La noche del jueves nos hospedamos en el mismo hotel donde habíamos dormido la primera noche del viaje -el sábado anterior-: está a un lado de la carretera por lo que me imaginé que no iba a poder dormir mucho; me asignaron una habitación diferente a la de la semana anterior, en donde me refugié para leer un poco y hacer Duolingo, antes de meditar y dormirme.
El líder del grupo aprovechó que mi habitación era la más cercana a la recepción para almacenar allí la hielera del viaje y tres o cuatro paquetes de agua pura; y me comentó que la salida estaba programada para las siete de la mañana.
Efectivamente no pude dormir mucho; había puesto la alarma para las seis de la mañana pero estuve despierto desde un poco después de las cuatro de la mañana; a las seis me levanté a meditar y luego hice un poco de Duolingo; antes de las siete saqué la hielera y el agua de la habitación y devolví las llaves y el control remoto de la televisión de la habitación.
A las siete llegó el autobús y subimos la hielera y las botellas de agua; luego ayudé a los misioneros a cargar las maletas a la parte trasera del bus; luego me instalé en uno de los últimos asientos; nos dirigimos al comedor a desayunar y después emprendimos el viaje a la ciudad colonial del país.
El tiempo estuvo bastante lluvioso por lo que las cuatro o cinco horas estimadas de viaje se convirtieron en casi ocho; al mediodía nos detuvimos en una gran intersección de la carretera y almorzamos en el restaurante de pollo frito más antiguo del país.
Fue un relajo controlar las ordenes porque algunos de los misioneros pidieron algo y luego recibieron algo distinto; yo nomás pedí un sandwich de pollo pues no me encontraba aún muy bien del estómago y ya había visto que la cena iba a ser en uno de los restaurantes más caros del país.
Después del almuerzo continuamos el camino; la lluvia seguía y la ruta que transitábamos se encuentra en una de las partes más altas del país por lo que la neblina era casi constante; había bastante transporte pesado en el camino y el conductor fue bastante prudente.
Un poco antes de las cinco de la tarde estábamos entrando a la ciudad colonial; hubo entonces una discusión entre los líderes de los misioneros y el líder local sobre la forma de proceder: el último quería que nos registráramos en el hotel y luego visitáramos las tiendas de la ciudad, pero la enfermera puertorriqueña insistía que ya no daría tiempo para realizar las compras si procedíamos de esta forma.
Al final prevaleció la opinión de la enfermera: el bus se detuvo en el parque central de la ciudad -el hotel se encuentra a cuatro o cinco calles del mismo- y recibió una remisión por acceder a un lugar delimitado; pero allí nos apeamos y nos tocó acompañar a los misioneros en sus compras de recuerdos y similares.
La enfermera compró unos tenis Nike pirata -bastante atractivos pues una parte del cuero había sido sustituido por tejidos tradicionales del lugar- y la mayoría de los jovencitos compraron ropa y artículos de cuero o cerámica, con motivos de la cultura local.
También los acompañamos a una tienda de helados -yo no quise comprar nada en ningún lugar- y a uno de los sitios turísticos más visitados de la ciudad: un arco entre dos calles que es escenario de sesiones de fotografía de muchas celebraciones que se celebran en la misma.
Se suponía que debíamos presentarnos al hotel antes de las siete pues esa era la hora en la que estaba reservada la cena -el restaurante se encuentra a cuatro o cinco calles del hotel- y un poco antes de esa hora empezamos a caminar hacia el mismo; pero la mitad del grupo -yo iba en la retaguardia- se extravió y nos tardamos aún algunos minutos extras para llegar.
Un poco después de las siete -por fin- nos presentamos en la recepción del hotel y me asignaron una habitación bastante al fondo del mismo; entré a dejar mi mochila y a cambiarme de ropa y retorné a la recepción pues debíamos dirigirnos sin demora al restaurante.
Durante el viaje nos habían enviado por whatsapp el menú del restaurante para que la cena fuera menos tardada pero dos de los líderes querían cambiar su orden -la enfermera y el de The Batchelor-; el líder indagó sobre la requisición pero les confirmó que no se podía; la primera había pedido pescado asado y el segundo pasta con pollo -comentaron que no se habían dado cuenta que era un restaurante de carne asada-.
Amablemente me ofrecí a compartir mi menú -steak con tocino y chorizo- con el segundo -la verdad no tenía mucho apetito por la cena de la noche anterior-; y cuando llegó mi orden partí los dos trozos principales y se los cedí -aceptando un poco de pasta y pollo-; él declinó el segundo pero al final cenamos en paz.
También tomamos de postre pastelillos y café; yo había ordenado un pastel con base de espumilla pero al final, otra vez el relajo de las órdenes, tuve que conformarme con un cheesecake; que tampoco estuvo tan malo; después de la cena comenzamos el retorno al hotel: otra vez iba cerrando el grupo para evitar extravíos de personas.
Cuando estábamos a unas calles del hotel uno de los negros se percató que había olvidado la llave de su habitación; yo había estado conversando con la enfermera y llamé al restaurante para confirmar que allí se encontraba la llave olvidada; la llave estaba allí -junto con un llavero recién adquirido.
Le propuse a la enfermera que regresáramos nomás ella y yo pero me comentó que debía dirigir la actividad de revisión del día con los misioneros por lo que me pidió que regresara solo; retorné al restaurante, me entregaron la llave y me dirigí al hotel; pero no pude encontrarlo; me estuve dando vueltas algún tiempo hasta que cambié de Waze a Google Maps para un retorno hasta la puerta del hotel.
Fui a devolver la llave y el llavero a la enfermera -me invitó a acompañarlos en su actividad pero decliné- y luego me dirigí a mi habitación; no pude hacer que la televisión funcionara: había tres controles remotos; por lo que nomás leí un poco, hice Duolingo, medité y me dormí.
La alarma estaba puesta para las cuatro y media pues nos habían pedido que estuviéramos listos a las cinco de la mañana; por alguna razón -creo que bulla de tuberías- me desperté a las tres y media; no pude volver a dormirme por lo que me levanté a meditar; luego leí un rato y después preparé mi mochila.
Salí de la habitación a las cuatro y media y me dirigí a la recepción del hotel a entregar la llave de la habitación; la recepción estaba aún cerrada por lo que nomás me senté a esperar a que salieran todos; antes de las cinco empezaron a salir todos los jóvenes misioneros -y los cuatro líderes- y a las cinco llamar al autobús, subimos todas las maletas a la parte trasera del mismo y luego lo abordamos.
Habíamos -el líder más bien- elegido la hora pues no queríamos andar corriendo para entrar a la ciudad y llegar al aeropuerto -el vuelo salía a la una y ellos deberían de estar registrándose a las once de la mañana-; afortunadamente el tráfico fue casi inexistente -quizá porque era sábado por la mañana- y a las seis de la mañana estábamos entrando a la ciudad; deteniéndose en un Mc Donalds para tomar el desayuno.
Luego de que todos tomáramos el desayuno -siempre hay equivocaciones en las órdenes y entregas- volvimos a abordar el bus y nos dirigimos al aeropuerto; a las ocho de la mañana el grupo estaba haciendo fila para ingresar al área de registro por lo que aproveché para despedirme de todos -o de la mayoría al menos- con un abrazo -ya no vi a ninguna de las traductoras- y luego me dirigí a esperar el autobús.
Estuve un buen tiempo -quizá diez minutos- esperando el autobús y al ver que no pasaba decidí llamar una moto con Uber; el viaje me salió en veinte quetzales -1.50 de propina- y un poco después estaba abordando el Transmetro en la misma estación de la semana pasada.
Me bajé del mismo en el comercial desde donde salen los buses que vienen al municipio y a las nueve de la mañana estaba en la puerta de la casa, preguntándole por whatsapp a Rb si sus perros ya habían comido, pues no quería interrumpir su desayuno.
Ella me comentó que ya habían concluido por lo que entré a la casa; se puso muy contenta de verme; un poco más tarde estaba sentado en la puerta de la casa y, al saludar a nuestra vecina, Rb me susurró que podía darle una de las libras de café que había traído.
No lo había considerado pero creo que fue una buena idea -ella ha sido muy amable e incluso regañaba a los niños que se ponían a jugar futbol a la par del auto-; por lo que le obsequié una de las bolsas; antes del mediodía acudimos con Rb a los supermercados en dirección norte pues ella debía reponer su balanza -yo había olvidado que era el día de su cumpleaños y tampoco le hice mucha bulla al respecto-; compramos también bananos y yo adquirí la mayor parte de la lista que mi hija me envió el día anterior para su alacena.
Después pasamos a la tienda de las verduras y compré lo último de la lista: manzanas y un cartón de huevos; después del almuerzo sacamos a caminar a los perros y luego tomé una pequeña siesta; le había comentado a Rb que iba a ‘leer’ pero que esperaba descansar un rato pues me había levantado a las tres y media de la mañana.
Puse el reloj para despertarme en 20 minutos pero cuando sonó la alarma nomás la desconecté; me dormí una hora adicional; hasta que Rb llegó a la cama y me pidió que instalara el calentador de la ducha -que había comprado la semana pasada-.
Me sentía bastante inestable pero logré desconectar el calentador que ya no servía e instalar el nuevo; por la noche hice Duolingo (no había hecho ni la noche anterior ni por la mañana) y después avancé un poco en el libro The School of Life; también ví el cuarto capítulo de The Boys; a las once me retiré a mi habitación y no leí más sino que me dediqué a perder el tiempo en Fb; luego medité y después me dormí.
Y así concluyeron los ocho días de la misión...
No hay comentarios:
Publicar un comentario