de los otros tres analistas locales -o las cuatro o cinco personas en el imperio-.

Por la tarde acudimos a los supermercados en dirección Norte: quería comprar algunas bolsas de paquetes de café instantáneo; había declinado seguir adquiriendo este producto porque ya no estaba tomando café con mis hijos, pero ahora -creo- hemos recomenzado la tradición.

También compramos -en el otro supermercado- bananos y, en la panadería a mitad del camino- el pan de los desayunos del fin de semana; por la noche estuve repasando las preguntas de AWS -ya completé doscientas cincuenta preguntas con más del noventa por ciento de aciertos- y avanzando en la lectura en portugués.

El viernes me levanté a meditar a la cinco y cuarto; después entré a la habitación de Rb a despertarla para la rutina de ejercicios del último día de la semana laboral; la cual terminamos un poco antes de las siete.

Después de los ejercicios me metí a la ducha y, después, entré a la reunión diaria; había dejado encendida la computadora del trabajo desde antes de empezar la rutina, pero aún así, entré cuando ya llevaban un par de minutos en la misma.

A media mañana tuvimos la reunión del equipo: cinco personas en el Imperio, cuatro acá; y aquí fue donde el supervisor dejó entrever que quiere que retornemos a trabajar a la oficina, también habló sobre las deficiencias que estaba encontrando en las tareas que me ha estado asignando últimamente.

El resto del día estuvo más tranquilo; o sea, debía de estar esforzándome en terminar las tareas, pero no encuentro sentido en estar probando funcionalidades en una app que será sustituida el siguiente día hábil.

Nomás me estuve leyendo el libro de la línea de Ficción (inglés), jugando ajedrez y estudiando las preguntas del certificado de AWS -no pude completar las doscientas cincuenta palabras, pero voy avanzando-; por la noche ví el último capítulo de The Peacemaker; y una película de acción china.

El sábado -creo que tenía más de un año de no hacerlo- no me levanté cuando sonó la alarma a las seis y media; nomás la desconecté; lo bueno es que tenía otra a las siete de la mañana -la puse hace unos días, por si se me olvida poner el temporizador al meditar-; a esa hora me levanté e inicié la rutina diaria.

Después de meditar, resolver los wordle y hacer un poco de Duolingo salí a prepararme el desayuno de los fines de semana; cuando Rb salió a la habitación a las ocho le pedí que fueramos a las diez a los supermercados, pues no quería iniciar el viaje al departamento de mis hijos después del mediodía.

Ella propuso que saliéramos a las nueve y media; y a esa hora nos dirigimos a los supermercados en dirección sur; en el mas alejado compré siete coquitas -me tocó que comprar una bolsa de plástico pues no había previsto esa compra-; en el otro supermercado compramos lechugas.

Retornamos antes de las one y puse a desinfectar las lechugas y la zanahoria -me tocó que comprar en la tienda de la esquina- para la ensalada que había planeado llevar al almuerzo con mi hija mayor; después mezclé esto con un pepino y un aguacate; y llené dos bolsitas con aderezo.

Luego saqué a caminar a la perra más pesada -Rb sacó al otro perro- y después me metí a la ducha; al final valió la pena empezar más temprano: salí de casa un poco antes del mediodía y encontré un tránsito bastante ligero; realicé el trayecto en alrededor de treinta minutos.

Encontré que la cortina del parqueo estaba completamente enrollada y me imaginé que estaban teniendo problemas mecánicos; me quedé un rato en el auto porque era bastante temprano; jugué un par de partidas de ajedrez y luego subí caminando hasta el nivel en el que viven mis hijos.

Como aún no tengo copia de las llaves me tocó que escribirle a mi hija mayor para que me abriera la puerta (faltaban aún quince minutos para la una) y ella salió un poco después; nos saludamos y luego nos dirigimos al parque temático de costumbre.

Antes de entrar pasamos a una tienda de conveniencia -en una gasolinera- a comprar dos hot dogs; al entrar al parque nos dirigimos directamente al área social, en donde frecuentemente almorzamos.

El área estaba bastante libre y dimos buena cuenta del almuerzo: hot dog, ensalada, snacks y una coquita; pasó saludando el trabajador que últimamente ha reconocido nuestras visitas al lugar y más tarde reaccioné mal al acercamiento de un niño que quería ver los dos cubos de Rubik que tenía en la mesa (4x4 y 5x5).

Mi hija mayor notó mi reacción y me comentó que se notaba que no me gustan los niños (me preguntó si así había sido con ellos, lo cual negué; aunque no estoy seguro); realmente lo que me molestó es que llegaran a interrumpir nuestro almuerzo; y a alargar la mano hacia un objeto que no era de su propiedad.

No pudimos subirnos a la rueda de Chicago pues una llovizna se había estado presentando intermitentemente; le propuse a mi hija ver nuevamente la obra de teatro que habíamos visto el mes anterior -con mi hijo menor percibimos ciertas variantes la semana anterior- y nos dirigimos al teatro del lugar.

Después nos retiramos del parque; quería comprar una pequeña olla para ya no utilizar las jarrillas eléctricas en las que han estado calentando agua durante el último año -aprovechar la estufa eléctrica- pero no encontré en ninguno de los dos supermercados a los que pasamos.

También pasé a un banco a despositar los doscientos dólares que mi hja mediana me había entregado un par de semanas antes; pero fue todo mal: de los diez billetes de veinte dólares únicamente dos cumplían con los estándares del banco; por lo que tengo que ver qué hago con el resto.

Al llegar al departamento le escribí a mis otros dos hijos para ver si nos acompañarían con una bebida caliente -mi hija mayor ya había aceptado-; mi hija mediana salió de su habitación pero nos comentó que tomaría cereal -acompañándonos-; mi hijo menor no contestó; un rato más tarde escuché que salía de su habitación al baño (y luego lo ví retornar a su habitación).

A las seis de la tarde me despedí de mis hijas e inicié el retorno a la casa de Rb; el tránsito estaba bastante fluido; excepto en el lugar en el que he estado encontrando un embotellamiento los últimos sábado; por lo que me desvié hacia el periférico y mi tiempo no se alargó mucho.

El domingo tenía un desayuno con mi amigo Testigo de Jehová; tenía pendiente invitarlo pues la última vez sentí que la cuenta había sido muy elevada y él había insistido en pagarla -creo que porque se atrasó más de una hora-.

Me levanté a las seis y media, medité, me duché y tomé el automóvil; el lugar de la reunión queda a tres kilómetros de la casa de Rb; y por ser domingo, el tránsito era casi inexistente; el viaje duró alrededor de cinco minutos.

Aún me entretuve un momento en el parqueo; luego me senté a una de las mesas del restaurante en donde habíamos acordado reunirnos; una mesera se acercó a ofrecerme el menú y le indiqué que mi amigo estaba por llegar -lo ví entrando al comercial-.

Procedimos a ordenar -yo, un desayuno, mi amigo un submarino- y nos acomodamos en una mesa en el interior; estuvimos en el lugar por un poco más de hora y media, entre desayuno y conversación -mi amigo tuvo que pedir que le cambiaran el sandwich de su menú, porque se habían confundido-.

Un poco antes de las nueve mi amigo me sugirió que saliéramos del lugar pues había varias personas esperando a encontrar un lugar para acomodarse; salimos a sentarnos un momento  en uno de los arriates del lugar y, a las nueve -como habíamos acordado- le ofrecí pasar a dejarlo al lugar en el que tomaría su autobús.

Vine bastante rápido a casa y encontré a Rb terminando de desayunar; un poco más tarde nos dirigimos al mismo comercial en donde me había reunido con mi amigo; pero, en esta ocasión, caminando; allí compramos un poco de pollo y luego nos dirigimos a la tienda de ropa usada en la que usualmente nos proveemos.

Rb compró un par de tenis -varios de sus pares han terminado su tiempo de vida útil- y un par de playeras; también compramos un par de cazos -yo de peltre y ella de acero-; yo para el departamento de mis hijos y ella para sustituir el trasto en el que preparamos el té de la tarde -estaba un poco oxidado-.

También pasamos a la tienda verde de descuentos: el plástico que Rb pone alrededor del lavatrastos, cuando descama los pescados de los viernes,  se rompió en la última ocasión y debíamos sustituirlo -la otra mitad la usamos para cubrir la casita del gas propano-.

Después empezamos a caminar hacia casa; pero a las pocas calles Rb se recordó que debíamos comparar algunos ingredientes para los almuerzos de la semana; el sol estaba bastante fuerte pero retornamos al supermercado.

Rb iba a comprar una botella de agua en el lugar pero se olvidó de agregarla a la canasta; a medio camino pasamos a una tienda grande, pero ella no cargaba efectivo y yo nomás cargaba billetes de la más alta denominación.

Continuamos la caminata hasta casa pero el sol afectó bastante a Rb; al final del recorrido se encontraba totalmente agotada; tuvo que venir a descansar un poco antes de ponernos a preparar el almuerzo de los domingos: alitas de pollo y ensalada.

Por la tarde estuve avanzando en la lectura de How to End a Love Story; estuve considerando ver alguna serie o película pero no encontré algo que me llamara la atención; por la noche acompañé a Rb mientras veía sus serie; y me retiré media hora antes de lo habitual pues los lunes, miércoles y viernes me estoy levantando una hora antes.

Y a ver cómo sigue eso... 

 

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