Hace dos o tres años -creo-, empecé una campaña personal para sobreponerme al aislamiento; creo que fue justo después de la pandemia, luego de no haber visto a mis hijos por más de un año.
Por la misma época salió el libro The Good Life; basado en el estudio con más duración sobre la felicidad; ya había leído muchos artículos sobre el mismo y la conclusión en todos era la misma: el aislamiento -especialmente el involuntario- es dañino.
Entonces preparé una hoja de cálculo y empecé a contactar a antiguos conocidos: la mayor parte fueron parte del voluntariado en el que estuve más de diez años, algunos de trabajos anteriores, un contacto de la universidad y uno de la niñez.
Y, en su mayor parte, la experiencia ha sido positiva: un par de veces al mes -los otros fines de semana los reservo para mis hijos, pues visito a cada uno de ellos una vez al mes- cito a una persona diferente y la invito a un desayuno -o a un café-.
Insisto, la mayor parte de la experiencia ha sido positiva.
O sea, me parece que -casi- todos aceptaron la invitación y hemos pasado un buen par de horas conversando sobre cualquier cosa; y, en algunos casos, también hemos jugado algunas partidas de dominó o scrabble.
Pero también han habido experiencias no muy positivas: uno de los voluntarios llegó, desayunó y se fue como a los veinte minutos o así ( a esta persona jamás la volví a contactar); en otra ocasión, estaba ya en el lugar y mi ex compañero de trabajo me envió un mensaje para cancelar.
Supuestamente estaba en el funeral de un amigo de su infancia; con esta persona -es el Testigo de Jehová- sí he continuado el contacto, e incluso -seis o siete meses después- nos tomamos un café -le regalé muchos libros para sus nietos, e incluso una de las calculadoras que mi hijo me devolvió, de su época en la facultad-.
También dejé de visitar -había ído en varias ocasiones a su casa- a mi conocido que se dedica a la divulgación cultural en la ciudad: quería involucrarme en sus proyectos de difusión/comercio; pero la gota que sobrepasó el nivel fue cuando me pidió dinero prestado -una gran cantidad-; simplemente dejé de responder a sus llamadas.
Y creo que aplicaré lo mismo a otros dos: mi único amigo de la infancia me llamó hace unos meses para pedirme un préstamo -o un regalo- de sesenta dólares; y luego ya no me volvió a contactar; pienso que tomaré esa suma como el precio de aprender -nuevamente- que todo se acaba en la vida.
Casi lo mismo me pasó con otro voluntario: este me pidió prestado ochenta dólares hace varios años; nos hemos visto dos o tres veces más, y me indica que, 'pronto saldará la deuda'; pero -al igual que con el anterior- todo el contacto lo realizo yo; y, también me canceló este fin de semana.
Creo que lo había visto por última vez en diciembre del año pasado; y luego le había escrito un par de veces -o más- por whatsapp; finalmente, habíamos acordado en reunirnos el día de ayer; y el viernes por la noche me escribió para cancelar, por 'problemas familiares'.
O sea, quizá sí tenga problemas: la última vez me contó algunas dificultades que estaba teniendo con su esposa; llevan cuatro o cinco años casados y, al parecer, ninguno de los dos estaba preparado; para él era la primera vez, su esposa tenía una hija ya saliendo de la adolescencia.
Por último -en este tema-: el miércoles estaba realizando la rutina de ejercicios con Rb cuando recibí una llamada; paramos un momento y conteesté; era un ex compañero del bachillerato, comentándome que se iban a reunir el sábado por la noche, e invitándome al evento.
Por supuesto que no le dije que usualmente planifico mis fines de semana con varios meses de anticipación; y también me molestó la interrupción; y me dije que ya estaba bien: en el grupo de whatsapp solo publican un montón de tonterías -y mujeres desnudas-.
Había dudado varias veces sobre salirme del grupo: la nostalgia me ganaba, pues era el grupo con quien terminé la escolaridad formal; pero, luego de tirar una moneda, me salí del grupo; pero allí no terminó la historia: el viernes por la tarde recibí una llamada de alguien del grupo.
Y es que, el año pasado, había contactado a uno de estos compañeros; quién, después de casarse con una canadiense, dirige una comunidad cristiana en la que se hacen cargo de un gran grupo de huerfanos.
Se suponía que el año pasado lo visitaría en el lugar -está a un par de horas de la ciudad- pero al final no me alcanzaron los ánimos para el viaje; también se suponía que me avisaría cuando estuviera en la ciudad, para tomarnos un café; pero tampoco recibí ninguna llamada.
Total que me llamó para comentarme que iba saliendo de la ciudad hacia el puerto en el que crecimos; que iba con otro compañero y le pasó el teléfono para saludarnos: y esta persona -uno de mis ex compañeros menos favoritos- empezó la conversación con un insulto.
O sea, retorno a la adolescencia; cuando, entre amigos, nos insultábamos para afirmar la amistad; pero no, no pudimos conversar; nomás les deseé un buen viaje y precaución en la ruta: son cuatrocientos kilómetros con bastante transporte pesado.
Y espero que allí quede la historia; como aún tengo algunos números entre mis contactos, hoy ví algunos estados en los que se aprecia que a la reunión -de más de cuarenta-, llegaron nomás como diez personas.
Pero, eso: siento que es mejor cerrar algunas puertas.
La semana laboral siguió más o menos el mismo patrón: casi nada de trabajo; aunque, el jueves y viernes me reuní con el compañero más brillante del equipo; me compartió el código que piensa presentar como una mejora para las tareas que realizamos.
El cual está un poco complicado; o al menos lo está para mí: es la base para empezar a automatizar algunos de los escenarios más básicos para probar la aplicación en la que trabajamos; y el viernes me envió el documento explicando el mismo.
Al final, el sábado, analicé -con la ayuda de las AIs- el código, el flujo, y los resultados; y luego hice algunas pequeñas modificaciones al mismo; además, corregí -también con la ayuda de las AIs- el documento de presentación de la propuesta de mejora.
En el otro proyecto tampoco hice mucho; y me habían asignado ya una tarea un poco formal; la verdad no sé si estas asignaciones se realizan de forma automática; pero ví que el lead había pedido que se realizara -aunque yo la tenía asignada- y otro compañero lo hizo en el acto.
Entonces ví la forma en la que lo había realizado; y le escribí para aclarar una duda que tenía sobre la misma; o sea, era algo bien sencillo, que ese día no hubiera podido realizar; pero ahora sí; igual, no espero estar más que algunas semanas en este proyecto.
Luego de la semana sin muchas novedades, estaba esperando salir el sábado a desayunar con mi ex compañero del voluntariado; pero la noche del viernes canceló; por lo que me preparé para un fin de semana bastante tranquilo.
Pero no, no lo ha sido: Rb había comprado una cama -de lujo- entre semana; la adquirió completamente en línea y se la vinieron a dejar el marte o miércoles; un colchón ortopédico y una base bastante resistente.
Sin embargo, habíamos olvidado un detalle importante: sus tres perros están bastante grandes; la más anciana -y más pequeña de estatura- ya casi ni entra en su habitación; pero los otros dos -bastante altos- tuvieron mucha dificultad para subirse a la cama -duermen con ella-.
La base de la cama estaba instalada sin patas -o con las patas más pequeñas, como de cinco centímetros de altura-; entonces le indiqué a Rb que una opción era sustitur la base por tarimas de madera, de las que sirven para transportar cargamentos.
El jueves Rb pasó por una sucursal de la cadena de ferreterías donde trabaja mi amigo asiático; y me comentó que se veían varias pilas de tarimas fuera del almacén; por lo que le escribí a mi amigo para preguntarle sobre la adquisición de algunas de estas.
Mi amigo me indicó que la forma de comprarlas era abordar a cualquiera de los vendedores y realizar la compra; son super baratas, como medio dólar cada una; por lo que quedamos con Rb de realizar la compra el día sábado.
El sábado en la mañana fuimos a los supermercados en dirección sur; en el más alejado compramos un paquete de cuerdas, previendo que por la tarde iríamos a comprar tres o cuatro tarimas de madera; spoiler: las cuerdas fueron olvidadas en la mesa por la tarde.
Al mediodía preparamos unos sandwiches de pollo, con los panes de plátano verde que habíamos congelado el mes anterior; habíamos sacado a caminar a los perros antes del almuerzo, por lo que nomás lavé los trastes antes de preparar el té de la tarde.
Luego nos dirigimos al lugar en el que Rb había visto las tarimas el jueves; el lugar se veía bastante descuidado; y la atención fue pésima; o sea, al parecer el vendedor creyó, al inicio, que íbamos a comprar tarimas azulejos desechados -es parte del negocio-.
Y al percatarse que nomás queríamos las tarimas vacías, nomás se desentendió del asunto, preguntando sobre las tarimas a una persona de la bodega; entonces nos dirigimos a la sucursal en la que trabaja mi amigo -y donde están las oficinas centrales-.
Allí la atención fue muy buena, nomás esperamos un poco a que un vendedor se desocupara; y adquirimos cuatro tarimas de madera sin mucho contratiempo; incluso el despachador se encargó de asegurarlas sobre al automóvil -ellos tenían cuerda-.
Después de pasar a otra ferretería cercana, a comprar un poco de pintura de interior, retornamos a casa; el viaje fue bastante tardado pues, debido a las tarimas en el techo del auto, preferí manejar sin frenazos bruscos o giros pronunciados -además teníamos varias pendientes bastante pronunciadas en el camino-.
Pero llegamos a casa sin ninguna novedad; bajamos las tarimas del auto y procedimos a ajustarlas para sustituir la base de la cama (la cual, por indicación de Rb, sustituí por la de la cama en la que duermo); lo cual nos llevó bastante tiempo.
Tuvimos que cortar dos de las tarimas para ajustar el ancho; otra para ajustar el largo, y una sección del sobrante de las primeras, para ajustar un rectángulo que cubriera completamente el área del colchón.
Teníamos un par de serruchos pero a mí me tocó que realizar el noventa por ciento de los cortes; incluso me ampollé la palma de la mano derecha; pero, finalmente, la cama tiene una altura alcanzable para los dos perros más altos de Rb.
Después de todo esto, por la noche, estuve viendo un poco de la segunda película de La Tierra Errante; también pasé al Kindle el siguiente libro de francés: Le Syndrome du Spaguetty; y, finalmente, empecé a leer el primer libro en portugués: A Lua de Joana.
Y a ver cómo sigue eso...
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