El año pasado, por estas fechas, me encontraba en medio del último viaje que realicé como traductor para grupos de misioneros estadounidenses -este año participé en la capacitación con la misma organización, pero ya no pude viajar-.
Fue una muy buena experiencia: el grupo venía de una iglesia de Atlanta y la mayor parte de los adolescentes tenían una muy buena actitud de servicio; los líderes eran una enfermera puertorriqueña -que, por supuesto, hablaba un español nativo- y un vendedor de casas -ganador de alguna edición de The Bachelor-.
Me estaba recordando este día que, en esta fecha -y antes de salir del hotel en el que nos hospedábamos-, me puse a enviar mensajes de felicitación a todos mis familiares, conocidos y amigos, con quienes comparto el título de padre.
Y, si no estoy mal, el primer mensaje alusivo a la fecha, tanto el año pasado como hoy, fue de mi padre; de hecho, me parece que ya han sido varios años que recibo un mensaje felicitándome por el día.
Y es algo agradable; o sea, no somos tanto de andar hablándonos por cualquier motivo; menos de este tipo; o al menos, yo no lo hago: no los contacto en sus cumpleaños -usualmente se me pasan las fechas- o en ocasiones como Navidad o Año Nuevo.
Pero este día -como el año pasado- también me puse a enviar mensajes de felicitación a mis conocidos y amigos; también recibí -luego del mensaje de mi padre- un saludo de un voluntario al que no he visto en casi un año -pero quien me ha pedido préstamos realmente pequeños en un par de ocasiones durante este tiempo-.
No sé cómo se establecen este tipo de tradiciones familiares; a mis hijos traté de celebrarles dos ocasiones especiales en el año: el cumpleaños de cada uno, y la Navidad -en grupo-; alguna vez también celebramos el Día del Niño; pero no mucho más.
En mi casa paterna casi nunca celebramos nada; aunque mi papá varias veces nos llevó regalos para Navidad -y a mis hermanos pequeños alguna vez les organizaron fiestas de cumpleaños-; pero no mucho más.
Recuerdo, eso sí, un año -era ya adolescente- cuando mi madre nos envolvió unos calcetines -o una playera- y nos entregó regalos para el día del cariño; la verdad me conmovió su gesto.
Y ahora que mis hijos ya son adultos -aunque esta generación lleva los tiempo bien diferentes- he continuado con los regalos cada cumpleaños y Navidad: se ha vuelto costumbre entregarles cien dólares en caa ocasión.
Entonces, es muy raro que no los contacte en las fechas memorables; creo que en la pandemia no lo hice; pero ese fue un evento que removió la mayor parte de las costumbres para la mayoría de la gente.
Pero no ha sido el caso inverso; ha sido muy raro el año en que me han contactado para mi cumpleaños; mi hija mayor y mi hijo menor, en alguna ocasión; la mediana creo que nunca; y en el día del Padre, creo que nomás mi hija mayor se ha recordado algunos días más tarde.
O sea, me hubiera gustado establecer ciertas tradiciones; pero, me imagino, que el primer requisito hubiera sido tener una familia tradicional; lo cual no pude proporcionarle a mis hijos; en fin.
Y también he estado pensando este día sobre lo disfuncional de mi familia paterna: en general me siento bien de estar yendo a ver a mis padres cada tres meses -ya van tres o cuatro años de esto-; pero siento menos voluntad de contactar a mis hermanos.
Mi hermano mayor es un hermitaño -casi literal-: a sus cincuenta y cuatro años nunca ha tenido una relación de pareja oficial; vive en la casa que mis padres construyeron mientras íbamos creciendo.
Ha vivido en el mismo lugar toda su vida; y en completa soledad por casi dos décadas; apenas sale de allí: creo que hace tres años, y el año pasado, visitó a mis padres después de no haberlos visto por más de diez años.
Y es que tiene una actitud bastante retrógrada: me parece que aún utiliza un teléfono analógico -o al menos no smartphone-; y, aunque en el pasado se mantenía en comunicación más o menos constante con mis papás, ahora eso ha terminado.
Me lo comentaron mis padres cuando los visité el primer día de este mes: mi padre cambió de número de celular y ya no pudieron comunicarse con mi hermano mayor; y él casi nunca contesta a las llamadas.
Total que me pidieron que le comentara del cambio de número, en caso pudiera comunicarme con mi hermano mayor; lo cual intenté durante las primeras dos semanas del mes: le estuve pidiendo prestado el teléfono a Rb para llamar a mi hermano.
Y nunca me contestó: tiene la costumbre de dejar el teléfono tirado por cualquier lado de la casa; o simplemente no encenderlo; por lo que, la segunda semana o así, le escribí a un excompañero de estudios, para pedirle que, de ver a mi hermano, confirmara si estaba usando el mismo número.
Mi amigo me escribió la semana siguiente, contándome que había visto a mi hermano; y que le había comentado que sí, que seguía utilizando el mismo aparato -y número-; por lo que me dije que, seguramente, no quería ser contactado.
Pero anoche me llamó; o bueno, llamó al celular de Rb; y hablamos un rato -accidentalmente corté la comunicación pues estaba sosteniendo mis anteojos con la misma mano, y ya no volvimos a llamarnos-.
Y la situación es rara: primero me comentó que había visto las llamadas perdidas; que no sabía si el celular aún funcionaba y que por eso estaba devolviendo la comunicación; pero, cuando le comenté que mi papá había cambiado de celular se mostró molesto: estuvo, al parecer hace algunos meses, intentando comunicarse durante todo un día.
Y había decidido que eso había sido un abuso: que no le contestaran durante todo el día, y que no intentaran comunicarse de alguna forma; total que está molesto, y -entendí- decidió cortar la comunicación; la verdad me pareció una actitud bastante inmadura, pero al final, ¿quién soy yo para juzgar?
Aún conversamos un poco, sobre nuestros hermanos menores, nuestros tíos -hermanos de nuestro papá biológico- y de alguna otra de las cuestiones sobre las que casi nunca nos ponemos de acuerdo; lueg la comunicación se cortó.
Y no creo que volvamos a hablar en el futuro próximo; o sea, me imagino que tendrá que pasar alguna tragedia familiar para que volvamos a coincidir en algún lugar y ponernos al día sobre los últimos acontecimientos de la vida de cada quién.
Y la situación con mis hermanos menores no es mejor: la más pequeña no me ha hablado desde hace un par de años; cuando me negué -estaba trabajando- a ir por su hijo a la estación de autobuses, cuando se trasladaba entre las dos costas del país.
La ocasión anterior me había llamado para pedirme un préstamo de casi cien dólares para pagar las multas que había acumulado al conducir su motocicleta; y la vez anterior, para pedirme una cantidad mucho más grande -como tres mil dólares- para 'conseguir' una plaza en el gobierno; nomás la ayudé con la de la moto.
Y con mi hermano menor la cosa estuvo peor: su esposa me llamó un día, llorando, para que les ayudara con un préstamo de trescientos dólares -por unos días- para terminar algún trabajo que estaban haciendo; los días fueron interminables.
El año siguiente -eso ya fue hace más de cuatro años, me parece- mi hermano me llamó pues necesitaba cierta cantidad de dinero -casi igual de fuerte- para completar alguna obra; le conté lo de su esposa, y un poco después cortó la llamada.
A veces me gustaría tener una mejor relación personal con cada uno de mis familiares: con mi madre, envejecida y aún trabajando sin descanso para seguir construyendo edificaciones que quién sabe a quién le quedarán.
Con mi padre, aún estudiando para obtener su título de licenciado, y aún considerando si se jubila o no; con mi hermano mayor, autoaislándose durante la mayor parte de su vida; con mi hermano menor, alcohólico empedernido y con una familia bastante disfuncional; y con mi hermana menor, quien crió sola a su hijo, y aún lo mantiene bajo su ala.
Y mis hijos: la mayor está por llegar a los veintisiente y aún le huye al trabajo -la mayor parte del tiempo ha trabajado nomás medio tiempo-; la mediana, quien -al parecer- quiere desconectarse completamente de sus orígenes.
Y mi hijo menor, super endeudado a los veintitrés -tuve que prestarle tres mil dólares para que saldara un par de tarjetas de crédito- y creyendo -aún- que el dinero es la respuesta a las partes más importantes de la vida.
Pero no sé realmente cómo se resuelve eso.
Acabo de terminar de leer Fuego en la garganta; y me pareció bastante bueno: el final se sintió un poco a la carrera, pero creo que la autora le dió un buen cierre a la historia; ahora he empezado Los besos en el pan, de Almudena Grandes.
Y en el trabajo he tenido una semana bastante buena: el primer día de la semana había programado una reunión con mi lead y un analista en el Imperio del Norte, para completar una asignación.
Después de la reunión me quedé avanzando con el analista; y luego -hasta casi las siete- trabajando solo en un par de cuestiones técnicas que, la verdad, me llamaron la atención: información geográfica, elaboración de mapas, e incluso un poco de Python.
Y hoy, después de la reunión diaria matutina, me reuní con el Project Manager del grupo, para aclarar algunas dudas sobre el organigrama; luego con el analista y el lead; y, hasta el mediodía, continué trabajando en lo mismo que el día anterior.
Fue muy bueno...
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