Durante más de diez años me puse una bata blanca y una nariz roja y, junto a un grupo de voluntarios similares, visité la mayor parte de hospitales nacionales, muchos asilos, muchos orfanatos e incluso participé en alguna actividad social celebrando Navidad o una fecha similar para brindar un poco de alegría a las personas que estaban pasando por momentos difíciles.
Y eso, como todo, se acabó... la pandemia fue el golpe final pero antes de eso ya había bajado bastante mi nivel de actividad en este grupo: cambios administrativos, cambios generacionales, cambios en el ambiente nacional y otros.
Luego estuve en otro grupo similar -la diferencia era que la nariz es de color azul-; también estuve dando clases online a niños de escasos recursos y he estado tratando de involucrarme en diversas actividades para trabajar como voluntario; aunque ahora -luego de dos años de pandemia- tengo un poco más claro el panorama.
Por una parte, desde el año pasado he estado reconectándome con algunos amigos de la universidad y muchos amigos del voluntariado -de mi niñez aún no pues mi único amigo de esa época vive en el lugar donde nací y no he ido por allí durante más de seis años-.
Y es que la mayor parte de los que participábamos en el grupo de voluntarios de bata blanca y nariz roja teníamos una historia que contar: en mi caso había sido la separación con mi familia nuclear y la imposibilidad de vivir con mis hijos.
Este año me estoy proponiendo visitar una vez al mes al voluntario que vive en la misma colonia en donde ocurrió la mayor parte de esta historia: tiene como veinte años de vivir solo y su casa se convirtió en el punto de encuentro de muchos grupos de voluntarios durante mucho tiempo.
Pero ahora que la mayoría hemos seguido con nuestras vidas: yo ya tengo tres años de vivir con Rb, otros voluntarios han formado su familia, otros se han ido del país y otros simplemente han seguido su vida; él ha vuelto a quedarse en soledad; así que esa será una parte de mi servicio social.
También estoy tratando de involucrarme con un grupo de psicólogos que atienden en uno de los hospitales más grandes de la ciudad; mi amigo oriental es amigo de la fundadora de este grupo y este año están solicitando voluntarios para ayudarlos con su sistema informático; tenía una entrevista con alguien de este grupo el viernes pero por alguna razón lo olvidé; estoy tratando de reprogramarla.
Y lo otro son las jornadas médicas: hace dos viernes me dirigí a mediodía al aeropuerto pues a las tres debíamos encontrar al equipo médico estadounidense que venía a realizar consultas y operaciones; llegué tan temprano que me dió tiempo de almorzar en un comedor en los alrededores del lugar.
Un poco antes de las tres encontré a la encargada del grupo y luego fueron llegando poco a poco los otros intérpretes; al final nos juntamos como cinco o seis traductores y viajamos a la aldea en la que realizaríamos nuestra labor por una semana: la aldea es parte de uno de los municipios de la periferia del departamento central y nos tomó casi tres horas llegar al lugar.
Lo primero que hicimos al llegar fue ayudar a bajar las maletas donde iba parte del suministro médico y luego tomar nuestra primera cena en donde se nos dió la bienvenida y se nos contó un poco sobre la labor que realizan y la historia del hospital que construyeron a un lado de una escuela estatal.
El sábado nomás reconocimos las instalaciones y estuvimos preparando lotes de medicinas para el dolor, vitaminas y similares que eran parte de los materiales a donar durante la jornada médica; por mi parte también acompañé a una de las personas que venían de Texas a realizar un recorrido a pie por el lugar -fueron más de cuatro millas-.
El domingo dió inicio a la jornada: se suponia que debía estar en la sección de recuperación post operatoria de 7:30 a 6:00 -el desayuno era a las 7:00 y la cena a las 6:30- pero este día me asignaron para iniciar el turno matutino a las 5:00; y luego decidí iniciar el resto de los días a la misma hora.
Y es que una de las grandes dificultades para mí fue dormir: había varios roncadores en la habitación donde dormíamos siete personas -yo también lo soy- y mi vecino de litera hablaba dormido; total que casi todos los días estuve durmiendo tres o cuatro horas nomás por lo que decidí mejor aprovechar el tiempo.
Además estuve meditando toda la semana: el sábado temprano subí a la terraza del hospital a meditar -la noche anterior había pedido indicaciones a una de las voluntarias más antiguas-; el domingo subí al mismo lugar pero mientras estaba meditando subió un grupo de personas a practicar yoga por lo que el resto de la semana subí al segundo nivel del comedor para tener un mejor espacio de meditación.
Entonces, mi rutina de los seis días fue: levantarme a las cuatro de la mañana, bañarme, meditar, hacer un poco de Duolingo y luego trabajar casi doce horas; estuvo cansado -y divertido-; la mayor parte de mi trabajo fue acompañar a los pacientes mientras se despertaban de la anestesia y luego animarlos a caminar e ira al baño -dos de las condiciones que el personal médico debía observar antes de darles el alta-.
La mayor parte de las personas que venían del Imperio del Norte me cayeron bien; la mayor parte de personal local no me cayó bien; pero pude pasar la semana sin tanto drama -excepto el lunes o martes que cierta papelería se llenó de manera inadecuada y se decidió que mi compañero y yo ya no participáramos en esto-.
El trabajo estuvo más o menos igual de hasta el Jueves que se había programado nomás media jornada laboral; a partir del mediodía nos dedicamos únicamente a realizar un inventario del equipo médico y de los medicamentos y a almacenar todo para la siguiente jornada; se supone que vienen nuevamente en octubre.
Como en la tarde ya no había trabajo aproveché para invitar a tres de mis compañeros -el enfermero con el que había trabajado casi toda la semana, otro voluntario estadounidense que está por entrar en la escuela de leyes y el hijo (y nieto) de otro par de médicos que eran parte de la expedición- a jugar ajedrez.
Todos eramos principiantes en ajedrez pero yo tengo la ventaja de jugar constantemente contra GNU Chess por lo que no tuve muchas dificultades en ganar cada partida -aunque en el inicio de la mayoría empecé bastante mal-.
El viernes por la mañana todos nos alistamos para la despedida y el retorno a la ciudad; o al menos los intérpretes, pues el equipo administrativo y los voluntarios estadounidenses se dirigieron a la ciudad colonial en donde habían programado una cena de despedida.
Yo abordé el bus un poco después de las ocho y un poco después de las diez de la mañana ya estaba en el comercial desde donde pude dirigirme a la estación del transmetro del periférico y luego a tomar el busito de regreso a mi casa; a donde llegué antes del mediodía.
Fue una buena experiencia que espero repetir al menos una vez este año, aunque quizá con un grupo de voluntarios diferente y quizá en Honduras o en El Salvador; total aún tengo casi seis meses de vacaciones y nomás deberé de coordinar con mi nueva supervisora las ausencias del proyecto en el que finalmente deba continuar desempeñándome.
El sábado fue la tercera reunión del diálogo socrático que estoy moderando en la biblioteca municipal del centro; a este llegaron seis o siete personas -cuatro o cinco regulares y un par por primera vez- y aunque el tema era la diferencia entre creencias y conocimiento al final terminamos conversando sobre política y la segunda vuelta electoral que se realizará en un par de semanas.
A esta reunión no llegó mi hijo menor y luego de limpiar el lugar nos dirigimos con mi hija mayor a la pizzería que está a un par de cuadras de su casa; en el ínterín ella creyó que había perdido su teléfono y observé una reacción bastante adolescente para una chica de veinticuatro años.
Al final creo que encontró su teléfono y tuvimos un almuerzo bastante tranquilo y estuvimos conversando sobre mi semana de voluntariado y la situación en su trabajo: finalmente están trasladándola de interpretación médica por voz a interpretación médica por video; algo que no le agrada nada y que ha contribuido a su malestar emocional.
Un poco después de las cinco pasé a dejarla a su casa y retorné a mi lugar de habitación; la mañana de ayer llevé a Rb a su iglesia y fui por ella al mediodía; por la tarde no hubo necesidad de llevarla a su iglesia pues programaron la clase online.
En todo caso ya había programado la visita -mensual- al voluntario que vive en la misma colonia en donde viví casi una década; a las tres y media empaqué el pan tostado que había comprado temprano y me dirigí a la zona de la universidad -la misma en donde viven mi hija mayor y mi hijo menor-.
Con el voluntario estuvimos tomando café y pan y poniéndonos al día de las últimas novedades de cada uno: parece que su familia californiana vendrá al país el próximo mes por lo que deberemos verificar la fecha en la cual pueda visitarlo.
A las seis nos despedimos pues debía regresar a mi casita antes de las siete; a esta hora estaba programada la capacitación para ser fiscal en las próximas elecciones, el objetivo es verificar que no haya fraude pues el hijo del presidente más progresista que hemos tenido lleva todas las de ganar; excepto por los que han estado viviendo del estado durante décadas...
Y a ver cómo va eso.
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