domingo, 9 de diciembre de 2012

Viernes, la quema del diablo...


Hay una costumbre que está bastante arraigada en el país, más creo, en la ciudad capital: El siete de diciembre de cada año la mayoría de familias, especialmente católicas, sacan al frente de sus casas basura y papeles y preparan una fogata en la que 'queman al diablo'.

El viernes llegué un poco antes de las ocho a la oficina. Mi jefe me había enviado un mensaje la noche anterior cancelando la reunión semanal de las siete de la mañana y pude dormir un poco más. En el camino pasé comprando un chocolate para dejar en el escritorio del jefe de programación, quien me tocó en el sorteo para regalarle esta navidad. Cuando llegó el maestro de ajedrez de la oficina, quien usualmente está comprando la refacción general de la tarde: Pan tostado, le hice entrega de tres dólares como contribución a la refacción de ese día.

Empecé a trabajar en el documento final de la prueba que había realizado presencial y remotamente con nuestro cliente local y un poco antes de las 9, fuí convocado a una sala para la realización de la reunión semanal. Que no fue tal. Mi jefe no ha podido enfocarse en las prioridades. Traté de centrar la reunión en los puntos más importantes pero luego me dí por vencido.

Seguí nada más el curso de las divagaciones que estaba escuchando. Como había planeado, al mediodía salí al banco en el cual manteno mis ahorros y saqué un poco de dinero de la nueva cuenta que acabo de abrir. Una parte la deposité en la antigua cuenta de ahorros y otra parte -como el gasto personal de un mes- lo fuí a depositar a la cuenta que manejo con cheques y tarjeta de débito. Cuando retorné a mi lugar de trabajo el maestro de la oficina me notificó vía Skype que había algo a mi nombre en la caja de regalos: Un pastelito de Mc Donald's.

Por la tarde terminé de preparar el documento que llevaba en proceso y volví a estar una gran parte de la tarde en la reunión semanal. Salí un poco antes de las seis. Me había hecho el propósito de salir a mi hora de salida pues las fogatas son muy populares y no megusta andar caminando entre fuegos artificiales. Pasé a comprar pan dulce y cené con el voluntario que vive en lamisma colonia. En el camino también pasé al supermercado pues debía comprar una bolsa de nachos que es lo que se me había asignado para llevar al desayuno comunal del sábado y una taza de chocolates para el convivio del día siguiente de mi grupo del sábado por la noche.

Un poco después de las nueve me despedí de mi amigo y me vine a mi casita a ver un capítulo de Homeland. Me dormí un poco antes de la medianoche.



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