A mediados de la semana pasada recibí -en whatsapp- un mensaje del hermano menor de mi papá -creo que él tendría diez o doce años cuando mi papá murió (un mes antes de que yo naciera)-: era una foto de mi madre; una foto muy muy antigua.
Le agradecí por el detalle, y me comentó que había encontrado el retrato en uno de los álbums que aún conserva entre las cosas que dejaron mis abuelos; y este domingo que visité a mis papás le enseñé la imagen a mi madre.
Se puso nostálgica -creo que es un sentimiento esperable- y nos comentó -estábamos desayunando con mi papá- que en esa foto tenía quince años y tres meses; y que faltaban tres meses para que naciera mi hermano mayor.
O sea, mi papá era una persona rara: murió cuando mi hermano mayor tenía un poco más de un año -y faltaba un mes para que yo naciera-; y, si no estoy mal, él tenía veinticinco o veintiseis años; pero no estoy seguro de éste último dato.
Pero sí, mi madre se quedó viuda, con un hijo menor de dos años, y otro hijo a un mes del alumbramiento; y aún no era mayor de edad...
La semana pasada decidí que ya no seguiría con el segundo proyecto: en más de una ocasión había tenido que participar en dos reuniones diferentes; y no me gusta realizar ese tipo de malabares; le comenté a mi amigo que ya no seguiría con el proyecto, y por supuesto, no le gustó.
Y es que el miércoles, en la reunión quincenal con mi supervisora- me enteré que, a corto/mediano plazo, tendremos que estar acudiendo al lugar de trabajo por a menos un par de meses: están planeando equipar un laboratorio y será necesario bastante trabajo de configuración.
Entonces, como no me gusta alargar las cosas, decidí ya no continuar; aunque aún no he presentado mi carta formal de renuncia; y tampoco sé si es necesario, ya que apenas fueron un par de semanas involucrado en las actividades: realmente no sé como proceder.
Y me dije que eso me dejaría tiempo para acompañar a -al menos- un equipo de misioneros del Imperio; un poco antes había hablado con el coordinador y le había indicado que andaba con dificutades de saud; y que le confirmaría mi participación en a siguiente semana.
Pero, cuando le comenté a Rb sobre as fechas, resulta que la última semana de mes tendrá que ausentarse durante el día, por actividades de su trabajo; y ya me había ofrecido a cuidar de sus perros en ese período.
O sea que no, tampoco estaré reaizando trabajo voluntario durante el resto del año; lo que había estado temiendo -debido al otro proyecto-; y que sospechaba que terminaría sucediendo, por tratar de realizar más actividades que de costumbre.
También fue una semana más agitada que de costumbre: el miércoles Rb fue por una compañera de su trabajo, a la cual había ofrecido hospedaje durante una noche; se fue a media mañana y retornó un poco después del mediodía.
La persona -una hondureña- fue bastante gentil en su comportamiento -incluso me regaló un paquete de cemitas y unos dulces de coco-; el miércoles nos acompañó en nuestra caminata del fin de la tarde.
El jueves ambas se dirigieron al mercado del centro histórico; y también me obsequió media docena de muffins de una de mis panaderías favoritas; al final de la tarde nos tocó que llevarla a un Airbnb en una de las zonas más opulentas de la ciudad.
Y las direcciones en esa zona son bastante confusas; salimos a las cuatro de la tarde de casa, el tránsito estaba bastante pesado; y en la zona nos tocó que dar dos o tres vueltas hasta lograr encontrar -bastante tarde- la dirección del lugar.
El retorno también estuvo bastante tardado; especialmente la salida de la zona; luego ya nos encontramos con el tráfico normal de los jueves por la tarde; al final regreamos como a las siete y media, bastante agotados del viaje.
El sábado, en nuestra visita a los supermercados en dirección sur, compré un par de magdalenas -y recibí tres, por la promoción en el supermercado-: al día siguiente planeaba la visita trimestral a mis papás.
Usualmente llevo dos pasteles o magdalenas o algún producto similar: uno para compartirlo con mis padres, el otro para regalárselo a la familia con la que mis padres se han llevado muy bien durante varias décadas.
La tercera había planeado regalársela a nuestra vecina: debido a diferencias de opinión sobre alimentar o no a los gatos callejeros tuvieron un pequeño conflicto con Rb, y estimé conveniente limar un poco de asperezas.
Al mediodía me dirigí al departamento de mis hijos; llevaba tres cemitas y los dulces de coco que me habían regalado a media semana; llegué sin mucho contratiempo al edificio y subí al séptimo nivel: mi hija estaba terminando de hacer la limpieza.
Me comentó -otra vez- las dificultades que ha tenido para que su hermano la ayude con la limpieza del lugar: el top de la cocina estaba sucio; y vimos una taza con restos de café, ya en la canasta en la que ponen a secar los trastos lavados.
Le comenté que trataríamos de hablar con su hermano; y llamé a mi hijo, pues ya pasaba de la una de la tarde y no había aparecido; nomás me contestó que estaba vistiéndose; salió un poco más tarde y nos dirigimos al parque temático de costumbre.
Antes de entrar al parque compramos un par de hotdogs y unas gaseosas, en la gasolinera que se encuentra a una cuadra del lugar; ya había notado que mi hijo andaba con pocos ánimos -pero es que, creo que al igual que yo, tiende a la melancolía-.
Almorzamos en el lugar y armamos todos los cubos de rubik que llevaba -como ocho-; luego nos subimos a la rueda de Chicago -me tocó que comprar antes un pasaporte de doce juegos, pues el que me habían obsequiado en diciembre ya solo tenía un número-.
Después retornamos al departamento; iba a preparar café y compartir las cemitas; pero en eso, empezamos a conversar los tres sobre la limpieza; y no fue una buena discusión: cada uno se limitó a defender su opinión.
Y a final, mi hijo indicó que separaría todo -cocinar y purificar el agua, incluso- para que no tuvieran ninguna actividad en conjunto; y se haría cargo nomás de lo que él realizara; me pareció extremo, pero no sé cómo -o si puedo- proceder.
Total que no quiso café, yo me preparé uno de Nescafé, y mi hija mayor se preparó un té; tampoco quisieron cemitas: mi hija indicó que está limitando su consumo de carbohidratos, mi hijo simplemente se negó; ni dulces.
Me despedí un poco después de las seis de la tarde y retorné a la casa de Rb, aún había luz de día cuando estacioné el auto frente a la casa; por la noche estuve preparando las cosas que llevaría al día siguiente en mi visita a la casa de mis padres.
Y también tuvimos un pequeño conflicto con Rb: me tocó que salir casi a las nueve de la noche, pues había olvidado comprar agua pura -mis padres utiliza agua de un pozo- y ella nomás agregó a la compra un poco de especias que necesitábamos para el día siguiente.
Me molestó -no sé si soy irracional- que simplemente aprovechara la oportunidad para realizar lo menos posible: y es que creo que es muy notorio en su caso; como con la limpieza; no le gusta, y no la hace.
Entonces, cuando retorné de la tienda, Rb estaba afuera, después de haberles dado de comer a sus animales; extendió los brazos cuando entré, pero nomás pasé a su lado; o sea, fui consciente de mi rechazo; y un rato después me reclamó por lo sucedido; nomás le dí la razón.
El domingo me levanté a las cuatro y media de la mañana; medité y me bañé; luego saqué las dos mochilas de mi habitación: en la normal llevaba las cemitas y los dulces, en la térmica llevaba hielo; la noche anterior había subido el saco de la comida de perros.
Un poco después de las cinco entré -de acuerdo a lo que me había pedido la noche anterior- a despedirme de Rb y luego inicié a conducción hacia el puerto; cuando iba casi a medio camino me percaté que había olvidado las magdalenas.
La carretera estaba bastante vacía; nomás me costó el último tramo del camino: al parecer van a construir una parte con peaje, por lo que estan bloqueando la mitad de la autopista, reduciendo las vías a la mitad.
Llegué a la casa de mis papás un poco antes de las siete de la mañana; mi papá salió a recibirme y me comentó que mi madre andaba en búsqueda del pescado que generalmente le envían a Rb.
Mi madre llegó un poco después y, al negarse ambos a acompañarme a un restaurante a desayunar, puse a calentar agua, para preparar café; el cual compartimos con las cemitas que había llevado.
Estuvimos el resto de la mañana -hasta las diez y media- en el área que usan para ingerir los alimentos; llamé al amigo que vivía en la ciudad del Imperio en la que estuve un par de años; también llamé a tío que me había enviado la foto de mi madre.
A las diez y media le pedí a mi padre que me ayudara a revisar el radiador del auto; y comprobamos que el nuevo tapón está realizando un muy buen trabajo: el nivel del refrigerante era normal -aún después del viaje del jueves-; también les dejé setenta dólares en efectivo, pues, al parecer, no ha regularizado su situación salarial.
El viaje de retorno estuvo un poco más tardado: la ruta es bastante usada por el transporte pesado y, en algunos tramos, es bastante complicado el avance; además, el puente para ingresar a la ciudad aún está en reparación, lo que dificulta bastante la última parte del viaje.
Pero retorné un poco después del mediodía; aún a tiempo para preparar la ensalada con la que acompañaríamos las alitas dominicales; después de sacar a caminar a los perros nos pusimos a separar los pescados en porciones.
Como la señora que usualmente nos ayuda con esto no se encontraba, a mi madre le tocó que adquirir los pescados por su cuenta: y compró tres atunes enormes; tan grandes que incluso tuvo que quitarles la cabeza y la cola, para que cupieran en la mochila-hielera.
La operación nos llevó un buen tiempo, pues a diferencia de otras ocasiones, tuvimos que trozear los atunes; pero, afortunadamente, todo quedó muy bien colocado en la parte superior del freezer.
Al final de la tarde preparé las papas asadas con las que usualmente acompañamos a semana de asado; estuve leyendo un poco de Get Out of Your Mind, y decidí continuar con dos capítulos en vez de tres.
Por la noche me dí cuenta que no había preparado las gelatinas para mis desayunos semanales; ya eran las diez de la noche, pero me puse a la tarea, de modo que antes de retirarme a mi habitación, puse los cuatro moldes en la refri.
Ah, y las magdalenas -y el duce-; la tercera magdalena se la había regalado a uno de los guardias el viernes; la primera se la regalé a un vecino, quien en una ocasión me dió una buena referencia de un mecánico; la tercera la partí en dos: conservé una mitad y le regalé la otra mitad a la vecina.
El dulce de coco se lo regalé al otro guardia, cuando entré en mi viaje de regreso del puerto; también, cuando saqué a caminar a la perra, le regalé cuatro o cinco mangos que mi madre había enviado -pequeños y maduros-; y varios plátanos.
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