Hay una costumbre que está bastante
arraigada en el país, más creo, en la ciudad capital: El siete de
diciembre de cada año la mayoría de familias, especialmente
católicas, sacan al frente de sus casas basura y papeles y preparan
una fogata en la que 'queman al diablo'.
El viernes llegué un poco antes de las
ocho a la oficina. Mi jefe me había enviado un mensaje la noche
anterior cancelando la reunión semanal de las siete de la mañana y
pude dormir un poco más. En el camino pasé comprando un chocolate
para dejar en el escritorio del jefe de programación, quien me tocó
en el sorteo para regalarle esta navidad. Cuando llegó el maestro
de ajedrez de la oficina, quien usualmente está comprando la
refacción general de la tarde: Pan tostado, le hice entrega de tres
dólares como contribución a la refacción de ese día.
Empecé a trabajar en el documento
final de la prueba que había realizado presencial y remotamente con
nuestro cliente local y un poco antes de las 9, fuí convocado a una
sala para la realización de la reunión semanal. Que no fue tal.
Mi jefe no ha podido enfocarse en las prioridades. Traté de centrar
la reunión en los puntos más importantes pero luego me dí por
vencido.
Seguí nada más el curso de las
divagaciones que estaba escuchando. Como había planeado, al
mediodía salí al banco en el cual manteno mis ahorros y saqué un
poco de dinero de la nueva cuenta que acabo de abrir. Una parte la
deposité en la antigua cuenta de ahorros y otra parte -como el gasto
personal de un mes- lo fuí a depositar a la cuenta que manejo con
cheques y tarjeta de débito. Cuando retorné a mi lugar de trabajo
el maestro de la oficina me notificó vía Skype que había algo a mi
nombre en la caja de regalos: Un pastelito de Mc Donald's.
Por la tarde terminé de preparar el
documento que llevaba en proceso y volví a estar una gran parte de
la tarde en la reunión semanal. Salí un poco antes de las seis.
Me había hecho el propósito de salir a mi hora de salida pues las
fogatas son muy populares y no megusta andar caminando entre fuegos
artificiales. Pasé a comprar pan dulce y cené con el voluntario
que vive en lamisma colonia. En el camino también pasé al
supermercado pues debía comprar una bolsa de nachos que es lo que se
me había asignado para llevar al desayuno comunal del sábado y una
taza de chocolates para el convivio del día siguiente de mi grupo
del sábado por la noche.
Un poco después de las nueve me
despedí de mi amigo y me vine a mi casita a ver un capítulo de
Homeland. Me dormí un poco antes de la medianoche.
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